El primer paso

El primer paso
Antonio Barral
 

El artículo anterior tuvo por nombre una referencia a un refrán popular (“lo perfecto es enemigo de lo bueno”), y este, hace referencia a otra frase sobradamente conocida: Todo camino empieza con el primer paso.

Ambos los dos títulos hacen referencia a ese analysis paralysis que criticaba en el artículo anterior. Sin embargo, no he venido a insistir en la crítica expuesta en el mismo. Creo que sería injusto focalizarse sólo en los errores, cuando realmente también hay muchas cosas que se están haciendo bien. En este artículo, el último de la serie, deseo repasar tanto los errores como los aciertos, para acabar con una reflexión que, siendo propia de este último artículo, mirará también hacia todos los anteriores, buscando ser la guinda de ese pastel que constituye esta serie de artículos.

Como había dicho en el artículo anterior, sí es cierto que, pese a los errores que pueda haber, el trabajo que en el ámbito de la batalla de las ideas está haciendo la izquierda a favor de la república es admirable: Todos los intentos de mitificación del rey Felipe y de defensa de la monarquía en general reciben una contestación increíble en redes sociales, cada vez más personas hacen de la defensa de esta y otras causas una profesión a través de los medios independientes y, fruto de todo lo anterior, cada vez son más los que apoyan la causa republicana, entre otras muchas. Todo esto no ha pasado por arte de magia, sino que se debe al esfuerzo consciente de una enorme cantidad de personas que, ya sea organizadas en partidos y asociaciones, ya sea a título individual; día a día hacen esfuerzos para avanzar en esta dirección.

También debe señalarse que, pese a que esto no deba servir de excusa, lo cierto es que no siempre las tenemos todas con nosotros: El statu quo tiene muchos más poder y más medios a su servicio que los partidarios del cambio, entre la derecha, si bien existen votantes moderados y de centro-derecha, son los sectores más radicales los que a menudo marcan la agenda de este lado del espectro político; y no se puede olvidar que a los más poderosos les es mucho más fácil organizarse para influir en política que para los más humildes, entre otras cosas, porque siendo pocos pueden hacer mucho, y es más fácil organizar a pocos que a muchos. Y, obviamente, todo lo mencionado supone un claro hándicap a la hora de dar la batalla de las ideas, de buscar la transversalidad y de organizarse para impulsar los cambios políticos que este país necesita; sin que ninguna de estas tres cosas deba, en cualquier caso, para caer en el victimismo de decir que la batalla está perdida de antemano.

Existen también logros e hitos que se pueden celebrar. Por ejemplo, las espontáneas manifestaciones que, el día de la abdicación de Juan Carlos I, salieron a la calle a mostrar su rechazo a la monarquía. También es digno de mencionar el hecho de que, desde hace ya unos años, el CIS no pregunta a las y los ciudadanos si prefieren monarquía o república (no vaya a ser que se lleven una sorpresa). Y, en general, la oposición a la monarquía en nuestro país gana adeptos y simpatías día a día.

Quiero que se entienda bien el tono desde el que pretendo que se tome la crítica que he realizado en los artículos anteriores, y, para hacerlo, tomaré como ejemplo la propuesta de vía hacia la república que proponía en el artículo anterior. Teniendo en cuenta que, pese a sus imperfecciones, la democracia española era una democracia, proponía plantear la república como una reforma, modificación o mejora del sistema, que nos permitiese generar consensos sobre en qué dirección caminar para conseguir una mejor democracia, en lugar de generar polémicas que nos paralicen o incluso nos hagan retroceder parte de lo avanzado. Del mismo modo, aunque imperfecto, el movimiento por la república en España ha conseguido en varios sentidos notables progresos, y debemos reformarlo, modificarlo o mejorarlo, para que siga haciendo más y mejores progresos en el futuro.

Los esfuerzos de la izquierda, aunque intensos y bien planteados, muchas veces se mueven hacia un objetivo erróneo: Alcanzar una sociedad perfecta o idílica, en la que no haya más problemas. Esto hace que, de una forma u otra, siempre se acabe utilizando, en los ámbitos de izquierda, el hecho de que algo no lo cambia todo, o es sólo un cambio parcial, o no es lo suficientemente contrapuesto a lo que ya había antes; cuando se quiere desacreditar una determinada propuesta. Pero lo cierto es que ninguna propuesta, por más radical que sea, puede cambiarlo absolutamente todo de una vez y para siempre: Aún si nacionalizásemos la industria, seguirá habiendo gerentes y empleados; aún si repartiéramos la tierra, seguirá habiendo desigualdades en la productividad de los cultivos; aún si nacionalizáramos la banca, seguiría sin haber suficiente dinero como para paliar todos los males; y un largo etcétera.

Se debe abandonar, tanto en lo que se refiere a la lucha por la república como lo que se refiere a cualquier lucha política, la idea de que un cambio a mejor aislado debe ser desechado; ya que cada uno es un granito de arena que nos ayuda a poco a poco juntar una montaña; mientras que si pretendemos tener la montaña de golpe nunca tendremos ni un triste grano de arena. La república debería, como cualquier otro tema de la agenda política de la izquierda, plantearse como valiosa en sí misma, y defenderse con argumentos que apelen no a las sensibilidades políticas de la izquierda, sino al sentido común de todos y cada uno de las y los ciudadanos. Es así como, tema por tema, se pueden ir construyendo consensos, como se hizo en su día con temas como la sanidad, la educación o las pensiones; y, construyendo muchos consensos, crear una sociedad que, aunque seguramente nunca será lo que soñamos, si será sin duda una sociedad mucho mejor.

Por más cabal que sea una idea, es evidente que nunca conseguirá convencer a todos aquellos que se les plantee, y no necesariamente porque aquellos a los que no convence no sean cabales, sino porque cada individuo es distinto y tiene una forma de pensar diferente. Es por esto que en ningún momento plantee que todo el movimiento a favor de la república debía cambiar según lo aquí expuesto, y señalé, en cambio, que era necesario un movimiento republicano que, sin rivalizar con aquel que persigue la república como fin secundario o instrumental, si tuviese una visión de la forma republicana distinta, que la considerase un avance en sí mismo.

No pretendo ahora convocar a mis lectores a formar dicho movimiento. Esto sería de una arrogancia terrible para un autor inexperto con una audiencia escasa. Si quisiera, sin embargo, llamar a aquellos lectores a los que la idea que planteo les parece interesante, a pensar dicho movimiento republicano. A imaginarlo, a reflexionar sobre qué estrategias debería seguir, qué argumentos debería plantear y qué metas debería proponerse. Sobre todo, a reflexionar esto último: Cuál debería ser ese primer objetivo que persigan los republicanos que, sin ser un proyecto de sociedad idílica, si sea un primer proyecto de mejora que nos permita salir del analysis paralysis.

Sin nada más que añadir, termino dirigiéndome al lector que me haya seguido hasta aquí, y que, no conformándose con leer uno o varios de los artículos, realmente decidiese leerlos todos. Espero que la lectura de esta pequeña reflexión que hemos ido realizando a lo largo de estos breves ensayos le haya sido de provecho, y que, en este sentido, cumpla el fin más importante de todo ensayo: Contribuir a la reflexión personal sobre el tema propuesto de aquel que lo ha leído.



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