Rojo y amarillo, ¿el nuevo arco iris?

 
Algo en cierta manera nuevo estos días es la reivindicación de la bandera de España como símbolo de diversidad

Rojo y amarillo, ¿el nuevo arco iris?
Daniel Valtueña

La bandera de España fue creada por Carlos III. Mejor dicho, fue Antonio Valdés y Fernández Bazán, secretario de Estado y del Despacho Universal de Marina, el que ofreció al rey una selección de banderas de entre las cuales el monarca ilustrado eligió la rojigualda. ¿Por qué motivo? Por el simple hecho de que sus colores llamaban más la atención en alta mar. Hoy lo siguen haciendo. Pero en tierra.

La bandera nacional empezó a utilizarse a partir de 1785. Desde entonces quedó directamente asociada a la monarquía, manteniéndose incluso durante los meses de la Primera República (1873-1874). Con la dictadura militar de Primo de Rivera (1923-1930) los símbolos nacionales, incluyendo la bandera, adquirieron notable protagonismo. Las juras de bandera alcanzaron desde entonces el rango de fiestas nacionales (Real Orden del 21 de marzo de 1924). Su reivindicación militar fue, como no podría ser de otro modo, retomada por la dictadura de Francisco Franco.

Durante la Segunda República (1931-1939), en aras de subrayar el compromiso antimonárquico de la democracia, la bandera cambia e incorpora el color morado para desmarcarse así del régimen anterior. Sin embargo, la Guerra Civil (1936-1939) y la consecuente dictadura franquista (1939-1975) contribuirán a la reinstauración de la bandera monárquica como símbolo nacional. La dura represión franquista arrincona la tricolor e impone la rojigualda, que, llegados los años de la transición democrática, se presenta como única alternativa. La monarquía quedó reinstaurada, así como su bandera.

Desde entonces, la bandera española ha sido tradicionalmente asociada a las fuerzas políticas de derecha. La decisión de José María Aznar de instalar en la madrileña Plaza de Colón un fálico pendón con una colosal bandera es probablemente un ejemplo paradigmático. Las recientes instalaciones del alcalde de Madrid tampoco se quedan atrás. Sin embargo, en las últimas semanas, las banderas han dejado los pendones, e incluso los balcones en los que llevaban años instaladas, para salir a las calles, muchas de ellas en descapotable. No se emocionen: España no ha ganado el mundial.

Diversos colectivos y ciudadanos han decidido reivindicar su inconformismo con el necesario confinamiento a través de los colores nacionales. Los llamados “cayetanos” del barrio de Salamanca han salido a las calles para protestar contra las medidas tomadas por el gobierno con motivo de la crisis del coronavirus. Su, de nuevo, imperiosa necesidad de apropiarse de un símbolo colectivo ha suscitado críticas. Pero también propuestas. Una de las más interesantes a cargo de C. Tangana.

Desde su perfil de Twitter, El madrileño proponía hacer con la bandera lo mismo que el colectivo LGTBIQ+ hizo con el término queer: apropiárselo. La palabra queer puede traducirse como ‘raro’ o ‘extraño’ y hasta hace poco era utilizada como insulto para cualquier identidad sexual o de género fuera de los límites de la normatividad. Sin embargo, como magistralmente explica Judith Butler en su libro Cuerpos que importan (1993), este término fue reivindicado por los miembros del colectivo LGTBIQ+ con el fin de neutralizar su intencionada violencia. Algo así es lo que Puchito nos propone hacer con la rojigualda.

Recurrentemente la izquierda española asocia los valores patrióticos con los servicios públicos, la democracia y el preciado tejido social que España ha mantenido a pesar de las dificultades. Algo en cierta manera nuevo estos días es la reivindicación del rojo y el amarillo como símbolos de diversidad. Las palabras de C. Tangana parecen haber surtido efecto. Pero C. Tangana no está solo. Artistas abiertamente comprometidos con la causa se han servido mucho más sutilmente de los colores nacionales para contrarrestar el secuestro de la bandera y abrir el espacio que hoy muchos ciudadanos parecen estar ocupando: la maestra de la performance en España Pilar Albarracín; la firma Palomo Spain, sobre todo con su colección ¡Palomo, por favor!; el colectivo escénico Vértebro y su espectáculo Jura de Bandera; Carlos Carvento, Maricón de España; y, también, por qué no, la propia Rosalía.

Uno de los insultos más escuchados estos días a periodistas y ciudadanos de a pie en las calles de España ha sido el de “maricón”. Queer, en sus múltiples acepciones, bien podría traducirse como tal. Si queer ha podido dejar de ser un insulto, parece que corear el “¡Yo soy español, español, español!” que tan popular se hizo, irónicamente, durante los años de la crisis, hoy en día puede significar algo muy diferente. Es una lástima que este año el Orgullo no vaya a celebrarse. Tal vez el rojo y el amarillo hubieran sustituido, sorprendentemente, a los colores del arco iris


Fuente → ctxt.es

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