Por España y contra el rey
 
Por España y contra el rey
Alfonso Vila Francés
 
Entre los años veinte y los años treinta del siglo pasado, un buen número de reyes europeos decidieron suicidarse políticamente. Víctor Manuel III de Italia le dio el poder a Mussolini. Carol II de Rumanía hizo lo mismo. Aparentemente, obvió que los guardias de hierro rumanos eran tan fascistas como los camisas negras italianos. Boris de Bulgaria, Jorge de Grecia y Alejandro de Yugoslavia también favorecieron las dictaduras.

No fueron los únicos gobernantes que cayeron en la tentación de olvidarse del sistema democrático parlamentario que previamente habían jurado defender y que les había otorgado el poder. El canciller Dolfluss en Austria, después de reprimir violentamente a los obreros y grupos de izquierda y de montar una dictadura personal, fue asesinado por los nazis. También hubo generales en Polonia y Hungría que instauraron dictaduras.

Durante los años veinte y treinta, casi toda Europa se llenó de dictaduras. En bastantes casos, y esos son los casos que nos interesan, con la ayuda directa de la monarquía, que lejos de desaparecer como institución fue la primera en legitimar y bendecir el nuevo orden político.

Alfonso XIII fue uno de los que primero favorecieron la dictadura. Viendo el camino cómodo y fácil descubierto por Víctor Manuel, el rey comprendió muy bien que esa podría ser la solución a sus problemas. El «expediente Picasso», que daba cuenta de lo ocurrido en Annual, tenía fecha para ser debatido en el parlamento. Justo entonces se produjo el golpe de estado de Primo de Rivera. Y justo al día siguiente del golpe de Estado, toda la documentación relativa al expediente Picasso fue incautada por orden del general.

El informe Picasso, en principio estrictamente militar, analizaba el llamado «desastre de Annual», una derrota que había sufrido el ejército español en Marruecos. El problema para el rey era que vinculaba esta derrota con el papel directo del monarca, no solo por su amistad con el general Silvestre, uno de los generales señalados como principales culpables del desastre por el informe, sino también por el interés especial del rey en esa zona geográfica, interés debido a motivos económicos, en concreto, la explotación de las minas del Rif.

Blasco Ibáñez, desde su exilio francés, no dejó de mencionar este hecho. Pero en España la prensa estaba controlada por la dictadura. En una breve noticia de 1924 del periódico valenciano Las Provincias se puede leer: «El novelista Vicente Blasco Ibáñez ha realizado, en el extranjero, una campaña contra el monarca Alfonso XIII. Blasco insultó al rey en un folleto, lo que provocó un movimiento de protesta. El Consistorio quitó su nombre a una plaza.» No explicaba mucho más.

El público no debía saber en qué consistía esa crítica mordaz al carácter del rey, quien, cuando años después fue exiliado en Roma, cuentan que reía de su condición de exiliado metiéndose las manos en los bolsillos, volteándolos y mostrándolos vacíos mientras decía: «Estoy sin blanca, son un rey exiliado». Pero sin blanca, lo que se dice sin blanca, no estaba. Iba con su deportivo al casino de Montecarlo y ayudó a Franco con un millón de libras esterlinas.

¿De dónde sacó el dinero? Paul Preston, en Un pueblo traicionado, analiza la corrupción de los gobernantes españoles desde 1876 hasta nuestros días: «Empezando por la monarquía y siguiendo por la iglesia, ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo». El ejército, a su vez, era el pilar que mantenía todo el edificio en pie: «El ejército pensaba que tenía el derecho de interferir en política para salvar España. Por desgracia, ese objetivo de apariencia noble, en realidad era defensa de los intereses y privilegios de sectores relativamente reducidos de la sociedad». Lo mismo denuncia Blasco Ibáñez cuando «dispara al rey: «Un ejército poseedor de todos los medios destructivos oprime al país y le es fácil borrar con fusiles y ametralladoras las quejas de la muchedumbre desarmada».

Los generales, no obstante, no actuaban por su cuenta. El ejército defendía a la monarquía porque la monarquía a su vez colmaba de favores al ejército: «En el curso de los últimos cincuenta años, la monarquía española únicamente ha pensado en halagar al ejército. Creyó que teniendo a sus órdenes la fuerza armada no debía preocuparse de otra cosa. Al que protestase se le ametrallaría. Contando con la adhesión de las tropas podía permitírselo todo y vivir descansadamente. El resto del país no ha existido para los reyes».

Cuando Blasco Ibañez publicó en 1925 «Por España y contra el rey», ya tenía sobrada experiencia en exilios, cárceles, juicios por calumnias y toda suerte de violencia contra su obra y, a veces, contra su propia vida. Aquí encontramos una serie de artículos y folletos que el autor ya había dado a conocer al público francés desde el año anterior. Pero, naturalmente, no escribía solo para el público francés, sino para los españoles que algún día leerían su libro. Lamentablemente, Blasco Ibáñez murió en 1928 y no vio el final de la dictadura ni la posterior caída de Alfonso XIII, después de varios desesperados intentos de aferrarse al poder.

Alfonso XIII podía pasar largas noches en lujosos casinos, pero sentía nostalgia por su patria. Se había ido de muy mala gana. Pese a que en público expresó: «… resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil», lo cierto es que trató de que los principales jefes militares de cada región le ayudasen a mantener la monarquía. Un párrafo posterior de su discurso de despedida nos da una idea de lo que piensa de su exilio: «No renuncio a ninguno de mis derechos porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuentas rigurosas». No abdica y piensa volver a ser rey en cuanto le sea posible el regreso.

En 1925, Blasco Ibáñez hizo un fiel retrato del prototipo de Borbón: «Pretenden que el rey sea un personaje simpático», señalando a los periodistas propagandísticos y serviles. Hagan una cosa, vean una de esas viajes películas mudas en las que sale nuestro campechano y alegre Alfonso XIII… ¿No les cae simpático?

Este texto es el prólogo del libro Por España y contra el rey, de Vicente Blasco Ibáñez, que acaba de publicar West Indies Publishing Company. Se puede adquirir aquí.


Fuente → jotdown.es

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