Hace ya bastante tiempo que tengo cierto interés en entender la maldad humana, con la que me he encontrado en algunos momentos de mi vida, y en conocer el origen de la insensibilidad y de la crueldad a las que pueden llegar algunas personas. Basta mirar un poco cómo funciona el mundo para percibir que en general es la maldad, y no la bondad, la que conduce su destino. Es imposible defenderse de algo que se desconoce, y no se puede entender la raíz de los males del mundo sin tener en cuenta todos los factores implicados, y el factor psicológico es fundamental.
No me refiero a nada tibio ni cotidiano, me refiero a la maldad patológica, la maldad extrema que forma parte de la personalidad perturbada de aproximadamente un 3-4% de la población. Se trata de los psicópatas, también llamados narcisistas malignos (Erich From, 1964) o narcisistas perversos; en el siglo XIX se les llamaba “vampiros emocionales”. En registro literario Oscar Wilde los definió muy bien en su novela El retrato de Dorian Gray. Siempre han existido, pero apenas se llevan estudiando unas pocas décadas. El mayor investigador del mundo de la psicopatía es el catedrático de la Universidad de Quebec Robert Hare (Sin conciencia, 2003), quien afirma con rotundidad que los psicópatas no se curan, que no se puede hacer nada con ellos, salvo salir corriendo, que son una minoría pero son los que gobiernan el mundo, los que “hacen las reglas”, por eso es muy escéptico respecto del futuro de la humanidad. Pero lleva años insistiendo en la importancia de divulgar información para que la gente conozca cómo funciona la maldad extrema y pueda defenderse de ella.
La desinformación general sobre este tema es inmensa. Muy al contrario de lo que comúnmente se cree, los psicópatas no son asesinos en serie. De ellos, sólo llegan a matar un porcentaje menor al 1%. En apariencia es gente normal. Abundan especialmente en las altas esferas y en los ámbitos de poder, aunque están en todos lados. Inicialmente se suelen mostrar encantadores, suelen tener mil máscaras que utilizan para mostrarse según las circunstancias y sus intereses. Su principal característica es la ausencia de empatía, la falta absoluta de capacidad de compasión respecto de los demás, el vacío de emociones y sentimientos que no tengan que ver con ellos mismos; aunque eso no se aprecia con facilidad, porque son expertos en aparentar unas emociones que no sienten como medio de pasar desapercibidos y adaptarse al entorno.
El resto de características son casi todas consecuencia de esa falta de empatía (ausencia de conciencia, falta de corazón): aparente encanto, narcisismo, egoísmo, ausencia de remordimientos y de sentimientos de culpa, parásitos y abusadores, perciben a los demás como objetos de los que extraer algún beneficio; son ególatras, mentirosos patológicos, manipuladores, obtienen placer o satisfacción con el sufrimiento ajeno, lo cual puede explicar y explica muchas cosas. Dictaduras, sectas, genocidios, abusos, fanatismos, intolerancias, desprecio a la vida de personas, de animales, del medio natural…. Detrás de gran parte de los grandes males del mundo está lo que se llama técnicamente psicopatía. De hecho, los fascismos y los totalitarismos son su expresión ideológica y colectiva.
Acabamos de saber que un general retirado, en un grupo de WhatsApp afín a la ideología de extrema derecha de Vox, alabó al dictador Franco y manifestó abiertamente su deseo de fusilar a 26 millones de españoles, los votantes y afines al actual gobierno. Un general, por cierto, condecorado dos veces por el gobierno del Partido Popular por su “intachable conducta” según publicó infolibre. A todos se les ve el plumero.
Fusilar a 26 millones de personas porque piensan diferente a uno mismo es una aberración tal que es inasumible por cualquiera que no sea psicópata o narcisista maligno. Aunque no es algo ajeno al pasado reciente que nos antecede. Recordemos el Franquismo: un millón de presos políticos, torturados y maltratados, y cerca de 200.000 fusilados ya iniciada la dictadura, que fue el triunfo de la psicopatía del fascismo contra la empatía, el humanismo y la solidaridad que caracterizaban a la República. Parece que a algunos militares voraces eso les parece poco y quieren mucho más. Lo peor de todo es que lo dicen de verdad porque seguramente así lo sienten. Y tanto es así que algunos de ellos le envían cartas al rey contra el gobierno, al que califican de “social-comunista” y rompedor de la unidad de España, en defensa de las ideas intolerantes de Vox que todos conocemos bien.
Es, como poco, sorprendente que el rey guarde silencio ante tales despropósitos. En una democracia es inadmisible que se toleren esas expresiones no sólo de intolerancia, sino de maldad extrema. Aspirar a exterminar a los que piensan diferente a uno mismo sólo puede formar parte de los idearios de personas perversas, muy malvadas, y de asesinos. Toda democracia tiene que penalizar tales barbaridades, y eso parece que aquí no ocurre.
En cualquier caso es obvio que es necesario, para defendernos de la maldad, aprender a identificarla y alejarnos de ella; y reivindicar la empatía y la solidaridad como el polo opuesto de la psicopatía, el amor como el antídoto del odio, la democracia contra el totalitarismo y la tiranía, y la defensa del bien común contra los que defienden los intereses exclusivos de sólo unos pocos. Es por eso que dice el argentino experto en la materia Fernando Ulloa que la ternura es un concepto profundamente político y el principal fundamento del respeto a los derechos humanos. Aunque con los malvados y los psicópatas la tibieza y el buen talante no sirven. No se puede tolerar la intolerancia, ése el límite. Y, como decía Petra Kelly, es necesario que seamos tiernos, pero también contundentes y subversivos.
Fuente → elplural.com
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