Empujando el amanecer


Empujando el amanecer
Antonio Barral


En el artículo anterior, traté de dar una explicación al hecho de que, por más que se desprestigia la monarquía en los últimos tiempos, sin embargo se mantenga sólida en su posición, sin que parezca que nada la hace peligrar. Esta explicación, aunque sin duda podrá ser mil veces mejorable y matizable, también puede servir como guía o planteamiento general para aquel que se proponga matizarla o mejorarla, esperanza que me llevó a plantear dicha explicación. Pese a esto, un tema tan complejo, no se presta a ser abordado en un solo artículo, por lo que me gustaría dedicar dos artículos más a tratar la estrategia que se ha seguido hasta ahora desde los ámbitos que se oponen a la monarquía y los motivos que llevan a la misma, y dedicar un último artículo a recapitular sobre los tres anteriores.

En el ensayo anterior también señalé que, si no quería faltar a la verdad, debía reconocer humildemente que, si hablamos de plantear una estrategia con la que plantar cara a esta situación, sin duda esa labor necesitará de mucho más que unos breves ensayos para poder ser abordada. Sin embargo, señalé dos puntos que, a mi juicio, resultan cruciales en cualquiera que sea la estrategia que se pueda establecer: Plantear una idea transversal de república y conseguir que esta sea un debate recurrente en la política española.

Me gustaría, sin caer en la arrogancia de tratar de trazar, desde la comodidad de mi casa, una hoja de ruta hacia tan ambiciosa empresa como traer una nueva república a nuestro país; si atreverme al menos a comentar, más por extenso, cuan importantes creo que son estos dos puntos que planteo, y por qué considero que todo esfuerzo republicano debería tenerlos en cuenta.

Ni la más elocuente de las argumentaciones en pro de la república será útil si, además, no es escuchada por amplias capas de la población. Y mal que nos pese, lo cierto es que este tema no tiene en el debate público el peso ni la recurrencia de temas como Cataluña o incluso como Venezuela, aunque de vez en cuando, salpicada por sus múltiples escándalos, la corona sea objeto de crítica e incluso sátira por un tiempo.

No podemos culpar de ello al movimiento republicano: Aunque medios alternativos como Público o Eldiario estén ganando peso en los últimos años, su incidencia no deja de ser claramente menor que la de gigantes como PRISA o A3Media, que, pese a empezar a informar de los ya inocultables escándalos de Juan Carlos I, hacen a la vez todo lo posible para mitificar en su lugar la figura de Felipe y preparar el terreno para Leonor. En esta situación, evidentemente no es fácil para el movimiento republicano conseguir visibilidad, imprescindible para marcar la agenda.

Tampoco se puede decir que las cosas se estén haciendo tan mal: Nuevos diarios digitales informan de la cruda realidad sobre la monarquía con mucha más dureza que en las edulcoradas versiones dadas por PRISA y Antena 3, los y las activistas están más movilizadas que nunca y en redes sociales existe una contestación brutal cada vez que, desde la prensa más mainstream, se pretende exagerar cada pequeño gesto del rey Felipe para que, por más irrelevante que sea en verdad, sea visto como un acto de heroísmo.

Lo único que, a mi juicio, se podría llegar a reprochar, pese al buen trabajo que se está haciendo; es la falta de liderazgo y constancia que los republicanos muestran en la crítica a la monarquía, y me explico.

Es cierto que los republicanos están trabajando activamente en amplificar todas las críticas que, desde otros sectores del Estado y la sociedad civil (la Justicia, el periodismo mainstream…) surgen a los escándalos de la Casa Real. También es cierto que se están combatiendo duramente los intentos de mitificar a Felipe, como se hizo en su día con Juan Carlos (con más éxito, pues las circunstancias eran otras). Pero no se está llevando la delantera: Las críticas a la monarquía se limitan a aquello que ya nos cuentan los medios mainstream, y las respuestas a los intentos de mitificación también marcan un patrón dónde la iniciativa viene de fuera y sólo la respuesta parte de los propios republicanos.

Frente a esto, es necesario, por un lado, liderazgo: Plantear más y mejores críticas a la monarquía y la Casa Real, y plantearlas incluso antes de que otros sectores (por ejemplo, la prensa mainstream) tomen la delantera. En este sentido, es evidente que muchas veces tampoco tenemos medios para, por ejemplo, llevar la iniciativa destapando tramas de corrupción, algo mucho más viable para los periódicos más grandes, con más periodistas de investigación. Si se podría, sin embargo, tomar la iniciativa planteando sólidas y detalladas críticas a la inutilidad de la institución, el agravio que supone la inviolabilidad del rey para la igualdad de todos los españoles, o la opacidad de las cuentas de la Corona.

Por otro lado, se necesita constancia: No basta con publicar sobre la monarquía cada vez que sale un escándalo sobre esta, sino que se debe informar a la ciudadanía de forma constante sobre qué es la monarquía, qué papel juega en nuestro sistema y por qué simplemente sería preferible prescindir de ella.

No importa si a veces el ciudadano promedio está pensando en otros temas y solo un pequeño nicho fiel se informa de forma recurrente sobre el tema de la monarquía. Muchas gotas encima de la misma roca la acaban rompiendo. Y las informaciones sobre el tema de la monarquía, deben, como gotas, ir cayendo para romper la roca de la corona. Como semillas, quedar plantadas, para que más adelante, cuando aparezca un nuevo escándalo sobre la monarquía, ya estén plantadas y puedan florecer.

Que tanto el ciudadano promedio como el activista común conozcan con más detalle la realidad de la situación, qué sepan con qué discrecionalidad maneja la Casa Real su presupuesto y como eso supone un ataque a toda idea de rendición de cuentas en el uso del dinero público, que tengan presente que significa que “la figura del rey es inviolable”, que conozcan al detalle el funcionamiento de la institución, será una forma de que, realmente, la crítica pueda ser más elaborada y fundamentada, y que los activistas estén cada vez más preparados para dirigirse a un público cada vez más predispuesto a escucharlos.

Todo esto, estaría orientado al objetivo de que, más pronto que tarde, el tema si tenga peso en la agenda electoral. Que sea un tema del que se hable de forma recurrente y, que sobre todo, sea un tema que los electores, o al menos parte de ellos, realmente tengan en cuenta a la hora de elegir a quién votar. Sólo así se conseguirá que los partidos políticos actúen en consecuencia y, buscando el voto republicano, muestren cada vez mayor atención al debate sobre la forma del Estado.

Sería interesante, por ejemplo, que, igual que Greenpeace publica sus evaluaciones de los partidos en base a su grado de ecologismo, se publicasen evaluaciones de los partidos en base a su grado de republicanismo. Pero, más generalmente, de lo que se trata es de, poco a poco, conseguir que sea un tema de debate cotidiano, y que si influya en el voto.

Todo esto supone adoptar un nuevo enfoque, más centrado en dar la batalla de las ideas que en llevar a cabo extraordinarios actos de movilización en las calles. Menos centrado en momentos de exaltación y éxtasis reivindicativo, y más centrado en la construcción de instancias como periódicos, asociaciones culturales y fundaciones. En última instancia, más centrado en la guerra de posiciones, si se quiere hablar en términos gramscianos.

De todos modos, como ya he dicho, creo que en este aspecto las cosas se hacen bastante bien, y viendo que ya he dedicado demasiado tiempo a este tema (sobre todo por lo complejo que resulta explicarse al hablar de ámbitos tan confusos como la batalla de las ideas), considero que ya es momento de pasar al siguiente punto, y en el que a mi juicio si se suele errar más gravemente: El tema de la transversalidad.

Como mencionaba en mi pieza anterior, no es posible apoyar de forma duradera un régimen, más aún si es democrático, sobre el apoyo de una sola mitad de la población. Es necesaria la adhesión, o al menos la aceptación, de una clara mayoría de la sociedad. Teniendo esto en cuenta, argumenté que, para que la república pueda ser una realidad en el futuro, es necesario que exista una parte de la derecha que pueda aceptarla y, para esto, es deber de la izquierda formular una propuesta de república que tenga potencial de ser transversal. Es decir, que se plantee como un mínimo común denominador.

Es necesario que, si realmente queremos que haya república, esta sea más la solución a un problema que una fuente de nuevos problemas, entendiendo aquí por problemas motivos de disenso o conflicto. Es evidente que, para mí, como para cualquier persona de izquierdas, no sería un problema conseguir, además del fin de la monarquía, una jacobina separación entre Iglesia y Estado, poner fin a las subvenciones públicas a la escuela privada y concertada, conseguir solucionar en referéndum pactado la cuestión catalana, o poner fin a todos los males del capitalismo. El problema está en que, tratando de lograr todas estas metas a la vez, es posible que solo se consiga multiplicar los conflictos entre las distintas posiciones en el tablero político y, ante la imposibilidad de articular una mayoría, no solucionar nada en absoluto.

Solucionar un problema no implica sólo encontrar la mejor o más deseable solución, sino también llevarla a cabo. Puede ser la mejor solución, al problema de la monarquía y a muchos otros, la república idealizada de la que muchas veces hablamos las izquierdas. El problema es que, además de pensarla, hay que llevarla a cabo. Y, en democracia, cualquiera de las grandes reformas del sistema (no así las pequeñas políticas del día a día), debe llegar de la mano de grandes consensos. Es por esto que, la mejor solución al problema de la monarquía, no será aquella que mejor suene en nuestra cabeza, sino aquella que pueda resultar atractiva a un mayor número de personas.

La monarquía es un problema que, contra lo que podamos pensar, no necesariamente va a preocupar sólo a los más convencidos izquierdistas. Que los votantes de centro-derecha y parte de los de centro-izquierda no confíen, por sus connotaciones, en la idea de una Tercera República, no quiere decir que no les incomode o directamente avergüence la situación que en estos días pasamos con la Corona. Es por esto que es necesario que, ante este problema, formulemos una solución no sólo atractiva para la izquierda más transgresora, sino para todos aquellos que, desde las posiciones más dispares en el tablero político, tengan sin embargo algo de sentido cívico y de la decencia.

Es natural y lógico que desde la izquierda republicana deseemos asociar un eventual régimen republicano en nuestro país a nuestro universo simbólico, igual que para una eventual derecha republicana sería igual de deseable asociar la nueva república a su propia concepción de lo que es la nación y la sociedad y de lo que debe ser el Estado y la república. No hay nada como ser el dueño de la pelota de fútbol cuando se está jugando en el patio del colegio.

El problema está en si no te gusta el fútbol y, en lugar de una pelota, tienes unas canicas. Eres el dueño de esas canicas, pero poco poder te concede esto si todos los demás quieren jugar a fútbol. Peor aún será si pretendes, en base a ser dueño de las canicas, ponerte exigente con quienes tratas de convencer para que jueguen contigo, amenazando con llevarte las canicas si no te hacen caso. Tal vez el dueño de la pelota de fútbol pueda hacer eso, pues mucha gente quiere jugar, pero si tú, que tienes unas canicas, haces lo mismo, lo único que conseguirás es quedarte sin compañeros de juego.

Algo parecido pasa en la relación que cierta izquierda mantiene con la idea de república: Pretende convencer a todos de que quieran jugar con sus canicas pero a la vez recalca constantemente que son suyas y sólo suyas. Es evidente que, si con el tiempo, consigues convencer a todos de que no hay nada como jugar con las canicas y, finalmente, todo el patio de colegio prefiere las canicas al fútbol, te encontrarás en esa situación de poder que todos sabemos que tenía en el patio infantil el dueño de la pelota. También es seguro que habrá otros niños que quieran persuadir a sus madres de que les compren unas canicas, para convencer a los demás de jugar con ellas y no con las nuestras, y poder estar ellos en esa posición de privilegio.

En cualquier caso, lo primero es que exista un consenso en querer jugar a canicas. Esta es una situación similar: De nada sirve que la idea de república sea mía y sólo mía si a cambio consigo que nadie quiera unirse a ella. El monarquismo de derecha lo sabía, y por eso trató, ante todo, de asociar la monarquía a la democracia (algo que la izquierda quería), y en que la monarquía fuese vista como “algo de todos”, al fin de que existiese una izquierda monárquica, o al menos, tolerante con la monarquía. Del mismo modo, la izquierda debe permitir, e incluso favorecer, que exista una derecha republicana.

Es evidente que, si llegase esta nueva república acordada, existiría una disputa política e ideológica por dar significado al significante “república”, por asociar la república a una u otra idea de la política y la sociedad. Una lucha sobre cómo debe entenderse esta república: Si como una república del liberté, egalité, fraternité, o una república del no taxation without representation. Este debate es sano y natural en democracia, es un debate que debe darse y que, fuese su resultado favorable a la izquierda o a la derecha, en cualquier caso sería favorable a la república frente a la monarquía.

En cualquier caso, no toca ahora preocuparse de si los demás chicos jugarán con mis canicas o con las de otro compañero, que también se querrá comprar unas cuando estas se pongan de moda. Primero, hace falta que se pongan de moda las canicas, y la gente prefiera jugar a canicas que a fútbol.

Cierro señalando que comprendo que el lector, si es un republicano de muchos años de trayectoria, tal vez mire con desánimo y poco entusiasmo propuestas como las que formulo: Luchar por una república sosa, descafeinada, que poco o ningún cambio supone más allá de prescindir de los Borbones. Luchar por medios igual de descafeinados y sosos: Escribiendo artículos y libros, dando conferencias, haciendo vídeos en Youtube, publicando periódicos. ¿Dónde quedan aquí el puño en alto, la consigna lanzada al viento, y el ondear de la bandera entre la muchedumbre? ¿Dónde queda también la república que esto soñamos que traería, referente en libertad, igualdad y fraternidad hasta el punto de ser la envidia de los franceses?

La respuesta que puedo dar no es demasiado alentadora: Todo esto quedará, si se adopta el enfoque del pragmatismo y la orientación a resultados, nada más que en el aire. Sin embargo, tras tantos años usando esas formas de lucha, no queda claro que vaya a ser de otra manera si simplemente se decide seguir por el mismo camino que hasta ahora, y que ese y no otro sea realmente el buen modo de empujar la llegada del amanecer de la Tercera República. Y, llegados a este punto, sólo podría preguntar a ese lector si prefiere, como dije en el artículo anterior, pájaro en mano o cien volando. 



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