

Es
evidente que la fuga de Juan Carlos de Borbón ha abierto un debate
que permanecía sepultado sobre el modelo de estado en España. El
momento es de extrema debilidad para la monarquía, las encuestas dan
porcentajes muy altos de partidarios de la República y, sin embargo,
no parece que vaya a abrirse paso una República, al menos una
República con contenido, en un futuro próximo. Los que la
desearíamos vemos cómo no existe una alternativa política
republicana articulada y organizada a nivel estatal. Mientras,
estamos viviendo con hartazgo, indignados y desesperados con las
informaciones que aparecen a diario confirmando como campa
impunemente la corrupción y la podredumbre en nuestro sistema
político, representado en su cúspide por la monarquía borbónica.
La misma que, bajo la bota de la dictadura y los militares más
reaccionarios, se nos impuso al pueblo español hace ya más de 40
años, durante un régimen franquista sobre el que no se ha hecho
justicia ni condenado oficialmente. ¿Cómo es posible que no haya
alternativa a esto? Recurrir a la historia y a la hemeroteca se hace
imprescindible para comprender desde una perspectiva crítica, el
momento actual, así como las posiciones de los distintos actores
sobre el tablero político.
Más
allá de explicaciones y posicionamientos, no se trata en esta carta
de repetir los múltiples y variados motivos que nos reafirman en
nuestros principios republicanos, de sobra conocidos por quien se
considere un verdadero republicano. Se trata de reflexionar sobre la
naturaleza del Régimen del 78, sobre cuál ha sido el papel de la
izquierda en el momento político actual, y fundamentalmente sobre
nuestra responsabilidad como ciudadanía en crear las herramientas
necesarias para hacer que la República que anhelamos sea una
realidad.
El
origen de la monarquía actual, no debemos olvidarlo en todo este
debate, fue la ley de sucesión aprobada con el referéndum
franquista de 1947, y la posterior elección de Juan Carlos I
directamente por el dictador como su sucesor. Su inclusión dentro
del proyecto de constitución de 1978 sin que hubiera siquiera
derecho a discutir la forma del Estado (no se permitió votar
monarquía o república, sino que la constitución vino ya elaborada)
fue un elemento más del plan diseñado por los dirigentes de la
transición para coartar que los españoles pudieran decidir
realmente su futuro político. La votación constitucional fue un
puro trámite con el que se tragó con la esperanza de salir de una
vez de los tiempos oscuros de la dictadura.
La
monarquía, lejos de ser un factor de estabilidad institucional, tal
y como presumen algunos, ha abierto hoy una crisis política de
enorme calado en nuestro país, tras descubrirse que Juan Carlos de
Borbón no ha resultado ser el rey ejemplar que nos ha contado la
propaganda, sino que ha estado usando su cargo para beneficiarse
personalmente durante años como un corrupto más de los que han
operado bajo su reinado. Era algo durante largo tiempo sospechado,
aunque todavía no probado. Este escándalo se está tratando de
tapar lavando la imagen de la monarquía, con constantes especiales,
apariciones y panegíricos en los medios, pero se agrava aún más
por la responsabilidad del gobierno en pleno en la planificación de
la huida del rey (emérito, que sigue conservando el título), ante
las posibles consecuencias judiciales que puedan tener las
investigaciones que penden en el extranjero sobre él, ya que se
barajan países de destino que no tienen tratado de extradición con
Suiza, único país cuya justicia está investigando con seriedad al
ex-rey.
El
visto bueno del gobierno a esta operación es un hecho muy grave que
muy pocos se atreven a señalar, y que, de ser cierto que una parte
del gobierno no sabía nada, cabría esperar una ruptura inminente de
dicho gobierno por parte de uno de sus socios. El papel de UP en todo
esto se ha limitado a unas tímidas declaraciones, pidiendo que se
nos abra la posibilidad de elegir al jefe del Estado, mediante
referéndum y posterior reforma constitucional, lo cual abriría paso
a una República “Bicolor” en la que no cambiaría ni la bandera
(Pablo Iglesias ya se ha manifestado contrario a la bandera
tricolor), ni la estructura legal del régimen, ni su legitimidad
posfranquista.
Este
hecho nos alarma muchísimo a los que jamás hemos reconocido la
legitimidad de este régimen, la posibilidad de una república
heredera del Régimen del 78 es nefasta y no es la República en
manos de la ciudadanía a la que aspiramos. Porque no se trata tan
sólo de cambiar un rey por un presidente electo. Eso sería un
recurso lampedusiano con las reformas justas para que en el fondo
nada importante cambiase en España. En ALTER hemos defendido siempre
que la República debe venir de la mano de una ruptura, y no de una
continuidad con el régimen. De la misma manera que hemos defendido y
defendemos la tricolor como única bandera nacional republicana, que
representa las aspiraciones del pueblo a su emancipación, y que por
herencia histórica y por coherencia ideológica, es irrenunciable.
Los símbolos son muy relevantes, y usar la misma bandera que
enarbola la extrema derecha y la monarquía sería un fracaso y una
claudicación del republicanismo.
Para
entender y comprender mejor que los republicanos no nos conformamos
con simples cambios cosméticos, se hace necesario aclarar por qué
es necesaria la ruptura con el régimen actual, el sistema político
que podríamos denominar como Régimen del 78, al que consideramos
como la continuidad de los valores fundamentales del Régimen del 39
bajo formas aparentemente democráticas. El régimen que bajo la
impunidad, la corrupción judicial y la connivencia de los medios de
comunicación, ha permitido que determinadas élites políticas y
económicas esquilmen el país y sus arcas a placer, que un sistema
judicial clientelar con doble vara de medir actúa más como represor
al disidente que como verdadera justicia independiente y
equilibradora del poder; o que se nos obligue a tragar con el cuento
de que este es un país con una democracia ejemplar, gracias a la
inestimable labor de los periodistas y tertulianos a sueldo de los
medios de comunicación del régimen.
Los
republicanos tenemos claro que el régimen, como heredero de los
vicios del anterior, es el causante de los principales problemas que
vive hoy España: la corrupción institucional endémica, la
perpetuación de un sistema económico dependiente del turismo y la
construcción, beneficioso sólo para unos pocos, con un mercado
laboral precario y un problema de paro estructural, la falta de un
modelo territorial coherente con la realidad diversa en naciones y
sensibilidades de España pero que a la vez pueda ser un elemento
cohesionador y de fraternidad, lejos de centralismos y nacionalismos
excluyentes. La raíz del problema es que durante la transición no
se produjo una verdadera ruptura y permanecieron elementos de las
viejas élites que impedían que se estableciese una democracia
limpia y plena: Permisividad con la corrupción, clientelismo,
impunidad de la monarquía, ley electoral conservadora, sistema
judicial controlado por el poder, ejército corrupto y fascistizado…
etc. A esto es a lo que se refería Franco cuando afirmó que estaba
todo “atado y bien atado”. Es, en esencia, un régimen al
servicio de los poderosos de este país: “la casta” como alguien
dijo una vez acertadamente y luego olvidó.
En
medio de todo este panorama, hemos constatado que, desde la
izquierda, no se ha aprovechado en 40 años para construir una
alternativa opositora al régimen de ámbito estatal, con un proyecto
colectivo para España, que conteste este discurso oficial del
pensamiento único. Muchos vivimos con una sensación de
desesperación y orfandad que no haya partidos en el parlamento,
salvo la izquierda vasca o los independentistas catalanes, aunque sea
por otros motivos, que cuestionen la naturaleza del régimen.
Algo
ocurre con una izquierda española acomplejada y servil que, desde
que Carrillo aceptó la monarquía y la bandera a cambio de ser
legalizado, ha claudicado totalmente con la cuestión republicana,
que no ha ido mas allá de la petición ocasional de la celebración
de un referéndum. Los representantes políticos de la izquierda en
los que alguna vez hemos confiado, han traicionado nuestras
esperanzas una y otra vez y se nos revelan como simples oportunistas
en busca de nuevos sillones, que modulan su lenguaje, que rebajan y
venden sus ideales y su programa, una vez alcanzan nuestros votos y
ciertas cotas de poder. Es cierto que existen honrosas excepciones,
pero a nivel general ha sido así, para desgracia de sus votantes.
Pero
la pregunta central permanece: ¿Cómo es posible que no exista un
partido republicano de oposición en España? ¿Quién es, quién
representa hoy en España la voz de los republicanos de izquierdas?
¿Dónde están?
Dejemos
a un lado del debate a la derecha española, que por mucho que haya
corrupción, se identifica con la monarquía no por convicción
legitimista mayoritariamente, sino porque ésta representa la
permanencia de los valores franquistas e intereses tradicionales de
las clases dominantes patrias. Es eso lo que está en juego, por ello
no conceden importancia a las corruptelas borbónicas y dan su apoyo
sin fisuras al rey.
Es
tradicionalmente en la izquierda donde ha residido la fuerza
principal del republicanismo en España. Entre las fuerzas en teoría
de izquierdas de nuestro país, vemos día tras día a un PSOE que
cierra filas con la monarquía y ejerce de pilar básico del sistema
bipartidista del régimen, que impide que se investigue la corrupción
en la Familia Real, y permitiendo su impunidad sin sonrojarse. Los
socialistas son, en teoría, un partido republicano según sus
estatutos, y muchos de ellos se declaran republicanos pero
monárquicos a la vez, lo que se vino a denominar durante un tiempo
juancarlismo y que hoy ya es pura tomadura de pelo en una pirueta
terminológica indefendible ya ante un público informado.
El
oxímoron se repite, sin embargo, cuando vemos los constantes
panegíricos a la monarquía en todos los medios de comunicación y
el blindaje que se le ha otorgado a la monarquía, con la clara
colaboración socialista. Es evidente que el PSOE, salvo quizá
tímidamente sus bases juveniles o algunas personalidades que guardan
silencio, no puede considerarse un partido republicano. De hecho,
muchos pensamos que en la práctica, ha sido el principal partido
monárquico del país.
Por
otro lado, la izquierda institucional representada primero por el
PCE, luego IU y posteriormente Podemos y Unidos Podemos, jamás se
han declarado como opositores al Régimen del 78. Lejos de ello, sus
representantes se han reunido sin trabas con el rey, en ocasiones le
han aplaudido y han jurado ser leales al mismo; han defendido las
bondades de la constitución y la bandera monárquica; y, si bien han
tenido un programa más o menos de izquierdas, siempre han apostado
por una política posibilista y reformista, creyendo ingenuamente que
la reforma es posible sin tocar la estructura dentro del marco
constitucional vigente, dándole de esta forma validez y legitimidad;
manteniendo mientras el discurso de que la República “no toca”
en estos momentos (nunca toca), utilizando el elemento republicano
como “atrezzo”, como elemento folclórico o decorativo en
manifestaciones o como simplemente un elemento de la memoria
histórica republicana, pero nunca han planteado una estrategia real
y abierta para derribar el Régimen del 78 en el presente y el futuro
inmediato, junto a la necesidad de la República como una ruptura.
Fundamentalmente,
esta actitud de las cúpulas de los partidos de la izquierda
mayoritaria es lo que ha supuesto un freno al surgimiento de un
partido de izquierdas opositor al régimen. Esto no es un ataque
gratuito a estas formaciones, es una crítica que pretende ser
constructiva, y existen argumentos sobrados para demostrar esta
tesis. Los muchos que aún creen que esto no es cierto, sólo tienen
que abrir la hemeroteca y consultar el desprecio constante a los
símbolos como la tricolor, al referente histórico de la II
República, o las loas a tal o cual discurso del rey o a su
personalidad, por parte de algunos líderes recientes de estos
partidos. Entender esto es fundamental para comprender que no
vamos a tener una República de la mano de esta izquierda
acomplejada, que sólo aspira a ser una muleta del PSOE dentro de la
monarquía. Ellos
son una fuerza del sistema y del Régimen del 78 y no una fuerza
opositora al mismo. Defienden un supuesto cambio pero en la realidad
suponen un freno al mismo, aunque muchos de sus miembros y votantes
estén repletos de buenas intenciones.
Como
no parece que la actitud de la izquierda existente en el parlamento
vaya a cambiar, ni que esperar sentados y de brazos cruzados a que,
escándalo tras escándalo, la monarquía se derrumbe, sirva para
algo positivo ¿Dónde queda entonces el espacio para un
republicanismo español de oposición al régimen monárquico? Desde
el inicio de la construcción del régimen, los partidos
republicanos, que no aceptaron ni la monarquía ni sus símbolos
(sobre todo la bandera) fueron prohibidos y no pudieron participar en
las primeras elecciones “democráticas” de 1977, y desde
entonces, por la inercia de un sistema electoral que favorece a los
que ya están dentro, han sido condenados al ostracismo
extraparlamentario, siendo privados también del acceso a los medios
de comunicación. Hablamos de partidos como ARDE, Izquierda
Republicana, el PCE (m-l), o más recientemente, Alternativa
Republicana, entre otros.
Este
republicanismo ignorado y menospreciado, sistemáticamente tachado de
nostálgico, apartado de la opinión pública, tiene hoy elementos
para aportar a nuestra vida política como alternativa al régimen.
No se trata de vender humo ni prometer nuevas o viejas políticas, ni
de alejarse de los conceptos de izquierda o derecha, o de diluirse en
la posmodernidad líquida.
En
estos tiempos de zozobra, es necesario que se construya desde la
ciudadanía activa, un referente político coherente, con un impulso
y posicionamiento claro y con un proyecto político colectivo para
todos: La III República, que debe surgir como una ruptura
democrática y pacífica con el actual régimen y que debe dar mucha
más voz a la ciudadanía para defender los intereses colectivos, que
por fuerza son los de las clases subalternas. Defender la República
es defender que la ciudadanía vuelva a ser dueña de sus destinos.
Esa
es la tarea que los republicanos y republicanas que formamos ALTER
hemos intentado llevar a cabo desde la fundación del partido. No
somos famosos ni tenemos líderes mediáticos ni mesiánicos, no
tenemos suficientes medios económicos para lanzar grandes campañas,
ni nuestro discurso es fácil de aceptar por las personas
bienpensantes que han creído a ciegas las mentiras y mitos que el
régimen ha repetido hasta la saciedad durante más de 40 años. Pero
ello no nos ha apartado ni por un momento del proyecto que hoy toca
más que nunca y sigue siendo imprescindible. Somos un puñado de
mujeres y hombres que mantenemos vivos los ideales republicanos, el
legado de Manuel Azaña, de Marcelino Domingo, de los que no se
rindieron ni en la guerra ni en el exilio, de los que nunca
claudicaron con la monarquía; con la esperanza de recuperar algún
día la dignidad democrática que nuestro país merece. Y eso nos
convierte en un partido que es oposición al régimen, que pretende
derrocarlo pacíficamente y mediante la fuerza de los votos.
La
República que queremos no va a llegar sola, mientras esperamos
cruzados de brazos. Tampoco vendrá de la mano de un referéndum o de
una reforma de la constitución actual para que todo siga igual.
Vendrá de la mano de aquellos partidos que sean valientes y no
colaboren con el régimen y que defiendan abiertamente y sin fisuras
la República. Será
una victoria electoral de los republicanos, igual que un 14 de abril
de 1931, la que puede traernos la República y abrir el proceso
democrático de elaboración de una nueva Constitución. Aunque
esto parezca lejano y aunque sean malos tiempos para la militancia,
ese día puede estar más cerca de lo que imaginamos si sabemos
trabajar activamente para ello, generosamente, con compromiso y
disciplina. No se trata sólo de manifestaciones o caceroladas, hay
que implicarse y organizarse políticamente.
Es
por ello, que tras la crisis política abierta, con la perspectiva de
otra crisis económica gravísima e inminente a la vuelta de la
esquina, ALTER lanza un llamamiento a la unidad y a la organización
de todos aquellos que se consideren republicanos y de izquierdas. Si
no queremos ser una vez más simples espectadores ante las decisiones
que se acaban tomando en los despachos de los poderosos, es el
momento de dar el paso y fortalecernos para construir la República
que queremos.
Fuente → alianzarepublicana.es
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