
¡Quién pudiese ser de Vox!
Alberto Torres Blandina
Envidio
a aquellos que se ponen un cinturón de dinamita y explotan en un
autobús. Sé lo mal que suena esto. Obviamente es una salvajada matar
inocentes y no estoy defendiendo el terrorismo. Hagan un esfuerzo y
entiendan aquello que realmente intento decir con esta frase: lo que
envidio es la seguridad que ese asesino tiene en sus convicciones como
para matar y morir por ellas. Por su Dios, su patria o su líder. Qué más
da la razón. A mí siempre me han dado un poco de vergüencita los dioses
y las patrias y los iluminados. Por eso vivo angustiado. Perdido. Dando
vueltas sin encontrar un centro.
Me encantaría creer tanto en Dios como el exministro del interior del PP Fernández Díaz
que defendió hace poco en un vídeo que la matanza de indígenas en
América fue lo mejor que les había pasado porque, aunque fuera a
hostias, descubrieron la verdadera fe. Así como que la sublevación de Franco
fuer un acto cristiano. Tan cristiano que el diablo odia España, dijo.
Me encantaría quemar iglesias en nombre de Alá. Robar las tierras a los
palestinos en nombre de Yahvé. Creer en Dios hasta el ridículo. Y luego
decir que me discriminan por creer, con un orgullo de víctima aprendido
en las pelis de la II Guerra Mundial.
O
creer en la Patria. Otro concepto invisible que mueve más pasiones que
un Barça-Madrid. Ponerme mascarillas con la bandera de España y saberme
un español de verdad frente a los falsos españoles que solo lo son de
nacionalidad en el DNI y contrato laboral y sol y paella. Creer mucho en
mi Patria y erigirme en defensor a base de banderas e insultos contra
los que no encajan en mi idea pequeñita de España. Explicar a mi cuñado
la Verdad de ser español, que el pobre no se entera y se cree que se
puede votar a Podemos y ser español, pobre iluso. O ver La Sexta. O
decir que te cae bien la familia Bardem. Incluso apoyar
el cine español o el feminismo… ¡No tiene ni idea de lo que es ser
español, menos mal que me tiene a mí para explicárselo!
Yo
me estreso mucho. Dudo a cada segundo. Pero ellos no dudan. Ellos ya lo
saben todo y lo defenderán a muerte. ¡Qué envidia, en serio! Van a las
tiendas y tienen claro qué comprar mientras yo doy vueltas maldiciendo
tantas opciones. ¿Opciones? ¿Qué opciones si está claro cuál es el mejor
producto?, piensan ellos. No sé si se puede echar de menos algo que no
viviste, pero yo echo de menos el feudalismo. Si naces pobre es porque
Dios te elige pobre, así que te aguantas, Él sabrá por qué te maltrata
pero tú no eres nadie para poner en entredicho Su voluntad. Así que
vives jodido pero feliz porque entiendes que no hay opciones. Que eso es
lo que hay y debes aceptarlo y hacer de ello tu hogar. Echo de menos el
matrimonio concertado. Ni amor romántico (que en el fondo es un
calentón) ni tonterías. Esa chica es la que te conviene, así que
céntrate y haz que la relación funcione. Abajo todo eso de tener que
elegir, divorciarse porque la cosa no funciona, dudar siempre… Es tu
mujer y es para toda la vida, así que cuídala. Esfuérzate más porque es
lo que hay. ¿No es genial? Ikea, Amazon y Zara nos introdujeron la
semilla de la angustia. Cambia de look cada año, de muebles,
acumula más trastos y no pierdas el tiempo cuidando lo que tienes porque
es un tiempo que podrías gastar comprando algo nuevo. Unas chanclas de
esas que se llevan este verano, una estantería KALLAX, una nueva
esposa...
Vivir entre tantas opciones y dudas es desasosegante. Envidio a los que creen que los diez mandamientos o la sharia
son la palabra de Dios y son capaces de matar indígenas o infieles en
su nombre. A aquellos que aman tanto su Patria que quieren ver muerto a Pablo Iglesias
que no opina como los verdaderos españoles y quiere hundir su propio
país por diversión o yo qué sé. A los que adoran tanto a sus líderes que
hasta les ríen las gilipolleces y les justifican las corrupciones
varias. Y no solo hablo de Trump y Bolsonaro…
¡El contrario más! (el mantra español por excelencia)
No quiero angustiarme. No quiero elegir. La libertad de elección está sobrevalorada. Elijo no ser libre. Tragarme
un cuento cualquiera y vivir a sus órdenes. Tranquilito. El cuento del
Dios del amor que ve bien que se mate a los que no creen en Su amor. El
cuento de la patria de unos pocos, los de verdad, no del resto de los
que viven en ella. El cuento del líder sexy que siempre tiene razón y,
como el cerdo con los andares, hasta en sus cuentas en Suiza tiene
gracia. Elijo creer en algo hasta el fanatismo. Hasta el cinturón de
dinamita. Con esa fe y lealtad. Con ese sentido que otorga la convicción
a la vida de una persona, tan pequeñita pero con un objetivo heroico:
defender un credo, una bandera, a un iluminado que sabe lo que
necesitamos.
Pero no me sale. Sigo con
mis dudas y mi angustia y mi inseguridad. Observando a los políticos de
Vox con tanta envidia que a veces duermo mal, porque ellos tienen todo
lo que deseo para sentirme en paz: las vírgenes, las mascarillas con la
bandera, los héroes ancestrales. Ellos son el verdadero Feudalismo, la
verdadera Cruzada, los herederos de Don Pelayo…
Qué
injusta es la vida. Unos tanto y otros tan poco. ¿Por qué para ellos
tanta seguridad ontológica y para mí tan poca? ¿Qué he hecho yo para
merecer este sinvivir? ¿Esta angustiosa miseria en la que sobrevivo
siempre a punto del tranquimazín?
Si al menos me gustara el fútbol...
Fuente → valenciaplaza.com
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