
Cada vez más personas conocen que entre los
primeros en liberar Paris estaban los españoles republicanos de “La
Nueve”. Lo que permanece un tanto oculto es que también hubo españoles
entre los primeros combatientes que entraron en Berlín con el ejército
soviético. La noche del 8 de mayo de 1945 Alemania firmaba la rendición,
ya era día 9 en Rusia y esa es la fecha en la que se celebra allí la
victoria de la Gran Guerra Patria.
Cuando, casi cuatro años antes, el 22 de junio de 1941 Alemania
invadió la Unión Soviética, había en la URSS cerca de 7.000 españoles.
De ellos tres mil eran los niños que llegaron en 1937 evacuados de la guerra civil,
el resto eran los exiliados que fueron llegando después de la caída de
la República en 1939; combatientes del ejército republicano y dirigentes
en su mayoría comunistas.
Inmediatamente, al conocerse la invasión, los españoles quisieron
incorporarse al Ejército Rojo, pero fueron rechazados. La orden de
Stalin era contraria. En esos momento los soviéticos de lo que tenían
carencia era de armamento, no de hombres y preferían preservar a los
extranjeros.
La presión de los españoles fue en aumento. Los “mayores”, como
llamaban los niños españoles a los que habían combatido en la guerra de
España, eran más disciplinados en la aceptación de las consignas pero,
entre los que llegaron de niños muchos de los que superaban los
dieciséis años promovieron desordenes y manifestaciones en la cajas de
reclutamiento y alguno se incorporó a grupos de partisanos que de manera
irregular operaban por los bosques próximos; finalmente los dirigentes
comunistas españoles acabaron convenciendo a Stalin.
Los jóvenes voluntarios
En Leningrado había una casa de jóvenes españoles. Setenta y cuatro de ellos se alistaron en la Tercera División de las Milicias de Voluntarios del Pueblo de Leningrado.
Varios de ellos falsificaron la documentación con su fecha de
nacimiento para ser admitidos ya que era requisito tener más de
dieciocho años.

Lápidas en Karelia
Esa tercera división fue destinada, desde finales de junio, al frente
norte de Karelia donde los finlandeses, aliados de los alemanes
avanzaban hacía Leningrado para cerrar el cerco por ese sector. Ese
territorio era trascendente para impedir el bloqueo total de la ciudad.
De hecho, estratégicamente fue determinante para mantener el paso por el
lago Ládoga; durante todo el tiempo que duró La Blocada fue el
único acceso por donde continuó entrando, aunque en escasa cantidad
para las necesidades de una ciudad de siete millones, suministro tanto
de armamento como de alimentos. Se denominó el Camino de la Vida
porque fue el cordón umbilical de la ciudad. Primero llegaban por barco
con la flotilla del lago y cuando éste se heló, en camiones por encima
del hielo. Ese camino fue defendido desde las posiciones de Karelia por
el norte. En esa zona el frente quedó estabilizado desde primeros de
1942 pero en los primeros meses de la guerra fue escenario de tremendas
batallas. De aquellos combates iniciales, a finales de septiembre, de
los setenta y cuatro jóvenes españoles, solo siete habían retornado a
sus unidades, los demás fueron dados por muertos aunque en realidad unos
veintidós fueron hechos prisioneros. El resto cayeron en combate. Los
prisioneros pasaron por varios campos de concentración en
Finlandia dirigidos por los nazis. La mayoría de ellos estuvo cerca de
un año de un campo de prisioneros a otro hasta que fueron entregados a
las autoridades franquistas en España. El primero de ellos en ser
repatriado llegó a España el 7 de enero de 1942. Otros dieciocho fueron
traídos a través de Berlín en enero de 1943.
Además de “ellos”, decenas de jóvenes españolas fueron enfermeras o
voluntarias de protección civil. El trabajo de estas últimas consistía
en llevar ayuda a personas mayores, o incapacitadas para salir de casa,
subirse a los tejados cuando bombardeaban con proyectiles incendiarios
para intentar apagarlos con cubos de arena, o haciendo de balizas
humanas provistas con bengalas y lámparas de petróleo para indicar el
camino a los camiones que transitaban sobre el hielo del Ládoga. Algunas
perdieron la vida en esas peligrosas operaciones. Entre las enfermeras
que cayeron un nombre ha pasado a la historia: María Pardiña, Marusia
para los rusos, una joven que había vivido en el madrileño barrio de
Cuatro Caminos y que rescató a numerosos soldados heridos en los
combates hasta que ella misma resultó alcanzada.
Los mayores: guerrilleros y pilotos
Los oficiales de mayor rango que habían combatido en la guerra de
España no fueron destinados a combatir, sino que se les destinó a
escuelas militares, como la prestigiosa Frunze, en calidad de
profesores y en algún caso también como alumnos. La formación militar
era extremadamente necesaria en esos momentos y desempeñaron un
importante papel: Modesto, Lister, Tagüeña…
En Moscú un contingente formado prácticamente en su totalidad por
españoles al mando de Francisco Ortega fue destinado a una unidad del
NKVD −Unidades de la Seguridad del Estado− para proteger el Kremlin en
uno de los momentos más complicados de la guerra.


Contraofensiva: la batalla de Berlín
Cuando la guerra fue cambiando de signo, los alemanes comenzaron a
retroceder. A medida que los territorios soviéticos eran recuperados los
guerrilleros se fueron integrando en las unidades regulares del
ejército. Hubo españoles en todos los frentes de la ofensiva y desde
luego en las fuerzas que cruzaron la frontera alemana hacía hacia la
capital.
Cuando los primeros atacantes entraron en Berlín, atravesando los
barrios en ruinas, un destacamento soviético llegó a una calle con un
cartel indicativo en la fachada del primer edificio: “Stephanstrasse”.
Uno de los soldados se encaramó a la ventana más accesible para arrancar
un trozo de yeso blanco; con él escribió sobre el rótulo: “calle José
Díaz”. −Nombre del Secretario General del PCE−. Era el teniente de
zapadores Manuel Alberdi González, anteriormente guerrillero.
Otro teniente español: Fermí Roca, fue felicitado posteriormente
porque, habiendo recibido la orden de neutralizar una compañía alemana
que se había atrincherado en el metro, consciente de que la rendición
era cuestión de horas se limitó a bloquearlos en los túneles. Al día
siguiente llegó la rendición. Había salvado así a algunos de sus hombres
y seguro que a la mayoría de aquellos alemanes de haber establecido
combate.
También hubo pilotos españoles que participaron en esa batalla final:
Juan Lario, Carlos Alfonso García, Carlos Aguirre que fue derribado
pero sobrevivió, había efectuado más de doscientos setenta vuelos.
Cómputo de la participación de los españoles en el ejército Soviético
Está constatado documentalmente que hubo más de ochocientos españoles
combatientes. Algunas fuentes como Enrique Lister sitúa la cifra en mil
setecientos.
En cuanto a los caídos en combate, en el archivo histórico del PCE
están registrados con nombres y apellidos 153 fallecidos (aparte de los
que murieron por hambre o enfermedad) Enrique Lister contabiliza 204 y
Roque Serna 207. El historiador militar ruso Daev coincide en que fueron
unos doscientos.
Curiosamente en la guerra de España cayeron también cerca de
doscientos soviéticos: “Sangre por sangre”, dijeron en alguna ocasión en
la conmemoración del 9 de mayo en la embajada de la URSS.
La proporción de caídos (sin contar heridos y prisioneros) es muy
alta. Esa brutal estadística da cuenta del nivel de combatividad de los
españoles en aquella guerra. Ese compromiso era notorio y reconocido
entre los militares soviéticos.
Fueron otorgadas condecoraciones de la máxima importancia: “Héroes de
la unión soviética”, “Orden de Lenin”, “Bandera Roja”, “Defensores de
Leningrado”.
Pero, sin pretenderlo, quizás el mayor reconocimiento vino del
enemigo que publicó en territorio ocupado donde operaban los
guerrilleros estos bandos: “Los ciudadanos que ayuden a los grupos españoles serán cruelmente castigados”, Alberto Fernández. Emigración republicana española−. Y otro: Se ofrecen 10.000 rublos por cada cabeza de bandido español. –Jesús Hernández. Yo fui ministro de Stalin.−
En este 75 aniversario de la derrota del nazismo, sirva este artículo
para recordarlos, no por el hecho de combatir, ni tan siquiera por
haberlo hecho con determinación, sino porque lo hicieron contribuyendo a
la derrota del nazismo. A todos ellos les debemos mucho de lo que
tenemos que, con todos los defectos y carencias no es comparable con el
mundo que habríamos padecido si hubiese triunfado el fascismo.
El último combatiente español de quien tengo noticias, Maximino Roda,
falleció en Asturias en 2019. Todos los que conocí tenían un deseo
común, que los jóvenes no tuvieran que padecer ninguna guerra. En
palabras de Maximino: “que el futuro sea de libertad y paz”.
Fuente → nuevatribuna.es
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