Ahora es el momento de hablar del Rey (Emérito). Juanito, el campechano, a quien se le han reído las gracias durante mucho tiempo, hoy presente en los medios de comunicación por sus escándalos eróticos, financieros y políticos. ¿Cómo ha podido llegarle un ocaso tan maldito?
Un rey en el ocaso
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía
Entró con un mal pie de la mano de 
Franco y a través de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 
1947. Franco quería que volviera a España desde Roma donde sus padres 
estaban exiliados desde la República de 1931. Pasó por Lausana y 
Estoril. Juan de Borbón era el legítimo heredero de la monarquía 
histórica y su hijo Juan Carlos declaró que no aceptaría ser coronado 
rey, mientras viviera su padre, pero Franco truncó sus planes, debido a 
las malas relaciones con don Juan.
Franco le designó sucesor a título de rey en 1969.
 Juró las Leyes Fundamentales y los principios del Movimiento Nacional, 
lo que le convertiría en defensor del ideario franquista. Llegó a 
declarar que Franco era un ejemplo para él “por su desempeño patriótico 
al servicio de España”, confesando su “gran afecto y admiración” por el 
caudillo. Ejerció la Jefatura del Estado como interino, mientras Franco 
sufría su enfermedad incurable, hasta que el 30 octubre ordenó que le 
sustituyera. La respuesta de Juan Carlos fue contundente: “Recibo de su 
excelencia el Jefe del Estado, el generalísimo Franco, la legitimidad 
política surgida del 18 de Julio de 1036”. Con tales raíces sus 
comienzos no pudieron ser peores. Su padre don Juan, se vio obligado a 
renunciar a sus derechos por amor a España y a su hijo.
En seguida empezó a actuar el rey. 
Solicitó un préstamo de 10 millones de dólares a Reza Pahlevi, sah de 
Irán, como contribución “al fortalecimiento de la monarquía española”. 
Ya le tiraba don dinero. Con Suárez de Presidente del Gobierno se aprobó
 la Constitución española, que hizo de España una monarquía 
parlamentaria y consagró a Juan Carlos como demócrata, aunque con una 
inviolabilidad blindada constitucionalmente. La monarquía se consolidó 
desde el golpe de de Estado del 23-F, que el rey paró.
Se comentó de un socialista histórico 
que la primera vez que saludó al rey Juan Carlos le dijo con solemnidad:
 ‘Señor soy republicano, pero acato la Constitución’. Son bien conocidas
 sus buenas relaciones con el Partido Socialista. Una vez seguro, apostó
 por la democracia en una transición que se consideró modélica.
 Desde aquí, los partidos de izquierda aceptaron la monarquía 
juancarlista como mal menor y pensando que no se repitiera otra 
conflagración civil. Este es, quizás, el gran legado de rey Juan Carlos,
 aunque la transición no tuviera nada de modélica. 
La política avanzaba ya sin retorno, 
pero los comportamientos de las personas con responsabilidades públicas 
no eran nada ejemplares, comenzando por el propio rey, quien lo había 
proclamado. Salió a la luz que mantenía relaciones sentimentales con 
Marta Gayá , estalló el caso Urdangarín, la fractura de cadera en una 
cacería de elefantes en Botsuana, la relación con Corinna, que vivió en 
la finca La Angorrilla, remodelada con fondos públicos del Patrimonio Nacional.
La sorpresa llegó el 2 de junio de 
2014, cuando el rey anuncio que abdicaba la corona a favor de su hijo 
Felipe. Si se hubiera sabido algo de lo que hoy está confirmado, nadie 
se habría extrañado. Otra vez se hizo todo a medias,
 porque se le dejó como “rey emérito” con su papel institucional. No 
tiene sentido que, después de la abdicación, mantenga el título de rey, 
el tratamiento de majestad y todos los honores que conllevan, así como 
un sueldo propio. Fue el propio Felipe VI el que tuvo que retirarle la 
asignación, renunciando, igualmente, a la herencia de su padre. Lo que 
se hizo mal acabó peor. La abdicación debió ser el final. Fue una 
retirada.
A partir de aquí ha aflorado todo lo 
demás: la relación con Marruecos y la represión al pueblo Saharaui, su 
estilo de vida lujoso, los exquisitos gustos gastronómicos, los pagos de
 viajes, la corrupción por el cobro de comisiones, el ingente patrimonio
 y fortuna personal. Sabemos que en el AVE a La Meca el rey consiguió la
 concesión a empresas españolas, lo que fue muy celebrado. Su mediación 
logró una rebaja del 30%. Al rey le dieron 100 millones de dólares por 
sus gestiones y él mismo comentó que no esperaba tanto.
La idealización de la figura del rey y hasta el culto a su personalidad han costado caro a los españoles y han hecho tambalearse a la monarquía,
 que sostiene Felipe VI a duras penas. Más que a España, a lo que se ha 
entregado el rey Juan Carlos es a las regatas, a la vela, al esquí y a 
la caza, junto con la defensa de sus intereses propios por encima de todo.
 Menuda ejemplaridad ha legado a su pueblo. Es toda una prueba palpable 
de que la justicia no es igual para todos, desmintiendo así sus 
palabras. Un ocaso indigno, donde los haya, es el del rey Juan Carlos I,
 que se encuentra pendiente de investigación en los casos en los que no 
entre la inviolabilidad y tampoco hayan prescrito.


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