Los reyes en el Matadero

NO es eso, no es eso, como decía Ortega y Gasset de la II República. Nuestros señores los reyes católicos Felipe y Letizia, que Dios guarde muy bien guardados, han ido por su propia voluntad regia al Matadero, que no es eso, no es eso, no es un lugar con guillotina, sino el Centro de Creación Contemporánea Matadero Madrid.

Los reyes en el Matadero

Lo mismo que en una superproducción musical de las que realizaba Hollywood en sus buenos tiempos, tan añora-dos, una fotografía muestra a los monarcas subiendo las escalinatas de la Sala Rafael Azcona entre tubos fluorescentes, como hacían las protagonis-tas al final de esas películas, aunque no se añadieron aquí las plumas inevi-tables en los musicales. El rey vestía deportivamente sin corbata, mientras su consorte lucía un vestido azul de Massimo Dutti con cinturón, y unos zapatos con supertacones de Magrit. Ambos llevaban puestas las mascari-llas obligatorias, como cualquiera de sus vasallos.

Es un intento más de demostrarnos que los monarcas no paran, pese al parón que el coronavirus ha impuesto al reino, pero no a la Corona. Ahora les ha tocado hacer el paripé con la cultura, y así han recorrido todas las salas del abreviadamente llamado Centro Matadero. Debe este singular nombre, tan inadecuado para un organismo dedicado a las artes escénicas, al hecho de haber estado instalado allí el matadero de Madrid durante mu-chos años, hasta que se convencieron sus responsables de que era un lugar infecto, y buscaron otro más adecuado para sacrificar las reses. Al no saber qué ocupación digna podía darse al edificio, lo destinaron a centro cultural para el desarrollo de la
s artes escénicas.


UN REY DEPORTISTA

Resultaría mucho más efectivo que en lugar de visitar el espacio destina-do ahora a las expresiones escénicas, sus majestades tomasen alguna inicia-tiva a favor de la cultura. En el supuesto de sentir realmente (claro) algún interés por ese vestigio humano tan desatendido. Al rey ya sabemos que le gusta el deporte: lo vio todo el mundo desfilar con su bandera rojigualda al frente de los deportistas españoles, durante la solemne ceremonia de inau-guración de los Juegos Olímpicos celebrados en Barcelona en 1992, en los que además compitió en vela.

Según David Rocasolano, el primo favorito de la Leti, en su magnífico ensayo biográfico Adiós, Princesa, publicado en Madrid por Akal en 2013, que debiera ser lectura obligatoria en todas las escuelas del reino, al actual rey de España los libros le importan menos que los vasallos todavía, tal como relata en la página 206:

Yo había leído en las revistas que Felipe tiene una extensísima biblioteca. Y he visto la vivienda entera. Los únicos libros que vi allí estaban en el despacho de Felipe. Una breve biblioteca de no más de cuatro metros de largo por dos de altura, donde tendrá unos 200 o 300 volúmenes. […]

Lo que sí he visto es la bodega, mucho mejor surtida que la biblioteca.

En eso sale a los borbones, lleva en los genes la afición a los buenos vi-nos, que son siempre los más caros, pero a un rey no le importan los pre-cios que pagan los vasallos. Para eso los tienen, para que abonen los capri-chos de los que ellos disfrutan. Por algo nacieron reyes.

UNA REINA TRAPENSE

Respecto a la consorte, podría suponerse que siente alguna inquietud cul-tural, puesto que trabajó como locutora de televisión en España, y como vendedora de cigarrillos por las calles mexicanas, antes de enamorar al en-tonces tripríncipe de Asturias, Girona y Viana, duque de Montblanc, conde de Cervera y señor de Balaguer, lugares en donde está rechazado y quema-do en fotografía, por cierto. Sin embargo, su primo favorito y hagiógrafo revela en las páginas 198 y siguiente del citado ensayo:

Uno de los mitos más divertidos que ha aireado la prensa lacaya sobre mi prima es el de la voraz lectora. Mi prima no ha leído jamás otra cosa que perió-dicos, algún best-seller tipo Grisham o los libros que le obligaron a leer en el colegio y en la facultad. […]

Cuando Letizia se fue a México a hacer aquel doctorado que nunca terminó, eligió el país por el idioma, ya que no tenía ni pajolera de inglés. Ella hubiera preferido Estados Unidos sin duda.

Hemos constatado que hasta ahora su majestad la reina católica nuestra señora para lo único que ha demostrado tener aptitudes es para estrenar vestidos, zapatos y bolsos. Siempre de marcas conocidas. Probablemente poseerá otras virtudes, que tal vez algún día se dignará mostrar a los curio-sos vasallos. Por el momento los trapitos, como suele decirse, ocupan toda su real atención. Su armario con toda seguridad es mucho más amplio que la biblioteca de su marido. Por eso la apodan la reina trapense.

Realmente (nunca mejor dicho) para realizar el trabajo de reinar no es necesario acreditar ninguna cultura. Basta con saber firmar los reales decre-tos que el jefe del Gobierno lleva redactados. A los vasallos nos tiene sin cuidado que los reyes sean cultos o incultos. En realidad no nos importa nada de lo que hacen, una vez cumplida su principal misión de procrear un heredero del trono. Lo que molesta es su afán por aparentar lo que no son. 

En el caso de Felipe VI su paripé culturizante es tanto más cínico por cuanto sabemos la larga lista de cantantes, escritores y pintores condenados por haberse referido a su real persona, o a la de su consorte, en la ejecución de sus respectivas modalidades culturales. Unos están encarcelados, otros han pagado multas descomunales, y los más suertudos viven la libertad del exilio en países civilizados, en los que se permite criticar al jefe del Estado cuando lo merece. En el nuestro lo único autorizado es aplaudir, como muestra de adhesión incondicional a las reales personas heredadas para re-gir nuestros destinos. 


ARTURO DEL VILLAR
PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO


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