
La primera mujer de la democracia española al mando de un ayuntamiento. Una alcaldesa que no podía votar, precisamente por ser mujer. Esa paradójica situación se registró en 1932, durante la Segunda República, cuando María Domínguez Remón
se convirtió en la regidora de la localidad zaragozana de Gallur. No
fue la primera fémina en la historia de España al mando de un
Consistorio —la precedía el caso de Matilde Pérez Mollá en 1924, en
plena dictadura de Primo de Rivera—, pero su biografía compone un
magnífico ejemplo de lucha por una sociedad más igualitaria y justa cercenada por la guerra, por una descarga frente a un paredón.
María Domínguez nació en 1882 en el seno de una familia humilde y
campesina de Pozuelo de Aragón. Apenas pudo asistir a la escuela un par
de años, pero desde bien pequeña desarrolló un carácter autodidacta y curioso
que la impulsaría a revelarse en una suerte de adalid del feminismo y
de las ideas progresistas. Así ventilaba su infancia en una entrevista
con el diario Ahora, el de Chaves Nogales, al poco de obtener el cargo de alcaldesa:
"Mis padres eran unos pobres jornaleros del campo que no sabían leer
ni escribir. Naturalmente, a mí también, en cuanto pude, me pusieron a
trabajar. Iba a espigar, a vendimiar, arrancar trigo y cebada, a recoger
olivas, a lo que salía. En los ratos libres deletreaba todos los
impresos que caían en mis manos, romances de ciego, libros, cuentos de
la escuela y cosas así. Me gustaba mucho. A mi madre en cambio, la enfadaba". Si bien se curtió entre labores agrícolas y domésticas, sus ansias de conocimiento y de educarse nunca se vieron cohibidas.
Uno de sus mayores problemas se desencadenó al entrar en la mayoría
de edad: sus padres le habían concertado, contra su voluntad, un
matrimonio con un hombre maltratador y borracho, un vago que no trabajaba. Tuvo que aguantar siete años de constantes vejaciones hasta que no pudo más:
abandonó su casa con lo puesto y caminando por medio del monte llegó
hasta Navarra. Allí, gracias al poco dinero que le había prestado una
amiga, cogió un tren que la condujo a Barcelona.
Una nueva vida avistaba María Domínguez, pero todavía esquivando la
sombra de la que intentaba dejar atrás: su marido, nada más tener
noticias de su marcha, interpuso una demanda con especial malicia,
jurándoles a los agentes que se había marchado con otro hombre. En la
nueva ciudad trabajó como sirvienta, y empezó a
escribir en sus ratos libres. Hasta que un día su padre se plantó en su
hogar y le rogó que volviera al pueblo. Con los ahorros que se había
granjeado compró una máquina para coser medias y poder sobrevivir.
Inicios de su obra
Saltando la gigantesca barrera del analfabetismo que imperaba en la
España rural, María Domínguez escribió en 1914 su primer artículo para
el periódico republicano El País, dirigido por Roberto
Castrovido. En ese mismo año, se instaló en Zaragoza, donde comenzó a
estudiar en el turno de noche en la Escuela de Artes y Oficios mientras en las horas de sol se ganaba un pequeño sueldo hilvanando medias.
En la capital maña es donde tendría sus primeros contactos con los
círculos republicanos, que se revelarían en la puerta de acceso a firmar
en El ideal de Aragón.
Con la muerte de su marido en 1922, María Domínguez se liberó de una
carga destinada a perseguirla durante toda su vida —en ese momento el
divorcio todavía no estaba legalizado—. Oficialmente viuda, se casó de
nuevo con el militante socialista Arturo Segundo Romanos. Instalados en
Gallur, comenzaron a desarrollar una intensa actividad para impulsar el
movimiento obrero y socialista de la zona. La mujer, que había trabajado
como profesora en Navarra durante unos meses, comenzó a colaborar en
1931 en el semanario socialista Vida Nueva de Zaragoza, en donde firmó muchos de sus artículos con el seudónimo de 'María la Tonta'.
En el contexto más igualitario y de libertades de la Segunda República, Domínguez impulsó su actividad política e intelectual;
y por fin pudo abandonar sus cometidos de sirvienta pues sus situación
económica mejoró. En sus textos asoma una férrea republicana de
convicciones democráticas frente a la antigua política, una defensora de los derechos de las mujeres y de la educación; y la cultura como principal motor del desarrollo del país.
En 1933, la Editorial Castro publicó su obra más relevante: Opiniones de mujeres, una recopilación de cuatro conferencias que resumen las ideas por las que luchó toda su vida. El libro estaba prologado por la niña prodigio Hildegart Rodríguez,
perteneciente también a ese grupo de féminas que abanderaron un
movimiento con un objetivo común: la lucha por la emancipación de la
mujer en la España republicana.
La alcaldía
Pero antes, a finales de julio de 1932, se había convertido en la
alcaldesa de Gallur, la primera de la España republicana. La
inestabilidad política había empujado al Ayuntamiento a la dimisión en
pleno, por lo que el gobernador civil tuvo que nombrar una Comisión
Gestora y, al frente, a María Domínguez, que no militaba en ningún
partido político. En esas mismas fechas solo tres mujeres contaban con
un escaño en las Cortes: Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken.
En una entrevista en octubre de 1932 con El Heraldo de Aragón
María Domínguez destapaba sus opiniones sobre el papel que debían jugar
las féminas en la esfera política: "La mujer en el Parlamento debe ayudar a legislar en favor de la clase trabajadora y aun de la misma mujer,
que hasta hace poco tiempo ha estado postergada a las labores
domésticas. La mujer debe laborar intensamente por mejorar la condición
social de las demás mujeres".
Su alcaldía sería breve, concluyendo en febrero de 1933 por una ley
aprobada en el Congreso que sustituía a las comisiones gestoras y las
forzaba a dimitir del cargo. No obstante, en esos meses, la escritora
trató de mejorar las condiciones de los trabajadores del campo para
reducir el desempleo y adecentar el colegio de la localidad. Como
pionera, creó una escuela mixta de niñas y niños.
Terminadas sus responsabilidades políticas, regresó a la docencia y
siguió escribiendo artículos en periódicos. Llegaría a convertirse en
una reputada intelectual a nivel nacional.
Y entonces estalló la Guerra Civil.
Con la sublevación militar del 17-18 de julio de 1936, María Domínguez y
su esposo se refugiaron en su Pozuelo de Aragón natal, pero ambos sería detenidos y fusilados
por los franquistas a principios de septiembre en las tapias del
cementerio de Fuendejalón. La localidad de Gallur no volvería a estar
gobernada por una mujer hasta 2015, 83 años después, con Yolanda
Salvatierra.
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