El quinto error de la República: Azaña, presidente

 
El quinto error de la República: Azaña, presidente

UN soleado domingo 10 de mayo de 1936 fue elegido Manuel Azaña Díaz presidente de la República Española, por una abrumadora mayoría de 754 votantes, con 88 papeletas en blanco y solamente cinco para otros candidatos. Fue el quinto error cometido por los republicanos, desde luego no porque el elegido careciese de dotes para desempeñar el cargo, que las tenía sobradas y todos los españoles las conocían, sino porque el inseguro momento político aconsejaba mantenerlo al frente del Gobierno, hasta entonces dirigido por él con mano firme y fuerte, en lugar de ofrecerle un cargo meramente representativo sin poder realmente decisorio.
La II República Española contó con la colaboración de personas idóneas para garantizar la plenitud del nuevo sistema adoptado libremente por los ciudadanos. Sin embargo, no siempre acertó a utilizarlos. Unas veces por las disputas internas entre los variados partidos políticos promotores del nuevo régimen, otras por las discusiones dentro de esos mismos grupos, y en ocasiones por cubrir apariencias, se cometieron errores que al final costaron muy caros a la nación. 
 
Vamos a repasar rápidamente los principales errores de la II República, con el fin de tenerlos muy en cuenta para evitar repetir algunos semejantes cuando llegue la III. Una característica distintiva del carácter español consiste en no aprender del pasado, y por ello caer en equivocaciones conocidas de antiguo. Procuremos impedirlo.

El primer error

Se inició la carrera de equivocaciones en la reunión celebrada en San Sebastián el 17 de agosto de 1930. Se firmó entonces el conocido históricamente como pacto de San Sebastián, en el que quedó formalizado el Gobierno provisional de la República. La situación social era tan insoportable que ya se preveía con toda certeza el final de la monarquía corrupta de Alfonso XIII, sustentada en la dictadura militar del general Primo.
 
Al frente de ese proyecto gubernamental se puso a Niceto Alcalá—Zamora, un terrateniente andaluz, fanático catolicorromano, que había sido ministro del rey en dos ocasiones, de Fomento y de la Guerra. Presidía un partido político muy minoritario, Derecha Liberal Republicana, nombre que ya delata su índole conservadora, incoherente con la puesta en marcha de un sistema republicano llamado a sustituir la vieja administración borbónica, y por lo mismo obligadamente innovador.
 
 
 
Por si fuera poco, su carácter personal resultaba inestable, como iba a demostrar reiteradamente cuando ocupó los mayores cargos de responsabilidad en la República. Era desconfiado, dubitativo, y la única cualidad que se le conoció consistía en disponer de una gran memoria fotográfica, lo que le permitía aprender páginas enteras y poder señalar sus palabras con exactitud, algo que causaba perplejidad entre los ministros.
 
El motivo de elegirle presidente del Gobierno provisional en la sombra se debió al deseo de desplazar a otro candidato, Alejandro Lerroux. Era un político conocido, porque llevaba muchos años al frente del Partido Republicano Radical, por lo que parecía el más adecuado. Sin embargo, no era aconsejable su elección debido a las corrupciones económicas inherentes a su equipo y a él mismo. Por ello los firmantes del pacto se decantaron por el mal menor, una persona limpia de escándalos económicos y con un prestigio bien merecido como orador muy brillante y florido.

El segundo error

Una prolongación temporal de ese error inicial fue su continuación la tarde gozosa del 14 de abril de 1931, cuando la huida apresurada del monarca, temeroso de sufrir la misma suerte que su colega el zar de todas las Rusias, obligó a constituir apresuradamente el efectivo Gobierno provisional de la República. Puesto que se había acordado en San Sebastián, no se hizo necesario someterlo a discusiones, y de ese modo Alcalá—Zamora pasó a desempeñar la jefatura del Gobierno.
 
Pronto demostró en las reuniones del Consejo las debilidades de su idiosincrasia, que daba lugar a pérdidas de tiempo absurdas, en una situación límite forzada a sustituir un régimen monárquico secular por otro sin más que un solo efímero precedente, y muy poco recordable. 
 
Su fanatismo le obligó a dimitir del cargo el 13 de octubre, cuando se discutía en las Cortes Constituyentes el proyecto sobre la libertad religiosa, el controvertido artículo 26. Catolicorromano integrista, no aceptaba que otras personas no compartieran sus ideas religiosas, por lo que deseaba imponer a los republicanos españoles su ideología. Al no contar con respaldo suficiente de los diputados, dimitió.
 
 
 
Por el contrario, Manuel Azaña hizo gala aquella noche de sus más convincentes dotas oratorias. En su memorable discurso pronunció una frase que se hizo histórica: “La premisa de este problema, hoy político, la formulo yo de esta manera: España ha dejado de ser católica.” Cito por sus Obras completas, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, volumen III, página 78. Al producirse el vacío de poder, las Cortes se vieron obligadas a solucionarlo de inmediato, y su presidente, Julián Besteiro, encargó a Azaña, convertido en el héroe de la noche, la formación de un nuevo Gobierno. Al presentarlo al día siguiente en el hemiciclo, fue aprobado y vitoreado, especialmente cuando prometió Azaña: “La República es de todos los españoles, gobernada, regida y dirigida por los republicanos, y ¡ay del que intente alzar la mano contra ella!” (III, 90.)
 
Con esa autoridad se expresaba Azaña. Lo hacía porque en tan corto espacio de tiempo había demostrado estar capacitado para resolver los mayores conflictos a los que pudiera enfrentarse el régimen político recién nacido. Inspiraba confianza con motivo.

El tercer error

Asegura un refrán que los seres humanos somos los únicos animales que tropezamos dos veces en la misma piedra, y parece cierto, pero los republicanos de 1931 demostraron tropezar no dos, sino tres. Lo confirmaron cuando quedó aprobada la primera Constitución de la República, ya que en 1873 no llegó a discutirse siquiera un proyecto. Sucedió el 9 de diciembre de 1931, y en consecuencia se hacía necesario elegir al primer presidente de la República Española. A menudo se califica de presidentes de la República a los que en 1873 presidieron el Poder Ejecutivo, es decir, eran jefes del Gobierno, pero no podían presidir la República precisamente por no contar con una Constitución republicana. 
 
Por tercera vez se postuló la candidatura de Alcalá—Zamora, con muchas reservas, acrecentadas esta vez después de la espantada de octubre. Si por un asunto de disciplina religiosa dimitió como presidente del Gobierno provisional, no sería extraño que en el caso de presentarse un caso parecido renunciara a la presidencia de la República. Sin embargo, se acordó su elección otra vez como el mal menor, para evitar que se postulase Lerroux, a quien todos consideraban el problema mayor de la República, y efectivamente demostró serlo cuando por fin consiguió presidir gobiernos y los hundió en escándalos económicos, según era previsible, con el lógico desprestigio internacional de la República. Resulta incomprensible que unos políticos eficaces en tantos asuntos no fuesen capaces de entender ese problema y resolverlo. Parece que hubiera bastado con explicar a la sociedad los chanchullos lerrouxistas fácilmente demostrables, para apartarlo de ese primer plano en que estaba colocado por la desidia de los demás.
 
Hoy en día pensamos que el deber de aquellos republicanos consistía en denuncia públicamente a Lerroux como un político corrupto, para eliminarlo de la vida pública nacional. En lugar de hacer eso se fueron adoptando medidas engañosas. Según anotó Azaña en su diario esa noche, al comentar la designación de Alcalá—Zamora, “le han votado sin entusiasmo, y muchos a disgusto. Se hacen presagios poco placenteros sobre el resultado de su gestión” (III, 856). Y sin embargo lo toleraron, con lo que únicamente se logró aplazar la solución del problema.

El cuarto error

Al fin comprendieron los republicanos que la presencia de Alcalá—Zamora al frente de la República constituía un error y un riesgo muy grave de su deterioro, y decidieron provocar su destitución. Hubiera sido innecesario llegar a este extremo, en nada favorecedor para la República, de no haberlo promocionado ellos mismos hasta las más altas magistraturas, primero al frente del Gobierno provisional y después de la República.
 
Se encontró un motivo constitucional para tramitar su deposición, pero se hizo en el momento menos adecuado, el 7 de abril de 1936. El clima político se hallaba descompuesto, después de los sucesivos gobiernos derechistas durante el período conocido como el bienio negro de la República, entre los años 1933 y 1935. En ese período Lerroux constituyó un referente obligado, hasta descubrirse finalmente el escándalo del estraperlo, lo que motivó irremediablemente su caída y desaparición total de la vida pública. Demasiado tarde.
 
 
 
Había dos grupos políticos fascistas que causaban continuamente problemas de oren público, llegando incluso al crimen: el Partido Nacionalista Español fundado por el doctor José María Albiñana, y la Falange Española organizada por el abogado José Antonio Primo, hijo del dictador. No había día en que no apareciesen en los periódicos noticias sobre acontecimientos violentos callejeros, tantos que no es posible relatarlos todos. Baste con los más significados: el 12 de marzo se atentó contra Luis Jiménez de Asúa, vicepresidente primero de las Cortes, lo que ocasionó la muerte de su escolta, y el 15 se tiroteó el domicilio del dirigente socialista Francisco Largo Caballero. El 7 de abril explotó una bomba en la casa de Eduardo Ortega y Gasset, el 13 falleció en atentado el magistrado Manuel Pedregal, y al día siguiente estallaron unos artefactos en la tribuna presidencial durante el desfilo conmemorativo del 14 de abril. Por ello el 17 fue prorrogado el estado de alarma vigente desde el 17 de febrero. Con ello queda explicitado cómo se vivía entonces en España, a causa de la corrupción demostrada por los gobiernos derechistas durante el bienio negro, que el Frente Popular vencedor en las elecciones generales del 16 de febrero de 1936 no tuvo tiempo material de resolver.
 
En medio de esa situación de violencia extrema, y con rumores continuados sobre la preparación de un golpe de Estado militar, constituía un error deponer al presidente de la República. De esa manera se incrementaba el desprestigio de que ya la acusaban las fuerzas extremistas, y se añadían motivos a quienes se conjuraron para destruirla.

El quinto error

Y el quinto error fue elegir para desempeñar el cargo prácticamente honorífico de presidente de la República a Manuel Azaña, aquel 10 de mayo de 1936. Era sin duda la persona más querida y admirada por el pueblo español, precisamente porque había demostrado en el poder y en la oposición poseer talla de gobernante con recursos y capacidad para aplicarlos. Ante una situación tan trágica como la que se estaba padeciendo, se necesitaba contar con un político enérgico al frente del Poder Ejecutivo, con mando efectivo. El presidente de la República no pasaba de ser su imagen en los medios de comunicación, su representante ante los embajadores y visitantes extranjeros, una figura decorativa nada más.
 
Era el candidato de consenso, como lo demuestra el dato de que obtuvo 754 votos, frente a solamente cinco logrados por otros candidatos, y 88 papeletas depositadas en blanco. Sin embargo, ese consenso era debido a la firmeza de su carácter, demostrada en situaciones extremas, como lo hizo durante el golpe de Estado militar del 10 de agosto de 1932, desbaratado con absoluta limpieza en una sola noche. 
 
 
 
Todavía es posible señalar un sexto error, cometido por el Partido Socialista Obrero al no aceptar la propuesta hecha inmediatamente por Azaña, de encargar la formación de Gobierno a Indalecio Prieto: su compañero y contrincante Largo Caballero lo impidió, y por eso Azaña se vio obligado a hacer el encargo a Santiago Casares Quiroga, un señorito gallego inexperto y por si fuera poco tuberculoso, enfermedad mortal entonces. Así que el 17 de julio, al enterarse de que los militares destinados en Marruecos se habían levantado contra el Gobierno, anunció que él se iba a acostar. Y ese gesto nos costó a todos una guerra sanguinaria y una posguerra genocida. ¿Qué hubiera sucedido de estar Azaña ese día al frente del Gobierno? 
 
ARTURO DEL VILLAR
PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO
 

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