
Soledad era una trabajadora de una fábrica de conservas que no tuvo la opción de elegir una vida sin política, como tantas otras a las que no nos llegan los rescates del sistema.
Reflexiones en primera persona: ¿para qué sirve la memoria?
Daniela Ferrández
Marché para Galiza hace casi diez años y solo llevé conmigo mi memoria y un perro, y ahora puedo decir que los tres crecimos en paralelo en un fuego lento alimentado por la distancia, el amor que perdura y los deseos de no perder aquello que nos configura como parte de un todo. Sin embargo, yo, personalmente, y a diferencia de otras compañeras en la diáspora, pude experimentar unas cuantas veces al año ese complejo proceso de la vuelta, tan intensa como efímera, tan personal como colectiva, tan llena como sus propios vacíos.
Reflexiones en primera persona: ¿para qué sirve la memoria?
Daniela Ferrández
Marché para Galiza hace casi diez años y solo llevé conmigo mi memoria y un perro, y ahora puedo decir que los tres crecimos en paralelo en un fuego lento alimentado por la distancia, el amor que perdura y los deseos de no perder aquello que nos configura como parte de un todo. Sin embargo, yo, personalmente, y a diferencia de otras compañeras en la diáspora, pude experimentar unas cuantas veces al año ese complejo proceso de la vuelta, tan intensa como efímera, tan personal como colectiva, tan llena como sus propios vacíos.
Una
vuelta a un universo al que no le bastaba ir a mil por hora para
permanecer estático en mis adentros, paralizado por mi propio miedo de
no ser reconocida como lo que soy, miedo de que nuestros caminos
paralelos nunca se volvieran a juntar y, a fin de cuentas, miedo de
perderlo. Es por eso por lo que mis retornos no se redujeron a un
espacio, sino que se tiñeron de profesionalidad para buscar en las
fuentes históricas rastros de su pasado (y del mío).
De esta
forma, en estos últimos diez años escribí un libro sobre la represión
franquista en mi pueblo, Almoradí (Alacant), donde recogí información
de más de 150 consejos de guerra utilizados por el ejército franquista
para ejercer la violencia contra sus vecinas. Volví, además, sobre
muchas de estas trayectorias en mi TFM y en mi tesis, donde me dediqué a
juntar pequeñas biografías de individuos que revelaran una panorámica
completa de aquella sociedad que yo quería mirar.
En este proceso,
hubo historias que llegaron a marcar mi vida y mis decisiones,
referentes que me emocionaron y me empoderaron, que me enseñaron a
llorar. De hecho, aquí y ahora, haciendo el ejercicio de recordar a una
mujer que no conocí, Soledad Amorós Girona, me atrevo a reconocer algo
que no fui capaz de reconocerle al tribunal de mi tesis cuando me
preguntó, un tribunal al que no le acababan de bastar las
argumentaciones académicas que en ella explicaban por qué era necesario
para el conocimiento en general trabajar la historia de mi pueblo.
Ahora, acordándome de Soledad, siento la fuerza para decir que quise
utilizar algo que aprendí en la academia, la investigación, para
volver, para emocionarme, y, sobre todo, para buscarme.
Poco
después del Golpe, Soledad y otras compañeras no dudaron en enfundarse
el mono de milicianas y cambiar el latón de la conserva por el acero del
fusil
Soledad era una trabajadora de una fábrica de conservas
que no tuvo la opción de elegir una vida sin política, como tantas
otras a las que no nos llegan los rescates del sistema. En 1931 su
hermano José fue asesinado cuando acudió a protestar a un mitin de la
derecha republicana, por considerar que se trataba de un partido
tapadera de los antiguos monárquicos. Ese mismo año ella se sindicaba en
el primer sindicato de mujeres del municipio, el de obreras
conserveras, a la vez que el resto de su familia se adhería al Partido
Comunista y a la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra. Poco
después del Golpe, Soledad y otras compañeras no dudaron en enfundarse
el mono de milicianas y cambiar el latón de la conserva por el acero
del fusil. Los informes de Falange la acusan de formar la milicia
femenina, pronunciar mítines ante las masas y en ellos, insultar y
menospreciar con palabras soeces a sus “Gloriosos Generales,
especialmente al Caudillo”.
En el fondo, y pese a la épica del
asunto, las evidencias revelan que las milicianas de mi pueblo solo
pudieron configurar un espacio propio adscrito a las Juventudes
Socialistas Unificadas, la Unión de Muchachas, un local donde se
formaban y hacían representaciones teatrales. Su guerra, por lo tanto,
fue también la guerra de ser mujeres, ya que su papel se relegó a coser
ropas para el frío frente de Teruel y preparar “conejo con tomate” para
los milicianos.
Esta irremediable asunción, redundaba en que no
pudieran ser relacionadas directamente con ninguno de los asesinatos
cometidos por los republicanos en la villa en tiempos de retaguardia,
por lo que fueron acusadas de una suerte de “traición a su género” que
recuerda a la que reproduce Margaret Atwood en El cuento de la criada.
Como bien me dijo una informante, “a Soledad le tenían mucha manía
porque era una mujer de armas tomar, la llamaban la Pasionaria”.
A
Soledad Amorós y a Luisa Rebollo se les aplicó la pena de muerte, si
bien a la segunda le fue conmutada por quedar tetrapléjica en la
prisión, posiblemente a causa de las palizas
La documentación de los consejos de guerra lo corrobora.
En los expedientes de Soledad Amorós, alias “la Pasionaria”; Trinidad
Montesinos, alias “la Culebra”; Remedios Zaragoza, alias “la Zaragoza”,
e Luisa Rebollo, alias “La Campesina” nunca se les perdonaría vestir
los pantalones del mono de milicianas, llevar un arma, y, a fin de
cuentas, invadir el espacio público siendo mujeres. Fueron
criminalizadas como lo fue todo lo que cuestionara su norma sacrosanta,
y, por lo tanto, acusadas de inductoras y represaliadas por ello. A la
Culebra y a la Zaragoza se les condenó a treinta y veinte años de
prisión respectivamente, mientras que a la Pasionaria y a la Campesina
se les aplicó la pena de muerte, si bien a la segunda le fue conmutada
por quedar tetrapléjica en la prisión, posiblemente a causa de las
palizas.
Otra informante me contó cómo siendo una nena vio a
Soledad cuando era sacada de la cárcel que improvisaron los falangistas
en el hospital —cuestión de prioridades—, y la llevaban para ser
fusilada. Sus ojos se iluminaban al decirme “como yo soy tan roja, lo
vi”. La memoria se mezclaba con la identidad y el resultado ante mí era
esa señora en toda su profundidad, en toda su claridad humana. En ese
punto en el que se juntaban la empatía y el reconocimiento, y que es
capaz de formar pilares que den forma a comunidades.
Me contó
que en ese momento que sacaban a Soledad, muchas vecinas desafiaron el
nuevo poder de los falangistas y levantaron el puño con ella, entonando
el “adiós muchachos” de Carlos Gardel. “Adiós muchachos, compañeros de
mi vida”, cantaba la señora antes de que ese recuerdo le hiciera de
enlace con otro en el que se reconocía como mujer. De nuevo la memoria y
la identidad. Esta vez el brillo de los ojos desapareció entre su ceño
fruncido cuando soltó que, según escribiera Soledad en una carta, la
mataban porque el falangista jefe de la prisión quiso “hacer con ella” y
esta se negó. Soledad fue fusilada y enterrada en la fosa 524/2009 del
cementerio de Alicante en 1941, después de dar a luz a su hija, con la
que tuvo la suerte de poder retratarse, y yo de ponerle cara, gracias a
la amabilidad de un descendiente.
Según escribiera
Soledad en una carta, la mataban porque el falangista jefe de la prisión
quiso “hacer con ella” y esta se negó. Soledad fue fusilada y enterrada
en la fosa 524/2009 del cementerio de Alicante en 1941
La memoria es un proceso que bebe del pasado, pero que
se construye en el presente. Y yo construí la mía con respecto a mis
antecesoras, a mi tierra y a mis referentes. Decidí no olvidar a
Soledad, y aportar mi grano de are al hecho de que en el pueblo no
exista ni una sola mención a estas mujeres. Lo mejor de todo es que en
mi vida las necesité, cosa que no podía haber imaginado antes de
descubrirlas. Me vi en Soledad Amorós antes de volver a mi pueblo para
contarle a todo el mundo que era trans. Sentí que aquellas mujeres que
levantaron el puño para cantar con ella a Gardel seguían ahí y
aparecerían tras la vigilancia que yo tanto temía. Quizás, sin eso,
nunca me habría atrevido a dar el paso y a comprobar que así fue, que
siempre existiría humanidad, amor, comunidad y vecindad para imponerse
al odio.
Cuando hoy teorizamos y debatimos sobre la necesidad de
buscar, trabajar y construir una memoria LGTBI de Galiza lo hacemos
partiendo del anhelo de nuestras soledades. Necesitamos conocer a
aquellas que lucharon, porque solo con su lucha lo consiguieron. Dejaron
estela, rastro, cambios, y, a fin de cuentas, un mundo más vivible de
como lo encontraron. Necesitamos más Elisas y Marcelas, más Soledades, y
eso, solo puede hacerse apostando por la investigación y la
colectivización de los resultados. Necesitamos repensar, emocionarnos,
clarificarnos en esa mezcla de identidad y memoria, de lo que realmente
somos.
Fuente → elsaltodiario.com
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