Los anarquistas en la Segunda República y la Guerra Civil
 

Los anarquistas en la Segunda República y la Guerra Civil
José Luis Garrot Garrot 

Existe mucha bibliografía sobre la actuación de los anarquistas durante todo el período de la II República incluyendo la Guerra Civil. Mucha de esta bibliografía ha sido escrita por simpatizantes del anarquismo o por aquellos que fueron protagonistas del período histórico que nos ocupa. Larga es la lista de estos últimos, Abad de Santillán, Ricardo Sanz, Cipriano Mera, García Oliver, Federica Montseny, etc. Desgraciadamente la subjetividad y falta de autocrítica, cuando no la ciencia ficción, son las características que mejor describen estos escritos. La historiografía anarquista suele considerar que todas las críticas que se hicieron a la actitud de los anarquistas durante la II República se deben a oscuros intereses políticos y no a un intento de contar la historia tal como fue.

Pero tampoco ha sido, en ocasiones, muy objetiva la literatura escrita desde otras posiciones  ideológicas, sobre todo las marxistas, en donde se les ha demonizado hasta el punto de, poco menos, acusarles de ser los culpables de la derrota de la República ante las tropas franquistas.

Es por lo anterior que veo necesario, como con todo el período, que se escriba sobre el comportamiento anarquista desde la idea de dar a conocer las luces y las sombras que envolvieron esta actuación. Es a partir de estos parámetros cuándo podremos sacar conclusiones, más o menos, objetivas de lo que significo el movimiento anarquista en el desarrollo de la II República española. Ese, y no otro, es el objetivo de este trabajo.

Antecedentes y corrientes

No era homogéneo el pensamiento anarquista. Desde sus comienzos se observan en él varias tendencias, sobre todo desde comienzos del siglo XX, con mayor o menor desarrollo en la historia del anarquismo.

Por un lado estaba el Ilegalismo, surgida en Francia, Italia, Bélgica y Suiza a comienzos del siglo XX; esta corriente adoptó el crimen como medio de vida. Para sus seguidores no era necesaria una justificación moral para robar, era lo que los ilegalistas denominaban “expropiación individual”. De alguna manera era la continuación del anarquismo individualista de finales del siglo XIX, que tenía como bandera la “propaganda por el hecho”, y del que fueron destacados actores Émile Henry, Michelle Angiolillo o Gerónimo Caserio. Esta corriente fue duramente criticada por otras corrientes como el anarcosindicalismo.

Similar al Ilegalismo es el conocido como Anarquismo Expropiador, corriente que tiene su mayor auge entre 1920 y 1935. Esta concepción del anarquismo tiene su mayor implantación en Argentina y España. En nuestro país esta versión está representada por el grupo Los Solidarios, formado por Buenaventura Durruti, García Oliver, Alejandro y Francisco Ascaso, y Gregorio Jover, entre otros.

Algunos Solidarios: Vivancos, Gª Oliver, R. Sanz, Ascaso, Durruti

De estas corrientes parte el término de la acción directa y del uso de la violencia, no sólo como medio para conseguir sus fines, también como elemento propagandístico. Algo con lo que no todos los anarquistas estaban de acuerdo, como Pierre Besnard que decía que «Dejarse llevar por la cólera para la ejecución irracional de un acto violento o de un sabotaje inútil es inoportuno, es dar prueba de debilidad, de ineducación, de incomprensión; significa presentar distancia al adversario y dar pie a la violencia del bando adverso»

Con respecto a la acción directa, hay que señalar que su verdadero fin no era el uso de la violencia sin más. El concepto lo crea el británico Robert Owen (1771-1858) en el siglo XIX. Este socialista utópico se refería a la resolución de los problemas surgidos entre patronos y trabajadores de forma directa y sin la intervención de terceros. La principal arma de esta acción directa sería la huelga.

A estas corrientes individualistas se oponía el conocido como Comunitarismo Socialista –que fue el que acabaría imponiéndose en España-. Este comunitarismo, también conocido como Anarcocomunismo –término acuñado por Enrico Malatesta- defendía más la lucha colectiva, la agrupación de los trabajadores en sindicatos organizados para la defensa de sus intereses; sin despreciar el uso de la violencia en determinados momentos.

Esta disparidad de posicionamientos ideológicos y estratégicos tendrían mucho que ver en el posterior desarrollo del anarquismo; y en buena parte también fue la causa del paulatino ocaso del anarquismo que se da a partir de los años treinta del siglo pasado. Como señala Antonio Fontecha (Fontecha: 154) «El análisis de las bases ideológicas de la actuación pública de las organizaciones libertarias revela la falta de sistematización en las críticas hacia la sociedad y el Estado»

El anarquismo en España

El anarquismo es introducido en España por el italiano Giuseppe Fanelli en la visita que realizó a España en noviembre de 1868. Fanelli venía en representación de la Alianza Democrática Socialista. Sus primeros seguidores en España fueron Anselmo Lorenzo, Francisco Mora, Rafael Farga, Gaspar Sentiñon, o Tomás González Morago; que según Malatesta era el más grande anarquista español.

Giuseppe Fanelli

En un principio la táctica que adoptan los primeros anarquistas españoles podría catalogarse de puro terrorismo, en muchas ocasiones indiscriminado y con poco sustento ideológico. No vamos a hablar de la Mano Negra, supuesta organización creada en Andalucía en 1880 y que actuó durante los años 1882 y 1883. Y no vamos a hablar porque no está documentado que esta supuesta organización secreta llegara a existir. Pero sí hay que mencionar alguna de las acciones –ejemplo claro del anarquismo individualista- que llevaron a cabo: en 1893 bomba en el Liceo de Barcelona, arrojada por Santiago Salvador que causo veinte víctimas mortales, diez de ellas mujeres; atentado contra Martínez Campos, perpetrado por Pallás; en junio de 1886 el lanzamiento de una bomba durante la procesión del Corpus en Barcelona provocando la muerte de siete obreros y un soldado; en agosto de 1887 asesinato de Cánovas; bomba lanzada por Mateo Morral el 31 de agosto de 1906 al cortejo en el que iba el rey Alfonso XII y su esposa, murieron 25 personas y hubo más de 100 heridos; el 13 de noviembre de 1912 asesinato de Canalejas.

Aunque en España predominó la corriente colectivista, el individualismo tuvo una importante acogida, sobre todo el planteado por Max Stirner, que defendía, entre otras cosas, que el delincuente era un revolucionario. Según Stirner, este criminal sería el que conseguiría la destrucción del Estado y no la lucha proletaria. Esto va en contra del ideario anarquista en donde el bien común está por encima del individual. Hubo anarquistas muy críticos con esta posición, como Joan Peiró que escribía: «El materialismo de individualidades es mucho más amoral que el de los burgueses y capitalistas […] Las revoluciones las hace el pueblo para el pueblo […] no para el disfrute de determinados individuos […]

CNT y FAI

Congreso fundacional de la CNT

La CNT se organiza de forma muy descentralizada. El organigrama comenzaba con el Sindicato local del ramo (con secciones por oficios), Sindicato local (con un representante de cada sección); Federación Local de Sindicatos (unión de sindicatos autónomos, servía de coordinadora, pero no podía imponer a los sindicatos las acciones que debían realizarse); posteriormente venían la Federación comarcal, la Confederación regional, y finalmente la Confederación nacional. Todos ellos contaban con comités encargados de la administración y la coordinación. Esta estructura tenía un hándicap, la falta de coordinación entre las distintas secciones que componían la CNT.

En el III Congreso, celebrado en el Teatro del Conservatorio, entre los días 11 y 16 de junio de 1931. Se aprobó por abrumadora mayoría la creación de Federaciones Nacionales de Industria, que actuarían de forma paralela a las distintas federaciones locales, comarcales, regionales y nacional de sindicatos únicos. Esta fórmula haría que existiera una mayor coordinación y, sobre todo, planificar la actuación de cada sector industrial según sus especiales características. En definitiva se trataba de una medida centralizadora. Contra esta resolución se posicionó vehementemente la FAI, con García Oliver a la cabeza. A pesar de su aprobación nunca llegó a llevarse a la práctica.

Durante los años veinte, incluyendo la dictadura de Primo de Rivera, los anarquistas españoles crean grupos, que hoy serían definidos como terroristas, que recurren constantemente al uso de la violencia, en gran medida provocada por la creación de los Sindicatos Libres y el auge del pistolerismo en Cataluña. Grupos de esta índole eran Crisol, Los Solidarios, Los Justicieros, por poner sólo algunos ejemplos. Muchos de estos individuos no eran anarquistas sino simples pistoleros a sueldo. Pestaña cuenta que en esa época, dos supuestos anarquistas se le acercaron y le dijeron que estaban dispuestos a matar al empresario que les dijese a cambio de una remuneración económica. Por supuesto Pestaña se negó en rotundo a aceptar esta proposición: «Una particularidad del anarquismo español que se hace notar cada vez más a partir de ahora, fue la admisión en sus filas de malhechores profesionales – ladrones y pistoleros que ciertamente no hubieran sido aceptados por ningún otro partido u organización de la clase trabajadora- junto con idealistas de la más pura y desinteresada calidad» (Brenan, 2011:114)

Este problema no se subsanó con el paso del tiempo. En 1936 las cosas parecían seguir igual. Timoteo Ruiz, anarquista de Los Navalmorales de Pusa (Toledo) lo veía claramente: «La CNT cometió un tremendo error al abrir sus puertas a todo el que quisiera ingresar. Sé por experiencia propia […], que los elementos falangistas más reaccionarios del pueblo ingresaron en la CNT» (citado Fraser, 1979b:399)

En noviembre de 1926 se crea en Lyon otra organización anarquista, la FAI (Federación Anarquista Ibérica). La primera reunión clandestina la realizan en Valencia en julio de 1927. La FAI se organizó mediante «grupos de afinidad» compuestos por entre tres y diez miembros. Estos grupos una vez creados solicitaban su ingreso en la FAI. A nivel organizativo su estructura era igual a la de la CNT.

Su principal objetivo, hacerse con el control de la CNT, ya que pensaban que ésta estaba desviándose hacia posiciones «revisionistas». Esta aseveración la confirma las palabras de José Peirats en el IV Congreso de Zaragoza, celebrado del 1 al 11 de mayo de 1936: «La CNT no es una organización anarquista y los trabajadores que la integran tampoco […] si la CNT fuera anarquista, sobraba la FAI o la CNT ¿Por qué querríamos la organización específica si la CNT fuese anarquista?»

Periodo 1931-1936


Proclamación de la República

En principio la CNT se mostraba dispuesta a la colaboración con el resto de fuerzas antimonárquicas. En la primavera de 1930, Joan Peiró y Ángel Pestaña dieron un mitin en el Teatro Nuevo de Barcelona, allí abogaron por la colaboración con otras fuerzas: «Que no vea nadie en la solemne declaración de nuestra conciencia, el abandono ni tan siquiera la mengua o el debilitamiento de nuestros ideales particulares […] Consciente de nuestro deber histórico, hacemos, pues, un fervoroso llamamiento a los hombres de buena voluntad de Cataluña y de toda España para que hagan coincidir su esfuerzo hacia la instauración de la república democrática» (citado Brademas: 42).

Según Emilio Mola –entonces director general de Seguridad-, la CNT envió a dos observadores a la reunión que dio paso al Pacto de San Sebastián; Progreso Alfarache y Rafael Vidiella.

Cuando la República es proclamada la CNT de Cataluña lanzó un manifiesto:

«Ha sido proclamada la República.

El infame Borbón que nos tenía la argolla al cuello ha tenido que dejar el poder.

El Ayuntamiento, la Diputación, Correos y Telégrafos están manos del pueblo. Para sancionar estos hechos, el pueblo debe manifestarse en la calle. No nos entusiasma una república burguesa, pero no consentiremos una nueva dictadura. Contra una posible reacción de los elementos armados, el pueblo debe estar en pie.

Si la República ha de consolidarse, será indudablemente contando con la organización obrera, de lo contrario no será.

Como condición previa exigimos la inmediata libertad de los presos. Después de esto, primordialmente impondremos otras condiciones. La Confederación Regional de Trabajo de Cataluña declara la huelga general y está a la expectativa de los acontecimientos ¡Por la libertad de los presos! ¡Por la revolución! » (citado Padilla: 252)

En similares términos se manifestaba un comunicado emitido por el Comité Nacional de la CNT. Pero no todos los anarquistas estaban de acuerdo con este apoyo, aunque fuera condicionado, a la República. En un mitin que la FAI celebró el 1 de mayo de 1931 en Barcelona, se lanzaron una serie de exigencias a la República, fue el anticipo de unas constantes convocatorias de huelgas. Esta distinta forma de ver el advenimiento del nuevo régimen fue el comienzo de las serias divergencias que se dieron en el seno de la CNT y, sobre todo, con la FAI.

Otros, como Galo Díez, sí vieron que la República era lo que deseaba el pueblo, por lo que no era conveniente atacarla frontalmente e ir en contra de la inmensa mayoría de los españoles. La propuesta de Galo Díez era mantenerse a la expectativa y esperar el lógico desgaste del sistema republicano, con lo que los anarquistas pasarían a ser la nueva esperanza de los trabajadores.

Como acertadamente señala Brademas: «El anarquismo debilitó al liberalismo, no a las derechas» (Brademas: 73)

Relación tumultuosa con la República

Le vino bien a la CNT la proclamación de la República. Tras la vuelta de la clandestinidad el sindicato anarquista afilió a 1.200.000 personas entre abril de 1931 y junio de 1932.

Conocido es que una de las máximas anarquistas es la no participación en política y, por tanto, abstenerse en cualquier sufragio convocado por lo que ellos consideran democracias burguesas. A este respecto la CNT no siguió un patrón durante el período republicano. En 1931 realizaron una campaña abstencionista de bajo nivel; en 1933 los anarquistas se volcaron para que sus afiliados y simpatizantes no acudieran a las urnas, lo que sin duda ayudó al triunfo de la derecha; en 1936 el cambio fue radical; no sólo dejaron «libertad de conciencia» sino que algunos de sus líderes destacados, como fue el caso de Durruti, anunciaron su intención de votar.

Pero no iba a ser ni mucho menos idílica la relación de los anarquistas –en honor a la verdad hay que señalar que todos-, ya que durante todo el período que abarca de 1931 a 1936 estuvo plagado de huelgas, negativas a cualquier tipo de colaboración –como fue su negativa a participar en los Jurados Mixtos-, e insurrecciones. Esta actitud como señala Julián Casanova (Casanova: 2006:73) privó a la República de un apoyo social fundamental, a la vez que se lanzaba una imagen de la República al resto del mundo que no le ayudaba en lo más mínimo.

Un congreso de extraordinaria importancia para el devenir de las relaciones CNT/FAI-República, fue el celebrado en el Teatro del Conservatorio de Madrid, entre los días 11 y 16 de junio. Por un lado estaba el sector sindicalista representado por Joan Peiró, Juan López y Ángel Pestaña, que defendían que era posible llevar a cabo la lucha sindical dentro del régimen republicano; por el otro lado estaban los faistas revolucionarios, liderados por García Oliver, Durruti, Ascaso y Federica Montseny, que insistían en comenzar inmediatamente la actividad revolucionaria. Por parte de estos se pedía iniciar inmediatamente la revolución. Contra esta postura se manifestaron destacados cenetistas como Gayo Díez: «Yo no he visto que en un pueblo sin cultura estemos capacitados para hacer una revolución» (citado Brademas: 66); o Joan Peiró: «La CNT no está preparada para hacer la revolución… La Confederación podría posiblemente conquistar el Estado capitalista, pero después no podría reconstruir la sociedad que todos ansiamos» (citado Brademas: 65)

Esta actitud de acoso a la República le costó caro a la CNT. Muchos de sus afiliados no comprendían el porqué de los constantes ataques a la República, como tampoco entendían muchas de las huelgas que se convocaban en donde se pedían cosas irrealizables. Esto provocó un descenso importante de afiliados, un ejemplo es la Regional de Cataluña que pasó de 300.000 miembros en 1931 a unos 136.000 en mayo de 1936. Y todo esto pasó cuando la República estaba más necesitada del apoyo de las clases populares.

La actitud de los anarquistas ante las reformas que estaba llevando a cabo el Gobierno republicano fue de constante oposición. En el Congreso de la Regional de Andalucía, celebrado en octubre de 1931, se rechazó el proyecto de reforma agraria que estaba elaborando el Gobierno; su principal argumento era que se pretendía parcelar la tierra; asimismo veían en la conversión a pequeños propietarios de los jornaleros como un peligro, ya que estos se acomodarían y olvidarían los pensamientos revolucionarios. Actitudes como esta es la que provocaron un descenso masivo de afiliados a los sindicatos agrícolas de la CNT, como ejemplo valga el caso de Andalucía:

Provincia 1931 1936
Sevilla 11.750 2.105
Córdoba 6.110 2.142
Cádiz 3.000 5.237
Málaga 500 1.234
Total 21.360 10.718

Fuente: González Calleja, p. 677

Nada de lo que hacía la República en materia laboral les parecía bien. Como hemos comentado se negaron a participar en los Jurados Mixtos, según ellos porque el Estado no debía inmiscuirse en las relaciones patrón-obrero. Se negaron a inscribirse en el Servicio de Colocación Obrera; se negaron a participar en la gestión de industrias por parte de los obreros al amparo de la Ley de Control Obrero, asimismo se negaron a inscribirse en las Asociaciones Profesionales, se opusieron a aceptar el subsidio obrero. A pesar de que todas estas leyes favorecían a los trabajadores la CNT mantuvo su cerrazón sin importarle si su actitud beneficiaba o perjudicaba a la clase trabajadora.

Pasemos a repasar las acciones más destacadas que promovieron los anarquistas. El primer incidente importante ocurre a partir de la convocatoria por parte de la FAI de una huelga en la CTNE, convocatoria que se realiza el 4 de julio de 1931. La huelga tiene bastante éxito en Barcelona, Zaragoza y Sevilla. En esta última es donde se produce el asesinato de cuatro anarquistas detenidos a los que se les aplica la «ley de fugas» en el Parque de María Luisa. La violencia empleada en esta huelga, tanto por los faistas como por las fuerzas de orden público –más por estos últimos para ser leales con la verdad- conllevó que el conflicto se saldara con 30 muertos, 200 heridos y más de 2.000 detenidos. La llamada a esta huelga no la compartía buena parte de la CNT. El Comité Regional de Cataluña publicó en el periódico L’Opinió su rechazo a las huelgas indiscriminadas: «Creemos que han de evitarse algunas de las cosas que suceden: que los Sindicatos provoquen excesivos conflictos, dando lugar a que muchos de éstos, faltos de apoyo moral y material indispensables, se pierdan cuando, en realidad deberían ganarse» (citado Padilla: 265).

Casa Cornelio, bombardeada por el Ejército

 Hay que reconocer que los gobiernos de la República se emplearon con dureza en la represión de las algaradas anarquistas, lo que no ayudó a apaciguar al sector más violento del sindicato anarquista. Les fueron aplicadas con todo rigor la Ley de Defensa de la República, de octubre de 1931; y la Ley de Orden Público de agosto de 1933. Lo que no significa que la República se dedicara a perseguir a la CNT gratuitamente; por regla general no fue así, independientemente del victimismo que inunda la historiografía anarquista.

Insurrecciones

Hasta cuatro movimientos insurrectos de importancia se llevaron a cabo entre enero de 1932 y octubre de 1934. Los tres primeros fueron orquestados por los anarquistas. Hay que señalar que de estos tres intentos, dos se produjeron cuando gobernaba la izquierda, y la tercera a los pocos días de que la derecha venciera en las elecciones de 1933.

El elemento común de estas insurrecciones fue el fracaso total de las mismas; fracaso que sus inductores sabían que se iba a producir, pues no contaban con los medios ni con el apoyo suficientes para lograr sus objetivos. A pesar de saber de antemano el resultado final, los valedores de la revolución las justificaban como una forma de que las masas no se durmieran y se volvieran reformistas. Las consecuencias fueron todo lo contrario, ya que desmovilizaron a muchos afiliados que no estaban de acuerdo con estas tácticas, y agotaron las fuerzas de los que si pensaban que había llegado el momento de la revolución. Otro elemento común es la falta total de coordinación, en gran medida debido a la estructura totalmente descentralizada que tenía la CNT y que permitía, entre otras cosas, que cualquier sindicato local iniciara la acción sin contar con el resto.

Julián Casanova hace un certero análisis de las consecuencias de estos movimientos: «Se anunciaba la revolución para un día ya fijado, generalmente condicionado a lo que hiciera el enemigo y sin objetivos políticos claros […] Por decirlo de forma clara: la República se tiñó de “sangre del pueblo”, pero la CNT, heroicidades al margen, ganó poco y perdió mucho» (Casanova, 2000: 58)

Alto Llobregat

Detenidos tras la insurrección

Transcurrió entre el 18 y 25 de enero de 1932. La insurrección se llevó a cabo sin que el Comité Comarcal del Alto Llobregat, ni el Comité Regional de Cataluña tuvieran conocimiento de su preparación. El Comité Regional de Zaragoza no sólo no estaba de acuerdo con este levantamiento sino que hizo todo lo posible por pararlo.

Todo comienza con el recorrido que hicieron Arturo Parera, Buenaventura Durruti y Vicente Pérez «Combina» por varias localidades de la zona soliviantando los ánimos y promocionando la revolución; incluso Durruti enseñó a los mineros a fabricar bombas con botes de hojalata y dinamita.

Todo comenzó con los mineros de la colonia San Cornelio en Figols, población con importantes minas de potasio. Se extendió por la comarca proclamándose el comunismo libertario en varias poblaciones como Berga, Sellent, Figols, Cardona y Suria, llegando incluso a Manresa. El día 25 la insurrección estaba totalmente dominada por el ejército.

Las consecuencias: clausura de sindicatos y periódicos, más de doscientos detenidos –entre ellos Durruti y los hermanos Ascaso-, deportaciones a Villa Cisneros; y, lo más importante quizás, la ruptura total entre las dos facciones más señaladas de la CNT: los treintistas y los faistas.

Enero de 1933 – Casas Viejas[1]

Asesinados en Casas Viejas

Todo comenzó por una huelga ferroviaria. La Federación Nacional de la Industria Ferroviaria (FNIF) convocó una huelga general del sector para el 8 de enero de 1933. Esperaban que el Comité Nacional y las regionales convocaran una huelga general. Pero las discrepancias en la forma y en el fondo entre la FNIF, el Comité Nacional de la CNT, y la Regional de Cataluña, hicieron que se produjera un verdadero caos. Al final el llamamiento lo hizo en solitario la Regional catalana, con resultado totalmente negativo. Hay que resaltar que de las 71 subsecciones de la FNIF, 36 dijeron no estar preparados para llevar a cabo la huelga. La propia FNIF no estaba segura de convocarla, aunque finalmente así lo hiciera; aunque la orden no se llegó a dar porque los faistas iniciaron la sublevación un día antes en Barcelona.

Antes del día 8 ya se habían registrado incidentes en Asturias, Sevilla, Lérida y Ciudad Real; para el 8 ya se había extendido la revuelta a Madrid, Valencia, Zaragoza, Murcia, Oviedo. En varios ayuntamientos se proclamó el comunismo libertario: Pedro Muñoz (Ciudad Real), Bugarra (Valencia), La Rinconada (Sevilla), Casas Viejas (Cádiz).

La insurrección la encabeza el grupo Nosotros (Francisco Ascaso, Durruti, García Oliver, Rafael Escartín, Aurelio Fernández, Ricardo Sanz, Pepita Not, María Luisa Tejedor y Adolfo Bueno, entre otros). A pesar que desde varias regionales se les hace saber que no estaban preparados para una revolución, los líderes del movimiento hacen caso omiso y continúan con su plan.

Esta insurrección se hizo tristemente famosa por Casas Viejas, el pueblo gaditano en donde la feroz represión llevada a cabo y dirigida por el capitán Rojas se saldó con el asesinato de 21 personas. Esta insurrección fue la que más trágicas consecuencias tuvo: 75 muertos y 101 heridos entre los revolucionarios, y 11 guardias civiles y 3 guardias de asalto muertos, y 63 heridos.

Desde los propios núcleos anarquistas llovieron las críticas: en su editorial del día 9 el diario CNT decía. «Esa no es nuestra revolución»; mientras que el Comité Nacional de la CNT se desmarcó de la convocatoria: «Los referidos acontecimientos han sido de pura significancia anarquista sin que para nada haya intervenido en ellos el organismo confederal». La FAI asumió su total responsabilidad en el alzamiento.

José Peirats fue muy crítico con esta insurrección y con sus dirigentes: «Mandados por García Oliver, fueron los cuadros un factor determinante del movimiento de enero. Responsables de que el alzamiento fuera prematuro, también debe culpárseles de la falta de coordinación de la revuelta» (palabras de José Peirats a John Brademas, citado Brademas: 100). También fue crítico  Joan Peiró que denunció que «la vieja teoría de minorías audaces sólo conduce al desastre; para él solamente existía una forma de hacer la revolución «las revoluciones se hacen sumando fuerzas, no dividiéndolas

Diciembre de 1933

La insurrección se decidió en el pleno nacional de la CNT celebrado el 26 de noviembre de 1933 en Zaragoza. Allí se nombró un comité revolucionario en el que se encontraban Durruti, Mera, Isaac Puente, y Joaquín Ascaso entre otros. Gran parte de las Regionales no estaban de acuerdo, aduciendo que ya habían sufrido demasiadas derrotas y no estaban en condiciones de apoyar la rebelión. Incluso García Oliver dudó de la idoneidad del alzamiento, todo lo contrario que Durruti, su principal valedor.

Hubo enfrentamientos en Valencia, Logroño, Gijón, Fabero, Villanueva de la Serena, en donde un grupo de soldados dirigidos por el sargento Pío Sopena –que murió en los enfrentamientos-  se unieron a los revolucionarios, Sants, Bajo Llobregat, Logroño y algunas poblaciones aragonesas; en Barcelona el fracaso de la convocatoria fue total. El resultado final fue de 75 paisanos y 14 guardias civiles muertos, y 101 y 63 heridos respectivamente.

El periódico sindicalista catalán Vía Libre publicó el 29 de diciembre un artículo titulado Después del último movimiento: «[…], los delegados de las comarcales y locales que asisten a los plenos regionales para discutir y tomar acuerdos sobre la consulta hecha por el comité regional, no representan a nadie, absolutamente a nadie […] Pero ello no obsta para que se proclamen representantes de poderosas fuerzas de su localidad o comarca y que además ostenten el mandato de las mismas en el sentido de ir a la revolución social inmediatamente e implantar el comunismo libertario» (citado Brademas: 116)

Octubre de 1934

Barricadas en Oviedo

 No vamos a extendernos sobre la revolución de octubre ya que son de sobra conocidos los hechos que se produjeron en la insurrección más grave que se produjo hasta 1936. Lo primero que hay que señalar es que la CNT no secundó la insurrección excepto en Asturias. Este retraimiento de la CNT puso un grano de arena más en el fracaso del movimiento. La no adscripción de los anarquistas a la revolución viene ya marcada por la decisión anterior de negarse a participar en las Alianzas Obreras, unión de fuerzas de izquierda promovida principalmente por la UGT.

En la primavera de 1936 el secretario del Comité Nacional de la CNT, Horacio Martínez Prieto hizo un comentario respecto a la revolución de Asturias: «Cuando llegó octubre no aconsejamos a nadie que secundara la revolución ni que dejase de secundarla».

Es sintomático que en la mayor insurrección obrera que se produjo durante la República los anarquistas, una vez más, prefirieran desmarcarse de algo que no era promovido por ellos mismos, independientemente de que fuera una acción que se hacía en defensa de los derechos de la clase trabajadora.

Ni dios, ni amo, ni aliados

Una constante en el movimiento anarquista fue su reticencia, cuando no franca negativa, a actuar en colaboración con otras formaciones de izquierdas, ya fueran partidos o sindicatos, prefiriendo siempre hacer la guerra por su cuenta. Aunque en 1916 –antes de la irrupción de faísmo- si se aliara con la UGT para convocar la gran huelga de 1917.

Esta negativa a colaborar con otras fuerzas se toma en el III Congreso Confederal celebrado en Madrid en junio de 1931: «Estamos frente a las Cortes Constituyentes como estamos frente a todo poder que nos prima. Seguimos en guerra abierta contra el Estado» (citado Gil Pecharromán: 236).

No todos los anarquistas estaban a favor de esta falta de colaboración con otras fuerzas, de hecho esta fue una de las causas de las fuertes desavenencias en el seno de la comunidad anarquista española, como veremos en el siguiente capítulo.

Un ejemplo claro de este individualismo fue la formación de las Alianzas Obreras. A finales de 1933 varios grupos comienzan a plantear la unificación de fuerzas sindicales y políticas de izquierda para formar una Alianza Obrera; frente común contra todas las derechas y, sobre todo, contra el fascismo. Más o menos en estas fechas es cuando comienza la radicalización de algunos sectores de la UGT y del PSOE.

En diciembre de 1933 se forma la primera Alianza Obrera en Cataluña. De esta alianza formaron parte el Bloc Obrer i Camperol, inspiradora de la alianza; la sección catalana de la UGT; Izquierda Comunista; Unión de Rabassaires, la Federación Socialista de Barcelona (PSOE) y la Unión Socialista. La CNT se negó a participar esgrimiendo como argumento que ella tenía más fuerza por si sola que todos los demás partidos y sindicatos juntos; por lo que no necesitaba aliarse con nadie para llevar a cabo sus propósitos revolucionarios.

No todas las regionales estaban en contra de la colaboración, como era el caso de la asturiana y la de centro. Un destacado anarquista, Valeriano Orobón Fernández[2] realizó un perfecto análisis de porque era necesaria la alianza: «Para vencer al enemigo que se está acumulando frente al proletariado es indispensable el bloque granítico de las fuerzas obreras […] Porque mil veces es preferible a la derrota que el aislamiento nos depararía, inevitablemente, es una victoria parcial que, sin ser patrimonio exclusivo de ninguna de las tendencias, realice de momento las aspiraciones mínimas coincidentes con todos los elementos pactantes […] Si cada tendencia se empeña en mantener su propia declaración de principios como molde obligatorio a la alianza, ésta sería prácticamente imposible»[3].

Pero desafortunadamente las palabras de Orobón y de la regional asturiana, y en especial José María Martínez, que si refrendó el pacto en Asturias, no calaron entre los dirigentes anarquistas más radicales y que controlaban de facto la FAI y la CNT.

Divergencias en el movimiento anarquista

No había uniformidad en el movimiento anarquista. Desde sus orígenes se podían diferenciar claramente dos posturas: la reformista y la revolucionaria. Aunque Gil Pecharromán habla de cuatro tendencias dentro de la CNT: a) una minoría anarquista radical, por ejemplo Los Solidarios; b) mayoría de sindicalistas revolucionarios (anarcosindicalistas), defensores del comunismo libertario y la acción directa, pero con diversas corrientes dentro del grupo; c) sindicalistas puros, partidarios de la práctica sindicalista no violenta, lideraba en sus inicios por Salvador Seguí “el Noi de Sucre”; sindicalistas comunistas como Maurín, Mije o Adame partidarios de la inclusión de la CNT en la III Internacional. Aunque como he indicado antes se podrían simplificar en dos: reformistas y revolucionarios. Estas dos corrientes tuvieron sus máximos exponentes en la FAI y en el grupo denominado “los Treintistas” que mantuvieron una lucha feroz por el control de la CNT.

«Los faistas defendían un modelo de revolución ruralizante y utópico, frente a las tendencias sindicalistas que preconizaban una adecuación del movimiento libertario a las realidades de una sociedad en vías de industrialización» (Gil Pecharromán: 236)

Todo comenzó con la publicación del conocido como Manifiesto de los Treinta, publicado el 30 de agosto de 1931. En líneas generales los firmantes estaban en total desacuerdo con la denominada «gimnasia revolucionaria» ya que esto suponía obligar a la clase trabajadora a lanzarse a aventuras que estaban condenadas al fracaso de antemano, y que no hacían sino beneficiar al Estado y a la burguesía. De los treinta firmantes destacan Ángel Pestaña (redactor del documento y Secretario General hasta marzo de 1932); Joan Peiró (director de Solidaridad Obrera); Francisco Arin, Juan López y Próspero Alfarache (miembros del Comité Nacional de la CNT).

Ángel Pestaña, autor del Manifiesto

Los primeros choques entre las dos tendencias se producen tras la insurrección del Alto Llobregat, duramente criticada por el sector reformista encabezado por Ángel Pestaña y Joan Peiró. En marzo de 1932 se constituyó un nuevo Comité Nacional de la CNT con Manuel Rivas como secretario general, sustituyendo a Ángel Pestaña; y Ricardo Sanz, miembro del grupo Nosotros, como vicesecretario. En ese mismo instante se procedió a la expulsión del sindicato de Sabadell por negarse a pagar la cuota pro-presos. El asalto a la CNT por parte de los faistas había comenzado.

No fue el sindicato vallesano – que contaba con 20.000 afiliados- el único expulsado; también lo fueron las federaciones de Lérida y Gerona; el mismo camino siguieron los firmantes del Manifiesto, los sindicatos de metalurgia, transporte y madera de Levante, y varios sindicatos sevillanos.

Es importante señalar que la expulsión de Pestaña se realizó obviando incluso el reglamento de la CNT. En el acta de expulsión sólo aparecen unos cientos de votos sobre 30.000 afiliados (Asamblea del Sindicato Único Metalúrgico de Barcelona), en la sección mecánicos, a la que pertenecía Pestaña, sólo votaron su expulsión 32 afiliados de los 15.000 que cotizaban.

Si se lee detenidamente el Manifiesto de los Treinta se verá que lo defendido en el mismo era resultado de la más pura lógica, o si lo queremos decir de otra manera de “sentido común”. Los firmantes se confiesan revolucionarios pero con matices: « Somos revolucionarios, sí, pero no cultivadores del mito de la revolución… Queremos una revolución que se nos ofrece, que pretenden traer unos cuantos enemigos, que si a ella llegaran, se convertirían en dictadores al día siguiente de su triunfo… La Confederación es una organización revolucionaria, no una organización que cultive la algarada, el motín, que tenga el culto de la violencia, de la revolución por la revolución.»

Como consecuencia de esta lucha decenas de afiliados abandonaron la CNT. Sesenta mil de ellos crearon los denominados Sindicatos de Oposición. El 4 de junio de 1933 tuvo lugar el primer pleno regional de los Sindicatos de Oposición catalanes; en él se acordó mantenerse como organización independiente, dejar de pagar las cuotas confederales –algo que ya habían hecho- y combatir a la FAI con una significativa frase: «Ni un paso atrás frente al fascismo.» En este mismo pleno se aprobó enviar una carta al Comité Nacional de la CNT en la que pedían la expulsión de la FAI del seno de la CNT. Como es lógico la propuesta no fue tenida en cuenta ya que por aquel entonces la dirección de la CNT estaba en manos de los faístas. Dos de los puntos de esta carta son sumamente interesantes, son el 4a «Los sindicatos obreros no pueden admitir como táctica de lucha ni el terrorismo ni la acción de grupos.», y el 4b « El sindicato no es solo ajeno al atraco sino que lo condena, considerándolo una inmoralidad consustancial al régimen capitalista, que es el atraco organizado y violento

Por su parte la FAI no cejó en su empeño de atacar a los treintistas. Durruti le dijo a Ricardo Fornells (expulsado de la CNT por firmar el Manifiesto de los Treinta): «A los treintistas sólo les tendería la mano en la calle cuando demuestren que son revolucionarios.» Como Durruti pensaban casi todos los miembros de la FAI que, con un rasgo de cierta prepotencia, se creían los únicos revolucionarios. No solo se dedicaron a la descalificación de los que no estaban de acuerdo con sus principios, también pasaron a la acción impidiendo que se reunieran. Prueba de ello es la noticia que publicó Sindicalismo, órgano de expresión de la Federación Sindicalista Libertaria (unión de los Sindicatos de Oposición), el 14 de abril de 1933: «Nuestro mitin del domingo fue suspendido por culpa de la actuación obstaculizadora de la FAI. La Federación Sindicalista Libertaria […], a partir de ahora, declara que se reafirma en su derecho de pensar y actuar contra el fascismo blanco y contra el fascismo rojinegro ambos igualmente despreciables […] Al grito de ¡Viva la FAI! Opondremos otro ¡Viva el sindicalismo revolucionario! ¡Abajo el grupismo! ¡Frente al fascismo, acción de masas!» (citado Brademas:117)

Hubo una tercera vía como la Regional de Asturias que aunque estaba en total desacuerdo con los faistas, no abandonó la CNT para no ahondar en la herida. O militantes como Valeriano Orobón que criticaba a la FAI por el uso de la violencia por la violencia, y a los treintistas que se fueran a convertir en una CGT francesa solo preocupaba por las relaciones laborales olvidándose de atacar el sistema político-social existente.

Las consecuencias de este enfrentamiento fueron la marcha de cientos de miles de militantes; y la toma del control de la CNT por parte de la FAI. Ambas cosas nada buenas para la existencia de la CNT. Quizás, como apuntaba Brademas, si Salvador Seguí hubiera estado vivo, esta división no se hubiera llevado a cabo.

Guerra Civil

El estallido de la guerra, aunque parezca paradójico, tuvo un efecto positivo sobre la CNT ya que esta vio incrementado de forma notoria el número de afiliados, en parte debido a lo fácil que era afiliarse. Esta masiva afiliación a la larga fue profundamente perjudicial para el sindicato anarquista. Al admitir en su seno a todo el que lo pidiera puso armas en manos de delincuentes, que se aprovecharon de la impunidad  que les deba la pertenencia a un sindicato. Por otro lado, nada más estallar la guerra los anarquistas se dedicaron a reivindicar cosas imposibles de conseguir, por ejemplo, en Madrid pedir la semana de 36 horas; salarios de 15 pesetas al día; convocaron 113 huelgas de sectores enteros de la industria y 230 parciales.

Si debemos destacar algunos rasgos de la actitud de los anarquistas durante la guerra, serían: indisciplina, desorganización y oposición frontal a la militarización. Respecto a esta última hay que señalar que se negaron hasta que entraron en el gobierno, entonces cambió bastante su discurso. En Solidaridad Obrera se leía el 23 de diciembre de 1936: «Nosotros cuando de servir a la revolución se trata, somos los primeros en dar un paso al frente.» más adelante hacía un llamamiento a la aceptación de la militarización como «una necesidad impuesta por la guerra.» No todos aceptaron esta consigna. Los anarquistas que estaban en el frente de Aragón abandonaron éste para regresar a Barcelona, cuando se publicó el decreto de militarización. Aquí nació el grupo Los Amigos de Durruti el 8 de marzo de 1937compuesto en su mayoría por miembros de la Columna Durruti que se encontraba en el sector de Gelsa (Zaragoza). Estos no solo se mostraran críticos con la colaboración con otras fuerzas antifascista, sino que en ocasiones hacían oídos sordos a las indicaciones que les llegaban desde la CNT o la propia FAI.

El sector radical tenían un periódico llamado Los Quijotes del Ideal que fue prohibido por el gobierno a petición del Comité Nacional de la CNT; algo similar ocurrió con Acacia y Ruta, este último dirigido por José Peirats.

En cuanto a indisciplina el testimonio de un militante anarquista, Fernando Aragón da buena prueba del comportamiento de algunos anarquistas en el frente. Fernando Aragón estaba en Angüés, pueblo de la provincia de Huesca, en donde había una columna del POUM y otra de la CNT «Cuando la primera entraba en acción, los de la otra se sentaban con las manos en los bolsillos y se echaban a reír […] Así ni se hace una guerra, y mucho menos se gana» (citado Fraser, 1979b: 183)

El abandono del frente, como el que ya hemos señalado, no era práctica inhabitual dentro de las columnas anarquistas. En octubre de 1936 la Columna de Hierro, abandonó el frente de Teruel para ir a Valencia y publicar un manifiesto el 1 de octubre de 1936 en el que exigía la disolución de la Guardia Civil y el desarme de todos aquellos que provinieran de los cuerpos de seguridad del Estado[4]. La Columna de Hierro si por algo se distinguió fue por su total indisciplina y por los abusos cometidos por los lugares que pasaban. En la zona de Levante se dedicaron sistemáticamente al saqueo, el pillaje y el asesinato indiscriminado. En un cabaret de Valencia entraron a saco asesinando a varias personas que se encontraban en el local. Memorable fue el enfrentamiento con los vecinos de Benacil (Valencia). Los vecinos del pueblo lograron echarles de la localidad; posteriormente fueron ametrallados desde aviones enviados por el gobierno central. El ochenta por ciento de sus miembros, liderados por “el Chino” cayeron bajo las balas no sin antes asesinar a los rehenes que habían apresado, entre ellos el alcalde socialista del pueblo.

Miembros de la Columna de Hierro

 Quizás sirva como explicación para esta actitud anarquista en los frentes de combate, la confesión del anarquista Manuel Carabaño: «Nosotros no defendíamos la república democrática […] sino que luchábamos contra ella» (citado Fraser, 1979b: 49)

Todo lo expuesto anteriormente no es óbice para reconocer que en muchos casos las columnas anarquistas destacaron por su valor y arrojo en los combates.

Un hecho que nadie podía pensar llegara a ocurrir nunca fue la incorporación de miembros de la CNT a la Generalitat de Cataluña y al Gobierno Central. Esta decisión de colaborar con las instituciones se toma en el pleno de regionales celebrado en septiembre de 1936. Hubo duros enfrentamientos entre los que defendían la entrada en el gobierno –delegación valenciana- y los que se oponían rotundamente – la regional catalana encabezada por Federica Montseny y Francesc Isgleas-. Es curioso que algunos de los más opuestos a la colaboración como Montseny, Isgleas, García Oliver, luego fueran los que formaron parte de los gobiernos catalán y central.

Para justificar su entrada en el gobierno Solidaridad Obrera en su número del 4 de noviembre de 1936 decía: «El Gobierno […] ha dejado de ser una fuerza de opresión contra la clase trabajadora, así como el Estado no representa ya el organismo que separa a la sociedad en clases. Y ambos dejarán aún más de oprimir al pueblo con la intervención en ellos de elementos de la CNT» (citado Ealham, 1973: 128)

El día 4 de octubre de 1936 cuatro anarquistas accedían al gobierno central, dos del sector radical y dos del sector sindicalista: Juan García Oliver en Justicia; Federica Montseny en Sanidad; Joan Peiró ocupó la cartera de Industria, y Juan López en Comercio. Como se observa ocuparon ministerios que no eran trascendentales para el desarrollo de la guerra. Continuaron en sus puestos hasta mayo de 1937. Ya nunca más habría participación anarquista en el gobierno.

Antes de su participación en el gobierno central ya lo habían hecho en la Generalitat catalana. En el primer gobierno de la Generalitat formado el 1 de octubre de 1936, entraron Juan P. Fábregas (Economía), Josep Joan Doménech (Abastos); Antonio García Birlan (Sanidad y Asistencia Social). Hasta mayo de 1937 los anarquistas formaron parte del gobierno catalán ocupando diversas carteras: Abad de Santillán, Pedro Herrera, Francesc Isgleas; Andreu Capdevilla, Aurelio Fernández y Valeri Más Casas.

Una prueba más de las contradicciones en el seno anarquista es que, tras los hechos de mayo de 1937, varios líderes anarquistas entre ellos García Oliver, Federica Montseny o Ricardo Sanz mantenían que la entrada en el gobierno había sido un error ya que habían renunciado a los principios de antipoliticismo y revolucionarios. Julián Casanova hizo un balance de la actuación de los anarquistas en el Gobierno: « Del paso de la CNT por el Gobierno quedaron escasas huellas […] Se ha recordado mucho más lo que significó la participación de cuatro anarquistas en un gobierno que su actividad legislativa.» (Casanova, 2009: 191)

Un lunar muy grande aparece en la actuación de los anarquistas en la guerra civil; el uso de la represión en la retaguardia. Provocaron un inútil baño de sangre, donde cayeron justos y pecadores en un totum revolutum sin pies ni cabeza. En una alocución radiada del Comité Nacional de la CNT el 28 de julio de 1936 se pudo oír: « ¡Y que los traidores no esperen, después de esto clemencia; no la habrá para nadie! Es la hora de las liquidaciones y éstas habrán de ser totales, absolutas ¡Lo exige la sangre vertida, las vidas inmoladas, la angustia pasada, los horrores sufridos, las torturas de ayer, de hoy, de siempre¡ ¡Arrasémoslo todo! ¡Destruyamos a los que, sólo pensando en destruirnos, se lanzaron a la pelea! ¡En la guerra como en la guerra!

La mayoría de las checas de Madrid las dirigían cenetistas, como las de Narváez, 18 y 20 –posteriormente trasladada a Jorge Juan, 68- dirigida por Mariano García Cascales. En la Memoria Resumen del Pleno Local de Sindicatos Únicos de Madrid celebrado del 6 al 11 de enero de 1937, en su página cinco se lee: «En un plano sereno se examinó la labor realizada por los Ateneos, conviniendo todos en ensalzar el alto espíritu con que la habían llevado a cabo, no logrando oscurecer estos méritos algunos abusos cometidos por algunos de estos organismos»

En Barcelona no se quedaron atrás en la ejecución de la represión. Allí se extendió por todos los lugares, fábricas, barrios. Los grupos supuestamente incontrolados campeaban a sus anchas por las calles de la Ciudad Condal. Esta actuación la reconocía Federica Montseny el 30 de julio de 1936 en La Revista Blanca: « Es posible que nuestra victoria haya significado la muerte violenta de cuatro o cinco mil ciudadanos de Cataluña, catalogados como hombres de derecha, vinculados a la reacción política o a la reacción eclesiástica» (citado Brademas: 177) Algunos, como Abad de Santillán comentaba estos lamentables hechos con bastante cinismo: «excesos inevitables», «explosión de las iras concentradas y de la ruptura de cadenas.» (Ver Casanova, 2000:130)

Bien es cierto que no todos los anarquistas estaban por la labor represiva. Un hermoso ejemplo de ello es la actuación de Melchor Rodríguez García primero como Delegado de Prisiones en Madrid, desde el 10 de noviembre de 1936, y posteriormente Delegado General de Prisiones del 4 de diciembre de 1936 al 1 de marzo de 1937, fecha en la que es destituido por sus discrepancias con el entonces Delegado de Orden Público de Madrid, el comunista José Cazorla. La actuación de Melchor Rodríguez salvó la vida de muchas personas y logró terminar con las sacas indiscriminadas que se hacían en las cárceles madrileñas de presos políticos para su posterior asesinato.

Melchor Rodríguez

De la actuación de la CNT durante la guerra es obligado leer al anarquista catalán Josep Costa Font: «A fuer de ser sinceros con nosotros mismos, diremos que faltó una “dirección política sindical revolucionaria» para la aplicación de realizaciones adecuadas al período que nos obligó a vivir. Nuestras carencias organizativas, no previstas a priori por todos aquellos que se encontraban – en cierta manera- en la cúspide de la CNT y la FAI, con su puritanismo ideológico en la destrucción a ultranza […], motivó un caos de conductas y caminos emprendidos. Además no supimos valorar el entorno internacional. Tampoco supimos colocarnos en una posición realista y luchamos contra todo y contra todos. Se nos ofrecieron posibilidades que rechazamos por escrúpulos ideológicos, para llegar, finalmente al impasse de 1937, o sea al fin de nuestras experiencias.» (Costa: 68)

A continuación pasaremos a ver con más detalles algunos de los hechos acaecidos durante la guerra civil en los que fueron protagonistas los anarquistas. 

La CNT en el 18 de julio

Para muchos anarquistas el estallido de la sublevación militar lo vieron como el inicio de la revolución, y el momento de cumplir sus utópicos sueños. No fue así, pero al menos «disfrutaron» de los que algunos han denominado «el corto verano de la anarquía».

Es indudable que los anarquistas fueron de los primeros en lanzarse a la calle el 18 de julio para parar el golpe militar y que lucharon bravamente; pero tampoco como para ponerse la medalla de ser ellos únicos los que pararon el golpe, como hacía Abad de Santillán: « No fue la República la que supo y la que fue capaz de defenderse contra la agresión; fuimos nosotros los que, en defensa del pueblo, hemos hecho posible el mantenimiento de la República y la organización de la guerra.»

Como apunta Julián Casanova, refiriéndose a Barcelona, si colaboraron en el sometimiento de la sublevación, pero no fueron tan decisivos como se suele pensar: « La información disponible prueba […] que solo los militantes más comprometidos y algunos dirigentes salieron a combatir a los sublevados junto con las fuerzas de seguridad leales. El famoso “pueblo en armas” apareció después, cuando, derrotado el levantamiento, las calles se llenaron de hombres y mujeres en huelga que el 19 y el 20 de julio habían permanecido en sus casas aterrorizados por los disparos y la gravedad de los acontecimientos.» (Casanova: 2012: 401)

Anarquistas en Barcelona el 18 de julio. Entre ellos Ascaso que moriría poco después

En Barcelona rápidamente los anarquistas comenzaron las incautaciones, requisas, toma de empresas, ante la impotencia de la Generalitat; el problema es que no lo hacían para dárselo a la República, sino para utilizarlo en su propio beneficio. No todas las regionales de la CNT actuaron igual; por ejemplo la Regional de Asturias se encargó de que los fondos del Banco de España en Gijón fuera a manos del Gobierno de la República. De acuerdo con el resto de fuerzas del Frente Popular, respetaron a los pequeños comerciantes y los derechos de la propiedad industrial obtenidos con anterioridad al golpe de Estado.

Cataluña

Una primera consecuencia del poder que la CNT tenía en Barcelona es la presión que hicieron sobre el presidente de la Generalitat Lluís Companys para la creación del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña; organismo en el que estaban representadas todas las fuerzas del Frente Popular, pero que era controlado por Juan García Oliver. El Comité se crea el 21 de julio de 1936. Ese mismo día se crearon las “Patrullas de Control” formadas por unos 700 individuos de los que aproximadamente la mitad eran miembros de la CNT o de la FAI.

Anarquistas en Barcelona el 18 de julio. Entre ellos Ascaso que moriría poco después

Teóricamente este Comité se crea como un órgano de administración, y aunque Julián Casanova dice que poco hicieron por ordenar la actividad económica y política de Cataluña; hay que reconocer que gracias a su actuación se logró que en los primeros momentos la escasez de alimentos no se notara en exceso gracias a la creación de comedores populares, o creando cooperativas de consumo en fábricas y barrios. Asimismo consiguieron que las mujeres pudieran recuperar 3.000 maquinas de coser que se habían visto obligadas a empeñar para poder subsistir.

No muy edificante fue la actuación de las Patrullas de Control, que se distinguieron en muchas ocasiones por una actitud totalmente arbitraria. Esta situación la reconoció la propia Federica Montseny en un discurso pronunciado en Valencia el 4 de diciembre de 1936: « últimamente he estado varios días en Cataluña y he dado cuenta de algo muy importante. He de ser, quizá, un poco dura en mis comentarios. Los que no sienten directamente la guerra, viven en juerga revolucionaria. Tienen las industrias y los talleres en sus manos, han hecho desaparecer a los burgueses, viven tranquilos y en una fábrica, en vez de un burgués, hay siete u ocho. Esto es intolerable» (citado Padilla: 320)

El Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña se autodisolvió el 1 de octubre de 1936, momento en que el gobierno de la Generalitat, con la participación de anarquistas, toma el control de la situación.

Ya hemos comentado con anterioridad la presencia de anarquistas en distintos gobiernos de la Generalitat, por lo que huelga abundar en el tema.

Consejo Nacional de Defensa de Aragón

Portada del diario anarquista Solidaridad Obrera

Una vez sofocado el golpe en Cataluña, columnas anarquistas toman rumbo a Zaragoza, que había caído en manos de los sublevados. En su avance van imponiendo el comunismo libertario en aquellas localidades que caen bajo su control.

La creación del Consejo de Aragón es consecuencia de la decisión adoptada en el Pleno de Regionales de la CNT celebrado en Madrid el 15 de septiembre de 1936. En los territorios ocupados deberían crearse Consejos Regionales de Defensa, que dependerían de un Consejo Nacional de Defensa que actuaría como si fuera el Gobierno central.

El Consejo fue reconocido por el Gobierno el 16 de octubre de 1936, aunque legalización oficial y su regulación no se realizó hasta el 19 de enero de 1937. Se componía de dieciséis miembros: ocho de la CNT, incluyendo a su presidente Joaquín Ascaso y al secretario general Benito Pabón; estando representados Izquierda Republicana, PCE y UGT con dos miembros cada uno.

Este Consejo llegó a controlar la mitad oriental de Aragón, un territorio que contaba con 400.000 habitantes. Situó su sede central en Caspe, a donde se traslado de la provisional situada en Fraga. Se crearon siete departamentos para el control de los distintos aspectos sociales y militares: Agricultura, Economía y Abastos; Información y Propaganda, Instrucción Pública, Justicia y Orden Público, Trabajo, y Transportes y Comercio. Desde prácticamente su inicio el Consejo actuó como un verdadero gobierno independiente: control de la producción y consumo, regulación de salarios, asegurar el orden revolucionario, etc. Es decir que asumía funciones que solamente podía ejercer el Gobierno central.

Decisivo en la creación de las colectividades, a veces intento frenar los abusos que estaban cometiendo muchas de las milicias anarquistas, incluyendo las colectivizaciones forzosas. Aunque hay que reconocer que tampoco puso mucho empeño en frenar los desmanes de los milicianos anarquistas, o quizá es que no tenía la suficiente fuerza como para hacerse respetar por las columnas anarquistas[5].

La cada vez mayor autonomía que se iba dando el Consejo, así como la decisión que tomo el Gobierno central de retomar el control de la situación, que había perdido momentáneamente al comienzo de la guerra, hizo que el 4 de agosto de 1937, el entonces ministro de la Guerra, Indalecio Prieto ordenada su disolución. Como se preveía que esta no fuera aceptada por el Consejo, se envió a la XI División al mando del comandante Lister para que procediera a la ejecución de la orden. Señalaremos que la actuación de Lister no fue precisamente ejemplar, llegando en ocasiones a emplear una crueldad fuera de lugar. Más de 700 anarquistas fueron detenidos, entre  ellos el presidente del Consejo Joaquín Ascaso[6], que en la mayoría de los casos fueron puestos en libertad al poco tiempo.

Colectivizaciones

Posiblemente este sea el tema que más controversias han suscitado entre los historiadores, los hay desde defensores acérrimos a detractores radicales. Intentaremos mantener un criterio lo más objetivo posible, y que sea el lector el que saque sus propias conclusiones.

Industria colectivizada por la CNT

Las colectivizaciones, tanto en Aragón como en Cataluña, no solían surgir de las cúpulas de la CNT, sino de grupos de militantes deseosos de hacer la revolución social. Aunque buena parte de ellas fueron realizadas de forma voluntaria no faltaron las que se impusieron por la fuerza, algo que iba totalmente en contra del ideario anarquista. Para justificar este uso de la fuerza los anarquistas argüían que era necesaria realizarlas para asegurar el suministro a las tropas que se encontraban en el frente. Aunque algunos historiadores piensen justamente lo contrario: «Las colectivizaciones tendían a cortocircuitar la continuidad de la producción y los mecanismos del mercado, precisamente en el momento en que se necesitaban con mayor urgencia medidas de planificación y coordinación.» (PRESTON: 252)

En primer lugar nos referiremos a las colectivizaciones industriales, remitiéndonos como ejemplo al caso de Cataluña. Otra de las consecuencias del poco poder que tenía el gobierno de la Generalitat en los primeros meses de la guerra fue la promulgación del Decreto de Colectivizaciones el 24 de octubre de 1936. En este decreto se señalaba claramente las condiciones necesarias para la colectivización de una empresa:
  • Todas las empresas de más de cien trabajadores o que hubieran sido abandonadas por sus anteriores propietarios.
  • En las empresas entre cincuenta y cien trabajadores tendrían que estar de acuerdo tres cuartas partes de los obreros para llevar a cabo la colectivización.
  • Las de menos de cincuenta trabajadores seguirían en manos de sus propietarios, pero bajo la supervisión y control de un Consejo Obrero.
Hay que señalar que las colectivizaciones industriales no lo tuvieron fácil: falta de materias primas, problemas de comercialización, derrumbe de la peseta, problemas para la obtención de créditos, etc.

En Cataluña gran parte de las industrias fueron colectivizadas. El sector textil fue abrumadoramente colectivizado, valga el ejemplo de Badalona en donde las treinta y siete empresas colectivas existentes fueron colectivizadas.

No todas las colectivizaciones industriales se hicieron de forma pacífica. En una empresa catalana con ochenta y tres empleados, en la primera asamblea solo doce votaron a favor de la colectivización, en la segunda las coacciones de los cenetistas y los faistas que dijeron que quién no votara a favor sería considerado enemigo de la clase trabajadora hicieron que votaran todos a favor de la colectivización.

Sobre el resultado positivo de estas colectivizaciones los resultados fueron dispares, mientras que en el sector del metal y el químico los resultados fueron, más o menos, positivos, en el resto la producción cayó en picado en los dos primeros meses de guerra.

Tal era el desbarajuste en algunas empresas que una comisión de la CNT barcelonesa emitió el 17 de mayo de 1937 un informe bastante crítico son la actuación de algunas colectividades: « La desmesurada preocupación por colectivizar todo, especialmente las empresas que tenían reservas monetarias, han despertado entre las masas un espíritu utilitario y pequeño burgués […] Considerando a toda colectividad como una propiedad particular, y no como un usufructo solamente, se ha hecho abstracción de los intereses del resto de la colectividad. Las empresas colectivizadas se han preocupado únicamente de su Pasivo produciendo un desequilibrio en las finanzas de las demás empresas» (citado Broué: 79)

En cuanto a las colectivizaciones agrarias estas se extendieron por todo el territorio controlado por la República: Andalucía 147 (42 UGT, 36 CNT, 38 CNT/UGT, 31 otras organizaciones); País Valenciano 353 (264 CNT, 69 UGT, 20 CNT/UGT); Cataluña 95 /43 CNT, 18 CNT/UGT, 3 UGT, 31 otras organizaciones); Murcia 122 (59 CNT, 52 UGT, 10 CNT/UGT); Aragón 306 (275 CNT, 31 UGT); Extremadura 40 (la mayoría con control de la CNT/UGT)[7].

Las que mayor fama alcanzaron, por la polémica que conllevan, fueron las creadas en Aragón, sobre todo porque muchas de ellas fueron creadas a viva fuerza como ocurrió en las creadas en La Fatarella a finales de enero de 1937 y en Centelles en marzo del mismo año. Hubo varias protestas denunciando la actuación de los milicianos que actuaban como un ejército de ocupación y no como tropas salvadoras.

El funcionamiento de las colectividades aragonesas no fue precisamente positivo, posiblemente uno de los motivos es que eran creadas por los milicianos anarquistas que prevenían de Barcelona, es decir urbanitas que no tenían mucha idea de cómo funcionaba el mundo rural, y menos en Aragón donde prevalecía la pequeña y mediana propiedad.

Otro motivo para el mal funcionamiento fue el escaso poder que tenía el Consejo de Aragón respecto a los comités locales que eran los hacían y deshacían a su antojo. Otro tanto ocurría en Valencia en donde la dirección regional intentó poner algo de orden en las colectivizaciones que estaban llevando a cabo los comités locales, que estaban poniendo en grave riesgo la distribución, y por tanto el abastecimiento, tanto del ejército como de la población civil.

Un resumen del resultado de las colectivizaciones lo da Juan Zafón (consejero de Propaganda del Consejo de Aragón): « Intentábamos poner en práctica un comunismo libertario sobre el que, triste es reconocerlo, ninguno de nosotros sabía una palabra» (citado Preston: 250). Tras la desaparición del Consejo de Aragón la mayoría de las colectividades fueron disueltas retornando la propiedad de la tierra a sus antiguos dueños.

Barcelona, mayo de 1937

Todo comenzó a partir de hechos aislados: asesinato el 15 de abril del dirigente del PSUC Roldán Certada por parte de un control ilegal de carreteras que llevaban a cabo anarquistas; enfrentamientos armados entre el comité anarquista de Puigcerdá y civiles y fuerzas de seguridad de Bellver; en donde murió del dirigente anarquista Antonio Martín, jefe de aduanas de la CNT y excontrabandista.

Barricada del POUM en mayo de 1937 en Barcelona

Los sucesos de mayo arrancan el día 3 cuando la Generalitat siguiendo la consigna de ir recobrando la autoridad en Cataluña envía a la policía a tomar el edificio de la Telefónica que estaba en poder de la CNT. Los anarquistas responden a las fuerzas de orden público con disparos, pronto el choque armado se extendió a toda la ciudad –incluso a otros lugares de Cataluña, como el Alto Llobregat, el Alto Empordá, el Penedés, etc.-. Los anarquistas contaron con el apoyo del POUM, que ya venía siendo «asediado» por el resto de fuerzas del Frente Popular por su radicalismo revolucionario.

Muy pronto la insurrección paso a estar totalmente descontrolada; a pesar de los llamamientos del Comité Regional de la CNT de que pararan los combates. Los elementos más radicales –como por ejemplo Los Amigos de Durruti que abandonaron el frente de Aragón para dirigirse a Barcelona a participar en la revuelta- hacían oídos sordos a las órdenes que dictaba el Comité Regional y el Comité Nacional; una prueba más de la falta de coordinación del sindicato anarquista.

Las consecuencias no pudieron ser peor para los anarquistas: desarme de las patrullas de control; desaparición de los ministros anarquistas del Gobierno central y de la Generalitat. Otras consecuencias fueron la práctica eliminación del POUM y, de alguna manera la dimisión de Largo Caballero como presidente del Gobierno. La otra trágica consecuencia fue la muerte de 400 personas y más de mil heridos.

No dejaron los radicales de seguir intentando «caldear» el ambiente tras el día 8, día en que concluyeron los combates. Los Amigos de Durruti lanzaron unas octavillas en Barcelona donde seguían empeñados en abogar por una revolución que ya no solo era una utopía, sino una verdadera irracionalidad. El comunicado decía:

«Trabajadores, exigid con nosotros junta revolucionaria. Fusilamiento de los culpables. Desarme de todos los cuerpos armados que participaron en la agresión. Socialización de la economía. Disolución de los partidos políticos que han agredido a la clase trabajadora. Saludamos a los compañeros del POUM por haber confraternizado con nosotros en las calles. ¡VIVA LA REVOLUCIÓN SOCIAL! ¡ABAJO LA CONTRARREVOLUCIÓN! » (citado Mintz: 49)

Esta octavilla mereció la rápida y contundente respuesta de los Comités Regionales de la CNT y de la FAI:

«Nos vemos sorprendidos por unas octavillas que circulan por la ciudad avaladas por una  entidad denominada Los Amigos de Durruti, su contenido, absolutamente intolerable y en pugna con la declaración del movimiento libertario, nos obliga a desautorizarle plena y públicamente.

Los Comités Regionales de la CNT y de la FAI, no estamos dispuestos a que nadie especule con nuestras organizaciones, ni pueda hacer el juego a posiciones dudosas o tal vez a maniobras de auténticos agentes provocadores» (citado Mintz: 49)

A partir de los sucesos de mayo de 1937 el discurso revolucionario desapareció completamente tanto de la CNT como de la FAI.

Golpe de Casado

 Casado
Besteriro
Mena
En 1939 ya se sabía que la guerra estaba perdida, pero el entonces presidente Juan Negrín mantenía la postura de seguir resistiendo ya que preveía el próximo inicio de un conflicto europeo –y no se equivocaba-. En esta política de resistencia solamente le apoyaban los comunistas y parte de los socialistas.

Desde hacía tiempo que el coronel Segismundo Casado estaba en contacto con Franco a través de miembros de la Quinta Columna, con el fin de llegar a un acuerdo para finalizar la guerra. El día 5 de marzo Casado un golpe de Estado para hacerse con el poder y firmar un pacto con los sublevados. La excusa fue que los comunistas estaban preparando un golpe de Estado. Los combates se prolongaron hasta el 12 de marzo, momento en que la resistencia de los que continuaban siendo fieles a la República llega a su fin. Dos mil combatientes dejaron sus vidas en las calles de Madrid.

En el aplastamiento de la resistencia tuvo una importancia primordial la intervención de la 70ª Brigada del IV Cuerpo de Ejército que mandaba el anarquista Cipriano Mera –bajo mi punto de vista uno de los personajes más siniestros del anarquismo español de la época-. Tuvo su recompensa la actuación de los anarquistas. En el “Gobierno” que creó Casado dos anarquistas recibieron carteras: Manuel González Marín (Hacienda y Economía) y Eduardo Val Bescós (Instrucción Pública y Sanidad)

Esta intervención en el golpe de Casado fue un triste epílogo de la actuación de los anarquistas durante el período republicano.

Conclusiones

Luces y sombras aparecen en la actuación del anarquismo durante la Segunda República Española. El 18 de julio su actuación fue muy importante, en el caso de Barcelona determinante, para parar el golpe militar. También fue significativo el arrojo con el que combatieron en diversos frentes, en donde dejaron la vida miles de militantes anarquistas.

Por el contrario su intento de llevar a cabo la revolución fuese como fuese, incluso durante la guerra civil, obviando que lo más importante era obtener la victoria y no enfrascarse en aventuras revolucionarias, fue un duro hándicap con el que tuvieron que luchar los distintos gobiernos republicanos.

No es mi pretensión emitir un juicio final sobre la actuación anarquista en el período, eso lo dejo a los lectores. Sería hacer historia-ficción si se afirmara que en el caso de que su actuación hubiera sido otra habría cambiado el curso de la historia. Eso nunca se sabrá.

BIBLIOGRAFÍA CITADA
  • Brademas, John (1974): Anarcosindicalismo y revolución en España: 1930-1937,
  • Brenan, Gerald (2011): El laberinto español, vol. 1, Madrid
  • Casanova, Julián (2000): Auge y decadencia del anarcosindicalismo en España, en Espacio, Tiempo y Forma, Serie V Hª Contemporánea, 13, pp. 45-72
  • Casanova, Julián (2006): De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939),
  • Casanova, Julián (2009): República y Guerra Civil, volumen 8 de la Historia de Espala, dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares, Madrid
  • Casanova, Julián (2012): El sueño anarquista. Guerra Civil y revolución, en Ángel Viñas (ed.) En el combate por la historia, Barcelona
  • Costa Font, Josep (2008): Memorias de un colectivista libertario badalonés, Badalona
  • Ealham, Chris (2001): De la cisma al abismo: las contradicciones entre el individualismo y el colectivismo en el anarquismo español, en Paul Preston (coord.) La República asediada, pp. 227-272
  • Fraser, Ronald (1979): Recuérdalo tú, recuérdalo a otros, 1, Barcelona
  • Fraser, Ronald (1979b): Recuérdalo tú, recuérdalo a otros, 2, Barcelona
  • Gil Pecharromán, Julio (2006): Segunda República Española (1931-1936), Madrid
  • González Calleja, Eduardo et al. (2015): La Segunda República Española, Barcelona.
  • Mintz, Frank y Peciña, Miguel (1978): Los Amigos de Durruti, los trosquistas y los sucesos de mayo,
  • Padilla, Antonio (1976): El movimiento anarquista español, Barcelona
  • Preston, Paul (2010): La Guerra Civil española: reacción, revolución y venganza, en Julián Casanova (coord.) Tierra y libertad. Cien años de anarquismo en España, Barcelona, pp. 117-137
[1] En esta misma revista publiqué un amplio artículo sobre Casas Viejas, se puede consultar en https://asambleadigital.es
[2] Fue el que puso la letra en castellano a la Warschawjanka (A las barricadas)
[3] Publicado en La Tierra, en febrero de 1934.
[4] El 27 de septiembre se había disuelto el Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña.
[5] En la actualidad estoy preparando un amplio trabajo sobre las colectividades agrarias en Aragón que se publicará en esta misma revista.
[6] Poco después de su puesta en libertad, Joaquín Ascaso fue nuevamente detenido por robo de joyas y expulsado de la CNT.
[7] Para mayor detalle ver Julián Casanova, De la calle al frente…, p. 299


Fuente → asambleadigital.es

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