

La sepultura de Machado es desde hace muchos años lugar de peregrinación de los españoles, símbolo de la España del medio millón de republicanos que pasaron derrotados la frontera y que convirtieron su exilio, en la vida y en la muerte, en destino definitivo
Exilio II - CollioureMaría Torres
Desde el Collado de Belitres
(Port Bou) y por la carretera de la costa atravesamos las localidades
de Cerbère, Banyuls-sur-mer y Port-Vendrès hasta recorrer los casi
treinta kilómetros que nos separan de Collioure, un hermoso pueblo de
Languedoc-Rosellón en los Pirineos Orientales, convertido hoy en lugar
simbólico del destierro, donde reposan los restos de Antonio Machado
desde 1939.
Hacemos una breve parada en una cafetería de Cerbère, tal vez la
misma en la que el poeta tomó un café que intentó pagar con el único
dinero que tenía, el republicano, antes de dirigirse a la Estación donde
pasó noche del 27 de enero de 1939, en un vagón que se encontraba en
vía muerta. Esa tarde presenció cómo cientos de republicanos españoles
que se agolpaban en los andenes, eran acosados brutalmente por los
gendarmes que pretendían llevarlos a los campos, separando a hijos de
madres, a mujeres de sus maridos.

Al día siguiente, ligero de equipaje, partió en tren hacia Collioure.
A las cinco y media de la tarde del sábado 28 de enero su cansado y
enlutado cuerpo llegaba al precioso rincón del mediterráneo francés,
refugio de pintores como Matisse, Derain y Picasso. Llovía y hacía un
frío intenso. Jacques Baills, el joven jefe suplente de la Estación le
recomendó el Hotel Bougnol-Quintana, en cuya entrada rezaba «la plus
ancienne reputatión», y que regentaba Pauline Quintana, simpatizante de
la causa republicana.
Un cartel a la entrada de Collioure nos informa de su hermanamiento con Soria.

El hotel Bougnol-Quintana aún sigue en pié, pero cerrado a
cal y canto. Se encuentra en la orilla izquierda del arroyo seco del
Douy. Una placa sobre la fachada derecha del edificio recuerda al
visitante que allí falleció el poeta el 22 de febrero de 1939.
En su interior pasó Machado casi la totalidad de los días. Leía,
escribía a los amigos y escuchaba la radio para estar informado de lo
que ocurría en España. Una tarde Don Antonio le hizo entrega a la señora
Quintana de una cajita que contenía tierra de España, rogándole que si
moría en ese pueblo le enterraran con ella. Pauline Quintana conservó la
caja vacía hasta el final de su vida.

El 17 de febrero pidió a su hermano José ir a ver el mar. Recorrieron
los pocos metros que les separaban de la playa de Boramar, situada
entre el Castillo Real y la Iglesia de Notre Dame des Anges. Ya en la
playa se sentaron en una de las barcas que reposaba sobre la arena.
Antonio Machado, señalando las casitas de pescadores que había detrás dijo: «Quien pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación.»
Falleció a las cuatro de la tarde del 22 de febrero de 1939. Fue
amortajado con una simple sábana y cubierto con la bandera republicana
que la noche anterior cosiera Juliette Figuéres. Un día después una
comitiva fúnebre recorrió las serpenteantes calle de Collioure. El
féretro fue llevado a hombros por doce milicianos de la Segunda Brigada
de Caballería del Ejército español (dos relevos de seis) que estaban
recluidos en la prisión del Castillo Real, seguido de habitantes de la
pequeña población francesa Sus restos fueron depositados en un nicho
prestado generosamente por María Deboher y su ataúd tenía como
inscripción las letras A.M. En 1957, una suscripción popular, apoyada
entre otros por Pau Casals, Albert Camus y André Malraux, consiguió la
construcción y el traslado a una nueva sepultura en suelo donado por el
Ayuntamiento de Collioure.
El Castillo Real, hoy monumento nacional, ubicado a los pies del
puerto, se transformó a comienzos de 1939 en el primer campo
disciplinario para refugiados españoles. Tras sus muros fueron
confinados combatientes de la Guerra de España, en pésimas condiciones.
La calle situada a la izquierda del Hotel Quintana lleva el nombre
del poeta. Su recorrido nos lleva hasta el antiguo cementerio donde
permanecen sus restos junto a los de su madre en una tumba que preside
el camposanto.

«Ici repose. Antonio Machado. Mort en exil. Le 22 février 1939»
Llegamos al cementerio a primera hora de la mañana. Estaba desierto.
Un imponente silencio tan solo roto por la algarabía de los pájaros
cubría todo el recinto. Hacía un día espléndido que evocaba uno de sus
últimos versos: «Estos días azules y este sol de la infancia».
La sepultura de Machado es desde hace muchos años lugar de
peregrinación de los españoles, símbolo de la España del medio millón de
republicanos que pasaron derrotados la frontera y que convirtieron su
exilio, en la vida y en la muerte, en destino definitivo. Pero
también es una acusación de la tragedia perpetrada por los generales
traidores que «volvieron contra el pueblo las mismas armas que el pueblo
había puesto en sus manos para la defensa de la nación.»
Recuerdo uno de los versos del poeta: «Hoy es siempre todavía». Y
hoy, a pesar de los años transcurridos él todavía permanece en el
exilio.
Ante la tumba de Machado hay recogimiento, pero no rezos ni
plegarias. Hay recuerdo y llanto por la España que pudo haber sido y no
fue y siempre, siempre, hay una promesa de regreso.
Nosotros dejamos sobre su tumba nuestro corazón, un pequeño trozo de
Galicia, una roca rescatada del Atlántico, y nuestro compromiso de que
siempre estará en nuestra memoria.

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