
Al fascismo no se le discute ¡Se le destruye!
Buenaventura Durruti, líder anarquista.
Son muchos los momentos y las personas que utilizan la bandera de
España como acto inocuo de significación política pero ¿qué hay de
cierto en todo esto?, ¿son todas esas personas acérrimas defensoras de
ideologías fascistas o sus sucedáneos?, ¿señalamos a todo portador de
una bandera de España como “facha”? o ¿cualquier momento puede resultar
neutro o apolítico para exhibir una bandera compartida con millones de
personas con todo un universo de diversidades? Estas son preguntas que
difícilmente podrán ser resueltas en un breve artículo y, menos aún, sin
herir ciertas sensibilidades o sin que esto pueda generar un amplio
debate. Así que trataré de ceñirme a la identificación de momentos
concretos que a mucha gente le resultarán conocidos por la evidente
referencia a la conferencia sobre “El Fascismo Eterno” de Umberto Eco.

Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua, sin
intención de tomar éste como un sagrado e indiscutible escrito, que el
chovinismo (del francés chauvinisme) es la exaltación desmesurada de lo
nacional frente a lo extranjero. Y es que no es en la
exaltación especialmente mostrada en estos últimos tiempos donde reside
la mayor gravedad sino en su falta de mesura y su necesidad de
confrontación contra lo extranjero, de hacer frente a lo diferente, que
esto requiere donde propios y extraños deberíamos extremar nuestras
precauciones. Centrándonos, pues, en el debate surgido estos últimos
días en torno a la utilización de la bandera de España para
reivindicaciones vinculadas exclusivamente de un único partido y para
mostrar el desacuerdo con el Gobierno actual. Haciendo un ejercicio de
limitación histórica sobre el simbolismo de una bandera concreta, si lo
que realmente alguien desea es encontrar en la bandera del país que
representa un símbolo colectivo con el que sus orgullosos portadores y
sus detractores logren encontrar más puntos de conciliación que de
enfrentamiento, deberíamos hacer un esfuerzo conjunto y cohesionado para
alejar todo uso de esa bandera en ciertos momentos clave en los que los
argumentos no resultan suficientes para la defensa de la reivindicación
concreta y se enarbolará ésta más como un escudo, en una alegoría del “primo de Zumosol”,
victimizando estas carencias de argumentación, en lugar de algo
colectivo y sumamente frágil que realmente deseas cuidar para que no
sufra daños o lucir con un orgullo sincero y bien dotado de contenido.

Porque precisamente esos momentos que son, indudablemente, polos
de tensiones y enfrentamientos únicamente exponen la bandera, o todo
aquello que se pretende defender con ella (que no pertenece a nadie, o
no debería), a unos riesgos que, si de verdad nos creemos el cariño y
apego que le podemos tener, nadie en su sano juicio desearía:
Alejar la bandera de aquel culto a tradiciones que claro que
tienen sus seguidores y no son pocos, pero tiene sus tantos o más
detractores. Véase la Tauromaquia y otras que, si bien tiene
defensores en la sociedad española, también tienen una importante parte
de esa misma sociedad, no menos española por ello, opuesta a ellas.

Alejarla de todo ese rechazo al modernismo que, al igual que el caso
anterior, pretende estancar a nuestra sociedad e impedir todo aquello
que implique progreso. Porque ni la sociedad que nos precede ni las
venideras son más ni menos españolas, ni tampoco deben permanecer
impasibles ante los avances que podamos hacer como sociedad. Véase en el
aborto, el matrimonio entre personas de un mismo sexo, la libre
elección de identidad…

Alejarla y alejarnos del culto a la acción por la acción, de
actuar sin pensar, como si lo que hacemos no vaya a tener sus
implicaciones en aquello que nos rodea. Porque no se puede
atacar la cultura siempre que ésta es crítica con lo que nos sentimos
identificados y menos haciéndolo con algo que es común y no nos
pertenece. Véase en contra de las ayudas al mundo de la cultura, contra
la educación sexual…
Alejarla del rechazo al pensamiento crítico que, vinculado a
lo anterior, exclusivamente pretende evitar el cuestionamiento de todo
lo dado hasta ahora, oponerse a la convivencia armónica entre
las distintas peculiaridades o sensibilidades. Véase la defensa de
España como si no pudiese seguir siendo España siendo un estado
plurinacional, oponerse a un Ingreso Mínimo para personas más
vulnerables…

Alejarla de ese miedo a la diferencia de todo tipo, ya sea racial, sexual, identitaria, política, religiosa etc.
Véase la utilización de la pureza española para merecer ayudas o
solidaridad, o cualquier otro tipo de racismo, xenofobia, etc…

Alejarla de todo llamamiento y estricta vinculación a las clases medias frustradas,
pues es aquí donde mayor riesgo existe de caer en clasismos
irracionales y ahondar mucho más en las desigualdades. Véase identificar
únicamente como “españoles de bien” personas con empresas, con un
empleo, o toda utilización que exclusivamente encuentra su explicación
en la aporofobia (el rechazo al pobre).

La mejor protección que se le puede procurar a aquello que
uno quiere o ama implica mantenerlo alejado de todo aquello que puede
dañarlo, ser tú su mejor defensa y no utilizarlo como tu escudo
personal, convirtiéndote en su mayor riesgo. Porque cada uno de estos
momentos, por separado, podrían parecer irrelevantes o anecdóticos pero
en cuanto alguien logra conjugarlos dentro de un todo son la esencia
para la introducción y expansión del fascismo por muy antiguo o
desfasado que esta denominación pueda parecer. Y si en algo creo desde
lo más profundo de todo mi ser es en el amplio consenso que como
sociedad tenemos para afirmar que esto es algo que, salvo algunos
indeseables, una inmensa mayoría racional entendemos como despreciable,
execrable, repugnante e indeseable para cualquier sociedad que desee
vivir en libertad.
Fuente → nortes.me
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