
Juan
Carlos I se resiste a abandonar Zarzuela y no quiere ni oír hablar de renunciar al título de rey
emérito de España que cree le
corresponde por legítimo derecho pese a las supuestas trapacerías y negocios
que le imputa la prensa. El orgullo del patriarca, una simple cuestión de
honor, es la causa de que se esté retrasando su salida de palacio, una medida
que hace solo unos días parecía definitivamente pactada por el Gobierno y la Casa Real. La cuestión es que la negativa del anciano monarca a
someterse al exilio (dorado o más bien sombrío) –algo que él considera una
humillación denigrante tras 40 años de reinado–, está generando problemas y
distorsiones en el seno del Gobierno de coalición.
Pedro
Sánchez se ha encontrado con una patata caliente inesperada en
medio de la pandemia y podría decirse que se encuentra atrapado entre dos
fuegos: por un lado los ministros de Unidas
Podemos, que presionan con fuerza para que la medida se lleve a cabo cuando
antes, ya que el goteo incesante de escándalos y noticias sobre el patrimonio
oculto del emérito es ya insoportable para la formación morada; por otro el
malestar de ciertos barones nostálgicos del PSOE, a los que les duele el destierro de Juan Carlos I de Zarzuela, mostrándose como los más fieles y
fervorosos monárquicos. El emérito sigue teniendo buenos amigos entre las filas
socialistas, de hecho el periodista de asuntos dinásticos Jaime Peñafiel ha revelado en las últimas horas que un conocido
alto cargo socialista de los año 90 ayudó al rey a traer el dinero de Suiza después de que el siempre sabio y
templado Sabino Fernández Campo, secretario
y tutor de la Casa Real, le
prohibiera taxativamente tocar uno solo de aquellos maletines delictivos. “Sabino
lo sabía y no le gustaba. Como su secretario no lo ayudaba, Juan Carlos buscó
colaboración en un dirigente socialista. Mi respeto por el que fuera jefe de Su
Casa, que va más allá de su muerte y me impide dar el nombre del político del
PSOE que le solucionó el problema de los dineros suizos”, afirma Peñafiel.
Aunque conviene no olvidar que el Consejo de Ministros tiene plenas competencias para emitir un real
decreto que retiraría el título de rey emérito al primero de los borbones como
paso previo a su salida del país, parece improbable que el PSOE se atreva a tanto, ya que entonces la extrema derecha montaría
un 36 y con el coronavirus rebrotando con fuerza no está el país para andar
jugando a los guerracivilismos. En cualquier caso, llama la atención la
lentitud con la que se está llevando el proceso. Si hace solo unos meses sacar
la momia de Franco del Valle de los Caídos parecía misión
imposible para el Gobierno de coalición, hoy Sánchez se ha encontrado con otro
inquilino de difícil desalojo. Es como si el destino hubiese deparado al PSOE
la espinosa y dura tarea de desahuciar de sus últimas moradas a ex jefes del
Estado, ya sean vivos o muertos. Sea como fuere, Don Juan Carlos ya ha dicho
que no se va, que no lo sacan de palacio ni con la Guardia Civil, aunque al ritmo que avanzan las investigaciones del
fiscal suizo Yves Bertossa no se
descarta que la Benemérita tenga que
intervenir en cualquier momento en algún registro por sorpresa, ya que según ha
confesado Corinna Larsen “el dinero
está en Zarzuela”. La empresaria alemana ha asegurado que el rey emérito traía
dinero a espuertas de los países árabes y luego lo contaba todo, billete a
billete, en una máquina que lo ponía a cien, como un niño con un juguete nuevo.
Por otra parte, que Juan Carlos se resista a salir de su
casa es un sentimiento normal en cualquier ser humano. A nadie le gusta que lo
pongan de patitas en la calle y menos que lo larguen de la vivienda que ha
ocupado durante cuatro décadas. No es fácil digerir que a uno lo tachen de
okupa, como hace Santiago Abascal con Pedro Sánchez todo el rato.
Por eso no extrañaría que el emérito terminara como Manolo, aquel personaje moroso de 13 Rue del Percebe que se atrincheraba en su buhardilla, con todo
tipo de artilugios defensivos y triquiñuelas, ante la llegada de los resignados
acreedores que nunca podían hacer efectivo el cobro de las letras impagadas. Manolo
era capaz de todo para que no lo limpiaran de su vivienda, desde apuntar a la
puerta con un potente cañón hasta instalar una alambrada electrificada que ni
el muro de Trump. Al igual que el
personaje del genial Ibáñez se
aferraba a su derecho a quedarse, el rey emérito abraza también esa filosofía del
no pagar lo que uno considera indebido. El rey emérito está convencido de que
fue un héroe que devolvió a España la democracia, de modo que las comisiones, las
cuentas suizas, los paraísos fiscales y las sociedades offshore son solo el precio final, la minuta de liquidación, el
finiquito que los españoles deben consentirle, aunque solo sea como favor por
los servicios prestados.
Está visto que al viejo Borbón no lo saca de Zarzuela ni su hijo Felipe y si es preciso se acantona con la Guardia Real y con su camarilla de fieles, entre ellos Espinosa de los Monteros, que parece
estar dispuesto a dar la vida por la Monarquía
si es preciso. Cualquiera que lo conozca sabrá que el emérito es un duro
que soportó muchas penurias en la Transición
y tuvo que lidiar con peligrosos legionarios y chusqueros golpistas. No va
a dejarse amilanar ahora por un presidente guaperas y cuatro bolivarianos que
no habían nacido cuando el tejerazo del 23F.
De Zarzuela no lo mueve ni Dios. Desenvainará la muleta esperando a sus
enemigos, se aferrará al trono regio y al grito de No pasarán y el Resistiré
del Dúo Dinámico, el cetro en una
mano y la corona en la otra, venderá cara la piel del oso. Aunque, bien mirado,
en este caso el depredador de Botsuana
será la presa. Cazador cazado.
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