Contra España y contra el Rey
 
"España, como concepto político, es un organismo censor, corrupto y, sobre todo, hipócrita", sostiene Èric Lluent
 
Contra España y contra el Rey
Èric Lluent

En 1925, Vicente Blasco Ibáñez publicaba el libro Por España y contra el Rey, un exhaustivo relato de los abusos de poder cometidos por Alfonso XIII, al que se refiere como «el rey de las comisiones» por proponer monopolios en España a empresarios extranjeros a cambio de suculentas comisiones. Blasco Ibáñez publicó ese libro desde el exilio en Francia durante la dictadura de Primo de Rivera, con una voluntad antimonárquica pero patriótica. 

Casi un siglo después, debemos reconocer que el problema de España no es tan solo la monarquía borbónica, sino la misma idea de nación, el patriotismo que la sostiene, que desde la muerte de Franco podemos identificar como régimen o nudo del 78. Vivimos en un nudo histórico y político, y los nudos, con las tensiones, no desaparecen, sino que se refuerzan. Un buen ejemplo de lo que afirmo es el escrito de tres párrafos del vicepresidente Pablo Iglesias tildando de «indigna» la huida de Juan Carlos. En él no hay ni una sola mención a Felipe VI ni rastro de la idea de República, no sea que el gobierno más progresista de la historia de España se tambalee. A Pedro Sánchez, claro está, ni se le espera para hablar de alternativas a la monarquía. O nudo o nudo, y el nudo cada día mejor atado.

España, como concepto político, es un organismo censor, corrupto y, sobre todo, hipócrita, capaz de olvidar miles de cadáveres en las cunetas y, a la vez, aplaudir la herencia de una dictadura criminal sin pestañear. El sistema político actual es fruto de una monarquía instaurada por la voluntad de Franco y de un pasado excepcional marcado por una Guerra Civil y cuarenta años de dictadura militar impune. Por muchas campañas de marketing que impulsen los órganos de propaganda del Reino, por muchas pataletas que la diplomacia española protagonice en el exterior para evitar que se hable mal de España, ambos hechos son de sencilla comprobación histórica.

Sin el fin de España como nación opresora y excepcional, sin la condena absoluta de un pasado y un presente marcado por la corrupción generalizada en todos los estamentos de poder –como bien constata Paul Preston en Un pueblo traicionado–, sin el reconocimiento de los crímenes de España contra su propio pueblo y contra pueblos extranjeros, sin el cuestionamiento del patriotismo centralista y excluyente que a menudo es punto de encuentro entre votantes de todas las tendencias políticas, sin todo esto no hay posibilidad de establecer un sistema realmente libre de todas las ataduras de nuestro turbulento pasado.

En la cuestión que nos ocupa estos días, con la publicación en la prensa de los detalles de la presunta corrupción a gran escala de Juan Carlos I, ¿es realmente verosímil que Felipe VI –como la Infanta Cristina en el caso Urdangarín– no supiera nada de las supuestas actividades delictivas de su padre, más cuando se trataba de un modus operandi bien conocido en la familia Borbón? Cuando llegaba Juan Carlos a Zarzuela y supuestamente contaba fajos de billetes en una supuesta máquina, ¿dónde estaba el hijo? ¿Nadie le comentó nada? El silencio que cubre lo evidente, en esta y otras cuestiones, es la esencia de España. Por eso deben caer España y el Rey, juntos, para construir un estado republicano moderno, legítimo, plural y respetuoso con la diversidad nacional de su propio territorio.

No hay motivos para el optimismo. En el mejor de los casos, Felipe VI y la familia Borbón caerán arrastrados por posibles pruebas que demuestren su vinculación con los negocios del patriarca. Dudo que esto suceda pronto, puesto que supongo que las entrañas del Estado ya hace años que tienen blindado al hijo de Juan Carlos de Borbón igual que tenían blindado al padre cuando reinaba y porque la regla de los dos tercios para reformar la Constitución da vía libre a la conservación de aberraciones, aún teniendo una mayoría de ciudadanos y representantes en contra. Pero, aunque cayera la monarquía, continuaríamos viviendo en el Régimen del 78 si la Tercera República no viniera acompañada del fin de España como concepto político. 

Con un entorno mediático que ha callado y calla por el bien de la patria, con una izquierda que ni en la actual situación se atreve a hablar de República y con una derecha que se pone cachonda en el Congreso dando gritos de ¡Viva el Rey!, el panorama es bastante desalentador. Tampoco existe en España una masa crítica y movilizada de ciudadanos suficiente para la digna tarea de revolución y refundación política. Sin esperanza, solo queda situarse públicamente contra España, contra esta España, no contra sus gentes ni su geografía, sino contra la idea de nación española elaborada desde la Restauración de 1874 por líderes y élites que deberían avergonzar a cualquier demócrata, renunciando consecuentemente a su legado. Y contra el Rey, por supuesto, porque vivimos en el siglo XXI y porque ya basta de normalizar que un tipo con corona nombrado por un dictador y que reina por la gracia de Dios vaya paseándose por el mundo en representación del pueblo español. Los nudos imposibles solo caen si se corta de raíz la cuerda que los sostiene. Pero en España las tijeras solo se usan para recortar presupuestos públicos y derechos.


Fuente → lamarea.com 

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