
Se trata de una delirante exaltación del reinado de Felipe VI, para
lo cual el Sr. Molina no duda en lanzar una virulenta crítica contra el
Presidente electo del Gobierno de coalición progresista, y líder del
PSOE, Pedro Sánchez.
Lo
acusa de traspasar sus obligaciones a las comunidades autónomas e
irse de vacaciones tranquilamente mientras la gente, sus
conciudadanos, incluso sus votantes y militantes, se siguen
contagiando y muriéndose. Afirma, además, que es punible dicha
actitud.
Esto,
dicho por una persona pretendidamente socialista, no deja de ser una
manifiesta falsedad además de una indecente maldad.
Más
adelante añade:
“nuestro
Presidente empuja y empuja al Estado hacia el abismo”,
presidente al que tilda peyorativamente de “profeta”.
Por
si fuese poco, arremete contra el Vicepresidente del Gobierno, Pablo
Iglesias, tachándolo de prosoviético, y afea el nombramiento de la
ministra Irene Montero con el machista argumento de ser pareja del
citado Vicepresidente. Siguiendo en su línea de descalificaciones y
despropósitos, acusa a su formación de socavar la democracia,
argumentando que pretende copiar sistemas políticos criminales.
Y
en un arrebato -posiblemente de pulsión anticomunista, muy propia de
la ideología fascista- tilda al ministro Garzón de inicuo y tonto.
En
la recta final, añade sin empacho alguno:
“Al
Rey Felipe VI hay que devolverle su protagonismo raptado (sic). Un
Rey intachable que ha sufrido situaciones familiares muy complejas y
también políticas. Un Rey que reunió a los españoles ante la
dispersión que pretendían algunos insurrectos. El Rey debe saber
que no está solo.”
Concluye
diciendo: “El bien común debe
vencer la propia conveniencia ilegítima en estos momentos agónicos”.
Aunque no aclara quién agoniza,
ni a qué conveniencia ilegítima alude. Es de suponer que se refiere
a la monarquía.
Por
otro lado, en estos tiempos globales de confusión mediática y de
engaño, se viene utilizando con gran profusión la palabra lealtad
como arma de embellecimiento de nuevas formas de fascismo, e incluso
de descalificación política de demócratas.
Entre
los pretendidamente constitucionalistas están los monárquicos, cuya
lealtad inquebrantable al fundador del régimen -Juan Carlos Borbón
“el inviolable”, hoy prófugo de la justicia- no deja de
sorprenderme. Lealtad inquebrantable manifestada también hoy a su
hijo Felipe VI, encaramado a la jefatura del estado y de las fuerzas
armadas, sin más legitimidad que la de ser hijo de su padre;
patrimonio, pues, de la familia Borbón, que nos trata como si
fuésemos siervos de una finca llamada Reino de España. Una herencia
de su señor abuelo “el conde”; un “rey” que nunca llegó a
reinar. Se trata, pues, de una lealtad medieval del siervo al señor,
más perruna que racional.
Felipe
Borbón, hijo del “inviolable”, también inviolable -es decir,
impune frente a cualquier delito que haya cometido o pueda cometer,
por muy graves que estos sean o puedan ser- es el referente actual de
estos leales monárquicos que antes se hacían llamar juancarlistas y
ahora pretenden pasar por demócratas y constitucionalistas.
Ambos
Borbones, padre e hijo, reinan por la gracia de un general fascista,
dictador y genocida, que instauró una nueva dinastía en la persona
de Juan Carlos Borbón. Mientras tanto, el general que dirige la
Fundación Francisco Franco, ex ayudante del inviolable, no duda en
hacer fervientes elogios de la ayuda que Franco proporcionó a
Alemania: unos 14.000 soldados integrados en la
Wehrmacht (ejército alemán), tras prestar juramento de obediencia y
lealtad al Führer Adolf Hitler.
Veamos
lo que entiende por lealtad la Real Academia Española:
lealtad
1.
f. Cumplimiento de lo que
exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien.
2.
f. Amor y fidelidad que
muestran a su dueño algunos animales, como el perro y el caballo.
Frente
a una definición tan machista y reaccionaria,
los republicanos debemos oponer un concepto acorde con nuestros
valores democráticos, cuyas raíces culturales arrancan de las ideas
de la Ilustración, promovidas por la Revolución francesa del 14 de
julio de 1789.
Para
nosotros, republicanos, la lealtad política es la fidelidad a un
principio, que no puede ser otro que la rectitud al servicio del
pueblo. La soberanía popular solo puede ser encarnada por este, es
decir por el pueblo, so pena de quedar secuestrada por los poderes
corruptos impuestos manu militari por la dictadura.
Dicho
de otro modo, ser demócrata implica respeto a la soberanía popular,
una de cuyas expresiones más fidedignas en el pasado fue la
Constitución española de 1931, aprobada
el 9 de diciembre de 1931 por las Cortes Constituyentes, tras las
elecciones generales españolas de 1931 que siguieron a la
proclamación de la Segunda República.
Constitución
de la II República derogada de facto por el Parlamento borbónico,
que no se atrevió a hacerlo de forma explicita, pues hubiese sido un
escandalo mayúsculo.
Hoy,
la soberanía de las naciones históricas, pretendidamente integradas
en el Estado autonómico español, solo pueden tener cabida en una
Republica federal o confederal, a la que puedan federarse las
diferentes patrias históricas, muy arraigadas en la cultura y el
sentir de nuestros pueblos.
Es
por ello urgente la abolición de la monarquía, corrupta e
impopular, que constituye un serio obstáculo e impide el libre
ejercicio de la Libertad y de la Justicia, tan falsamente proclamadas
en la Constitución.
La
monarquía -esta sí- es la que empuja
y empuja al Estado hacia el abismo.
Sin la proclamación de la República, seguida de un proceso
constituyente en libertad, las contradicciones inherentes al régimen
de la Transición nos llevarían de nuevo a un conflicto de
consecuencias imprevisibles. El franquismo está inserto como un
cáncer en las entrañas del Estado español, en forma de
organizaciones criminales, y es pilar esencial del poder borbónico,
instaurado ex novo por la dictadura que siguió al golpe militar
fascista del 18 de julio de 1936.
Por
último, es de subrayar la idea absurda en la que el Sr. Molina
fundamenta su libelo: “Hoy no
hay monárquicos y antimonárquicos, hoy no hay monárquicos o
republicanos sino, simplemente, constitucionalistas y
anticonstitucionalistas”
Sin
embargo, es obvio que no se trata de
constitucionalistas y anti constitucionalistas -como afirma
burdamente el Sr. Molina- sino de algo conceptualmente muy diferente.
Republicana
o republicano es sinónimo de demócrata, por ello en esa futura
República cabremos todas y todos, en la que también habrá sitio
digno para los pueblos y naciones históricas de nuestras patrias o
matrias -si así lo quisiesen- pues es moralmente inaceptable seguir
manteniendo al pueblo catalán “atado y bien atado” a punta de
bayoneta e incluso a golpe de toga.
Lealtad,
pues, constitucional republicana y no el batiburrillo de simplezas
que nos propone en su articulo el citado exministro ¡de cultura!
Fuente → rebelion.org
No hay comentarios
Publicar un comentario