 
El año pasado por estas mismas fechas escribíamos también desde estas mismas páginas recordando a las víctimas de la represión franquista.
 Más de 400 personas fueron asesinadas en Jerez, entre vecinos de la 
ciudad y vecinos de otras poblaciones cercanas que fueron encausadas en 
las farsas judiciales de los consejos de guerra y traídas a la prisión 
de Partido de Jerez para su fusilamiento en los alrededores de la plaza 
de toros. Individualizábamos nuestro homenaje a estas víctimas en la 
persona de una de esas víctimas, en Teófilo Azabal Molina,
 maestro, director, socialista e inspector de educación primaria en 
Jerez y su campiña. Queríamos entonces dar a conocer algunos detalles de
 la vida de este maestro conquense amante de nuestra ciudad, de una 
ciudad cuyos paisajes fueron las últimas imágenes que retuvieron su 
retina antes de que sus ojos se cerraran para siempre cuando fue 
fusilado el  verano de 1936.
Hoy queremos de nuevo recordar y escribir sobre él, volver a rendir 
homenaje a todas las víctimas de aquella barbarie habidas en la ciudad. 
Más de la mitad de ellas aún hoy, 84 años después, figuran como 
desaparecidas y sin ser inscritas sus muertes en el Registro Civil de 
Jerez. Nuestra intención es dar a conocer otras facetas de este maestro 
cuya trayectoria y labor en pro de la escuela pública y de la cultura 
popular de Jerez durante el primer tercio del siglo XX siguen siendo aún
 hoy desconocidas para la gran mayoría de los vecinos de Jerez y 
particularmente para los vecinos del popular barrio de Santiago donde 
estaba enclavada la escuela Carmen Benítez que dirigió 
desde julio de 1929 hasta su destitución en julio de 1936. Durante más 
de siete años batalló sin descanso por levantar y dignificar a esta 
escuela para las familias trabajadoras humildes que de ella se servían y
 lo hizo frente a resistencias y enemigos poderosos que nunca olvidaron 
este compromiso político y social suyo. Nada recuerda hoy en día en este
 emblemático barrio (a excepción de las instalaciones de la que fue 
aquella escuela, hoy destinadas a sede de la Peña Flamenca del añorado 
cantaor Luis de la Pica), a Teófilo Azabal, nada queda que recuerde el 
trabajo que desde este centro educativo y desde la educación emprendió 
para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes.
Téofilo Azabal era ya un “maestro” vocacional decidido 
antes incluso de acabar sus estudios de Magisterio, a pesar de que por 
propia experiencia familiar (su padre era también mastro) no desconocía 
los “sinsabores” de la vida de estos profesionales de la educación 
durante primer tercio del siglo XX, y a pesar de saber, por eso mismo, 
que no le aguardaba un porvenir excesivamente brillante. Las siguientes 
palabras suyas escritas en 1933 definen mejor que podamos hacerlo 
nosotros esa temprana vocación y el carácter de este profesor conquense 
que con tan solo 32 años eligió, en 1925, a esta ciudad nuestra para 
vivir, para amar, para ver nacer a sus dos hijas y finalmente sufrir el 
dolor por la muerte de la mayor de ellas, Matilde, en plena 
adolescencia. Decía entonces Azabal: “Fui maestro porque sentía, como hoy y como siempre, verdadero cariño a esta profesión.
 En ella vivo con gusto y no me ha negado satisfacciones, sin duda 
porque soy parco en ambiciones. Nunca me he arrepentido ni me ha 
desdorado mi profesión y hasta en las épocas de mayor vilipendio en que 
muchos han ocultado hasta ser Maestro la he defendido bravamente y he 
procurado honrarla”.
Esta manera de sentir y vivir su profesión y sus desvelos 
profesionales perfilaron un educador preocupado por estar 
permanentemente al día en el conocimiento de las nuevas corrientes e 
innovaciones pedagógicas del momento, tanto de España como del 
extranjero. Seis años después de acabar la carrera se dirigía a la JAE 
(Junta de Ampliación de Estudios) solicitando una pensión de formación 
para realizar viajes al extranjero, algo que no consiguió realizar hasta
 mayo de 1935 en que viajó en grupo por Francia, Bélgica y Suiza para 
estudiar allí la organización escolar de las instituciones educativas de
 aquellos países. Y esta misma inquietud pedagógica, la labor 
desarrollada como profesor y director del colegio Carmen Benítez y el 
crédito que personalmente había ido adquiriendo entre las autoridades 
educativas fueron los que determinaron que el Gobierno lo designase en 
1933 como inspector-maestro de Jerez y la zona de su campiña. En la 
actualidad la bibliografía escrita sobre la educación y la renovación 
pedagógica en España en esos años recogen la figura de Teófilo Azabal como uno de esos educadores renovadores e innovadores pedagógicos de la España del primer tercio del siglo pasado.
Teófilo Azabal fue un firme defensor de los derechos de la entonces 
llamada escuela nacional, la escuela pública diríamos hoy. Una 
institución en aquella época maltrecha, abandonada por casi todos, con 
muy escasos medios, insuficiente, poco considerada y que en Jerez, en 
estas condiciones, tenía además que soportar la competencia de una 
omnipresente enseñanza impartida en centros de confesiones religiosas. 
En este sentido, su empeño y sus esfuerzos estuvieron orientados a dotar
 de crédito a la escuela nacional de la ciudad y  a sacarla, en la medida de sus posibilidades, de la postración en que se hallaba,  ninguneada,
 como se ha señalado, por el abrumador peso que la enseñanza impartida 
por instituciones religiosas poseía tradicionalmente en Jerez.
Para adentrarnos en la labor desempeñada por Azabal 
deberemos referirnos a su trabajo desarrollado, junto con a otros 
maestros, en pro de los anteriores objetivos en la Escuela Carmen 
Benítez. Conseguirlo no fue una tarea fácil. Debió vencer la resistencia y los inmisericordes ataques de sectores religiosos de la ciudad
 y los embates de una derecha política que lo convirtió en blanco de sus
 ataques por las medidas laicistas que se estaban implantando en la 
escuela por mandato de las medidas del Gobierno Provisional y aquellas 
que establecía la propia Constitución de 1931.
Cuando Teófilo Azabal se hizo cargo de la dirección de la Escuela 
Carmen Benítez en julio de 1929, la situación de la misma era según sus 
propias palabras “desastrosa”: “Un caserón vacío de todo, destrozado,
 porque hasta el edificio había sido víctima de tanta inepcia. 
Enemistades y luchas bochornosas entre los maestros: Falta de 
moral para el trabajo. Indisciplina en todos los aspectos. Una escuela 
desligada de todo lo noble y elevado. Un personal envenenado y rescoldos
 de todo el voraz incendio en el que se habían consumido amistad, 
compañerismo, amor al deber, etc. Matriculados 326 niños se obtuvo en el
 curso 177 de asistencia media, cosa que revela abandono y 
despreocupación y desinterés por parte de las familias”.
Cuatro años más tarde, en 1933, el estado de esta escuela había cambiado radicalmente: había aumentado el número de secciones y de grados de la misma, con un total de 340 niños de matrícula que daban una
 asistencia media de 296, mientras que en el curso 1928-29 la asistencia
 media había sido de 187. Esto último revelaba un cambio aún más 
importante: se estaba consiguiendo que el interés de las familias del 
barrio por la asistencia y la educación de sus hijos fuera creciendo de 
manera significativa. Y bajo el principio de que no hay moral escolar posible si el maestro no da un ejemplo saludable y
 de que estos debían convertirse en los “rectores de la conducta de los 
niños” Azabal y el grupo maestros que apoyó sus reformas consiguieron 
que esta escuela se convirtiera en ejemplo para otras escuelas 
nacionales de la ciudad. Incluso se empezó a invertir la tendencia hasta
 ahora observada de que la escuela Carmen Benítez, como todas las 
nacionales, fuera una escuela solo para las familias pobres, notándose, 
ente sentido, que padres de clase media y de obreros “distinguidos” 
también llevaran a sus hijos a ella. Así lo expresaba Azabal: el aumento
 del crédito y la confianza conseguidos por la escuela se demostraba a 
su juicio en el hecho del “cambio producido asistiendo hoy muchos de 
clase media que nunca fueron a las escuelas nacionales, sin que nos 
quite nada la campaña que se hace contra la escuela laica y más 
especialmente contra esta”.
Se logró algo importante, hacer un programa general de la escuela 
pues incluso se carecía de este programa en una escuela graduada. Se 
crearon talleres de carpintería, duchas, un nuevo comedor, una 
biblioteca escolar que fue donada por el Patronato de Misiones 
Pedagógicas a instancias e insistencia del propio Azabal, con una sala 
de lectura; se desarrolló un programa de conferencias para adultos, 
impartidas por personas de cultura de Jerez, festivales de gimnasia, 
canto, etc. 
En definitiva, Azabal  fue consiguiendo, a través de una
 intensa labor de publicidad en la prensa y en otras tribunas, hacer 
visibles los logros y los problemas de la Escuela Carmen Benítez y, por 
extensión, que las demás escuelas nacionales de Jerez se hicieran 
también más visibles para la población; como manifestaba el mismo 
Azabal, que se fueran “venciendo los escrúpulos y prejuicios creados por una labor pública e interesada en el descrédito de la escuela del Estado”.
 Todo ello hizo que esta escuela y su director se convirtieran en el 
blanco preferido de feroces ataques por parte de los centros educativos 
religiosos porque podía competir con ventaja con ellos y sobre todo 
porque de esta manera se convertía en ejemplo a imitar por la demás 
escuelas públicas. La Escuela Carmen Benítez, manifestaba Azabal, “no
 ha sido, para las escuelas confesionales, uno de tantos viveros, unas 
veces voluntarios y otras forzosos (que de todo ha habido), 
consiguiendo, por el contrario, atraer y evitar que fuesen bajas niños 
predestinados a ser alumnos de los Hermanitos, una vez en condiciones de
 cultura”.
Para la iglesia jerezana y los sectores políticos católicos conservadores Azabal se convertía así en una figura odiada, en un “enemigo temible”
 sobre el que se vertieron todo tipo de mentiras e infamias y se fue 
organizando una campaña de descrédito personal cuyo objetivo no era otro
 que atacar las medidas que en materia educativa venían desarrollando 
los gobiernos republicanos al menos durante el primer bienio. Ni aun 
después de su asesinato cesó esta campaña de desdoro de su figura. Así 
se comprueba, por ejemplo, con claridad en los informes que el sacerdote
 Corona Humanes remitía a la Comisión Depuradora del Magisterio de la 
provincia de Cádiz en los que Azabal era presentado como una persona del
 que todas las referencias que se ofrecían eran malas. O en las 
calumnias que en sus pliegos de descargo vertieron algunos, pocos, dos o
 tres, de sus antiguos compañeros para exculparse ante esa Comision 
Depuradora y eludir una posible sanción profesional: lo acusaban de 
haberlos coaccionado para que se afiliaran a la FTE de UGT o de obligar a
 los niños y a los maestros a cantar la Internacional y el himno de 
Riego en el patio de la escuela. Sin comentarios.
Teófilo Azabal se definía como un defensor a ultranza de la llamada 
escuela única, de la escuela pública y, personalmente, era partidario de
 las medidas que en materia educativa se venían implantando desde de los
 tiempos del Gobiernos Provisional. Como director e inspector, además, 
estaba obligado a implementar esas medidas emanadas de las autoridades 
educativas. Por supuesto, era defensor del principio del laicismo en la 
educación, más que por sectarismo, como lo acusaban sus enemigos, o por 
su ideología política socialista, porque estaba convencido de que los 
niños y las niñas debían desenvolverse en las escuelas en un ambiente de
 estímulos de libertad  sin recibir de ellas ningún tipo de adoctrinamiento,  ni
 confesional ni de ningún tipo. Y en lo que se refiere a la influencia 
de la iglesia católica de la ciudad en la educación y al adoctrinamiento
 de las mentes infantiles en los colegios religiosos de la ciudad Azabal
 consideraba que  resultaban asfixiantes. Este juicio de 
Teófilo Azabal no era una simple opinión suya, sino que se sustentaba en
 una innegable realidad. Efectivamente, los datos recogidos en la 
memoria final que en 1933 la Comisión Mixta para la Sustitución de la 
Enseñanza Religiosa de Jerez elevaba a la Comisión Mixta Provincial no 
dejaban lugar a dudas sobre la implantación que las confesiones 
religiosas de la ciudad tenían en materia de enseñanza en esa fecha. 
Nada menos que 15 centros educativos estaban en manos de esas 
congregaciones religiosas y acogían a 2.650 alumnos y alumnas que eran 
atendidos por 129 “maestros” y “maestras”, de los cuales casi un 35% 
carecía de titulación.
Esta implantación aún era mayor en 1937 como consecuencia del intenso
 proceso de recatolización que siguió en la ciudad al triunfo de los 
militares sublevados. De entrada, el número de centros de enseñanza 
religiosa había ascendido hasta 26 y acogían a nada menos que 5.210 
alumnos y alumnas. Este incremento representaba 2560 alumnos más que los
 matriculados en ese año en centros públicos. De esos 5210 alumnos un 
porcentaje importante eran alumnos que contribuían con algún tipo de 
pago, bien directamente mediante el pago individual de una cuota, o bien
 asistían gratuitamente a centros religiosos que eran costeados y 
sostenidos por empresas privadas, por casas bodegueras como la Casa 
Domecq y la Casa González Byass. Entre los años 1933 a 1937, pues, la 
preponderancia de la educación impartida en centros religiosos en la 
ciudad respecto a la enseñanza pública no había hecho sino 
incrementarse: las 38 escuelas nacionales existentes en 1937 acogían 
solo a 3603 alumnos, frente a los 5210 de las religiosas. De modo que si
 el censo escolar formado por la matrícula de las escuelas religiosas y 
la de las escuelas nacionales ascendía a 8813 alumnos, incluidos los que
 atendía en la campiña la Unión Católica de Enseñanza, resulta que los 
alumnos asistentes a centros religiosos representaban nada menos que el 
59% de ese total.
En marzo de 1936 aún no había nada claro en Jerez sobre cómo habría de hacerse la sustitución de la enseñanza religiosa en Jerez
 y cómo se conseguirían los centros necesarios para reubicar a los 
alumnos y alumnas hasta ahora atendidos en las escuelas confesionales. 
Por eso y por otras razones en este año Azabal informaba y proponía a la
 Dirección General de Enseñanza que en Jerez en ese momento no cabía 
otra alternativa que la incautación provisional de los locales que 
ocupaban las escuelas religiosas y a un plazo de más de un año la 
construcción de grandes grupos escolares, así como la dotación de 25 
plazas de maestros y 30 de maestras. Denunciaba Azabal, además, el ardid
 que muchas de la escuelas religiosas empleaban para eludir la Ley de 
Congregaciones Religiosas de 1933 pretendiendo aparecer como servidas 
por personal seglar titulado, cosa que no ocurría en visitas anteriores 
giradas a estos centros por Azabal. Todas estas ideas y propuestas de 
Azabal eran conocidas por sus irreductibles enemigos los cuales iban 
comprimiendo su odio hacia él, un odio que como sabemos estalló con su 
asesinato en agosto de 1936.
Uno de los momentos más amargos que vivió Teófilo Azabal, sufrido 
como un ataque frontal a sus realizaciones y proyectos desarrollados en 
la escuela Carmen Benítez, se producía en 1932. En este año los 
herederos de Carmen Benítez donante del terreno donde se construyó la 
escuela cuyas instalaciones fueron aceptadas en 1912 por el Ayuntamiento
 solicitaron de la corporación municipal la reversión de la escuela a 
los herederos por incumplimiento de la principal de las condiciones de 
la donación, a saber, que la instrucción que habría de darse a los 
niños en ella no habría de separarse jamás de los dogmas y doctrinas que
 enseña nuestra Santa Madre Iglesia Católica, estando la vigilancia 
de dicha enseñanza a cargo de un sacerdote designado por el Cardenal 
arzobispo de la Diócesis. Desde la prensa y otros ámbitos se orquestó 
una campaña tendenciosa a favor de esta reversión que servía a unos 
intereses políticos muy claros, atacar al gobierno republicano y a su 
obra educativa creándole todos los obstáculos posibles, donde lo de 
menos era la cuestión religiosa en este caso.
Desde luego, así lo vio el propio Azabal quien desde las páginas de 
una revista pedagógica en la que escribía asiduamente, en un artículo 
titulado “Cómo se formó mi escuela y cómo piensan deshacerla”, resumía 
acertadamente el problema y su trasfondo:
 “El edificio de nuestra escuela fue cedido por una 
dama católica, doña Carmen Benítez, en condiciones tales, que el 
Ministerio de Instrucción Pública, por disposición de 29 de mayo 
(Boletín Oficial del Ministerio de 14 de junio corriente), ha dispuesto 
que se devuelva a los herederos de dicha señora, reclamantes en el año 
1932, pero con una concesión muy célebre, si quieren seguir cediendo el 
edificio, y es la siguiente: QUE, FUERA DE LAS HORAS DE CLASE, SE DEN 
POR UN SACERDOTE DESIGNADO POR LAS AUTORIDADES ECLESIÁSTICAS LAS 
ENSEÑANZAS QUE IMPUSO LA DONANTE A TODOS LOS NIÑOS CUYOS PADRES O 
TUTORES LO SOLICITEN ( en mayúsculas en el original)  ¿Comentarios? Hágalos cada uno. Yo bien sé lo que esto significaría para la escuela.
La aspiración de quienes mueven el tinglado contra la escuela está
 bien clara. Se trata de destruir en pocos meses la obra de muchos años 
de actividad celosa, y acabar con una escuela que ha sabido resistir y 
triunfar de toda la maraña de bajos intereses que se conciliaron para 
evitarlo. El Ministerio tal vez conserve con esta cesión el uso de un 
edificio que costó 150.000 pesetas, pero entrega una escuela, y no deja 
en buen lugar el artículo 48 de la Constitución. Un edificio se hace con
 piedra, cal y madera. Una escuela, no. De bosques y canteras tenemos 
mayor abundancia que de escuelas, en su sentido propio. Valiera más 
conservar las escuelas, aunque hubiese que sacrificar los edificios. Yo 
me pregunto: ¿Por qué no se expropia, abonando el valor de su 
construcción? ¿No sería esto el camino más honrado? El Estado puede 
hacerlo, por causa de utilidad pública.” El golpe de estado de 18 de
 julio y la guerra se echó encima y todo volvió a la normalidad deseada 
por la Iglesia jerezana. Para muchos esta normalidad fue, sin embargo, 
la normalidad de las tapias de los cementerios, de los fusilamientos a 
la luz de la luna en descampados y la normalidad de las fosas abiertas 
apresuradamente en cunetas y parajes alejados. En alguno de esos lugares
 desconocidos, como los de tantos otras víctimas, aún reposan los restos
 de Teófilo Azabal. De esta manera le hacían pagar a Teófilo su 
“osadía”.
Fuente → lavozdelsur.es
 



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