Finiquitar el régimen del 78
 
Finiquitar el régimen del 78
Guillem Tusell 
 
Hace unos cuantos años un programa de TV preguntaba a adolescentes, por las calles de España, quién había sido Franco. Se comentó un poco en la prensa la desconcertante ignorancia juvenil. Tal vez el programa hizo una criba y mostró las respuestas más ignorantes en aras de crear polémica (el fruto del preciado jugo de la audiencia), pero no importa mucho y permítanme hacer un salto con voltereta: la memoria histórica no es solamente saber qué sucedió en el pasado, cómo y con qué protagonistas, sino tener suficiente conocimiento para forjarse una opinión del “porqué”.

Los defensores de la idea de “Nación España”, nos hablan siempre de la Constitución. De hecho, a los catalanes contrarios a la independencia no se les llama “unionistas” o “españolistas”, sino “constitucionalistas”. Y ello no es, simplemente, porque la Constitución sea la responsable de la unión (garantía que recae en manos del ejército y no del pueblo) sino porque la Constitución se ha convertido en la única justificación cuando, ante una pregunta, no hay argumentos o no se quiere argumentar una respuesta. Así ocurre ante la pregunta del independentismo catalán o ante la del republicanismo.

La cuestión no es cuánta gente participó en el referéndum del 78, ni cuántos votaron a favor o en contra de la Constitución. La cuestión es cuál era el momento presente en 1978 y cuál era su pasado reciente (Guerra Civil y 40 años de dictadura fascista). La cuestión es si había alternativas a esa Constitución, si se debatió democráticamente, si la gente que votaba realmente decidía alguna cosa o solamente se lo parecía, o si hubieran votado cualquier cosa con tal de salir del franquismo. La cuestión también es si se propiciaba una democracia como la alemana para que el gobierno español se responsabilizase de lo que se hizo en dictadura (como el gobierno alemán indemnizó a judíos admitiendo su responsabilidad estatal); si, como en esa democracia alemana, se prohibía el proselitismo del fascismo (franquismo).

En España, tras la muerte natural del dictador y apartado previamente su posible sucesor (Carrero Blanco), un partido político fue el heredero de los políticos fascistas, que pasaron a ser demócratas de un día para otro como si nada. Jueces, policías, continuaron siendo los mismos, con el mismo poder. El nepotismo (¡comprobable! y no hay espacio aquí, pero pone los pelos de punta) en la judicatura y altas esferas del Estado permite ver que, aun con las alternancias propias de estos 40 años de democracia, parte de las estructuras continúan en manos de los mismos.

La Transición fue el gran engaño al pueblo para que una parte del poder no cambiase de manos al pasar de la dictadura fascista a la democracia. ¿Durante cuántos años, absolutamente todos los medios mayoritarios han insistido en que la Transición era un ejemplo para el mundo? ¿Tal vez la intención era que nadie del pueblo la pusiera en duda? ¿Son los mismos medios que siempre cierran filas alrededor de la Casa Real?

Bajo este “constitucionalismo” se esconde un pueblo sumiso y aletargado. Un pueblo que permite que, en aras de defender una constitución (que en nuestro caso es defender el establishment de un sistema), se vulneren Derechos Humanos o se robe tranquilamente. ¿Creen que desde otros países se ve normal la vulneración de derechos a Otegui y que la sociedad española le sea igual por una cuestión ideológica? ¿Creen que toda esta corrupción del rey, su huida con el respaldo y apoyo de medios y partidos y del mismísimo gobierno, no la contemplan con estupefacción?

Bastantes piensan que las consecuencias las padecen aquellos que disienten o que desobedecen, como los presos políticos catalanes (al fin y al cabo, poco más han hecho aparte de disentir y desobedecer), pero eso no es del todo cierto. Las consecuencias las sufre toda la sociedad española, su economía corrupta, el bajo nivel educativo, la irresponsabilidad de los altos cargos (empezando por la Casa Real), pero, sobre todo, lo que esta Transición o continuación causó, es que la sociedad del Régimen del 78 continúe siendo lacaya y súbdita, aletargada y poco democrática, dando la espalda, incluso, a aquellos que se atreven a alzarse de una manera pacífica, pues no se puede pretender que la sociedad no tenga nada que ver con aquel sistema donde está inmersa.

El hecho de vivir en un Sistema (en este caso, “Régimen 78”) debería implicar reconocer que, dentro de este, todo está relacionado. No hay hechos o sucesos sociales que estén aislados los unos de los otros, pues la definición de Sistema implica algún tipo de vínculo o unión de los constituyentes (¡!) del mismo. Por ejemplo, no hay que pensar que la monarquía o la Casa Real son un ente aparte sin causas o consecuencias en el resto del sistema social, y tampoco son hechos aislados las sentencias de cáliz político del Tribunal Superior o del Tribunal Constitucional. Pretender, tal como hacen los políticos de los partidos constitucionalistas, que se puede desligar una cosa de la otra es contra natura. Y eso es lo que ocurre cuando Pedro Sánchez asegura que el exilio o fuga de Juan Carlos I refuerza a Felipe VI, o el PP da las gracias a Juan Carlos I por “defender” la democracia durante tantos años. No solamente es ridículo en un momento que todos sabemos que es un presunto ladrón, sino que es ofensivo la consideración que tienen sobre la talla intelectual del pueblo, sea afín a su partido o no. Lo mismo referente a no considerar todas las sentencias políticas del Tribunal Supremo y no escandalizarse cuando un tribunal internacional te dice que no se han respetado los Derechos Humanos, como si las sentencias de Tribunal Supremo fueran en Madagascar.

Estos meses estamos viendo como bastantes países europeos son reticentes a ayudar económicamente a España. Los medios y políticos españoles transmiten la opinión que esos países son insolidarios, egoístas, incluso supremacistas (¿les suena?). No vamos a considerar si esto es cierto o no, pues me parecería una hipocresía hacerlo sin tomar en cuenta nuestra posición respecto a nuestra solidaridad con los migrantes sirios o las necesidades de Senegal, por ejemplo, pues la moral no se circunscribe solamente a aquello que nos interesa. Lo que es un engaño es extraer esas reticencias de ayudar a España del lugar donde se producen: el sistema europeo, donde los hechos también se relacionan los unos con los otros. Me explico: dentro del sistema europeo existe el conocimiento del derroche de fondos en líneas del AVE y aeropuertos innecesarios, existe el conocimiento que PP y PSOE (por ende, la estructura del Estado) son dos de los partidos más corruptos de Europa sin prácticamente consecuencias, existe el conocimiento que el exjefe de Estado (Juan Carlos I) robaba y era corrupto y evasor fiscal y que casi se le aplaude y se le facilita una huida. Todo esto (y mucho más) es parte de los vínculos existentes entre España y el resto de Europa, y no pueden ignorarse, porque los otros países no lo ignorarán a la hora de valorar si se ayuda a este país con su dinero.

Me he referido al “Sistema Régimen del 78”, pero esto no es exactamente cierto: con Régimen del 78, más bien me refiero a la estructura del sistema, que no es lo mismo. Por ello, a veces se puede tener una visión moderna, demócrata, liberal y culta de España, sin que tal visión sea falsa y contradiga todo lo anterior. La estructura es algo que queda más oculto, tras esta piel que a veces es moderna y a veces tradicional, a veces liberal a veces reaccionaria, como en tantos otros países con una sociedad diversa… pero que no tienen los restos de 40 años de dictadura fascista inseridos en su estructura. La Transición pretendió cambiar el sistema dictatorial por el sistema democrático, pero manteniendo una gran parte de su estructura (el poder judicial, gran parte del policial y ejército, gran parte de la élite económica y funcionarial). Pretender que esto no afecte a la sociedad, es de ilusos.

A ustedes les puede caer mal o bien Otegui, pero que el Tribunal Supremo tenga que anular su condena a instancias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, no puede ser que se asuma como algo normal. De hecho, no se asume como algo normal o anormal, simplemente no se tiene en consideración, igual que todas las asociaciones internacionales que condenan la prisión de los presos políticos catalanes (en especial la de los Jordis). Pero en España no pasa nada. ¿Por qué? Porque todo el país sabe que estas sentencias del TS poco tienen que ver con impartir justicia o no, sino que son decisiones políticas. Y a la mayoría, ya les está bien. En el fondo, el TS decide (políticamente) por ellos, algo muy parecido al sistema monárquico que decide por ellos quién es el jefe del estado. Díganme si no creen que todo esto está relacionado con 40 años de dictadura, díganme si no creen que esto no se cambia si no es rompiendo con el régimen del 78 y cambiando y renovando sus estructuras (y, espero, los catalanes intentándolo por nuestro lado, sin reyes ni princesas ni dragones, pero con Jordis rosas y libros).

Hay una serie de estructuras del Estado que impiden la evolución social del Sistema. De nuevo, no me refiero a algo teórico o abstracto: véase las innumerables leyes de protección social del gobierno de Cataluña (aprobadas por su parlamento) que han sido anuladas por el Tribunal Constitucional (desconozco hasta qué punto, en el resto de España, es sabido este dato y la gran cantidad de leyes sociales anuladas). Las estructuras del Estado funcionan mediante mecanismos, los cuales no interfieren de la misma manera en el Sistema. Por ejemplo, la policía como mecanismo para aplicar la ley, puede funcionar mal (el ejemplo de los policías racistas en USA) y eso afecta el sistema social, pero lo hace de una manera superficial (por ello las revueltas antirracistas en USA contra estas actitudes policiales nunca acaban de tener consecuencias profundas). En cambio, el mal funcionamiento del mecanismo judicial sí tiene consecuencias profundas: desde tantos años permitiendo el proselitismo de la Fundación Franco a destituir un gobierno legítimo como el de Puigdemont y evitar que tantos candidatos puedan presentarse. Fíjense que Puigdemont sí pudo presentarse a las europeas porque la estructura judicial europea (Alemania, Bélgica, Suiza, Escocia) no tiene un mal funcionamiento (utilizar el mecanismo judicial como defensor de una idea política).

Un pueblo que no tiene acceso a la supervisión de tales mecanismos sufre un distanciamiento democrático, cosa que comporta un desinterés y, a la larga, un deterioro de la democracia. Se aplica la transparencia a la vida privada (por ejemplo, un reportaje filmando una cena de Felipe VI con su familia) y se mantiene la opacidad de lo que debería tener una visión pública (por ejemplo, las cuentas de la Casa Real a todos los niveles). Es decir, se entretiene con la superficie para que no se vea el fondo. Otro ejemplo sería que se precipitó la dimisión de Cifuentes centrando toda la atención pública en que robó dos cremas en el súper…

Referente a la huida, viaje, exilio o lo que deseen del anterior Jefe de Estado, el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, soltó: <<no se juzga instituciones, se juzga personas>>, en aras de proteger la Casa Real y a Felipe VI. No obstante, la persona Juan Carlos ha realizado supuestos delitos no solamente al amparo de la institución, sino gracias a esta, condición indispensable de cobertura y privilegios. Añadiendo que tal persona no ha accedido al cargo institucional mediante concurso meritorio o el voto, sino por ser quién es, así que “la persona es la institución y la institución es la persona”. Y aquí quedan desnudos los que se han pasado años diciendo “yo no soy monárquico, soy Juancarlista” y que ahora pretenden defender la monarquía evitando al tal Juan Carlos. Todo es lo mismo: el problema es que te represente alguien que no ha votado nadie y que, encima, tenga enormes privilegios por encima de los demás. El problema es que el comportamiento corrupto está inserido en gran parte de las estructuras del Estado y, los que se nutren de ello, la mejor manera de continuar haciéndolo es protegiendo este régimen.

En el fondo, son (somos) todos rehenes del Régimen del 78. Casi toda la clase dirigente política, funcionarial, policial y judicial viven de y por este Régimen. Por ello no van a mover ni un dedo por cambiarlo si no se ven obligados por el pueblo. Pero este pueblo, aletargado y sumiso, acostumbrado a que decidan por él, difícilmente hará nada. Como catalán, pues, apenas queda la esperanza que el movimiento independentista se sacuda algunos vividores y, abrazando el máximo de sociedad, se atreva a la revuelta (condición, hoy por hoy, indispensable, y a tratar en el siguiente artículo).


Fuente → diario16.com

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