Día de revolución (julio de 1936)
 
 
En el verano de 1936, casi dos millones de personas pusieron en marcha en la España republicana el intento de gestionar la economía de forma colectiva, igualitaria y democrática.
 
Día de revolución (julio de 1936)
Eduardo Pérez

Es una mañana cualquiera de finales de julio de 1936. Carmen ha dejado a sus niños en la escuela colectivizada de Altos de la Humosa, en Madrid, y se dirige a comprar el pan en la panadería recién inaugurada por la colectividad. En su colectividad de Guadix, en Granada, Juan cultiva patatas, mientras que Sara coge un libro de la biblioteca colectiva de Fraga, en Huesca, y Rocío guarda algo de dinero en la Caja de Ahorros de la colectividad de Valls, en Tarragona. Poco después, Tamara sirve el almuerzo a los niños del colectivizado hotel Palace de Madrid, reconvertido en orfanato, y Xavi pone ladrillos en uno de los edificios que está levantando la industria colectivizada de la construcción de Terrassa, en Barcelona, justo cuando Amparo se va a dormir tras pasar la noche en el turno de vigilancia de su columna en el frente de Aragón. Manuel, mientras muerde una naranja cosechada en la totalmente colectivizada Albufera, repasa mentalmente la clase que va a dar hoy en la Universidad de Moncada, en Valencia, fundada por la colectividad. En ese momento, Luisa compra un martillo en la ferretería colectivizada de Quero (Toledo), Álvaro descarga la pesca del día, sardinas colectivizadas, en el puerto colectivizado de Villajoyosa (Alicante) y Lucía ajusta unas gafas producidas por la industria óptica colectivizada en Granollers (Barcelona). Ya por la tarde, Mercedes da las últimas puntadas de su jornada en su empresa textil colectivizada de Alcoy (Alicante) y Francisco, por su parte, coge el tranvía colectivizado para volver a casa satisfecho por la nueva remesa de fusiles que hoy ha salido hacia el frente desde su fábrica de armas colectivizada de Barcelona. 

Ellos y ellas son algunos de los cerca de dos millones de colectivistas, protagonistas de la Revolución Española, el proceso por el que los trabajadores y trabajadoras se hicieron con buena parte de la economía de la España republicana.

Vacío de poder

El 17 de julio se inicia el golpe militar, y el país quedará dividido entre las zonas donde éste triunfó y aquellas donde la República logró imponerse, gracias principalmente a la movilización de las organizaciones obreras (CNT y UGT) con el importante apoyo de las fuerzas de seguridad leales al régimen. A nivel político, surgieron una serie de comités regionales que, integrados por todas las fuerzas antifascistas, hacían las funciones del Gobierno o las compartían con éste, según el lugar. Estos comités ilustraban la nueva correlación de fuerzas tras unos primeros momentos en los que las autoridades republicanas leales habían estado sumidas en la duda y el caos, tan o más temerosas de entregar armas al pueblo organizado que del golpe militar. Sin embargo, salvo en Aragón, donde se constituyó un Consejo Regional de Defensa que sustituyó a la estructura republicana, a nivel político más allá de lo local no hubo grandes cambios de funcionamiento. Sin embargo, la revolución sí se hizo sentir en la economía, como hemos visto en los ejemplos mencionados. Ante una situación en la que muchos empresarios huyeron de la zona antifascista y los restantes consideraban arriesgado oponerse, miles de trabajadores aprovecharon para poner en práctica lo que durante décadas habían estado aprendiendo en sus organizaciones: ellos y ellas eran quienes creaban la riqueza y quienes debían, por lo tanto, gestionarla. 
 
Como relataba emocionado el escritor y voluntario inglés George Orwell: “Yo estaba integrando, más o menos por azar, la única comunidad de Europa occidental donde la conciencia revolucionaria y el rechazo del capitalismo eran más normales que su contrario. En Aragón se estaba entre decenas de miles de personas de origen proletario en su mayoría, todas ellas vivían y se trataban en términos de igualdad. En teoría, era una igualdad perfecta, y en la práctica no estaba muy lejos de serlo. En algunos aspectos, se experimentaba un pregusto de socialismo, por lo cual entiendo que la actitud mental prevaleciente fuera de índole socialista. Muchas de las motivaciones corrientes en la vida civilizada —ostentación, afán de lucro, temor a los patrones, etcétera— simplemente habían dejado de existir. La división de clases desapareció hasta un punto que resulta casi inconcebible en la atmósfera mercantil de Inglaterra; allí sólo estábamos los campesinos y nosotros, y nadie era amo de nadie”. 

Pese a que se suele restringir el fenómeno revolucionario a Aragón y Catalunya, en realidad éste tuvo mucho mayor alcance geográfico. En La autogestión en la España revolucionaria, Frank Mintz calculaba, en efecto, más de un millón de personas involucradas en Catalunya, y otras 300.000 en Aragón. Sin embargo, en Castilla daba la cifra de 225.000, así como 190.000 en Levante, casi 70.000 en Andalucía y 20.000 más en el resto de regiones bajo mando republicano. El proceso tuvo mucha fuerza en la agricultura. Según el Instituto de la Reforma Agraria (dirigido por el PCE, hostil a la colectivización), el 54% de la superficie expropiada (que era a su vez la mayor parte de la tierra) fue colectivizada, llegando a extremos como el de Ciudad Real, con la socialización del 98,9% de la superficie cultivada el año anterior. No obstante, el mito de que fue una revolución predominantemente agraria no se sostiene según los datos: los cálculos de Mintz indican 300.000 personas más en la industria que en el campo. Madera, textil, industria bélica, espectáculos, construcción, pesca… son varios de los sectores donde la socialización tuvo su peso.

Estado de bienestar sin Estado

La Revolución fue impulsada principalmente por las bases de la CNT, sindicato mayoritario antes del estallido de la Guerra Civil, pero también participaron gran cantidad de ugetistas, como prueba la colectivización agraria en Castilla, donde la CNT era minoritaria, y también se dieron colectividades vinculadas a partidos políticos. La colectivización no fue la única manera en la que la fuerza de la clase trabajadora se hizo notar en la economía durante la Revolución, aunque sí la más profunda. Muchas empresas que no pasaron a manos de los trabajadores pasaron a control obrero. Según esta fórmula, la propiedad seguía siendo privada pero se creó un comité sindical con amplios poderes a la hora de la toma de decisiones en la empresa. En la colectivización, no obstante, la parte sindical no se dedicaba sólo a controlar o vigilar, sino que dirigía la empresa. La asamblea general de la plantilla era el máximo órgano de decisión y la gestión cotidiana se encargaba a un comité, elegido y revocable por la asamblea.
 
En los municipios donde la colectivización fue total (generalmente pueblos), ese funcionamiento se extendía a toda la vida municipal, sustituyendo al Ayuntamiento. Las colectividades no sólo se centraron en su ámbito económico o geográfico, sino que subieron los salarios, bajaron los precios de los productos y pusieron en marcha un “Estado de bienestar sin Estado”, es decir, mecanismos de protección social para la población. Así, parte de los beneficios se dedicaban a financiar instituciones educativas (el trabajo infantil fue abolido), bibliotecas o pensiones para la población de más edad. 

“La clase obrera tenía las riendas”, en expresión de Orwell, pero aunque hubo rescoldos de colectivización hasta el final de la Guerra, se suele estimar que el momento álgido de la Revolución duró hasta mayo de 1937, con los enfrentamientos en Barcelona entre la Generalitat y los trabajadores revolucionarios, momento a partir del cual el Estado republicano fue recuperando terreno frente a la Revolución. Una fase de nuestra historia que el historiador Gabriel Jackson, poco sospechoso de simpatías revolucionarias, describió como “la revolución social más profunda ocurrida desde el siglo XV”.


Fuente → elsaltodiario.com

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