La venezuelización de Vox durante la pandemia
 
La venezuelización de Vox durante la pandemia
Guillermo Fernández Vázquez

Entre febrero y junio de 2020, Vox ha experimentado un giro estratégico sorprendente. A decir verdad, no ha tomado un camino radicalmente novedoso que nadie pudiera esperar, pero sí ha privilegiado una orientación relativamente inesperada en detrimento de otras. Podría decirse que una de sus almas ha prevalecido sobre el resto. Y que, de entre todas las auto-imágenes que un partido se crea de sí mismo, se está imponiendo en Vox aquella que lo inviste como el representante preferente (y exclusivo) de una cierta derecha.

El pasado 8 de marzo, en los discursos de Jorge Buxadé y Santiago Abascal durante el mitin organizado en Vistalegre (el denominado Vistalegre III La Alternativa), se percibía la voluntad de ampliar su electorado y disputar a la izquierda conceptos como el de ecología, soberanía alimentaria, defensa de los sectores primario y secundario, reivindicación de las industrias estratégicas o apuesta decidida por la protección de la España vaciada o interior. Vale la pena escuchar las dos intervenciones con detenimiento[1]. Es preciso tener en cuenta que ambas se pronuncian con la convicción de que nuestro país se aproximaba a un período de caída lenta pero sostenida de la economía, y de importancia creciente de la geopolítica latinoamericana en la agenda pública española. Bajo esta hipótesis, Vox aspiraba a proyectarse como un partido capaz de exhibir una mínima transversalidad electoral y, al mismo tiempo, capaz de ocupar una cierta centralidad en los asuntos concernientes a lo que el partido denomina Iberoesfera. Quería ser la plataforma de las “personas de los madrugones y las manos encallecidas” frente al consenso biempensante de los tertulianos de televisión y los “profesores vanidosos de universidad” –como señaló Buxadé en Vistalegre– y, al mismo tiempo, posicionarse como la formación “puente” entre las derechas radicales europeas y las incipientes derechas latinoamericanas. De ahí los contactos crecientes de los últimos meses entre la dirigencia de Vox y el uruguayo Guido Manini Ríos, el chileno José Antonio Kast o el peruano Rafael López Aliaga.

Sin embargo, a finales de mayo de 2020, el panorama que nos encontramos es sensiblemente diferente: cuando se mira a Vox se ve a un partido aburbujado en una estrategia madrileño-céntrica y tanto su vocabulario como su repertorio de acción colectiva sorprenden por su intenso aroma venezolano. Es como si el partido “puente” se hubiera alejado de una de sus orillas. Como si el aislamiento de la pandemia lo hubiera confinado en sus propias pesadillas bolivarianas. Como si, de tanto temblar con Venezuela, la dirigencia de Vox se hubiera autoconvencido de que vive en ella.

Pero, más allá de la sugestión: ¿qué ha ocurrido realmente en Vox en los tres últimos meses?

Trayectoria inicial de Vox durante la pandemia

En un principio Vox adoptó una línea consistente, por un lado, en un apoyo férreo a los policías y trabajadores de servicios sanitarios procurando agregar consignas patrióticas a los mensajes de aliento; y, por otro lado, en subrayar la idea de que la expansión de la pandemia daba la razón a sus postulados sobre inseguridad global, fronteras, inmigración, proteccionismo económico, unidad nacional o centralización de las decisiones. El partido de Santiago Abascal estaba convencido por entonces de que el COVID-19 robustecía sus principios ideológicos y el viento favorable de las ideas le permitía librar la batalla cultural contra la izquierda y los nacionalismos periféricos por medios convencionales. Este punto es esencial. ¿Por qué? Porque esto le daba pie a lanzar mensajes en favor de sanitarios y fuerzas del orden al tiempo que los hibridaba con consignas patrióticas. Y, simultáneamente, porque esto situaba la retórica de Vox en la misma línea que la de Marine Le Pen en Francia o Matteo Salvini en Italia. De tal manera que, durante la semana del 8 al 15 de marzo, los mensajes de Vox no se alejaron demasiado del discurso dominante lleno esos días de perplejidad, temor, sensación de irrealidad, de estar viviendo momentos trascendentes y, al mismo tiempo, llamamientos a la unidad, a la responsabilidad, a la acción colectiva y al reconocimiento del personal sanitario. 
 

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No obstante, una vez decretado el estado de alarma y pasada la frontera del 15 de marzo, Vox inicia un cambio hacia una posición más crítica, focalizando su atención en la falta de previsión del Gobierno, la ausencia de material sanitario, la celebración de manifestaciones multitudinarias el 8 de marzo y el elevado número de contagiados y fallecidos. Las palabras que más realce alcanzan en su discurso durante ese período son irresponsabilidad, ideología, improvisación, incompetencia y mala gestión. El marco permanente es el de la protección y la consigna dominante se centra en señalar que estamos ante un Gobierno que no está preparado para afrontar un desafío sanitario y económico del calibre de una pandemia. Todo el asunto se centra entonces en oponer la firmeza de Santiago Abascal al amateurismo del Gobierno. 
 
 
De nuevo aquí el relato de la formación española con respecto tanto a las urgencias de la pandemia como a la gestión del Gobierno no se separa demasiado del de otros partidos de extrema derecha europea; especialmente en la región mediterránea. De hecho, por esas mismas fechas, Marine Le Pen acusa al primer ministro francés de “mentir”, de “exponer temerariamente a los sanitarios”, de “no realizar suficientes test”, de “permitir una falta alarmante de mascarillas” y, en general, de haber dado una respuesta “tardía” e “inadecuada” a la crisis del COVID-19. Es decir, empleando una retórica muy similar a la de Vox y manejando unos marcos discursivos prácticamente idénticos. Por su parte, Matteo Salvini mantiene una posición exigente con el gobierno italiano desde el punto de vista de la protección de los sanitarios y de la seguridad de la población; si bien el tono de sus declaraciones públicas en esas semanas resulta menos contundente que el de sus partidos hermanos en Francia o España. 
 

“Hay millones de franceses que tienen el sentimiento de que el gobierno les MIENTE, siento decirlo tan brutalmente. El sentimiento de no tener acceso a una información verdadera contribuye a la angustia de los franceses #COVID19 #mascarillas”.
 
 
“¿Cuánto tiempo todavía el gobierno va a tomar a los franceses por imbéciles? El pueblo tiene derecho a la VERDAD. ¡Ustedes decretan que las #mascarillas son supuestamente inútiles porque hay una penuria terrible de mascarillas! MLP”. 
 
https://twitter.com/MLP_officiel/status/1244872552973045760?ref_src=twsrc%5Etfw%7Ctwcamp%5Etweetembed%7Ctwterm%5E1244872552973045760&ref_url=https%3A%2F%2Fla-u.org%2Fla-venezuelizacion-de-vox-durante-la-pandemia%2F

«Tardamos en cerrar las fronteras por razones ideológicas. ¡Sí, y es muy serio! ¡La pérdida de oportunidades para miles de pacientes también es una de las consecuencias de de esta elección ideológica!. MLP. #Día15DelConfinamiento #Covid19»

La metamorfosis de Vox respecto al resto de partidos de la derecha radical europea comienza en la última semana del mes de marzo cuando, a la crítica a la mala gestión del ejecutivo, agrega la petición de dimisión del Gobierno. Ahí es donde el partido de Santiago Abascal inicia una escalada destituyente que le lleva en nuestros días a convocar caceroladas en nombre de la libertad y a trabajar agresivamente en varios frentes por la caída del Gobierno de coalición. Pero la coartada al comienzo de esta deriva destituyente es, recordémoslo, la mala gestión del Gobierno; esto es, la idea de que los españoles, a tenor de las cifras de muertos por cada millón de habitantes, pagan con su vida las decisiones del ejecutivo más incapaz de Europa. El marco en el que se inscribe entonces el discurso de Vox compagina luto y rabia destituyente; o, lo que es lo mismo: la simbología de los lazos negros con el impulso de campañas en redes de enorme visceralidad como #PedroElSepulturero, #CulpablePedroSánchez, #SánchezAPrisión o #PodemosCiao.

El razonamiento implícito en ese momento discurre más o menos del siguiente modo: la excepcionalidad de la mala gestión española justifica la excepcionalidad de la crítica. O sea, el carácter incomparablemente negligente y funesto del ejecutivo español legitima una respuesta progresivamente alejada de la del resto de derechas identitarias europeas. El “peor gobierno de Europa” no puede aspirar a nada más por parte de una oposición responsable.

¿Por qué se produce el giro hipercrítico en la comunicación del partido?

A las razones anteriores hay que añadir otra de gran peso: a esas alturas Vox piensa que la batalla ideológica de la pandemia la está ganando la izquierda. Y esta constatación no solo le inquieta profundamente, sino que resucita su auto-imagen de centinela ideológico de la derecha. Movido por las presiones de ciertos círculos empresariales y mediáticos madrileños, Vox da relieve a su alma de barrera de choque contra la izquierda. Reaviva la semilla interna de avanzadilla político-civil contra el Gobierno “social-comunista”. Y entona de este modo su particular No pasarán.

El miedo –el pavor, más exactamente– es que Pedro Sánchez se eternice con las ideas de Iglesias. Por este motivo, Vox recrudece su estrategia de oposición. La venezueliza, por decirlo así. Primero apuesta por la ruptura del relato y de las prácticas que apuntan a la idea de cohesión nacional, como los aplausos de las 20h y las campañas como #EsteVirusLoParamosUnidos. Este impulso disruptivo comienza con la llamada a poner el himno nacional a las 12h mientras dure el confinamiento, continúa con la primera convocatoria de una manifestación “online” el 8 de abril en la que se pide la dimisión del Gobierno, se alarga con el emplazamiento diario a protestar con cacerolas en repulsa por la deriva autoritaria del ejecutivo, y culmina con el apoyo a las concentraciones que en el barrio de Salamanca reclaman “libertad” y el fin del confinamiento. Este giro coincide además con la adopción por parte de Vox de un lenguaje muy próximo al que emplea la oposición en Venezuela. La formación de Santiago Abascal comienza a hablar entonces de “gobierno totalitario”, “dictadura”, “genocidio”, “gulag”, “comunismo” o “muerte”, y a usar expresiones como “falta de libertad” o “Aló Presidente”. A esto se suma el apoyo a toda una serie de periodistas y productos audiovisuales como Estado de Alarma que trabajan con el marco de estar viviendo en una dictadura; o, como mínimo, en una pendiente acelerada hacia el autoritarismo. Periodistas e invitados que hablan, gesticulan, protestan, intrigan y se victimizan como si estuvieran en una dictadura.

La venezuelización es así la forma que adopta la disputa ideológica de fondo. Es la estrategia defensiva que adopta una parte de lo que en Francia denominan “la derecha del dinero” y que hace en este momento a Vox su principal representante. Esta presión no solo impulsa el ánimo más neocon del partido –en detrimento de otras sensibilidades o apuestas estratégicas– convirtiéndolo en la favorita de algunas élites capitalinas, sino que siembra de dudas a la cúpula del Partido Popular sobre qué camino de oposición tomar. Una cúpula que –no lo olvidemos– vive en Madrid.

¿Es efectivo este giro hipercrítico?


Probablemente la respuesta a esta pregunta sea “depende para qué”. Si el objetivo de Vox es convertirse en una fuerza política nacionalista e identitaria capaz de convencer a una parte del electorado conservador –lo que Alain de Benoist llama “la derecha de los valores” – atrayéndose a su vez a una parte de los sectores populares menos ideologizados e incluso a antiguos votantes de izquierdas, entonces probablemente esta puesta en escena con aire caraqueño le haga fracasar. Entre otras cosas porque esta es una estrategia de nicho, que enardece a los ya convencidos, pero que no suma ni un apoyo más. Implica una retórica hiperbólica y llena de épica que provoca un efecto burbuja y que conduce a la sobreactuación. Es, en definitiva, el tipo de discurso recalentado y psicológicamente reconfortante que se da a sí misma una fuerza de resistencia antes de disponerse a chocar.

Por el contrario, si el objetivo es pugnar por la hegemonía ideológica de la derecha e influir en el rumbo político del Partido Popular, entonces la emulación antichavista puede tener un cierto recorrido. En otras palabras: si –como planteaba Alejo Vidal-Quadras–, la finalidad principal de Vox es, o bien convertirse en el “PP auténtico”, o bien condicionar y disciplinar a los populares para que no se mueva de su relicario axiológico madrileño, entonces el rumbo actual puede terminar dando sus frutos. No solo en términos metapolíticos o culturales, sino incluso también consolidando su tasa de voto actual en torno al 15%. Recordemos que Jean-Marie Le Pen se hizo un hueco político, mediático y electoral en Francia fustigando al gobierno “social-comunista” de François Mitterrand y cuatro ministros del PCF entre 1981 y 1984.

En un futuro a corto y medio plazo de intensa polarización política en España y de dinámica de bloques cerrados continuamente chocando, Vox parece apostar por la segunda vía: por convertirse en la vanguardia política de la derecha española. Incluso si eso implica hipérboles venezolanas. O, mejor, procurando que eso implique hipérboles venezolanas. Porque lo fundamental –entiende Vox– se disputa en el terreno de la ideología.

La cuestión es si esta estrategia de venezuelización es comprendida más allá de los cenáculos madrileños y la sociología específica de la región; esto es, si los propios votantes de Vox –los de noviembre de 2019, no solo los de abril– entienden este camino nítidamente derechista cuando lo que está continuamente en juego no es el “desafío separatista”, sino la gestión de una crisis sanitaria y la respuesta a una crisis económica. Y ahí quizá no sea descabellado pensar que el efecto “burbuja de Salamanca” esté provocando algunos espejismos.

Guillermo Fernández Vázquez (@guillefdz85) es investigador en la UCM y experto en derechas radicales europeas. 

Notas

[1] La intervención completa de Santiago Abascal puede encontrarse en el siguiente enlace web: https://www.youtube.com/watch?v=dUCIfshlZbY. Asimismo, el discurso de Jorge Buxadé puede consultarse en el siguiente enlace web: https://www.youtube.com/watch?v=B122tUsLTtY
 

Fuente → a-u.org

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