Blanqueando la historia de la Guardia Civil

Como sabréis, con motivo del 175º aniversario de la Guardia Civil, la institución ha lanzado una campaña para mejorar su imagen.
 
Blanqueando la historia de la Guardia Civil
Emilio Fernandez

El cartel publicitario sugiere la imagen de una organización al servicio del ciudadano, la mentira oficial que vemos repetida en los medios de persuasión, tanto de progres como fachas.

Empero, la Guardia Civil es una de las organizaciones que más asesinatos de ciudadanos españoles tiene en su haber desde su creación hasta hoy, muy por encima de cualquier ejército extranjero o banda terrorista.

Hace poco surgió el sainete a cuenta de otra campaña del gobierno progre para ofrecer una imagen guay, progre e incluyente de la Guardia Civil, enmarcando su emblema con la bandera gay. Muy propio de la nueva era, la de los gestos y los símbolos (en la neolengua, pinkwashing de manual). Pero es muy simbólico cómo sobre bandera arcoiris el gobierno progre mantiene la espada y el… fascio, el emblema de los lictores tomado como símbolo por la Italia fascista y adoptado en el 4º Año Triunfal en sustitución de las siglas en letra gótica.

El caso es que estaba leyendo el relato de un minero jubilado asturiano, que narra cómo quedó huérfano

En Octubre de 1965, tras encontrarme a mi señor padre tirado entre unos árboles por una paliza de la Guardia Civil sangrando e inconsciente, por repartir el Mundo Obrero entre sus compañeros, se reafirmó mi voluntad de conseguir justicia. Lo metimos en cama entre varios. Murió al mes.

Ya llevaba tiempo repartiendo pan y ayudando en cuadras de vecinos para sacarme unas perras y con la ausencia de Padre, tuve que entrar en un chamizo (una mina ilegal) para ayudar a mi madre viuda. El colegio, al que ya iba poco, quedó atrás, para arrancar carbón bajo tierra. […]

La lectura me trajo a la cabeza una conversación que mantuve no hará un año con un paisano, a cuenta del robo de una bomba de agua, y de cómo no se deben buscar culpables sin pruebas. Y me contó la historia de que, cuando era chico (por sus años, también por los años ’60), vio cómo unos guardiaciviles golpeaban a un hombre. Resulta que se había producido un robo en la iglesia del pueblo, y los agentes tras hacer algunas preguntas fueron a por el más desgraciado del pueblo, que vivía solo en una casucha. El entonces niño que me contaba el suceso dice que se escondió detrás de algo, y que aún recordaba cómo aquel hombre gemía “eu non o fixen!… e pumba, outro golpetazo coa culata do fusil no peito. E o home berraba dun xeito terrible a cada novo golpe ¡ay! Coa malleira, deixárono medio morto, non se puido levantar da cama en moitos días”. Sigo la narración en castellano, pero quería reproducir sus palabras según las recuerdo. El caso es que, de ahí a dos semanas, atraparon a unos portugueses que venían de asaltar una casa y, al registrarlos, encontraron los objetos robados de aquella iglesia.

Cada vez que encendéis la televisión o le dais a la ruedecita del ratón repasando las noticias, estáis expuestos a la mentira oficial. Ahora yo os cuento mi resumen, por la historia que he estudiado y las historias que he escuchado y, lamentablemente, vivido: el Estado contrataba los servicios de una milicia para asegurar la continuidad de unas estructuras (el orden público, concepto por el cual se sigue reprimiendo las protestas) y, a cambio, les confería de manera tácita una impunidad para maltratar la población, pues el miedo hacia sus perros convenía a los intereses de los amos. Imperfecto pero no pretérito, lo anterior sigue siendo válido punto por punto (aunque, sin duda, algo hemos avanzado).

A mi memoria vienen algunos casos. Algunos los tengo relatados en alguna entrada, como los labregos muertos en Oseira, Nebra y Sofán, o el asesinato de mi abuelo.

La lista de crímenes de la Guardia Civil es extensísima; su historia, siniestra. Hablando con un viejo extremeño, sin duda ya habrá muerto, recordaba cómo por las calles de su pueblo bajaba un reguero de sangre cuando entró la benemérita acompañada de los falangistas, en la retaguardia del ejército nacional. La cara del anciano aún estaba transida de espanto al venir a su mente aquellas imágenes.

Un caso más, para acabar, también de estas tierras de frontera. Un buen amigo tenía una abuela que era un demonio de mujer, pequeñita, encorvada, siempre con un humor de perros. Como teníamos confianza, le pregunté por ella, el motivo de su mal genio perpetuo, y cuánto hacía que faltaba su abuelo. Y me contó la historia.

No hubo abuelo, ella fue madre soltera muy de jovencita. Su familia, como tantos otros en estas tierras (un bisabuelo mío, por ejemplo), sobrevivía con el contrabando. Café, azúcar, jabón… todo lo que tuviera un diferencial de precio a ambos lados de la frontera (normalmente por los monopolios otorgados por el Estado a algún burgués arrimado al poder) era cargado a sus espaldas o las de un macho, y cruzado por veredas y trochas con la luna como único fanal. Ahora parece mentira que una adolescente se cargase como una mula y cruzase de noche, a veces sola, a veces en pequeños grupos, una sierra que, daquela, estaba ínzada de lobos.

Pero el hambre hace superar el miedo, y no eran los lobos la bestia más temida en esos montes. Una noche la atrapó la benemérita (el lenguaje no es inocente), le quitó la mercancía (que había tenido que pagar) y la violaron. Producto de esa violación nació el padre de este amigo que, antes de esbozar la pelusilla del bigote, ya estaba trabajando en una fábrica de la gran ciudad, huyendo de la fiereza de estas tierras.

No hay bandera multicolor lo suficientemente grande, ni se pueden imprimir suficientes logos inclusivos y buenrollistas, que cubran la colección de atrocidades que el cuerpo de la Guardia Civil tiene en su tenebrosa historia.


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