
La saga/fuga de JC
Manolo Monereo
Manolo Monereo
- "Cada vez que el rey Felipe VI se distancia de su padre, lo incrimina más y profundiza en la crisis de legitimidad de la monarquía"
- "La coyuntura política se va a ver afectada por la crisis en la casa de los Borbones. Hay dos actores que han tomado la iniciativa, el PSOE y Vox"
- "Pasar del republicanismo como nostalgia al republicanismo como proyecto y programa. Movimiento hacía la III República (M3R)"
Para Ramón Pérez Almodóvar cómplice de aventuras republicanas y, a veces, socialistas.
Lo que sabemos hoy del rey emérito se conoce desde principio de los
90 y está escrito. Simplemente, nunca se difundió para que lo conociera
la opinión pública. Hay libros, informes y noticias, muchas de ellas
provenientes del exterior. Las personas interesadas, no sin dificultad,
podían conocerlas y asombrarse de que nunca hubiera un debate público
sobre ellas. En el Parlamento, la mención a estos asuntos era siempre
oblicua, cuando no desestimada y alrededor de Juan Carlos I se fue
creando una omertà que aún dura.
La dinámica es inquietante. Cada vez que el rey Felipe VI se
distancia de su padre, lo incrimina más y, a la vez, profundiza en la
crisis de legitimidad de la monarquía. La solución sería cortar de una
vez y denunciar la sistemática y permanente corrupción que había ido
anidando en torno a un rey obsesionado con acumular capital e intervenir
en los grandes negocios que se hacían bajo la cobertura del Estado.
Nada nuevo, por lo demás, en la casa de los Borbones. Una mentalidad
patrimonialista, un uso y abuso de la Jefatura del Estado para ganar
influencia y poder en los negocios, la impunidad como privilegio se
mezcló con una concepción reaccionaria del poder y un desprecio
sobresaliente a las clases populares recubierto de campechanía. Hablar
de los Borbones, al menos, desde Fernando VII equivale a constatar su
falta de grandeza, su carencia de un proyecto de país y de una
corrupción convertida en el modo normal de gobernar.
Ahora muchos se rasgan las vestiduras y otros fingen ignorancia. Los mismos que desde el grupo Prisa, pasando por La Vanguardia y ABC,
salían aguerridamente a defender a un rey intachable y promotor de la
democracia, hoy se preocupan, no de condenar las prácticas abusivas que
el rey emérito realizaba, sino de proteger a la institución monárquica
y, específicamente, a Felipe VI. Lo lógico sería exigir transparencia,
justicia y verdad. Hay que decirlo con claridad: las actividades de Juan
Carlos las conocían todos los jefes de gobierno y los grandes partidos
que se turnaron en el poder desde la Transición. Suarez, González,
Aznar, Zapatero y Rajoy conocían lo que el rey hacía y lo protegieron.
Sabemos que alguno intentó oponerse y la durísima respuesta del hoy rey
emérito. Es más, por lo que se va conociendo, en esta protección de los
negocios privados del rey, intervinieron instituciones del Estado y,
específicamente, el Centro Nacional de Inteligencia.
Antes se ha dicho, y conviene subrayarlo, que los medios de
comunicación han sido esenciales en el ocultamiento de las actividades
de Juan Carlos, practicando un cierre de filas en torno a la institución
y reprimiendo a aquellos periodistas que osaron ir más allá de lo
políticamente permitido. Convendría no olvidar un dato para los tiempos
que vienen: lo que ha destapado los negocios sucios del Rey no ha sido
tal o cual señora, tal o cual inspector de policía encarcelado, sino las
dimensiones de una corrupción que terminó llegando a los medios de
comunicación internacionales y autoridades judiciales de algún Estado,
como Suiza, nada proclives a una visión justiciera de la cosa pública.
La fuga del rey emérito tiene, al menos, tres consecuencias. La
primera es que hace emerger las sombras en esa marcha triunfal en la que
se ha ido convirtiendo la Transición democrática. Se conocen bien las
estrategias y las actitudes y hasta el 23F ha sido esclarecido. La
intervención del rey en la caída de Adolfo Suarez está clara y hace
aparecer una paradoja que irá creciendo en el tiempo. Me refiero a que
el rey ganó legitimidad por unos sucesos que, en gran parte, él
contribuyó a provocar; que hoy los monárquicos y la derecha reclamen la
figura de Adolfo Suárez, es algo más que una mentira histórica: Juan
Carlos, en medio de una grave crisis en la UCD, fue quien forzó, en
último término, su dimisión.
La segunda consecuencia es que la Casa de los Borbones, en su
conjunto, queda dañada y su imagen pública, devaluada. El
enriquecimiento del rey ha contribuido, directa e indirectamente, al
nivel de vida y a la capacidad de gasto de su familia. Se trata de una
enorme fortuna cuyo de depositario será Felipe VI. El caso Urdangarín
hay que verlo ya de otra forma, en otro contexto y con otras
implicaciones. La tercera consecuencia es una crisis de legitimidad de
la monarquía parlamentaria como forma de gobierno. La reinstauración de
la tradicional monarquía española por parte de Franco se convirtió en
restauración gracias al proceso de democratización y al acuerdo con don
Juan de Borbón. Se pretendió así blanquear la falta de legitimidad de
origen. Las actividades del rey como jefe de la casa de los Borbones, el
uso en beneficio propio y de su familia de la Jefatura del Estado,
terminaron por destrozar la legitimidad de ejercicio.
Sabemos que no fue fácil convencer al rey para dejar la corona. La
figura clave fue, una vez más, Felipe González. Lo que se le explicó a
Juan Carlos para convencerle se puede suponer, la apertura de una crisis
de régimen provocada por la ruptura del pacto social y las políticas de
austeridad impuestas por la UE. El 15M, para sorpresa de muchos, puso
en pie una crítica profunda al papel de los grandes poderes económicos,
el cuestionamiento de una democracia bipartidista cada vez más cerrada y
separada de la ciudadanía, la corrupción como forma normalizada de
hacer política y la necesidad de una regeneración del sistema en su
conjunto. Democratizar la democracia, poner freno al control que sobre
la política ejercía el capital financiero, empresarial y corporativo; la
defensa intransigente de los derechos sociales y, fundamentalmente,
fortalecer el peso de las clases trabajadoras. El debate pronto giró
hacia la apertura de un proceso constituyente y la monarquía se empezó a
cuestionar a fondo.
No es difícil imaginar que en esas conversaciones influyó mucho el
carácter juvenil de la movilización social y el masivo empleo de las
redes sociales que rompían la muralla de protección que habían ido
construyendo los grandes medios de comunicación. La corrupción era ya
difícil de ocultar, la vida privada del rey contaminaba a la Jefatura
del Estado de una manera sustancial. El asunto Urdangarín, los
escándalos permanentes y, sobre todo, el desprestigio de la monarquía
hicieron necesaria la abdicación de un rey súper protegido por las
élites económicas y políticas. Su salida de España no pone fin al
problema y abre un debate inexcusable sobre el papel de la monarquía en
un país como el nuestro que vive una crisis existencial.
La coyuntura política se va a ver afectada por la crisis en la casa
de los Borbones. Hay dos actores que han tomado la iniciativa, el PSOE y
Vox. Pedro Sánchez intenta aprovechar la salida de Juan Carlos como
instrumento para visualizar una nueva centralidad en el país; no le
importan demasiado las críticas de Unidas Podemos. Es más, se cree con
capacidad de convertirlas en un apoyo de su nueva posición política. Vox
se adelanta y marca posición. Deja a un lado cualquier veleidad
populista y aparece con su verdadera cara, la derecha tradicional
española, monárquica, autoritaria y neoliberal. Pretende sintonizar con
la calle y movilizar a una parte de la opinión pública contra el
gobierno socialcomunista y en defensa del rey Felipe. Casado queda en
una posición extremadamente difícil. En condiciones normales, debería
propiciar un acuerdo con el Partido Socialista ante una crisis de Estado
y de Régimen. Esto ya no es posible. La estrategia ideada por Aznar
fracasa ante un Abascal que busca desesperadamente su hegemonía en el
espacio político electoral de las derechas.
La situación de Unidas Podemos es difícil y con riesgo. Lo decisivo
es acertar en la estrategia económica. No se trata solo de incrementar
el gasto social. Hay que ir más allá: cambiar el modelo productivo
fortaleciendo el papel de las clases trabajadoras, cambiar el modelo de
poder (económico). La estrategia de la ministra Calviño es típica de los
gobiernos social liberales: primero crecer y luego redistribuir. La
economía no funciona así; el modo de distribución determina el tipo de
crecimiento y el modelo productivo. Hasta ahora, las salidas a las
crisis han supuesto una devaluación sustancial de salarios y precios. Si
queremos hablar de verdad de transformar el modelo productivo, la clave
es hacer las reformas ahora porque luego no serán posibles. Me refiero a
las reformas laborales, a definir con precisión un nuevo modelo
industrial y sus concreciones programáticas, a conseguir, de una vez por
todas, un sistema fiscal justo, redistributivo y eficiente. Insisto,
las reformas que no se hagan ahora, luego no se podrán realizar o serán
solo un cambio de fachada.
La política es el arte de diferenciarse. Una fuerza como Unidas
Podemos, que construyó una alianza de gobierno con un partido como el
PSOE, corre el peligro de diluirse, de perder sustancia social y
desdibujar su proyecto político. Las alianzas son siempre un modo de
organizar el conflicto y no de ponerle fin. Es la continuación del
conflicto por otros medios. El tema republicano es una fuerte identidad,
ahora más que antes. ¿Por qué? Porque existe el peligro –que Vox y PP
aprovecharán a fondo- de que república e independentismo acaben
identificándose. Hace falta un republicanismo español claro, que mire
hacia el futuro; es decir, hacia la III República. Pasar del
republicanismo como nostalgia al republicanismo como proyecto y
programa. Movimiento hacía la III República (M3R).
Fuente → cuartopoder.es
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