Con una afectada teatralización, la Casa Real española ha confirmado la salida del país del rey emérito.
Sin embargo, este enésimo cortafuegos generacional no logrará los
efectos deseados de salvaguarda de la Monarquía y del actual jefe del
Estado.
En primer lugar, el movimiento ya está amortizado, pues hacía semanas
que los rumores corrían por las redacciones y las redes, y en cambio
las contraindicaciones son diversas: desde las estéticas hasta las judiciales, sin garantías de que nuevas revelaciones mantengan el foco sobre los diferentes escándalos en torno a Juan Carlos I.
Y, en segundo lugar, porque no resuelven la debilidad originaria de los Borbones en España.
Tradición, utilidad y ejemplaridad
Las Monarquías parlamentarias y democráticas se justifican por razones de tradición, utilidad y/o ejemplaridad.
En el caso español, la primera apelación se ve cuestionada por una
trayectoria accidentada de abdicaciones y restauraciones; la segunda se
desafía desde la trinchera republicana y por el creciente desapego de
las nuevas generaciones (aunque el CIS opte por el silencio
demoscópico); y la tercera se encuentra sacudida por la acumulación de escándalos financieros y parejas comisionistas del monarca huido (sin olvidar otros episodios protagonizados por su círculo íntimo y familiar).
Porque, aunque el debate actual surja en torno a la figura y
actuación de Juan Carlos I, a nadie se le escapa que lo relevante son
las implicaciones respecto de la continuidad de la Monarquía en España.
El brillo inicial del rey emérito, que había permitido camuflar la
debilidad histórica e institucional de la Corona, se halla hoy agotado.
Sobre la segunda endeblez se habían pronunciado con contundencia
juristas prestigiosos como Bartolomé Clavero:
“La Monarquía actual es extraña no sólo por extemporánea, sino también por disfuncional, por una disfuncionalidad constitucional explotada además por ella misma y por los partidos centrales que vienen sucediéndose al frente del gobierno del Estado. Todo ello ha podido desarrollarse a partir de una instauración dictatorial de la Monarquía que no se ha sometido del todo a una reinstauración parlamentaria”.
Debilidad histórica
Sobre la debilidad histórica, basta con fijarse en la incapacidad
borbónica para encadenar más de dos monarcas en los últimos dos siglos.
Tras la muerte de Fernando VII (que pasó de ser “el deseado” a “el rey Felón”) y las guerras civiles carlinas, la ‘corte de los milagros’ se vio sacudida por las interferencias políticas, económicas y sexuales de su hija Isabel II, hasta su destronamiento –no exento de machismo— en 1868.
La subsiguiente restauración en 1874 en la figura de Alfonso XII
normalizó el “borbonear” –en referencia a las constantes intromisiones
reales— y, ante la experiencia del exilio y de la pérdida momentánea del
trono, añadió la preocupación por enriquecerse, a veces a través de
intermediarios y a veces directamente, en negocios de todo tipo y no siempre claros.
Por ejemplo, el reinado de Alfonso XIII, reconocido pornógrafo y coleccionista de amantes, es inseparable de acontecimientos como el desastre de Annual y la posterior dictadura de Miguel Primo de Rivera, pero también de episodios de ventajismo económico como su participación en la mítica Hispano-Suiza, forzando la apertura de una deficitaria factoría en Guadalajara.
La corrupción sistémica
y los abusos sistemáticos volvieron a dejar a la Monarquía sin
avaladores, desencadenando un segundo derrocamiento por la acumulación
de errores propios. Así lo explicó el socialista Julián Besteiro:
“Algunos exploradores africanos cuentan haber visto, en las selvas, elefantes que permanecen en pie después de muertos, sostenidos por el enorme peso de su mole: la monarquía española es uno de esos elefantes”.
Los Borbones no regresarían a España hasta décadas después, por decisión del dictador Francisco Franco, quien no dudó en saltarse el orden dinástico y la figura de Juan de Borbón. Con todo, el protagonismo del rey Juan Carlos I en la transición de la dictadura a la democracia –con el episodio, todavía debatido, del 23F como consagración—
parecía haber corregido un comportamiento condicionado no por razones
de determinismo genético o fatalidad histórica, sino más bien por
disfunciones de la institucionalización, organización y control del
propio sistema político.
Cuando el juancarlismo congregaba consensos
El ‘juancarlismo’ congregaba consensos e incluso internacionalmente la Corona española gozaba de prestigio.
Sin embargo, y antes que un elefante de verdad y no uno metafórico se
cruzara en su camino, la reputación inicial del actual emérito se había
deteriorado y, aunque el sistema mediático español se conjuraba para
evitar filtraciones, las disfunciones se acumulaban.
Ello se ha agravado en los últimos años por un cambio generacional y
de valores donde, aquello que antes era perdonado como muestra de
campechanía y sagacidad, ahora se condena como confabulación y
corrupción. Los secretos y confidencias de antaño hoy circulan por las
redes sociales y son amplificados por los medios.
Cuando sus consecuencias impactan sobre la política, la economía y la
sociedad, especialmente en plena crisis pos-COVID-19, las alcobas y los
bolsillos del rey resultan informativamente relevantes.
La falta de tradición, utilidad y/o ejemplaridad puede acabar
costándole cara a la Casa de Borbón, más aún si fracasa en su intento
por sintonizar con los nuevos tiempos y/o para significarse por encima
de los intereses de parte.
Fragilidades compartidas: Monarquía vs República
Para garantizar su supervivencia debería acertar a la hora de elegir discursos, actuaciones y colaboradores –y pueden empezar tomando nota de los futuros monarcas ingleses—, pues como recordaba el ex jefe de la Casa del Rey Sabino Fernández Campo: “La verdad se le debe decir al Rey, con prudencia y sutileza. […] El respeto no tiene nada que ver con la adulación”.
La intermitencia borbónica parece una constante histórica en la
trayectoria contemporánea de la Monarquía española y las dudas sobre una
futura coronación de la hoy princesa Leonor parecen más que
justificadas.
Paradójicamente, el mismo registro histórico ofrece alguna esperanza a
los Borbones, pues las alternativas republicanas (por no hablar del
anecdótico Amadeo I de Saboya) han sido todavía más frágiles y
discontinuas.
Para quienes imaginan una España republicana, casi mejor que centren
sus esfuerzos en consolidar su apuesta, pues para derrocar a la familia
real siempre pueden contar con su capacidad para la autodestrucción.
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