

Un análisis de la relación entre lo religioso y lo político durante la Dictadura en España
Franquismo, el yihadismo católicoIván M. Hernández
El 18 de julio de
1936 tenía lugar el golpe de Estado fallido por parte de los que luego
constituirían el, mal llamado, Bando Nacional durante la Guerra Civil
española. La lectura histórica más extendida y fidedigna a la hora de
explicar lo que ocurrió es la del comienzo de un enfrentamiento entre
los progresistas y los conservadores españoles. Aun así, resulta muy
revelador analizar este día desde el marco teórico franquista: para
ellos, el 18 de julio, se iniciaba la Cruzada Nacional.
El pensamiento que atravesó el Franquismo desde el golpe de Estado hasta la muerte de Franco, adaptándose a cada etapa, fue el nacionalcatolicismo. La RAE lo define muy nítidamente: Durante el régimen franquista, situación caracterizada por la estrecha relación entre el Estado y la Iglesia católica.
Desde el primer momento los golpistas plantearon la contienda, no como
un enfrentamiento entre dos visiones del país o dos grupos de intereses
contrapuestos, sino bajo el término medieval de ‘cruzada’ y como una
depuración contra la anti-España.
Las cruzadas fueron unos enfrentamientos con carácter de ‘guerra
santa’ que tuvieron lugar en la Edad Media. Su finalidad era defender la
religión católica y propagarla allá donde no existiera su dominación.
Podríamos compararlo, para acudir a un ejemplo que nos resulte más
actual, a la Yihad islámica. Quizá, de primeras,
pudiera parecer una exageración comparar la Cruzada Nacional planteada
por los golpistas en España con la Yihad, pero ¿acaso no es la misma
filosofía la de aquel ‘Estado católico’ franquista que la del Estado
islámico?
Las 3 grandes religiones monoteístas (cristianismo, islam y
judaísmo) tienen en esencia una intención expansionista y absolutista
que, en la práctica histórica, se ha traducido en la siguiente frase del
Levítico (libro santo para cristianos y judíos): “Perseguiréis a
vuestros enemigos, que caerán ante vosotros al filo de la espada”.
Tanto la ‘Cruzada Nacional’ como la Yihad se plantean como una ‘guerra santa’,
tanto en una como en otra se persigue a los disidentes e ‘infieles’ y,
en ambos casos, existe una fusión entre Iglesia y Estado. El poder
político hace cumplir la ‘palabra de Dios’, esté supuestamente recogida
en el Corán o en la Biblia.
Puede que, fruto del intento de borrado que han intentado hacer con
lo ocurrido durante el Franquismo, nos resulte chocante y pensemos que
esta comparación es tan solo un recurso retórico o una exageración. Pero
vayamos a 1936, rememoremos las bases y la práctica del
nacionalcatolicismo que gobernó en España durante cuatro décadas.
Veremos si sigue siendo tan exagerado como puede parecer en un primer
momento.
La supuesta intención de los sublevados era “poner orden” en una
República que ellos consideraban con el rumbo perdido. Pronto se
abandonó esta idea en el imaginario colectivo y se revelaron las
inclinaciones monárquicas de los dirigentes golpistas (si es que no se
sabían ya). El nombramiento de Juan Carlos de Borbón como sucesor de
Franco fue la materialización de esta realidad. Se puede considerar el
18 de julio como el inicio de una suerte de Segunda Restauración
Borbónica.
Aun conociendo esto, sabemos que la inquina hacia la República no
era por un gran aprecio al poder monárquico, sino por las reformas que
ésta había empezado a desarrollar en una España, hasta entonces,
decimonónica. La Constitución Republicana fue (es) la Constitución más
progresista que hemos tenido, también en el ámbito religioso. Por
primera vez se separaba de forma total a la Iglesia del Estado. Manuel
Azaña pronunció en uno de los debates constituyentes la famosa frase “España ha dejado de ser católica”.
Cualquier análisis profundo acerca de los intereses reales que se
escondían tras el Franquismo da para varias tesis o libros, aquí
simplemente intentaremos analizar el fanatismo religioso que caracterizó
a este régimen, el relato basado en él y sus similitudes con una teocracia.
El nacionalcatolicismo del que hemos hablado no es una ideología
equiparable al fascismo, al marxismo o al liberalismo (ni mucho menos),
pero sí que se podría considerar la ‘ideología’ del Régimen. Tampoco fue
una doctrina diferenciada del catolicismo o del fascismo. No era algo
concreto o derivado de un análisis profundo. Fue una mezcla coyuntural
de fervor religioso, defensa de los privilegios del clero y la nobleza,
protección con mano dura de los intereses capitalistas y terratenientes
en España y mucha testosterona impostada por hombrecillos acomplejados.
Este nacionalcatolicismo mostró su cara más totalitaria
en los años de la Guerra Civil (1936-1939) y del Primer Franquismo
(1939-1945), buscando la eliminación completa del enemigo. El mismo
Franco dijo que “En una guerra civil, es preferible una ocupación
sistemática de territorio, acompañada por una limpieza necesaria, a una
rápida derrota de los ejércitos enemigos que deje al país infestado de
adversarios”.
En la reciente Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar, podemos ver esta reflexión del dictador en la escena del avión,
una de las más impactantes de la película. En ella, Franco justifica el
posterior extermino bajo un relato de defensa de la ‘civilización
cristiana occidental’.
Lo religioso no se traducía únicamente en eliminar a los infieles del catolicismo, sino que lo atravesaba todo.
En 1937, Franco pronunció el famoso discurso en el que abogaba por «un
Estado totalitario» y en el que utilizaba múltiples expresiones, como la sangre de tantos mártires o el altar augusto de la patria, que demostraban la intención de articular esta fusión entre lo político y lo religioso.
El cardenal Isidro Gomá y Tomás, arzobispo de Toledo, resumía
perfectamente el proyecto: “No es posible otra pacificación que la de
las armas. Para organizar la paz dentro de una constitución cristiana,
es indispensable extirpar toda la podredumbre de la legislación laica” y
añadía que “Todos consideran la actual contienda como una guerra santa y
nadie sale al frente sin confesar y comulgar”.
José Antonio Primo de Rivera ya utilizaba en el ideario de Falange
la guerra santa y el concepto de ‘cruzada’, tratando de mártires a los
que fueran al frente. Otro personaje siniestro e importante del Régimen
como Millán Astray, fundador de la Legión, veía la guerra como una
misión que les había encomendado Dios para salvar a la humanidad. Es
decir, todas las cabezas “pensantes” del Franquismo compartían esta
visión del catolicismo como guía política.
La simbiosis entre el Franquismo y la Iglesia (institución) se dio desde el inicio de la Guerra Civil. La Carta Colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero (1937) supuso el apoyo explícito de la Iglesia a los fascistas.
Plá y Deniel, sucesor del anterior arzobispo que hemos citado, señaló
que “eran no los intereses de un partido o de una facción los que
defendíamos sino los sagrados intereses de la Religión y de la Patria y
aun los intereses de la civilización cristiana amenazada en todo el
mundo”.
Decía Habeas Corpus en su famosa canción Ay de los vencidos aquello
de “no me habléis del perdón de Dios, él también hizo la guerra. Y la
ganó, el pueblo la perdió, ahí está la diferencia”. Parece que, a día de
hoy y con el mirar hacia otro lado que supuso la Transición, no tenemos presente que la
Iglesia católica tiene las manos manchadas con la sangre de los entre
150.000 y 400.000 españoles (y no españoles) antifascistas que
combatieron por la democracia.
Este apoyo eclesiástico fue recompensado por Franco en 1953,
otorgándole múltiples poderes a la Iglesia a cambio de nombrar a los
obispos él mismo, cual monarca absoluto. El Concordato entre el Estado español y la Iglesia Católica,
que permitió esto, manifestaba en su primera línea que se hacía “en
nombre de la Santísima Trinidad” y se publicó en el BOE el 19 de octubre
de ese año. Sorprendentemente, continúa en vigor en 2020.
Muestra del carácter nacionalcatólico extremo del que venimos
hablando, que llegaba al punto del exterminio, fue la presencia del nazi
Antonio Vallejo-Nágera en la Universidad española
durante esos años. Gran parte de su “trabajo”, para el que se rodeó de
miembros de la Gestapo, consistió en la búsqueda del ‘gen rojo’,
para lo que experimentaba con presos políticos de izquierdas.
Técnicamente esto se llamó el ‘Biopsiquismo del Fanatismo Marxista’.
Como vemos, el coqueteo de la extrema derecha con las pseudociencias no
es algo actual. El pseudocientífico franquista concluía lo siguiente:
“He tratado de determinar las relaciones que puedan existir entre las cualidades biopsíquicas del sujeto y el fanatismo político-democrático-comunista. La idea de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental ya la habíamos expuesto anteriormente en otros trabajos. La comprobación de nuestras hipótesis tiene enorme trascendencia político social, pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación de estos sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible”.
Su filosofía, aunque ya la hemos podido vislumbrar, se reduce a la
lectura más inhumana de Nietzsche, recogiendo la idea eugenésica del “exterminio de los inferiores orgánicos y psíquicos”.
Puede que el apellido Vallejo-Nágera nos suene, ya que entre la
descendencia de este criminal hay escritoras, psiquiatras e incluso
exmaridos de Paulina Rubio o miembros del jurado de MasterChef. Es
decir, una familia de lo más normalizada entre el famoseo y el
empresariado español actual, casi ni pareciera que su abuelo/tío/padre
fue asesor en los campos de concentración nazis.
Otras muestras del depuramiento que ejecutó el Franquismo son los fusilamientos de infieles y disidentes políticos, las torturas, los presos y presas, los trabajos forzados, los bebés robados o la existencia de gran cantidad de campos de concentración en España como acredita el libro Los campos de concentración de Franco: Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas de Carlos Hernández de Miguel.
Se intentó también dejar muestra arquitectónica (de gran
mediocridad, como acostumbraban) con las cruces a los caídos. La gran
cruz cristiana del Valle de los Caídos se ideó como un monumento “en que
las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les
legaron una España mejor».
Quizá la mejor forma de concluir sea citando las palabras de Gonzalo
de Aguilera (oficial de prensa de Franco), que nos permiten comprender
el alcance de la ‘limpieza’ religiosa e ideológica que tuvo lugar en
España:
“Tenemos que matar, matar y matar (…) Las masas no son mejores que los animales y no se puede esperar que nos contagien del virus del bolchevismo. Después de todo, las ratas y los piojos son portadores de la peste. ¿Comprende ahora lo que queremos decir al hablar de regeneración de España? Nuestro programa es terminar con un tercio de la población masculina de España. Eso sanará al país al habernos librado del proletariado”.
En la película La voz dormida, dirigida por Benito
Zambrano, aparecía una monja que encarnaba el nacionalcatolicismo más
visceral y que nos dejaba una cita que es paradigma de esta limpieza
religiosa e ideológica: «No habrá paz, ni Dios nos perdonará hasta que
todos los rojos estén en la cárcel… o muertos».
El pretendido borrado total de los ‘infieles’ y la paz perpetua
nacionalcatólica no llegaron nunca. Por el momento, y para desgracia de
los franquistas, todavía queda “algún rojo que no está en la cárcel ni
muerto”.
Porque fueron somos, porque somos serán.
Memoria, verdad, justicia y reparación.
Fuente → kaosenlared.net
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