
“Bananas” no es la mejor película de Woody
Allen, ni siquiera la más divertida. Pero tiene algunas de las
características de todo su cine posterior. Especialmente esa visión
escéptica de la política que le lleva a criticar las estructuras de
poder. Todas ellas. Incluidas las progresistas, a las que teóricamente
está tan cercano. Posteriormente en “Todos dicen i love you” critica
duramente al republicanismo de la Asociación del Rifle y también se
llevan lo suyo los ricos demócratas buenistas y su izquierdismo
infantil. En “Bananas” despacha gustosamente a los Gobiernos “títere” y a
las guerrillas de liberación nacional. Mucho tiempo antes de que
acabáramos viendo el desenlace de Ortega y su sandinismo. Entre otros.
“Bananas” trata de las estructuras de poder y contrapoder, la
guerrilla, en una de esas repúblicas centro y sudamericanas que hablan
español, aunque alguna otra habla francés o inglés, y que han sido
incapaces de adoptar unos regímenes mínimamente democráticos. Que
oscilan entre gobiernos políticos militares y gobiernos civiles
controlados por los militares. Y en todo caso por la Metrópoli, al
Norte. Países donde los gobernantes son corruptos y los que aspiran a
desalojarlos quieren ser tan corruptos como sus antecesores e incluso a
superarlos. Países en que los poderes reales no solo consienten la
corrupción sino que la crean y la fomentan.
Era lo que cabía esperar a tenor de lo que aprobamos en la Constitución. Lo peor es la complicidad de los medios y determinados partidos políticos y nuestra asquerosa cobardía, propia de súbditos sometidos que no de auténticos ciudadanos libres
Son países en que la corrupción es endémica y de momento perpetua.
Heredera del sistema imperial español de concesiones administrativas
reales que todavía practica a dos manos la derecha española
(privatización, subcontratación y percepción de cánones y mordidas).
Aprovechada por el vecino del Norte para perpetuar su dominio.
Resulta curioso y significativo que siempre se hable de “repúblicas
bananeras” cuando fueron las monarquías española, francesa, británica y
holandesa las que inventaron y pusieron en marcha ese modelo económico
del monocultivo con unidades de explotación latifundistas, una población
jornalera sumida en la más absoluta de las pobrezas cuando dejó de ser
posible el esclavismo, y sistemas políticos corrompidos hasta el
tuétano. Y la religión -la cristianización-, como argumento de cierre,
legitimador de todo ello. Modelo que hasta el presente ha sido
imposible descarrilar.
Nada tiene, por tanto, de raro que, por las costuras de nuestra
reciente democracia, se nos vean las enaguas absolutistas y
autocráticas. Que en el pasado exportamos y actualmente mantenemos en
sus causas y sus efectos. Que forman parte incluso del ordenamiento
constitucional y legal. ¿Dónde habla la Constitución de reyes y reinas
eméritos? ¿Qué precepto constitucional autoriza el aforamiento del
imposible Rey “emérito”? ¿Cuál permite que tengamos más reyes que la
baraja cuando la Constitución sólo habla del Rey? ¿De dónde sale esa
inviolabilidad del Rey, interpretada con generosidad reaccionaria por el
Tribunal Constitucional, que permite al Rey asesinar, robar, violar…
impunemente? Y que es expresión del principio medieval de que el
príncipe está por encima de las Leyes. De que la soberanía reside en su
persona y su voluntad, y no en el pueblo. De que las dinastías
monárquicas entroncan con Dios o sus profetas y de ahí su carácter
intocable. Conceptos absolutamente trasnochados y viejunos.
Si creamos el instrumento que le permitía al Rey robar y ser
inviolable e irresponsable por sus actos ¿qué pensamos? ¿Que era un
adorno? ¿Una licencia poética? ¿Que no usaría tal privilegio
exorbitante? ¿Qué nos hace pensar que Felipe VI no hará lo propio?
Suerte hemos tenido, incluso, porque con las mismas nos podrían haber
asesinado y violado a nosotros o a nuestros hijos. Todavía están a
tiempo.
Si me apuran, lo del Emérito era cosa sabida. Era lo que cabía
esperar a tenor de lo que aprobamos en la Constitución. Lo peor es la
complicidad de los medios y determinados partidos políticos y nuestra
asquerosa cobardía, propia de súbditos sometidos que no de auténticos
ciudadanos libres, que nos impide poner fin a esta lamentable comedia. A
esta monarquía bananera.
Fuente → nuevatribuna.es
No hay comentarios
Publicar un comentario