Fascismo y monarquía Carlos Hermida
El fascismo ha vuelto, está presente entre nosotros. En
realidad, en España nunca desapareció, porque tras la muerte de Franco, y
debido a la mal llamada “transición democrática”, todo el aparato de
estado franquista pasó impunemente, sin depuración alguna, a formar
parte de la monarquía parlamentaria. El conjunto de los cuerpos
represivos de la dictadura franquista se integraron en el nuevo régimen
político, cambiando denominaciones y a veces el color del uniforme,
pero su espíritu, sus formas de actuación y su ideología reaccionaria
permanecieron.
Nuestro partido ha venido advirtiendo a través de comunicados,
artículos, informes, etc. de este resurgimiento, como viene ocurriendo
en otras partes de Europa, y de los peligros que supone para la clase
obrera y para todos los sectores populares. Pero este peligro se ha
hecho más evidente desde el momento en que se formó el gobierno de
coalición presidido por Pedro Sánchez, y se ha agudizado con la
pandemia del COVID 19.
Asistimos desde la declaración del estado de alarma a una escalada sin precedentes de la agresividad verbal (por el momento se queda en palabras, ya veremos más adelante)
contra el gobierno por parte de VOX y del Partido Popular, aunque
Ciudadanos parece que tímidamente se desmarca de este coro siniestro.
Sin pudor alguno, Abascal y Casado han acusado al presidente del
gobierno y al vicepresidente Pablo iglesias de ser los responsables
directos de los miles de fallecimientos causados en nuestro país por la
pandemia.
Se les ha llamado asesinos y hemos escuchado en el Congreso de
los Diputados insultos y descalificaciones dirigidos al gobierno que
nos producen vergüenza e indignación. Sin argumentos ni pruebas,
utilizando una demagogia vil, la derecha ha recurrido, y recurre, a un
lenguaje propio de una banda mafiosa.
Simultáneamente, varios medios de comunicación se dedican a
intoxicar a la población con un torrente de bulos y mentiras cuya único
objetivo es desprestigiar al presidente y a sus ministros. En los
últimos días, además, en Madrid, y concretamente en el barrio burgués de
Salamanca, se han producido varias manifestaciones y caceroladas contra
Pedro Sánchez a los gritos de “libertad”. Saltándose todas las normas
sanitarias, poniendo en peligro la salud pública, envueltos, como
siempre, en la bandera monárquica, estos defensores del franquismo
tienen el cinismo de exigir democracia y libertad, las dos cosas que
más odian. Y lo más grave ha sido la tolerancia de la policía.
Estamos, sin duda, ante una estrategia de la tensión que nos
recuerda a la orquestada en España en la primavera de 1936 y a las
maniobras de la burguesía chilena durante el gobierno de Salvador
Allende. Discursos incendiarios en el parlamento, medios de comunicación
que difunden mentiras, agitación en las calles, creación de un clima de
miedo e inseguridad; en una palabra, preparación del camino hacia un
posible golpe de estado.
Puede parecer un análisis exagerado, pero la derecha española,
la abiertamente fascista y la que está en proceso de fascistización,
está dispuesta por todos los medios a derribar al gobierno, a quien
considera que no tiene legitimidad para gobernar. Claro, para la
burguesía España siempre ha sido su finca, su propiedad privada, su
cortijo.
Ahora bien, este crecimiento del fascismo se produce
paralelamente a la impunidad en la que se mueve. El fascismo
históricamente contó para llegar al poder con muchos apoyos sociales y
económicos, pero sin duda fue decisivo el concurso de las más altas
instituciones del Estado. Y esto es lo que sucede en España. El régimen
monárquico no puede enfrentarse al fascismo por la sencilla razón de
que la actual monarquía fue impuesta por Franco; es hija directa de una
dictadura fascista. Ni Juan Carlos I ni Felipe VI han condenado el
franquismo, ni han expresado en momento alguno su solidaridad con los
familiares de las víctimas de la dictadura. Pero sí lo han hecho
innumerables veces con las víctimas del terrorismo. No estará de más
recordarles que los cientos de miles de represaliados por el régimen
de Franco también fueron víctimas de una dictadura terrorista.
Pero no se trata únicamente de los orígenes de la monarquía, sino de lo que representa, de su esencia como régimen político.
Este es el aspecto fundamental. El régimen monárquico y la Constitución
de 1978 defienden los intereses de la oligarquía, de la clase social
que tiene el poder real en España. Y para esa oligarquía el fascismo es
un instrumento que puede utilizar contra la clase obrera si el
capitalismo se ve amenazado por la protesta social. El fascismo, como ya
se demostró históricamente, es una forma de dominación política que
utiliza el gran capital para aplastar y desarticular las organizaciones
obreras en determinadas situaciones de crisis económica, social y
política.
En cuanto a los partidos de la izquierda oficial, su respeto
por la legalidad constitucional les ata de pies y manos para enfrentarse
al peligro fascista. En consecuencia, la lucha contra el fascismo pasa
por la ruptura política, por la instauración de una República Popular y
Federativa, que represente los intereses de un bloque de poder social
diferente, que sea capaz de estructurar y organizar un nuevo aparato de
estado al servicio de las clases populares, además de poner en marcha
las reformas estructurales que nuestro país necesita.
Monarquía, fascismo y oligarquía son elementos
interconectados, hay entre ellos unas relaciones dialécticas evidentes.
Poner al descubierto esa conjunción, denunciarla ante las clases
populares, debe ser tarea prioritaria de las organizaciones políticas
realmente de izquierda. El primer paso para combatir de nuevo esa
barbarie que hace setenta y cinco años fue derrotada en los campos de
batalla. En esa lucha nuestro partido volverá a estar en la primera
línea de combate.
El fascismo ha vuelto, está presente entre nosotros. En
realidad, en España nunca desapareció, porque tras la muerte de Franco, y
debido a la mal llamada “transición democrática”, todo el aparato de
estado franquista pasó impunemente, sin depuración alguna,
a formar parte de la monarquía parlamentaria. El conjunto de los
cuerpos represivos de la dictadura franquista se
integraron en el nuevo régimen político, cambiando denominaciones y a
veces el color del uniforme, pero su espíritu, sus formas de actuación y
su ideología reaccionaria permanecieron.
Nuestro partido ha venido advirtiendo a través de comunicados,
artículos, informes, etc. de este resurgimiento, como viene ocurriendo
en otras partes de Europa, y de los peligros que supone para la clase
obrera y para todos los sectores populares. Pero este
peligro se ha hecho más evidente desde el momento en que se formó el
gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez, y se ha agudizado con la pandemia del COVID 19.
Asistimos desde la declaración del estado de alarma a una escalada sin precedentes de la agresividad verbal (por el momento se queda en palabras, ya veremos más adelante) contra el gobierno por parte de VOX y del Partido Popular, aunque Ciudadanos parece que tímidamente se
desmarca de este coro siniestro. Sin pudor alguno, Abascal y Casado han
acusado al presidente del gobierno y al vicepresidente Pablo iglesias
de ser los responsables directos de los miles de fallecimientos causados
en nuestro país por la pandemia. Se les ha llamado asesinos y hemos escuchado en el Congreso de los Diputados insultos y descalificaciones
dirigidos al gobierno que nos producen vergüenza e indignación. Sin
argumentos ni pruebas, utilizando una demagogia vil, la derecha ha
recurrido, y recurre, a un lenguaje propio de una banda mafiosa.
Simultáneamente, varios medios de comunicación se dedican a
intoxicar a la población con un torrente de bulos y mentiras cuya único
objetivo es desprestigiar al presidente y a sus ministros. En los
últimos días, además, en Madrid, y concretamente en el barrio burgués de
Salamanca, se han producido varias manifestaciones y caceroladas contra
Pedro Sánchez a los gritos de “libertad”. Saltándose todas las normas
sanitarias, poniendo en peligro la salud pública, envueltos, como
siempre, en la bandera monárquica, estos defensores del franquismo
tienen el cinismo de exigir democracia y libertad, las dos cosas que más odian. Y lo más grave ha sido la tolerancia de la policía.
Estamos, sin duda, ante una estrategia de la tensión que nos
recuerda a la orquestada en España en la primavera de 1936 y a las
maniobras de la burguesía chilena durante el gobierno de
Salvador Allende. Discursos incendiarios en el parlamento, medios de
comunicación que difunden mentiras, agitación en las calles, creación de
un clima de miedo e inseguridad; en una palabra, preparación del camino hacia un posible golpe de estado.
Puede parecer un análisis exagerado, pero la derecha española,
la abiertamente fascista y la que está en proceso de fascistización,
está dispuesta por todos los medios a derribar al gobierno, a quien
considera que no tiene legitimidad para gobernar. Claro, para la
burguesía España siempre ha sido su finca, su propiedad privada, su
cortijo.
Ahora bien, este crecimiento del fascismo se produce
paralelamente a la impunidad en la que se mueve. El fascismo
históricamente contó para llegar al poder con muchos apoyos sociales y
económicos, pero sin duda fue decisivo el concurso de las más altas
instituciones del Estado. Y esto es lo que sucede en
España. El régimen monárquico no puede enfrentarse al fascismo por la
sencilla razón de que la actual monarquía fue impuesta por Franco; es
hija directa de una dictadura fascista. Ni Juan Carlos I ni Felipe VI han condenado el franquismo, ni han expresado en momento alguno
su solidaridad con los familiares de las víctimas de la dictadura. Pero
sí lo han hecho innumerables veces con las víctimas del terrorismo. No
estará de más recordarles que los cientos de miles de represaliados por el régimen de Franco también fueron víctimas de una dictadura terrorista.
Pero no se trata únicamente de los orígenes de la monarquía, sino de lo que representa, de su esencia como régimen político.
Este es el aspecto fundamental. El régimen monárquico y la Constitución
de 1978 defienden los intereses de la oligarquía, de la clase social
que tiene el poder real en España. Y para esa oligarquía el
fascismo es un instrumento que puede utilizar contra la clase obrera si
el capitalismo se ve amenazado por la protesta social. El fascismo,
como ya se demostró históricamente, es una forma de dominación política
que utiliza el gran capital para aplastar y desarticular las
organizaciones obreras en determinadas situaciones de crisis económica,
social y política.
En cuanto a los partidos de la izquierda oficial, su respeto
por la legalidad constitucional les ata de pies y manos para enfrentarse
al peligro fascista. En consecuencia, la lucha contra el
fascismo pasa por la ruptura política, por la instauración de una
República Popular y Federativa, que represente los intereses de un
bloque de poder social diferente, que sea capaz de estructurar y
organizar un nuevo aparato de estado al servicio de las clases
populares, además de poner en marcha las reformas estructurales que
nuestro país necesita.
Monarquía, fascismo y oligarquía son elementos
interconectados, hay entre ellos unas relaciones dialécticas evidentes.
Poner al descubierto esa conjunción, denunciarla ante las clases populares, debe ser tarea prioritaria de las organizaciones políticas realmente de izquierda.
El primer paso para combatir de nuevo esa barbarie que hace setenta y
cinco años fue derrotada en los campos de batalla. En esa lucha nuestro
partido volverá a estar en la primera línea de combate.
Fuente → pceml.info
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