
Sole Raya, librera e impulsora de la cultura en Montilla, me pide palabras para la presentación del libro póstumo “Vivo como Hablo”, de mi admirado y añorado tocayo Julio Anguita… quizá para rememorar el libro “Contra la Ceguera”
que Anguita y yo escribimos a cuatro manos, y presentamos aquella tarde
inolvidable en esa tierra ardiente de sol y vino del Sur.
“Cogito ergo sum”,
la locución latina del “Pienso luego existo”, formulación filosófica de
René Descartes, la ha hecho suya Anguita en este libro. Conociéndole,
Anguita primero se dijo “pienso y después hablo”, para derivarlo en un
“vivo como pienso”, terminando finalmente en el título “Vivo como
hablo”.
Tuve la alegría de compartir una parte de la vida con
Julio Anguita para preparar la escritura conjunta del libro “Contra la
Ceguera”, confeccionada con largas grabaciones, búsqueda de documentos,
contraste de publicaciones… Fue él quien decidió con generosidad que
durante mis estancias en Córdoba me hospedaría en su vivienda.
Confieso
que por un instante sentí un cierta inquietud, la que pudiera derivarse
del desgaste de la vida cotidiana en la convivencia durante semanas
alternas en el seno de su hogar. No soy mitómano, nunca he situado a
ningún ser humano por encima de los demás. Ni adoración, ni
deslumbramiento, ni mucho menos cualquier delirio forman parte de mi
comportamiento en relación con los demás.
He conocido y
tratado a lo largo de mi vida periodística a grandes creadores de la
cultura, la universidad, la ciencia, el activismo social o el
periodismo, algunos de los cuales han sido después grandes amigos. Es
una manera de estar vacunado contra el desvanecimiento que produce en
algunos seres humanos la cercana contemplación de los que consideran sus
ídolos. “Ídolos” tantas veces de barro.
En mi caso, Julio
Anguita no podía caerse de pedestal alguno, menos aún de un altar en el
que ninguno de los dos creía. Únicamente en nuestra convivencia podría
haber presenciado de primera mano algo que hubiera roto el encanto de
una amistad.
Antes de conocerle, Anguita despertaba en mí la
admiración de ciertos profesores que tuve en el Instituto y la
universidad del País Vasco. Desde la lejanía comencé a verle como una
columna romana de coherencia. Un ser cargado de coraje y convicciones
profundas. Siempre me recordó la frase del Nobel griego de Literatura,
Yorgos Seferis: “O la vida significa coraje, o deja de ser vida”.
Fueron
seis la semanas alternas que viví en Córdoba con Julio y su esposa
Agustina. Aquel tiempo lo llenamos de largas conversaciones, de
entrevistas intensas, pero también de paseos por la ciudad, de
encuentros con los amigos en el vino de la 13:00h., de tertulias con
compañeros de militancia, desayunando juntos en una cafetería de la
calle donde vivía, comiendo y cenando en el salón de su vivienda.
He
de decir que durante aquel tiempo, que hoy recuerdo con cariño y
nostalgia -donde conjugamos el trabajo conjunto y una vida intensa-, el
ser humano no sólo no me defraudó. Si no que aún creció más en su
humanidad, en su cercanía, descubriendo en él un sentido del humor
formidable, un sereno equilibrio, un extenso conocimiento por las
fortalezas y debilidades humanas…
Por muchas razones, Anguita
entraría a formar parte en aquellas semanas de mis afectos profundos.
También porque vivía como pensaba, porque vivía como hablaba, porque
nunca se le fue la fuerza por la boca. Si se enfadaba con alguien, jamás
alzaba la voz, bien al contrario bajaba su tono. La voz alta era
únicamente signo de su alegría y alborozo.
Hoy puedo deciros
de manera cercana que Julio Anguita no tenía dos caras, como el dios
Jano. En su vida diaria, lo suyo era el estudio, el análisis, el
razonamiento…
Más allá del oropel verbal, el ex alcalde de
Córdoba siempre luchó contra los discursos tramposos y cínicos, contra
el escamoteo de los discursos oficiales y mediáticos en los que la razón
suele ser secuestrada. Era un militante contra las malas artes y las
pillerías de los que se dirigen a la gente con discursos de consignas
gregarias, para mayor gloria del capitalismo financiero.
Vivía
como hablaba sin duda, contra el pensamiento único reinante, a favor de
recobrar el sentido de la Historia. Hablaba y no exageraba. Nos decía
que el paro es una cárcel, y el paro juvenil una cárcel a perpetuidad.
La precariedad laboral, una mazmorra más; y la pérdida de horizontes, un
presidio.
Sus palabras, dentro y fuera de casa, en la
tertulia, los Media, la universidad, los liceos republicanos, en la
plaza cordobesa de la Corredera, eran siempre una invitación a la lucha y
al pensamiento, con la condición de exigir la erradicación de los
discursos almibarados. Su única condición era reflexionar sobre nuestra
historia más reciente, y procurar no repetirla.
Doy fe. Julio
vivió como pensaba. Desdeñó la comodidad de las lisonjas con las que el
poder acaricia las cabezas de los que enajenaron su libertad de
pensamiento. Frente a ellas y ellos, quien fuera secretario general del
Partido Comunista de España y Coordinador General de Izquierda Unida
buscó las pruebas, la claridad argumental, los datos objetivos, sin
acatar jamás los dictados de los mercados.
Su memoria, su
legado, es el de los que hicieron del ejercicio de pensar su mejor
aportación a su militancia política. Como diría su admirado Federico
García Lorca, Anguita nos llenó las manos de rosas y estrellas, de
utopías de lo posible.
Sus palabras grabadas o escritas son
un soplo de viento fresco, revolucionario. El filósofo oriental Kong
Fuzi, conocido como Confucio, escribió hace 2.400 años que “existen
tres caminos para alcanzar la sabiduría: a través de la imitación, el
más sencillo; por vía de la reflexión, el más noble; y mediante la
experiencia, el más amargo”.
Anguita utilizó el más
noble de los caminos de conocimiento, el del estudio y la reflexión. Su
admirado poeta Antonio Machado, el andaluz que naciera hace ya 145 años,
dejó escrito en uno de sus sueños poéticos que “una colmena tenía /
dentro de mi corazón”, donde las “doradas abejas / iban fabricando en él
/ con las amarguras viejas / blanca cera y dulce miel”.
La
miel de Anguita, abeja obrera del pensamiento de quien vivía como
hablaba, de quien vivía como escribía. Al catarla, como un buen vino,
nos lleva a sentir que desde el corazón de sus libros, Anguita nos ha
dejado cera ardiente y dulce miel para seguir construyendo una sociedad
más libre y más justa. En la que nos entreguemos a la utopía de quienes
reflexionan, piensan, hablan y luchan.
La utopía de quienes viven como hablan.
Euskadi, a 26 de julio de 2020,
en el 145 aniversario del nacimiento de Antonio Machado.
Juan Rivera, Julio Flor (centro) y Julio Anguita en el CSO Rey Heredia
Fuente → colectivoprometeo.blogspot.com
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