El impacto del fascismo italiano en Barcelona: el centenario


El impacto del fascismo italiano en Barcelona: el centenario
Soledad Bengoechea

Durante las primeras décadas del siglo XX, en Europa nos encontramos con el nacimiento de nuevas opciones políticas que presentan formas y contenidos desconocidos hasta entonces. El triunfo de la revolución soviética en 1917, y la constitución de partidos comunistas en todo el continente europeo a partir de 1920, no fue ajeno a ello. Como tampoco lo fue la oleada de revoluciones y huelgas que se produjeron entre 1918 y 1920. Por otra parte, las democracias parlamentarias experimentaban una crisis de legitimidad como consecuencia de su dificultad para satisfacer las demandas de la entrada de las masas en la vida pública. Todo ello constituyó el caldo de cultivo para este despertar de nuevas opciones políticas. La consolidación de la Rusia soviética llevaba a las atemorizadas clases económicas a solicitar el despliegue de nuevos mecanismos de protección que el Estado liberal, se decía, no estaba en disposición de proporcionar y que en lugar de la lucha de clases se imponía la colaboración entre las mismas. En definitiva, el corporativismo. Entonces fue cuando la izquierda dejó de tener el monopolio de la idea de cambio. Sus emergentes rivales propugnaban una transformación social, fascista, que apelaba a las emociones, no a la razón.

El fascismo fue visto por muchos ciudadanos europeos como la salvaguarda frente a la “amenaza comunista”. El corporativismo, impulsado sobre todo por el régimen de Mussolini, despertó un interés notable en la Europa de entreguerras. Aunque el modelo más conocido fue el italiano, que al tener un estado pudo institucionalizarlo, en Cataluña las propuestas corporativistas emanada desde las plumas de los publicistas de la patronal fueron simultáneas, sino anteriores. Los paralelismos entre los casos italiano y catalán son incontrovertibles: allí la Confindustria, aquí la Federación Patronal. Se dice que la Confindustria fue acusada de haber apoyado económicamente al fascismo. Mussolini se aseguró los favores del grupo de presión de Confindustria nombrando Ministro del tesoro a Alberto De Stefani, economista liberal ortodoxo. La Federación Patronal de Barcelona, fundada por las clases medias, recibió financiación del gran capital por medio de las corporaciones económicas, sociales, recreativas, culturales…. Es evidente que la gran burguesía apoyaba a la pequeña y mediana burguesía. En Italia se instauraron los fascios, en Barcelona los Sindicatos Libres. Nacieron casi simultáneamente con la finalidad de “poner orden en las filas obreras anarquistas”. En ambos casos se daba la coincidencia también de que entre los militares había un gran sentimiento antiparlamentario, que había ido surgiendo en aquellos años. Tanto en Italia, como en Cataluña, el parlamentarismo era considerado por esos foros como el monstruo a abatir. En ambos casos, igualmente, la ilusión en el corporativismo basado en la sindicación obligatoria, única, para patronos y obreros. En definitiva, unos Sindicatos Verticales. Aquí, la propuesta no se institucionalizó hasta que Franco triunfó en la guerra civil, ya a finales de los años treinta. Pero, desde luego, en los dos escenarios la doctrina corporativa no era novedosa. Los procesos de institucionalización corporativista habían avanzado en una línea que venía siendo preconizada por sus ideólogos desde finales del siglo XIX: la reunión de los representantes de trabajadores y empresarios en organismos permanentes de negociación.

En las páginas que siguen se va a tratar, someramente, este argumento, poniendo énfasis en el impacto que el fascismo italiano originó en Cataluña.

El fascismo italiano

El 23 de marzo de 1919, en la ciudad de Milán, unas docenas de presentes que con los años se sintieron padres fundadores, camisas viejas y negras, asistían a un discurso que ofrecía el director del diario Il Popolo d’Itàlia, un desconocido Benito Mussolini. Con su tradicional pose, impresionó al auditorio: el gesto adusto, las manos a la cintura, les piernas abiertas, su voz fuerte, el brazo en alto haciendo el saludo romano. Se estaban fundando los Fascis de Combattimmento (Fascios de Combate) mientras se leía el Manifiesto Fascista que daría lugar en 1921 al PNF (Partido Nacional Fascista). Se caracterizaba por su oposición al liberalismo y al comunismo. A finales de 1922 tuvo lugar la conocida como “Marcha sobre Roma” y el rey encargó a Mussolini formar gobierno. Más tarde, ya en la primavera de 1924, una modificación de la ley electoral le otorgó la mayoría parlamentaria. Solo unas semanas después aniquiló desde su interior el sistema parlamentario y lo sustituyó por una dictadura. Media Europa siguió el ejemplo.

El fascismo se presentaba como una «tercera vía» o «tercera posición» caracterizado por eliminar cualquier disensión. El Estado estaba liderado por un líder fuerte—con un dictador y un gobierno marcial compuesto por los miembros del partido fascista gobernante—para forjar la unidad nacional y mantener una sociedad estable y ordenada. Su funcionamiento social se sustentaba en una rígida disciplina y en llevar adelante un fuerte aparato militar. El espíritu militarista habría de trascender a la sociedad en su conjunto, junto a una educación en los valores castrenses y un nacionalismo fuertemente identitario con componentes victimistas, que conducía a la violencia contra los que se definían como enemigos. La violencia era inseparable del fascismo italiano. En esta violencia muchos veteranos de la contienda desempeñaron un papel crucial. Eran gente frustrada, con graves problemas para adaptarse al regreso a la normalidad. Se colocaron la camisa negra y pasaron a engrosar los fascios. Ellos acabaron con la oposición socialista y comunista.

Antes de la llegada al poder del fascismo, en 1922, en Italia no había existido un sistema institucionalizado de negociación colectiva. El movimiento sindical italiano estaba dominado por la socialista Confederazione Generale del Lavoro (CGL), si bien existían organizaciones minoritarias de carácter sindicalista-revolucionario, anarcosindicalista y católico. En el ámbito patronal, la organización de referencia era la Confindustria, fundada en 1910, que agrupaba a los principales industriales. Al igual que ocurría en otras zonas industrializadas, como Cataluña, las relaciones laborales estaban marcadas por una alta conflictividad. Algunas veces venía provocada por la necesidad de los sindicatos de hacerse reconocer como interlocutores por la patronal. El régimen fascista se propuso poner fin a esta situación. Llevaría a cabo una institucionalización en clave autoritaria de las relaciones laborales para asegurar que transcurrieran por cauces pacíficos. Para lograrlo, recurrió a la tradición del pensamiento corporativista. Entre 1923 y 1925 Benito Mussolini propició dos grandes pactos entre el sindicalismo fascista y la Confindustria, abriendo así el camino hacia las concepciones corporativistas. El primero de ellos se produjo mediante el Pacto de Palazzo Chigi, en 1923. Mediante este pacto, los sindicatos fascistas reconocieron la autonomía de la Confindustria, renunciando a integrarla bajo su disciplina. A cambio, pasaban a ser los sindicatos preferidos por ésta a la hora de estipular contratos colectivos. Todo ello a pesar de que la socialista CGL seguía siendo la central sindical dominante en los centros industriales del país. Mediante el segundo, el Pacto de Palazzo Vidoni, de 1925, firmado entre Confindustria y los representantes del régimen fascista, se abolieron los sindicatos católicos, socialistas o independientes, reemplazándolos con sindicatos bajo el control del fascismo. Finalmente, la Ley Sindical de 1926 marcó el inicio de la construcción del ordenamiento corporativo. Al tiempo, se declararon ilegales las huelgas y las suspensiones de servicios y ningún trabajador que no estuviese inscrito en el partido fascista podía ser contratado.

La opción del fascismo: patronal, militares, Sindicatos Libres 

Junto con la acción política, desarrollan los fascistas italianos una intensa acción sindicalista que ha logrado éxitos resonantes y rapidísimos. Sobre esta base sindical, si es realmente todo lo sólida que parece, el movimiento fascista puede lograr un arraigo y una permanencia que la acción política sola no podría darle. Este Sindicato fascista se fundamenta sobre estos principios:

-Las clases sociales estarán subordinadas a la Nación. 

-No habrá lucha de clases sino una cooperación entre las distintas clases sociales.

-Se reconoce la importancia del capitalismo y sus funciones no podrán ser suprimidas. 

Los Sindicatos fascistas frente a los Sindicatos rojos”, Producción, Tráfico y Consumo, órgano de la Federación Patronal, de Barcelona/Cataluña, septiembre, 1922.

Los ecos del nacimiento del movimiento fascista en Italia se vivió con gran expectación en ciertos ambientes empresariales y militares barceloneses proclives a ver en el futuro dictador italiano un ejemplo de lo que podría ser el “cirujano de hierro” que necesitaba España. Desde las plumas de los publicistas de la patronal, principalmente, se puso de manifiesto como, en un primer momento, el fenómeno del fascismo causó una gran curiosidad y un fuerte impacto. Es cierto que no estaba exento de una cierta desconfianza, hay que señalarlo, dado que los fascistas solían utilizar en sus declaraciones una verborrea en muchos casos ribeteada de toques anticapitalistas, pero incluso desde las mismas plumas que desconfiaban de la ambigüedad del movimiento se aplaudía de forma rotunda algunos elementos de su ideario que encajaban perfectamente con el de cierta parte de la patronal del momento. Estos puntos eran, sobre todo, los que hacían referencia a que el fascismo estaría dispuesto a quitar poder a los políticos profesionales en favor de las Corporaciones. Partiendo del principio de que los políticos profesionales no atendían las demandas empresariales, la única solución que se veía viable pasaba por constituirse ellos mismos en sus propios representantes, con el fin de estar presentes corporativamente en los puestos claves del poder. España no era diferente al resto de países y no podían restablecer, que es lo que se pretendía, un orden antiliberal de estricto control social con las herramientas antiguas, que se reducían, si sintetizamos, a la represión, tal y como había ocurrido en décadas anteriores.

Para entender estos comportamientos se ha analizado principalmente, una revista: Producción, Tráfico y Consumo, editada por la Federación Patronal de Cataluña (hasta 1920 Federación Patronal de Barcelona). Esta organización patronal hundía sus raíces en unos gremios de la construcción a caballo de los siglos XIX y XX. Después, estas pequeñas organizaciones se fueron uniendo en sucesivas federaciones hasta llegar al año 1919. Entonces estalló la huelga de “La Canadiense” que fue un hito en la historia de la ciudad. Aún ahora, cien años después, se la recuerda. En aquella primavera, aquellas federaciones se articularon en la Federación Patronal de Barcelona. La intención era formar un verdadero Sindicato Patronal Único. La estrategia era mimética a la que un año atrás había llevado a cabo la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), sindicato anarcosindicalista revolucionario, que se había constituido en el que en ambientes obreros se conocía como el “Único”. Durante estos años, para el mundo empresarial catalán el caballo de batalla, el reto, fue acabar de una vez por todas con el sindicato confederal. Cuando se vio difícil que ello fuera factible utilizando la represión, la Federación Patronal de Barcelona/Cataluña propuso recurrentemente al gobierno el establecimiento de un proyecto corporativo: la sindicación obligatoria y única para patronos y obreros. En definitiva, un corporativismo. Es evidente que el ideal de una sociedad organicista donde desaparecerían amos y obreros era el punto de mira de la patronal. Pero los diferentes gobiernos de la Restauración no secundaron las sucesivas peticiones. Ahí radica el interés de algunos sectores por el fascismo italiano, pues era conocido cómo iba poniendo fin a las organizaciones obreras del país. 

La súbita y definitiva consagración del fascismo en Italia, su exaltación inesperada a las responsabilidades del poder, precisamente cuando éste atravesaba una zona erizada de peligros y de complicaciones que ha venido a dar, por consiguiente, a la intervención fascista, un carácter de elemento salvador del régimen y aún de la Nación entera, hace que hoy se nos acuse con un prominentísimo relieve la actuación de esta nueva fuerza política, que, de triunfar en Italia, ha de torcer el rumbo del mismo, llevando los problemas vitales hoy planteados en Europa inesperadas y sorprendentes soluciones y a planos totalmente distintos de los que en la actualidad se desarrollan”.

“Después de la “marcha sobre Roma”, Producción, Tráfico y Consumo, octubre, 1922.

La inicial desconfianza de la patronal respecto el movimiento fascista por sus veleidades anticapitalistas decayó cuando comenzaron a interesarse por conocer los precedentes del fenómeno, y los sectores que lo amparaban. Aunque las bases del fascismo se nutrían de las clases medias, resultaba evidente que el gran capital le estaba ofreciendo un apoyo incondicional. Por otra parte, el fascismo era el único movimiento que había acabado con aquello que quitaba el sueño a la patronal: el socialismo, el comunismo, el anarquismo.

 “La aparición briosa del fascismo italiano, que a la vaga concepción internacionalista y desarraigadora del socialismo opone un vibrante ideal nacionalista, patriótico, lleno de ansias engrandecedoras socialista, ha abierto una brecha en el frente, que era tenido por casi inexpugnable, del formidable partido socialista, el más fuerte y extenso de Italia. Núcleos enormes de elementos socialistas se han pasado resueltamente a las filas del fascio. Y muchos de aquellos exaltados jóvenes que soñaban con las rojas teorías de Lenin y provocaban manifestaciones jubilosas ante el hotel donde se hospedaba Chicherin, hoy piensan en una patria mejor que no ha de venir precisamente por el camino de las huelgas sistemáticas y de las revoluciones que sirven de escabela leaders audaces, y se estremecen de un sano entusiasmo, cuando escuchan el nombre de la patria, teniendo un gesto de indignación para los tiránicos verdugo de la Rusia mártir”.

“Los obreros abandonan el socialismo”, Producción, Tráfico y Consumo, septiembre, 1922.

El procedimiento de Mussolini para tomar el poder no era cuestionado por la patronal. Consideraba que el fascismo era un movimiento revolucionario y, por tanto, regeneracionista. Si había accedido al poder por un golpe de fuerza, se decía, era justificable y se criticaba a los que invocaban la legalidad. La legalidad, se aseguraba, al fascismo le venía impuesta por su victoria. Desde la publicación de la Federación Patronal se veía innecesario tratar de encontrar bases legales al fascismo ya que si “el fascismo quiere salvar a la Nación, basta”. Es notorio que una parte de la patronal consideraba que si la Nación iba a beneficiarse de un golpe de estado estaba justificado que se llevara a cabo.

El fascismo que desde algunos sectores sociales se soñaba se asentaría sobre unas bases ya organizadas previamente: los Sindicatos Libres. Estos sindicatos se habían creado en Barcelona en la primavera de 1919 de la mano del jefe del Negociado de Asuntos Sociales del Gobierno Civil, el comandante Bartolomé de Roselló. Es significativo que el que impulsó esta organización fuera un hombre que ocupaba este cargo oficial, desde que tenía el control de los temas sociales; sobre todo en el tema de la tramitación de las huelgas. Desde ese cargo podía controlar de cerca la actuación del movimiento sindical que estaba potenciando, evitando así que su actuación se le escapase de las manos, a la vez que dividía el movimiento obrero, provocando un cisma en el Único (la CNT) al pasarse muchos afiliados a los Libres. Entre sus jóvenes líderes libreños, los hermanos Sales, requetés, eran los más destacados. Sobre este grupo, la patronal consideraba cuyo desarrollo no debe mirarse con indiferencia, pues adquiere arraigo y formado por el requeté, que no puede negarse que es valiente porque es irresponsable por menor de edad y por lo mismo es atrevido, es seguro que dará juego”. El momento concreto en que los Sindicatos Libre se dieron a conocer fue en el mes de octubre de 1919, después de un verano “caliente” en Barcelona y de un futuro locaut de la patronal, que finalmente tuvo lugar entre el 3 de noviembre de 1919 y el 26 de enero de 1920.

Durante los primeros tiempos, la patronal catalana estuvo encantada con la actuación del nuevo sindicato que se mostraba agresivo contra el anarcosindicalismo y que, de hecho, podría acarrear su fractura. Probablemente pensaría que ya que no se podía implantar la sindicación obligatoria que hiciera posible acabar con la CNT, el Libre podría dividirlo y neutralizarlo. Los empresarios daban facilidades de trabajo a los del Libre y les hacían servir como “esquiroles” en caso de huelgas. Pero conforme avanzaba el año 1920, los activistas de la CNT se fueron percatando del peligro que significaba el nuevo sindicato cuya fuerza había despreciado los primeros días. Fue, sobre todo, a partir de la llegada de Martínez Anidio al Gobierno Civil, en noviembre de 1920, cuando las cosas se pusieron totalmente en contra de los anarcosindcalistas y a favor de los Libres.

A partir de mediados de 1921 los Libres comenzaron a dar muestras de su espíritu reivindicativo, se su propaganda anticapitalista y de su ruptura con el empresariado, una vez debilitados los Únicos por la represión de Martínez Anido. Las relaciones de los Libres con la patronal, concretamente con la que era cabeza visible, la Federación Patronal, comenzaron a deteriorarse. Las provocaciones que se le hacían a la patronal se fueron haciendo cada vez más patente. La reacción no tardó en llegar. La opción de tener a los Libres al servicio de la patronal decayó. En el número de abril de 1922, desde Producción, Tráfico y Consumo se volvía a insistir sobre la necesidad de establecer una sindicación única y obligatoria. Existía el temor de que los Libres se radicalizaran al igual que el Único.

En la primavera de 1923, el secretario del Sindicato Libre, Juan Laguía Litera, viajó a Italia después de la entrevista en París del pretendiente carlista al trono Jaime de Borbón y Borbón-Parma con sus prohombres de España y el senador fascista italiano que asesoraba al nuevo organismo. Fue durante esos días en los que se hablaba de la abdicación del pretendiente Alfonso de Borbón cuando en los círculos jaimistas se decía que en cuanto estallase “la huelga del trono” iría él, el rey “esquirol” que tenían preparado. Estos grupos pretendían entronizar una monarquía tradicional en el seno de una sociedad organizada por los fascios, en la que el poder económico se controlaría mediante las Corporaciones profesionales.

Con esta idea, el 15 de marzo de ese año se reunieron en el Casino Militar de Barcelona un grupo de militares. Uno de ellos, un teniente coronel que simpatizaba con el fascismo, había sido co-fundador de un periódico que se preveía que sería el órgano de expresión de un grupo fascista que se trataba de auspiciar y que se titulaba La Palabra. Algo nada sorprendente resulta el hecho de que también estuviera presente el comandante Bartolomé de Roselló; igualmente se encontraba el diputado monárquico agrario José Tortosa José Martínez del Villar. También dirigía la revista Novedades, editada en Barcelona.

La Palabra, publicado en Barcelona, apareció por vez primera el 17 de diciembre de 1922, y salió regularmente hasta el 27 de mayo de 1927. Sus redactores eran monárquicos y, sobre todo, anti-separatistas. Patriotas españoles a ultranza. Hasta el 17 de enero de aquel mismo 1923 no figuró el nombre del director del diario, Ramón Martínez de la Riva. Periodista y cronista, fue asesinado durante la guerra civil española en zona denominada nacional. Quizás resulte sorprendente, pero, en 1919, había sido subdirector de La Jornada, periódico auspiciado por la Lliga Regionalista. El primer editorial de La Palabra llevaba por título “Nosotros”. Decía que el país caminaba hacia la anarquía y hacía un llamamiento a todos los patriotas instándolos a la organización. Dos días después, el editorial se titulaba “La clase media debe salvar a España”, y señalaba, entre otras cosas: “Hay que formar un organismo político y social que tenga la fuerza indispensable para imponerse por encima de todas las injusticias y de todas las arbitrariedades. Y todo eso, que en España debe ser elemental, solo está capacitado para hacerlo la sufrida clase media”. Desde que se comenzó a publicar este periódico se realizaban intercambios del mismo con Il Popolo d’Italia, fundado por Mussolini, órgano oficial del partido fascista. En este intercambio, parece que los periodistas se “cambiaban señales de vida”. A raíz de que en La Palabra se publicaron unos artículos en los que se bromeaba sobre el hecho de que el fascismo pudiera aclimatarse en España recibieron sus ejemplares devueltos. Los publicistas de La Palabra señalaban que en España eran muchos los que estarían de acuerdo con que el fascismo tomara el poder “si ete hubiera sabido ponerse a tono con los tiempos de franca democracia y no de dictadura pretoriana”.

Estos acontecimientos coincidieron en el tiempo con una crisis desarrollada en la cúpula de la Federación Patronal que acabó con la caída de su presidente, Félix Graupera, contratista de obras, resultado de la división que se había llevado a cabo en la patronal barcelonesa. Entonces, en La Palabra apareció un artículo en el que se alentaba a la clase patronal a la organización y a que copiara las formas de lucha de la clase obrera, la sindicación. La división de la patronal preocupaba a los directores del diario que, refiriéndose a la Federación Patronal, señalaban que “en la embriaguez del triunfo se iniciaron recelos, rivalidades y absurdas emulaciones, que han ido debilitando un instrumento que puedo ser salvador y que, sin embargo, ha quedado convertido en caña deleznable”.

Como se va poniendo de manifiesto, en la atmósfera que se vivía en aquella Barcelona de los años veinte, “los años del pistolerismo”, y después de la huelga de La Canadiense, la opción del fascismo resultaba estimulante para diversos sectores sociales. Era una ciudad donde el capitán general de Cataluña, Joaquín Milans del Bosch, formaba un tamden con la Federación Patronal con el fin de reprimir al Único llegando a amenazar al gobierno con un golpe de estado si no se aceptaban sus condiciones. Era una ciudad donde cuando habían problemas de orden público los burgueses salían a la calle con el brazal y la escopeta al brazo enrolados en el Somatén bajo las órdenes del propio Milans. Y lo que resulta relevante es que al lado de estos personajes ilustres también participaron en las tareas represivas unos hombres que un dirigente del Somaten calificaba de “obreros humildes”. Se habían enrolado en un organismo que surgió durante marzo-abril de aquel 1919 como una especie de apéndice del cuerpo armado del Somaten. Su artífice fue Enric Ràfols Martí, propietario de una agencia de aduanas y político de la Lliga bautizó el organismo con el nombre de Brigada automovilística del Somaten Armado de Cataluña y la puso bajo sus órdenes directas. La Brigada, compuesta por unos 200 individuos estaba integrada por chóferes de coches y también por motoristas. Las motos proporcionaban a sus conductores una gran movilidad de acción para moverse por las estrechas callejuelas de ciertas zonas de la ciudad; una novedad en ese cuerpo paramilitar. Era una ciudad, en definitiva, donde la Federación Patronal había formado una policía paralela a las órdenes de un ex policía corrupto, Bravo Portillo, hombre de confianza de Milans del Bosch. Dado que una característica del fascismo es su escasa base ideológica, siendo un fenómeno que se define por su organización, no resulta extraño que el grado de militarización al que había llegado una parte de la sociedad civil, y la extremada movilización de la clase obrera de la ciudad, al igual que ocurrió en la vecina Italia, hiciera volver los ojos hacia la novedad que presentaba un credo político que hablaba de disciplina, de autoridad y, sobre todo, de organización y de control de las masas con una sutileza que nada parecía indicar que, en el fondo, de lo que se trataba era de desmovilizarlas. Es bien significativo que antes de los jaimistas y de los militares fieles a ellos, desde otros sectores también ligados al ejército se hablara de organizar el fascismo. Se trataba de un grupo nutrido de militares que, separados de los tradicionalistas, era reacio al fascismo que venía de la mano de éstos. Es de esta clara división que existía entre en el seno del ejercito que se organizó el grupo “La Traza”, o los tracistas. Fundada en Barcelona en la primavera de 1923, la Traza fue una organización de inspiración fascista. Estaba sustentada en la ideología de la Milizia Fascista italiana y supervisada, de hecho, por oficiales de las guarniciones militares de Barcelona y la Capitanía General de Cataluña. Se dice que nació cuando los Libres empezaron a decaer. Las primeras referencias que se tuvieron de ella vinieron acompañadas de rumores afirmando que preparaba un golpe de Estado. “La Traza” repartía hojas volantes en las que se explicaba su ideario. Decían, por ejemplo, lemas como “España no morirá”. ”Un solo hombre, asesorado por los tracistas que crea necesario, determinará toda acción”.

En fin, el contenido de estas octavillas presentaba un tono que recuerda el sostenido por los autores de la revista Producción, Tráfico y Consumo, órgano de la Federación Patronal y antes mencionada. El desprecio hacia el funcionariado, la acción por encima de la teoría, la disciplina, el triunfo de las minorías sobre las mayorías y la fe en un solo hombre, al que se contemplaba como el salvador de la patria eran elementos comunes con el leguaje de los publicistas de la patronal. Era una verborrea típica de aquellos años y surgió en varios países europeos en que la debilidad del sistema parlamentario, la corrupción de la política y la irrupción de las masas en la escena cotidiana hicieron que las clases económicamente dominantes vieran con buenos ojos y apoyaran algunos grupúsculos violentos que, liderados más o menos por elementos militares, parecieron idóneos para acabar con el estado actual que podía poner en peligro el estado burgués. Bajo la radicalidad de estos grupúsculos, estas clases adivinaron que había una voluntad de cambio total de la situación, para que en el fondo todo continuara siendo como siempre había sido.

Una reflexión

La Gran Guerra debe ser considerada un factor fundamental a la hora de entender el ascenso de las ideas fascistas. Tanto la industria italiana, como la de Barcelona y su área de influencia, habían experimentado un importante auge en la guerra por el considerable aumento de la demanda de productos. Los beneficios empresariales subieron de forma considerable, pero al terminar la contienda disminuyeron muy rápidamente por una crisis de superproducción, ya que la demanda se contrajo considerablemente. Para evitar los efectos de la crisis los patronos quisieron frenar a los obreros, al potente movimiento obrero italiano y catalán, que desarrolló toda su actividad, espoleado, además, por el ejemplo de la Revolución Rusa.

Durante la primavera de 1919 en Barcelona tuvo lugar la huelga llamada de La Canadiense a la que siguió una huelga general. La CNT fue el sindicato que la propició. Mientras, el partido socialista italiano decretó una huelga general. Por efecto de la misma, el 15 de abril de 1919, Milán estaba totalmente paralizada. Para ciertos sectores sociales se hacía evidente que para combatir al movimiento obrero ya no eran suficientes los instrumentos del Estado. En Italia, en aquellos momentos se recurrió a las milicias, a los escuadritas desmovilizados, a los fascios, en suma. En menor escala, en Barcelona apareció la Federación Patronal, que creó un cuerpo de policía paramilitar e hizo un tàndem con el capitán general. Aquí, a falta de excombatientes, de la mano de un militar aparecieron los sindicatos Libres. También se exhibió el Somatén armado, milicia burguesa que dio alas a la configuración de la Brigada Automovilística, formada por obreros. Este conjunto de contrarrevolucionarios salió a la calle para combatir, en sentido literal, a los hombres de la CNT. Detrás del telón, en la sombra, estaban, en un lugar, la Confindustria, y, en otro, la Federación Patronal, y, en general, las clases dominantes italianas y catalanas.

Tanto en Italia como en el área de influencia de Barcelona acabar con los sindicatos revolucionarios era, para muchos sectores sociales, la meta a conseguir. Pero se hacía evidente que para llevar adelante este propósito recurrir a medidas represivas no era suficiente, que se corría el peligro de que los obreros volvieran a reorganizarse. Por este motivo, ya hacía años que se buscaban fórmulas alternativas. En Barcelona, concretamente, después de la huelga general de 1902, el presidente de Fomento del Trabajo Nacional, Luís Ferrer-Vidal, demandaba al presidente del gobierno la sindicación única, aunque voluntaria, para patronos y obreros. Vistas así las cosas las peticiones de una sindicación forzosa y única, es decir, organizar a obreros y patronos mediante el establecimiento del corporativismo tiene más consistencia de lo que pueda parecer. Y, además, en ambos casos había un referente doctrinal: los antiguos gremios medievales.

En Barcelona, el proyecto corporativo se frustró antes de concretarse, cuando el día 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, mandó ocupar los servicios telefónicos de Barcelona y leyó un comunicado ante los periodistas mediante el que daba un golpe de estado incruento. Más tarde, Primo instauró un corporativismo, pero basado en la sindicación voluntaria, no obligatoria. Para acabar de conformar el proceso corporativo en España hubo que esperar a que se implantasen los Sindicatos Verticales franquistas. Pero ya eran los años treinta. En Italia, el fascismo se mantuvo en vigor desde que se fundó hasta la caída del régimen durante la Segunda Guerra Mundial.

Soledad Bengoechea, miembro del Grupo de Investigación Consolidado “Treball, Institucions i Gènere” (TIG), de la UB.

Referencias

Este artículo se ha elaborado a partir de la tesis doctoral de la autora, Soledad Bengoechea, “Patronal catalana, Corporativismo y crisis política, 1991, 3 vols., vol. 2.

También se ha consultado las dos referencias siguientes:

BERNAL GARCÍA, Francisco (2017), “Corporativismo y Fascismo. Los sistemas de relaciones laborales autoritarios en la Europa de entreguerras”, Hispania Nova, 15, págs. 45 a 75,

VINCI, Stefano, “Italia entre dos guerras. Las reformas militares en la legislación italiana en vísperas de la Segunda Guerra Mundial”, 2014.

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Fuente → vientosur.info

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