
“La asociación entre la actividad política y la mentira tiene una sólida base” afirma con rotundidad el catedrático de la Universidad de Alicante Juan A Ríos Carratalá en su libro “De mentiras y franquistas” (Renacimiento), y añade que “la
mentira es consustancial con la política, al igual que el cinismo,
aunque se cultiva de manera radicalmente distinta si el mentiroso se
faja en el cuerpo al cuerpo o permanece en la penumbra de los despachos”.
Con estos presupuestos analiza una serie de personajes de la etapa
franquista que considera paradigmáticos de la forma en que el régimen
utilizó la mentira como herramienta política.
Séame permitido, como coetáneo de aquella
etapa histórica, comentar concretamente algunos de los casos sobre los
que escribe Ríos Carratalá que conocí o viví personalmente. Por ejemplo,
durante mi infancia presencié en el colegio de San Ignacio, que los jesuitas tienen en el barrio barcelonés de Sarriá, la exaltación del martirio de la niña Josefina Vilaseca,
que falleció a consecuencia de las heridas recibidas en el intento de
violación ocurrido en una masía rural. Fue exaltada, como el autor
recuerda, como la “María Goretti catalana”. Pues bien, en opinión de Ríos “lo sucedido cerca de Manresa pronto se magnificó y, sobre todo, se manipuló a conciencia por parte de unos guionistas con sotana” a los que acusa de “la
reescritura de algunos hechos y antecedentes…(y) de la invención de
varias circunstancias, sin temor a lo inverosímil, por culpa de la
desmesura”. Pero lo peor de todo es la acusación explícita de
que esta manipulación sirvió para encubrir el delito de pederastia que
habría cometido el párroco de Horta de Aviñó con la niña Vilaseca antes
de que esta fuera agredida por aquel al que se acusó de haberle causado
la muerte.
Luego, durante muchos años como
periodista de espectáculos, tuve una relación bastante estrecha con el
longevo y famoso empresario Matías Colsada, al que Ríos califica de “mal tipo”, “mal educado”
y tacaño y acusa, en este caso no sin fundamento, de firmar como autor
obras que no eran suyas -apenas sabía leer y escribir-, y de no cotizar
por sus artistas a la Seguridad Social. “El empresario levantó
un imperio de la nada, nunca aparentó tener problemas de conciencia y
debió pensar que su reinado en el mundo del espectáculo sería eterno
gracias a una salud de hierro o a la presencia de alguna autoridad tan
divina como sobornable”. Y, lo más excitante, revela que
Colsada, que tuvo una excelente relación con las autoridades
franquistas, consiguió ser multimillonario y falleció sin testar,
dejando a sus herederos un gigantesco embrollo sucesorio que ha tardado
muchos años en resolverse , resulta que había sido, durante la guerra
civil ¡comisario político! Algo que no deja de ser sorprendente si
tenemos en cuenta que este tipo de veladores de la moral revolucionaria
solían ser personas con una cierta, incluso a veces con una gran,
cultura, lo que no fue el caso.
Cuando entré a trabajar en Radio Nacional de España me encontré sentado como vecino de mi mesa de redacción a Juan Soto Viñolo,
avispado periodista, conspicuo crítico taurino y respetado especialista
en canción española, que redondeaba su sueldo de redactor escribiendo
como “negro” los guiones del consultorio femenino de Elena Francis.
No fue el único que lo hizo, porque ese espacio radiofónico duró muchos
años, pero sí el último de todos y el que, cuando finió en dicha tarea,
reveló el papel que había ejercido, para disgusto de los Laboratorios Francis e incluso de Ríos, que cree se atribuyó un excesivo protagonismo porque orilló a otros “negros” que participaron de ese mismo trabajo.
Y, en fin, muchos años después de que finalizara su actividad política, conocí al mítico antiguo alcalde de Benidorm, Pedro Zaragoza,
al que se adjudica el mérito de haber conseguido de Franco la
autorización para el uso del biquini en las playas de su pueblo,
sorteando así la enemiga, e incluso el intento de excomunión, de la
autoridad religiosa. “Hombre culto, leído y conocedor de los
efectos del paso del tiempo, el ex alcalde supo esperar para construir
poco a poco la historia de su visita a Franco con el objetivo de que el
biquini fuera permitido en las playas de Benidorm”, aunque pone
en duda, con razón, la leyenda de su viaje precipitado en Vespa hasta
El Pardo en busca de la anuencia del generalísimo. Hay que decir que, en
este caso, el dinámico munícipe alicantino sale bien parado del severo
juicio de Ríos Carratalá quien dice que “Pedro Zaragoza, a lo
largo de su mandato, protagonizó varias iniciativas brillantes y
oportunas para promocionar Benidorm como destino turístico”.
Fuente → catalunyapress.es
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