
A la República la salvó in extremis la intervención soviética a
partir de octubre. Lo hizo con el guante que lanzó a la no intervención,
con armas (viejas en un primer envío, modernas después), con asesores
militares y de inteligencia, con petróleo y otros carburantes, con apoyo
diplomático y, no en último término, con la posibilidad de utilizar la
Banque Commerciale pour l´Europe du Nord para zafarla del sabotaje de la
banca internacional. Nada fue inmediato. Tampoco gratuito. Se
combinaron dos necesidades, la soviética y la española. Stalin no quería
una revolución comunista en España. Quería, en el marco de su política
de disuasión, demostrar al fascismo que sus agresiones no quedarían sin
oposición por la fuerza. No por amor a la República, sino por sentido
de preservación. Un factor nada desdeñable. La necesidad española era
más urgente y la describió, de manera insuperable, Julián Zugazagoitia.
La necesidad soviética exigía
fortalecer a un Gobierno republicano que fuese aceptable para las democracias
occidentales y a las cuales Stalin siguió cortejando a su manera. Estamos a mil
leguas de la historia que cuenta la inmensa mayoría de los autores
antirrepublicanos, sobre todo españoles, o que justifican la no intervención. Fue
una apuesta a favor del fortalecimiento de la propia seguridad frente al
zarpazo amenazador del fascismo. Sin embargo, transcurrieron casi tres meses
para que la variopinta ayuda soviética se pusiera en marcha. Stalin siempre fue
muchísimo más cauteloso que los dictadores fascistas. Ya lo subrayó, hace
muchos años, Adam Ulam.
Claro que, en España, el tiempo
también había pasado y en modo alguno pudo recuperarse. Los aviones italianos y
alemanes se dedicaron inmediatamente a trasladar tropas a la península. Actuación
aderezada de algunos mitos. El primero, que Göring no tardó en aceptar la idea
porque sería la primera vez que se estableciera un puento aéreo entre dos
continentes. La afirmación del orondo general no está documentada y si la hizo
fue, probablemente, a posteriori. Lo que sí está documentado es que ya
se les ocurrió a otros. Desde individuos sin nombre conocido que dejaron huella
en algunos papeles italianos hasta el propio Franco que pidió aviones de
transporte a Berlín y Roma a los pocos días de llegar a Tetuán. Incluso el
cantamañanas de Bolín no encontró mejor argucia que autopresentarse en sus
memorias como el generador de la idea ya el mismo 19 de julio. Se han escrito,
y siguen escribiéndose, muchas estupideces al respecto pero hoy sabemos que a
todos ellos se les habían adelantado los monárquicos alfonsinos. Lo que todavía
sigue contándose sobre Franco y Mola pasa por alto tan “pequeño” detalle. Tampoco
se destaca la importancia de los transportes de material de guerra al teatro de
operaciones del sur de la península.
Cuando se examina cierta
literatura ennoblecedora de la marcha victoriosa de las tropas de Regulares o,
¡cielos!, del glorioso e inmarcesible Tercio de Extranjeros parece como si su
combate en dicho teatro hubiera sido contra hordas de trabajadores y campesinos
armados hasta los dientes, enfervorizados por anarquistas y, sobre todo,
comunistas para oponerse con miles de ametralladoras a la fuerza de las ideas
que impulsaban tamaños defensores de la civilización “cristiana”.
Pero, lejos de la mitología, ¿eran
suficientes los tiros a mauser limpio o el crepitar de las ametralladoras que los
“africanos” llevaban a cuestas? ¿O los
que tenían quienes se sublevaron guarnición tras guarnición, debidamente
“trabajadas” a lo largo de los meses precedentes? Si bien se reconoce, negarlo
sería una estupidez, que el de África era el más fogueado del Ejército español
de la época, suele quedar en segundo plano que también era en Marruecos donde
se almacenaban armas pesadas, repuestos, municiones y otro material de combate
que hacían de él un poderoso ariete integrado en comparación con lo que existía
en la península. Si se echa un vistazo a los informes de los agregados
militares alemanes, franceses, italianos, británicos o a los del Deuxième
Bureau en el Marruecos francés tal es la imagen que se desprende.
El 19 de julio, si no ya en la
noche anterior, comenzó el traslado por barquichuelos de las primeras unidades
de Regulares a las costas gaditanas; no tardaron en unirse al paso, en esta
ocasión por aire, los transportados por los pocos aviones militares y civiles
allegados por los sublevado; a la par comenzó la recluta de “moros”, aunque no
faltaran quienes años antes habían hecho desangrarse a las tropas españolas en
la interminable guerra colonial; finalmente, la propaganda por radio y prensa
empezó a distorsionar la realidad de cara al extranjero. ¡Había que salvar a
España de la inminente amenaza roja!
Se trató de actuaciones
imprescindibles a la espera de los aviones italianos apalabrados y los
resultados de las gestiones de Franco a través del agregado militar nazi en
París o los de la misión que, ¿heroicamente?, había enviado a Berlín.
Cuando fue arribando el refuerzo
aéreo nazi-fascista en tres etapas (el Junker de la misión berlinesa, los
Savoia Marchetti iniciales y los aviones que Hitler prometió) la situación empezó
a sonreir a los sublevados. En la
primera semana de agosto (una eternidad para algunos, en realidad ocho o nueve días
después del golpe) empezó a funcionar una división del trabajo: los italianos
atendieron al transporte, inmediatamente a las primeras actuaciones bélicas
necesarias y los Junkers se concentraron en el traslado de tropas, pero
especialmente de material de guerra. Solo hacia mitad de agosto recibieron
autorización de operar contra los republicanos.
La propaganda pro-franquista magnificó
los ditirambos sobre la aportación (supuestamente más que vital) del denominado
“convoy de la victoria”. Que fue una aportación, es innegable. Que palidece
ante la que transportó la aviación extranjera, también. El tan, en aquella
época, enaltecido Mussolini fue fiel a los contratos firmados con los
monárquicos el 1º de julio. Tal y como había decidido, envió las expediciones
para cumplimentar los tres que quedaban y, al igual que pasó con la de los
alemanes, su ayuda creció casi automáticamente. ¿Por qué? Sobre esto siempre ha
habido tesis y contratesis basadas en algunos mitos bien instalados en la
literatura pro-franquista.
Es sabido que ya el 4 de agosto,
dos viejos conocidos, los jefes de los servicios de inteligencia militar nazi y
fascista, el almirante Canaris y el general Roatta, se reunieron en Bolzano, en
el norte de Italia, para intercambiar
opiniones. Quizá convenga destacar que la solicitud procedió de la parte
alemana unos días antes, es decir, después de que ya hubiera llegado a Tetuán
la respuesta de Hitler a la petición de Franco.
A raiz de dicha entrevista las
dos potencias revisionistas, que ya se hallaban en proa a una aproximación
estratégica y táctica con un futuro más que ominoso, se comprometieron a mantener
intensos contactos al nivel de los dos jefes de inteligencia. Su resultado
debió de reflejarse en incontables telegramas, hasta ahora no localicados que
yo sepa. Por cierto que tal reunión tiene algunos antecedentes que, lo que son
las cosas, ha pasado por alto la
historiografía pro-franquista que no ha salido de su letanía habitual, ya
consagrada en plena guerra civil, sobre los contactos que antecedieron a la
intervención nazi-fascista (léanse las memorias del superembustero marqués de
Valdeigleisas), pero reconozco que se trata de un terreno algo incómodo. Lo que “mola” es la supuesta conspiración comunista y
la “inevitable” intervención estalinista.
En el Centro Documental sobre el
Bombardeo de Gernika se han recopilado datos sobre las operaciones de la aviación
alemana durante los primeros meses de la guerra. Que yo sepa, pero puedo
equivocarme, los guerreros de Franco no conservaron demasiadas estadísticas precisas
sobre los envíos iniciales de hombres y material. De aquí que no convenga hacer
abstracción de la documentación nazi (tampoco en otras dimensiones). Por ella
se sabe que en los primeros veinte días los Junkers pasaron unos 2.850 hombres
(no muchos, en realidad) con su material, municiones, repuestos y demás
impedimenta (8.000 kilos) y que luego dieron prioridad a esta segunda parte (o
se lo pidieron pero que, quizá por la manía de reducir tal “ayudita”, se
subestima). En la semana del 17 al 23 de agosto se trasladaron 700 hombres con
ya 11.650 kilos de material y en la siguiente 1.275 soldados con 35.300 kilos.
Hubieran podido trasladar muchos más de no haber sido por la momentánea
carencia de combustible, a pesar de que nazis y fascistas habían enviado desde
el primer momento lo necesario para que sus aviones fuesen plenamente
operativos desde el primer momento. En Bolzano se acordó que los italianos harían
envíos por cuenta de Berlín, no en vano estaban más próximos a Marruecos. El
combustible tenía que enviarse por vía marítima. Desde los puertos del norte de
Alemania, llevaba más tiempo.
Sustituir el análisis político
por comparaciones contables no siempre es la mejor perspectiva, pero a veces
estan resultan útiles. Por ejemplo, a finales de agosto de 1936 nazis y
fascistas se intercambiaron resúmenes de los suministros efectuados. Los
primeros habían enviado 26 Junkers de bombardeo con sus correspondientes
tripulaciones; 15 Heinkel de caza sin ellas (suponemos que irían en barco o que
los valientes pilotos sublevados estuvieron en condiciones de volarlos), 20 cañones
y ametralladoras antiaéreos, 50 ametralladoras, 8.000 fusiles, 5.000 máscaras
antigás más las correspondientes bombas y municiones. Por parte italiana se
habían suministrado 12 cañones antiaéreos de 20mm con 96.000 proyectiles,
20.000 máscaras, 5 carros veloces con tripulación y armamento, 100.000
cartuchos para ametralladoras del 35, 50.000 bombas de mano, 12 bombarderos
(tres más que a finales de julio), 27 cazas con radio, armamento y
tripulaciones (todos llegados en agosto), 40 ametralladoras S. Etienne con
100.000 cartuchos, 2.000 bombas de dos kilos, 2.000 bombas de 50-100 y 250
kilos; 400 toneladas de gasolina y carburante; otras 300 por cuenta de Alemania
y 11 toneladas de lubricantes. Naturalmente, pensar que unos y otros se
confesaran tales datos a corazón abierto al comienzo de su amistad es
debatible, pero no se trata de buscar la perfección.
No se trata porque, en todo caso,
fueron inyecciones, todavía limitadas, a los stocks con que contaban los
sublevados, si bien los elementos más importantes (aviones modernos o
superiores a los existentes en España) no eran nada desdeñables. Y aquí es
donde los traslados de material de guerra por los aviones alemanes debieron de
quitar algunos dolores de cabeza a Franco, teniendo en cuenta que los nazis no
eran como los fascistas que ya habían tanteado el terreno mucho antes del 18 de
julio.
Por ejemplo, en la primera semana
de septiembre los Junkers transportaron 1.200 hombres a la península con 36.850
kilos de material; en la segunda 1.400 y 46.800 respectivamente; en la tercera
1.120 y 39.0000 y en la cuarta 1.550 y 68.450. Sobre la importancia de estas
cantidades puede discutirse, pero la presencia en suelo peninsular, en apenas
dos meses y pico, de más de 5.000 fieros combatientes a los que gustaban el
saqueo, la matanza y las violaciones y
su equipamiento adicional a los trasladados por vía marítima, tuvo que tener
resultados óptimos frente a las depauperadas fuerzas gubernamentales en
Andalucía y Extremadura y a los campesinos que dejaban sus hoces para empezar a
manejar, como pudieran, armas algo más sofisticadas que las escopetas a las que,
en el mejor de los casos, estarían acostumbrados.
Por lo demás, en octubre continuó
la ayudita nazi sin la menor solución de continuidad. La prioridad siguió
dándose al material (25.550 kilos y 1.600 hombres). Aunque las estadísticas
alemanas no son necesariamente fiables, y el resumen final no es el que se
obtiene de la suma de los suministros semanales, el total que los contables
militares del Tercer Reich reseñaron fue de 13.520 hombres trasladados desde el
26 de julio hasta el 11 de octubre y 270 toneladas de material de guerra. La
combinación entre unos y otros fue imbatible.
La participación italiana, y luego nazi, en operaciones de bombardeo
terrestre y marítimo es difícil que se hiciera en contra los deseos de
Franco, a no ser que se encuentre documentación en la que este,
virilmente, se pronunciara en contra. A servidor no se le ocurre pensar
que obrasen sin contar con él. Es más, prontamente se reveló como un
protegido muy exigente y, por ende, muy costoso. Satisfacerle planteó
problemas operativos, en particular a los nazis. Italia tenía
experiencia reciente en el envío a distancia de pertrechos bélicos y
unidades de combate gracias a las campañas de Abisinia. El Tercer Reich,
por el contario, se encontraba en proceso de expansión y de
modernización de la Luftwaffe. Ni siquiera en la Gran Guerra la aviación
del Kaiser se había visto inmersa en una actividad de tal volumen
actual y potencial. Tampoco la Marina.
(continuará)
Referencias
- Un análisis de la ayuda nazi-fascista inicial se encuentra en mi trabajo “Negociaciones sobre el apoyo nazi-fascista a Franco”, en Bombardeos en Euskadi (1936-1937), Centro de Documentación del Bombardeo de Gernika, 2017, pp. 21-64, y en La soledad de la República.
- Los lectores que tengan la bondad de leer algo de lo que escribo observarán que siempre que me refiero a Bolín utilizo un calificativo (“cantamañanas” o similar). Es lo más suave que se me ocurre. Koestler lo inmortalizó en sus memorias con otro y Southworth hizo algo similar en su obra sobre Gernika. No lo sospecharían quienes se contenten con leer las banalidades que de él escribe un colega suyo en una revista de divulgación en este mismo mes, aniversario del 18 de julio.
Fuente → angelvinas.es
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