Las víctimas inocentes de la guerra
 
Las víctimas inocentes de la guerra
María Torres
 
Cerca de 4.000 niños recogidos por el Consejo de Protección de Menores

En una de las residencias infantiles improvisadas atiende a los chiquitines la hija de don Indalecio Prieto.

Estos chiquillos recogidos hoy en conventos y residencias de Madrid, ¿qué saben de la tremenda lucha entablada entre los hombres de España? Corren y juegan los chiquillos sobre jardines, patios y terrazas, y cuando a uno se le pregunta dónde está su padre, la respuesta es, invariablemente, la misma:

—Papá se quedó en casa.

Y papá, a esa hora, estará luchando, o quizá cayó para no levantarse más, entre las jaras de la Sierra.

Los chiquitines, en tanto, con su magnífica indiferencia infantil, juegan y ríen, trasladados de su hogar de siempre a un nuevo hogar.

¿Qué saben ellos, felizmente, de esta fratricida lucha en que se está desangrando España?

No son sólo los hijos de los que marcharon al frente. Son, además, junto a ellos, los recogidos en la calle, y los que llegaron a Madrid desde los pueblos de la Sierra, y los que estaban en los conventos hoy incautados por las Milicias socialistas y comunistas, y los que recibían enseñanza en las residencias religiosas abandonadas por las monjas y los frailes al iniciarse la tragedia. Millares de niños y niñas a los que de momento, e inaplazablemente, hay que atender, para que su desamparo no sea total.

Toda esta labor la viene realizando el Consejo de Protección de Menores, bajo la entusiasta dirección de su presidente, Mariano Granados. Habitualmente, la gestión de este Consejo va, en forma de tutela jurídica y espiritual, hacia los niños delincuentes, hacia los que pueden ser peligrosos, hacia los que están abandonados moralmente. (Porque del abandono material entiende la Beneficencia pública). Pero al sobrevenir las actuales circunstancias, la realidad se impuso, con toda su terrible fuerza. Estaban los niños de los conventos, y los que llegaban de la Sierra, y los que tenían a sus padres en el frente y a sus madres en las organizaciones de retaguardia. De acuerdo con el ministro de Justicia, el Consejo se entregó a toda esta labor, que se salía de la suya peculiar; pero que era urgente e indeclinable.

Si normalmente la acción del Consejo se extiende de un modo aproximado sobre algo más de un millar de chicos, hoy, muy pocos días después de haberse comenzado la nueva labor, alcanza ya a cerca de los cuatro mil niños. Y día a día llegan nuevas solicitudes y necesidades a las que poner remedio. Por fortuna, al mismo tiempo llegan en crecido número los ofrecimientos para ayudar en esa tarea de tan alto valor humano.

Esos millares de chicos están repartidos entre los establecimientos que eran ya propios del Consejo y los ahora habilitados para este fin. Así, hay chiquillos en la Escuela-Hogar de Vallehermoso, y en la Residencia de Estudiantes, y en el Noviciado de María Inmaculada, y en el convento del Santísimo Sacramento y en la Escuela Nacional de Puericultura. La mayor de todo esto ha tenido que improvisarse, y a fuerza de entusiasmo y de fervor se suple la organización que sólo da el tiempo.

Quizá de todas las nuevas residencias infantiles instaladas, la más completa es la que hay desde hace unos días en el antiguo convento de San Blas, en la Travesía del Fúcar. Hay en él unas cuarenta niñas, procedentes, en su mayor parte, de conventos incautados o abandonados. Al frente de la residencia está un equipo de mujeres que voluntariamente realizan todas las faenas de la casa. La que lleva la parte directiva es la esposa del aviador Hidalgo de Cisneros. Cocinan, friegan y limpian, entre otras muchachas, tres profesoras del Instituto-Escuela. Allí hemos visto también, riendo mientras pelaba unas patatas, cuidaba de una paella o secaba una cacerola, a Conchita Prieto, la hija del ex ministro socialista.

Todos estos servicios de los que se han ofrecido a atender a los niños víctimas de la guerra civil son desinteresados, naturalmente. Pero el mantenimiento de los chiquillos exige un gasto de importancia, superior a los recursos habituales del Consejo de Protección de Menores. Para atender a ello se ha iniciado una suscripción, que sólo en dos días ha alcanzado ya una cifra de importancia, y a la que hay anunciadas nuevas y considerables aportaciones. Esta suscripción, por lo que en ella hay de noble emoción humana, tendrá, seguramente, la adhesión de muchos, que querrán así aliviar la situación de tanta víctima inocente de nuestra guerra civil.

Mientras fuera, en la calle, la pasión se enciende, y más allá, en el campo y en la montaña, se lucha y se muere, aquí, en la paz de estas residencias improvisadas, los chiquillos corren, juegan y ríen. ¿Qué saben ellos, felizmente, de esta lucha fratricida en que se está desangrando España?

J.M.A.
Mundo Gráfico, 5 de agosto de 1936
 

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