
A golpe de piqueta y maquinaria pesada han derribado los muros casi
centenarios de la Cárcel Vieja de Murcia. A veces la historia se ancla
en una anécdota. O entra en bucle. La suya es como un eslabón perdido en
una cadena de sucesos, nudos y desenlaces que ha esquivado varios
intentos de demolición y ha sobrevivido a 40 años de abandono institucional.
Muros etéreos se llama el proyecto para reinterpretar su carácter
introvertido, de exclusión y aislamiento. Maquillar y dar una nueva
identidad para hacer de la antigua prisión un centro sociocultural
diáfano, abierto y permeable que conecte con la ciudad.
El alcalde, José Ballesta, ha calificado el hecho de “momento
histórico”, por mostrar por dentro lo que hasta ahora estaba oculto, no
abriendo sus puertas, sino tirando las paredes por las que se colaban
miradas furtivas a través de cualquier rendija para satisfacer intrigas y
curiosidades.

Son también los escombros y las grietas de un patrimonio que se cae a pedazos. Sergio Pacheco,
presidente de la Asociación para la Conservación de la Huerta y el
Patrimonio de Murcia (Huermur), lamenta que la ciudad se haya ido
modernizando a base de borrar el pasado. Tirando abajo edificios
simbólicos que dan identidad, “estamos perdiendo nuestras huellas y
raíces”, matiza.
En su opinión, “el patrimonio histórico y cultural de la región se
encuentra en estado de abandono. La Administración, sin iniciativas
serias para poner freno a su degradación, actúa a base de denuncias”.
Huermur, que acudirá “a las instancias que sean necesarias” y utilizará “cualquier vía legal“,
ha intentado evitar estos derribos pidiendo al TSJ la paralización
cautelar de las obras hasta que se resuelva el procedimiento judicial en
marcha para catalogarlo Bien de Interés Cultural (BIC), porque “son sus
muros los que le dan ese carácter”, comenta Pacheco, que indica que hay
jurisprudencia del Supremo que reconoce expresamente que uno de los
principales criterios para la protección de estos edificios carcelarios
son sus muros. Además, califica de sinsentido que el proyecto municipal
prevea “su recreación con estructuras metálicas y luces led de colores”

Fachada del edificio histórico antes de que empezaran las obras. / Huermur
La asociación ha recurrido el auto que desestima las medidas
cautelares: “Está lleno de incongruencias. La misma sala del tribunal en
en otros sitios, como la cárcel de San Antón en Cartagena (muy
similar a la de Murcia), ha aceptado paralizar los derribos hasta que se
decida sobre su protección, pero en este caso utiliza otra vara de
medir”, explica Pacheco.
Dice que por parte de los gobiernos municipal y autonómico se han
encontrado pasividad, desmanes, obstrucciones y obstinación por despojar
de su significado a este edificio emblemático, por lo que han pedido
soluciones al Ministerio de Cultura, que ha abierto un expediente por presunto expolio. “Si finalmente se reconocen los valores del edificio, instaremos su reconstrucción”, concluye.
Más difícil es recomponer la memoria, que se resquebraja, como quien
borra la tortura y el tormento de lo que fue un infierno en la tierra
para quienes, encerrados por pensar como pensaban, veían solo cielo y
tierra. Muros etéreos. Recuerdos intangibles.
La Prisión Provincial de Murcia, que se proyectó en 1922 como un
intento de regeneración moral del preso y se inauguró en 1929, sirvió
para encarcelar a un gran número de anarquistas y comunistas en la dictadura de Primo de Rivera y después funcionó como centro de represión y escarmiento durante el régimen franquista.
Francisco José Medina, doctor en Historia y profesor de la
Universidad de Valencia, hace 12 años propuso al Ayuntamiento proyectar
un museo de la guerra civil: “La pieza de museo es el propio inmueble,
que serviría de hilo conductor para explicar ese periodo. Ese es su
enorme potencial, que se desaprovecha al usarlo simplemente como mero
continente de servicios culturales”.
Al final, opina, “será un centro más”, y lo que es peor: “Las
próximas generaciones normalizarán su nueva imagen, lo que contribuye a
seguir borrando y silenciando su memoria”. En suma, “es una propuesta
descafeinada”, porque “la intención es desfigurar y diluir su sentido histórico“.

La mayoría desconoce su pasado, a pesar de que forma parte del
imaginario popular y de la fisionomía urbana, en la céntrica y
transitada Avenida General Primo de Rivera. El historiador Antonio Martínez Ovejero
comenta que “esta parte de la historia ha sido ocultada, tergiversada y
falseada por la historiografía oficial”, y el investigador Floren Dimas,
de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio, coincide: “Murcia tiene que
dedicar un espacio a las décadas recientes más convulsas que
significaron un cambio de era”. Solo hay que ir al Museo de la Ciudad
para comprobar que de los años 20 al 45 es un capítulo en blanco.
A esta provincia de retaguardia la lealtad a la república le
costó cara. El carácter masivo de la represión produjo un tsunami, “una
riá -en términos murcianos- de violencia, muertes, detenciones y ajustes
de cuentas políticas que llenó las prisiones de tal forma que hubo que
habilitar otros edificios como iglesias y conventos”, explica Martínez
Ovejero.
Un informe de Falange de 1939 constataba que “Murcia es roja”,
porque “no se ha realizado a raíz de la liberación una auténtica
limpieza”, y cifraba en 20.000 los presos. Con algo más de 719.7011
habitantes (censo 1940), Martínez Ovejero eleva a “más de 33.000 entre
1939 y 1945 los reclusos por delitos de rebelión, cuando los que se
rebelaron fueron los franquistas”.
Una vez terminada la contienda la represión fue cruenta, y la Cárcel
Vieja su máxima expresión hasta el punto de constituirse en uno de los
regímenes carcelarios más duros de la posguerra española.
Pedro María Egea Bruno, catedrático de Historia Contemporánea
de la Universidad de Murcia, cree que “se está frivolizando con este
lugar” que se ideó para 400 personas y en un momento álgido llegó a
albergar a 3.000 prisioneros que se hacinaron en condiciones deplorables
de higiene y salud. Unos a la intemperie -“en los patios es donde cogí
miseria”, según algún testimonio- y otros amontonados, apretados y
encogidos -“cuando dormíamos teníamos que ponernos de acuerdo para poder
girarnos”-.
El profesor dice que “el desencuentro con el Ayuntamiento es total”,
sobre todo ahora que han empezado a derrumbar las paredes sin respetar
la petición que la Universidad realizó en 2017, cuando requirió entrar
en la cárcel con un fotógrafo para recuperar los graffitis, “un material historiográfico de estudio sobre esta forma de manifestación de los presos en situaciones extremas”.
Considera que la cárcel debería ser archivo y centro de memoria histórica e investigación. Sin embargo, “se ha ideado un espacio que no sé cómo definirlo: edulcorado y descontextualizado, y pierde su significado, robando la memoria a los murcianos”.
La Asociación para la Recuperación y Defensa de la Memoria Histórica
de Murcia (Tenemos Memoria) manifiesta que el Ayuntamiento no quiere
difundir lo que ocurrió en el interior de este edificio y prefiere pasar de puntillas -literalmente, porque las piedras de los muros se reutilizarán en los nuevos espacios peatonales-.
En palabras de su presidente, Diego Jiménez, “la idea del
alcalde es que se olvide que fue un centro de tortura, sufrimiento y
represión”, y duda de que haya intención de dotarlo de contenido
memorialista.

Sin voz ni voto, se sienten ignorados y ninguneados por el
Consistorio. Sí han logrado gracias a sus reivindicaciones que se
reserve un lugar de memoria, aunque queda relegado a una segunda -e
hipotética- fase de las obras, aún sin presupuesto.
María Jesús García, expresidenta de Tenemos Memoria, anima a
“no caer, como pretende el Ayuntamiento, en la negación, invisibilidad y
banalización”, y pide concreción, ya que se habla de “carácter
polivalente” y “no especializado en una disciplina determinada”: “Nos
tememos que la memoria histórica ocupe -si es que lo ocupa- un lugar
residual”, apunta.
Lamentan que no se dé prioridad al uso cultural, pese a que esa ha
sido la tendencia en toda Europa con las cárceles fascistas. La
rehabilitación, pese a llevar aparejada en esta primera etapa una
inversión de 1,9 millones de euros, está por definir, salvo el negocio
privado: una tienda y un restaurante junto a una sala de exposición y un
salón de actos.
Decía Juan Marsé que mientras el país no sepa qué hacer con su
pasado, jamás sabrá qué hacer con su futuro. Murcia sigue sin saber muy
bien qué hacer con este pasado incómodo. Continúa a vueltas con este
edificio que iba a ser el Guggenheim murciano o un estilo Matadero de
Madrid e incluso una colección de arte contemporáneo como el Thyssen y
hasta un inmueble de nueva planta para albergar la sede de la Agencia
Tributaria.

Jiménez advierte: “Seremos perseverantes y estaremos vigilantes para
dotarlo de contenido, en colaboración con la Universidad de Murcia, y
aprovecharlo como recurso didáctico para enseñar la historia del
municipio y la Región”. Y para que no resurjan ciertas ocurrencias, como
la de instalar un gastrobar: celdas convertidas en bares.
A Rufino Garrido se le revuelven las tripas cuando revisa los expedientes que acumuló la prisión. Él y Juana Marín
llevan cinco años yendo al archivo. Han estudiado unos 13.000 y aún les
quedan alrededor de 7.000. Se centran en los fusilados con el objetivo
de que sus nombres no acaben en el olvido. Por el momento han localizado
550 personas condenadas a muerte, de las que se ejecutaron 525
sentencias, y 48 que fallecieron por enfermedad y hambre.
Garrido describe un relato escalofriante: “Parte del castigo era tratarlos como escoria; en los expedientes vemos maltrato de todas las formas posibles”. Tras el conflicto, los vencedores no dieron tregua. “Trataron a los presos como personas sin derecho a vivir”, prosigue.
Garrido describe un relato escalofriante: “Parte del castigo era tratarlos como escoria; en los expedientes vemos maltrato de todas las formas posibles”. Tras el conflicto, los vencedores no dieron tregua. “Trataron a los presos como personas sin derecho a vivir”, prosigue.
“¿Se trataba de vencidos o de enemigos a los que había que exterminar?”, se pregunta la historiadora Fuensanta Escudero.
Sus estudios, que cuentan la historia de los sin historia, da
testimonio de la vida en las prisiones y campos de concentración. El
hambre y el miedo fueron una constante, las torturas la norma y de todos
los recuerdos la humillación fue uno de los más dolorosos. “No bastaba
con privarlos de libertad, también tenían que perder la dignidad y
muchos la vida. La situación en las cárceles, tanto por la cantidad de
internos como por las condiciones de vida, rozaba el exterminio”,
precisa.
Ya enferma de Alzheimer, Angelita Martínez, que estuvo entre
sus rejas desde los 2 años hasta los 6 acompañando a su madre, se seguía
acordando de que no había agua, de Franco y del ‘Cara al sol’.
Sus muros son señas de identidad, pero ante todo se trata de arrojar
luz al periodo más oscuro de la historia reciente y dignificar la
memoria de tanto sufrimiento. Basta una pizca de sensibilidad y algo de
voluntad política. Por encima de cuestiones partidistas. Sin banderas.
Para mirar por la rendija del tiempo y soltar la retahíla de
recuerdos reprimidos. Para cerrar heridas. Para que no se repita. Para
dejar de ser una sociedad enferma de amnesia con la tarea pendiente de
conocer para comprender.
LORETO MÁRMOL
Fuente → lapajareramagazine.com
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