
Aquel 18 de julio de 1936 España se convirtió en un tablero de "terror, miseria y muerte". El historiador Francisco Leira
saca a la luz una cara oculta de un episodio clave de nuestro pasado;
la vida de aquellos soldados de Franco que fueron adoctrinados a pesar
de que sus ideales se contradecían con los del nuevo régimen. Leira
puntualiza a Público cómo "Franco ganó la guerra con una amplia
mayoría de soldados en contra de él". Y remarca que "no eran sólo
africanistas, carlistas, falangistas, conservadores y monárquicos, como
afirmaba el discurso público del franquismo que la democracia no
cambió".
Su investigación Soldados de Franco. Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y desmovilización militar
(Siglo XXI Editores) aclara, de forma inédita, cómo el frente nacional
estuvo lleno de deserciones, soldados desmotivados por la cruda
violencia, y de anécdotas totalmente inverosímiles y berlanguianas como
la ocurrida en Guadalajara cuando ambos frentes salieron de sus
trincheras para jugar un inocente partido de pelota.
Franco tenía miles de desertores de su ejército y un fuerte desapego ideológico
Leira señala a Público que aquel el soldado del bando nacional se ha etiquetado como un recluta "voluntario y patriótico"
pero era todo una falacia, ya que conformaban una masa "mucho más
plural". La mayoría eran hombres de izquierdas que "temían a las
represalias o a la muerte". Incluso en los grupos falangistas, la ideología fascista era "una pantomima para muchos".
Estaba impregnado por el adoctrinamiento y la propaganda pero nada más
lejos de la realidad. "Eran verdaderas víctimas del futuro régimen" que
se avecinaba. "A medida que se alargaba la contienda, esta provocó un
cansancio físico y mental de las tropas que dio lugar a que su manera de
ver la guerra cambiase".
Leira, ganador del Premio Miguel Artola en Historia Contemporánea,
señala una fecha clave de inicio de aquella desmotivación. "Es verdad
que a partir de 1938 aumentan las deserciones, pero no eran deserciones
hacia el bando republicano, eran deserciones para volver a sus casas o simplemente huir".
El historiador gallego afirma cómo "en 1937, en el Regimiento Mérida
35, supusieron un total de 140 aproximadamente, mientras que en 1938
aumentaron hasta la cifra de 1000, y en el 1939 se mantuvieron en más de
1100". La explicación era que aquellos soldados "querían volver a la normalidad que habían perdido con el golpe de estado. Se puede considerar una consecuencia psicológica de la violencia".
Más de un centenar de entrevistas realizadas a excombatientes entre las que encontramos testimonios como el del soldado Manuel Gesteira Abuín,
recluta destinado al frente de Aragón que nunca llegó a su destino. No
había pertenecido a ninguna organización política y tampoco quiso llegar
a la batalla. "Según la confesión que hizo ante el tribunal militar, no
se trató de una deserción sino que se bajó del tren que lo llevaba al
frente de Aragón en Ponferrada para tomar un café con sus
compañeros y tardaron más de la cuenta". El tren partió y no se pudieron
subir a la unidad. Manuel fue detenido el 18 de septiembre de 1938, y
condenado a un recargo de cuatro años de servicio en un batallón de
África. Leira señala que "se libró de la ofensiva del de Aragón y el despliegue sobre Cataluña". No pudo regresar a su casa hasta que cumplió la causa de castigo en 1941.
Antonio González González no se presentó en su caja de
reclutamiento de León y fue adscrito como desertor en marzo de 1937.
Leira señala que "fue a alistarse como miliciano a las fuerzas
republicanas en su pueblo hasta que cayó en las manos del bando nacional
y fue ingresado en la cárcel de San Marcos de León en 1937". Finalmente
fue destinado a Batallón de Trabajadores número 91 de la Cuarta
Compañía del Regimiento de Simancas.
El soldado que se hirió en la mano para no ir al frente de Lugo y murió de la infección
Aquella movilización forzosa de soldados al frente nacional evidencia
hasta qué punto en las quintas existía mucha población joven, soldados
de entre 18 y 16 años, cuando se produjo el golpe. Eran inexpertos, "con
un escaso aprendizaje ciudadano". La reorganización de los
soldados "nada adeptos al régimen se producía en cajas de
reclutamiento", con la clasificación y revisión de los mozos. "Eran
tallados, clasificados y verificados como aptos para el servicio de
armas antes de ser destinados a una unidad militar". Antes de llevarlos a
las trincheras, "vestían el uniforme, le daban el arma y recogían el petate con sus cosas".
Un caso muy significativo lo rescata en Lugo. Una vecina vio como "un
joven que vivía muy cerca se hizo una herida de tal gravedad en la mano
para no volver al frente que murió infectado por ella". Leira recuerda
la historia contada por el hermano de un combatiente y de "cómo se cortó el dedo desesperado porque no quería seguir en el frente". A pesar de ser declarado inútil fue posteriormente movilizado cuando endurecieron los motivos de inutilidad militar.
Historias berlanguianas: el caso del partido de pelota vasca en el frente de Guadalajara entre los dos bandos
El Servicio de información del futuro régimen se preocuparía ya bien
entrada la guerra por el contacto entre trincheras, como señala Leira
con anécdotas inverosímiles. "Surgen en aquellos informes historias muy
berlanguianas donde se detalla cómo hablaban de trinchera a trinchera, se contaban chistes e incluso está documentado un partido de pelota vasca
en Guadalajara entre miembros de los dos bandos". Son actos que
reflejan "otra guerra y unos sentimientos, que si no eran pacifistas, sí
iban en contra de la violencia".
Leira ha querido llegar a la intrahistoria de aquellos combatientes.
"La historiografía se ha centrado en la represión ejercida en la
retaguardia no en el frente. No hubo movilización ciudadana, fue una reclusión forzosa".
La investigación de los soldados del Tercer Reich se hizo muy poco
tiempo después de finalizar la Segunda Guerra Mundial. La de los
soldados de Franco ha tardado más de ocho décadas. "Imagino que por
incomodidad y por el propio desarrollo histórico de España ha sido ahora
cuando surgen las nuevas investigaciones, en las que no solo hablamos
del ejército, sino de los soldados que lo compusieron".
Y es que tal y como puntualiza el historiador gallego, "eran hombres corrientes que se intercambiaban tabaco por papel de fumar o
preguntaban si había soldados de alguna localidad para saludarlos". Sin
embargo, la dureza de aquellos acontecimientos marcaría a aquellos
soldados, hoy ancianos, de por vida. "Personas corrientes como yo o
cualquier lector se convirtieron en asesinos. De ahí, que tuvieran una
memoria vergonzante y no quisiesen recordar aquel pasado".
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