Chaves Nogales, un contar demócrata y republicano
 
 Las cenizas del olvido cayeron durante años sobre la vida y la obra de un periodista con mayúsculas 

Chaves Nogales, un contar demócrata y republicano
Iñaki Chaves

Chaves Nogales, de pie en los talleres de El Heraldo de Madrid.


Manuel Chaves Nogales fue un profesional entregado en cuerpo y alma al periodismo. Tras permanecer muchos años, demasiados, olvidado, vuelve a ser un espejo para la profesión y su autonomía por encima de colores y poderes políticos.

En unos tiempos inciertos en los que la comunicación y la información están siendo agredidas por los recortes de derechos provocados por la pandemia; en una semana en la que se ha conmemorado el Día Mundial de la Libertad de Prensa y Expresión, con la concesión del premio Unesco-Guillermo Cano a la periodista colombiana Jineth Bedoya, le dedicamos estas líneas a uno de los grandes periodistas españoles de todos los tiempos.

Se definía a sí mismo como “un pequeño burgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria”. Cuando el país que le vio nacer perdió esa condición, él decidió tomar el camino del exilio. Antes había dejado sus aceradas y acertadas reflexiones en torno a la locura de una guerra en la que tan víctimas fueron las gentes comunes de un bando como las del otro; pero que fue provocada por una rebelión militar contra el poder legítimamente establecido que hizo tumbar un sistema político que él defendía y que, con sus fallos y limitaciones, como todos, abría la libertad y los derechos humanos a la mayoría.

Chaves Nogales (Sevilla,1897 – Londres, 1944) fue un ejemplo de independencia y ecuanimidad que se mantuvo fiel a la República, pese a que no quiso ser bandera de ninguno de los bandos contendientes en la guerra civil. Sus relatos no gustaban a los totalitarismos y a él el terror de la batalla y la sangre derramada no le dejaban vivir, le ahogaban. Por eso, ante el empuje del fascismo y del bolchevismo, creyó preferible “meterse las manos en los bolsillos y echar a andar por el mundo” para iniciar unos duros años de un exilio del que no volvería.

Se fue porque consideraba que ya no quedaba en el país quien defendiera su causa, la de la libertad. Se exilió porque estaba convencido, como así dejó escrito en el prólogo de A sangre y fuego, que había contraído méritos suficientes para que lo hubiera fusilado cualquiera de los dos bandos enfrentados en la guerra civil española. ¡Qué paradoja!, ¡qué crueldad!

Primer número del diario Ahora 16 de diciembre 1930

En la década de 1920 fue redactor jefe de El Heraldo de Madrid, época en la que le concedieron el premio Mariano de Cavia por su reportaje sobre la aviadora Ruth Elder, primera mujer en cruzar en solitario el Atlántico en avión; y en diciembre de 1930 fue nombrado subdirector del diario Ahora. En el momento del alzamiento en armas contra la legalidad constituida por la II República ya es el director y publica un editorial en la portada de la edición del 18 de julio de 1936 que es toda una declaración a favor de la tolerancia y de apoyo a la legitimidad republicana. Bajo el título “Por nosotros y por los que nos miran”, afirma:

“La idea, sea la que fuere, cuando es idea, es cosa noble, patrimonio exclusivo del ser humano, y el crimen es la desposesión de ese mismo sentido de dignidad humana. Pero ya hemos llegado a un punto en que no basta la execración del crimen ni su persecución y castigo, individualizando las delincuencias, sino que es necesario fijar una línea de conducta en que a la máxima garantía para el hombre de orden acompañe la máxima sanción para el que lo perturbe. Y eso se contiene en la declaración del Gobierno. Pide el Poder público la asistencia de los ciudadanos para afianzar el orden y restablecer la convivencia…”.

Fue un cronista de los hechos, el hombre que estaba allí, un periodista de corte galdosiano y barojiano que defendía la democracia y la libertad por encima de todo. Un notable escritor que ya en 1924 había publicado su libro Narraciones maravillosas, con el subtítulo explicativo de “Biografías ejemplares de algunos grandes hombres humildes y desconocidos”. Ésta supuso su única obra editada como libro sin haber aparecido anteriormente en la prensa.

En el cortometraje documental “El hombre que estaba allí”, obra de dos periodistas ajenos al cine profesional Daniel Suberviola y Luis Felipe Torrente, se relata la relevancia de Chaves Nogales como periodista y su valor como liberal independiente y demócrata a la hora de narrar los acaecimientos. Un documento visual que fue nominado a los premios Goya en la categoría de Corto Documental. Fue publicado en 2014 por libros.com como libro junto con un DVD.

En el prólogo de ese texto, la periodista Soledad Gallego Díaz escribe: “fue quizás el exponente más valioso del periodismo de la Segunda República Española, no solo por su brillantez como escritor o su espíritu aventurero, que le llevó a escribir reportajes prácticamente sobre todos los puntos conflictivos de Europa en aquellos años, sino, sobre todo, por su testimonio de independencia. Por su radical negativa a dejar de ver lo que sucede ante sus ojos, a someterse a la interpretación obligada que exigen los bandos en contienda. Una independencia que le llevó a un exilio muy temprano y a su expulsión, durante décadas, de los manuales de periodismo y de literatura”.

Primera entrega del folletín-reportaje sobre Juan Martínez publicado en la revista Estampa

En 1934 se publica El maestro Juan Martínez que estaba allí, una especie de novela picaresca que construye a partir de los relatos de un personaje, Juan Martínez “flamenco, de Burgos, bailarín. Tiene cuarenta y tres años, una nariz desvergonzadamente judía, unos ojos grandes y negros de jaca jerezana, una frente atormentada de flamenco, un pelo requetepeinado de madera charolada, unos huesos que encajan mal, porque, indudablemente, son de muy distintas procedencias —arios, semitas, mongoles—, y un pellejo duro y curtido como el cordobán” (p. 3), que conoció en un cabaré de París y que le cuenta que se encontraba en Rusia con la Sole, “una moza de pueblo, alegre y bonita como una onza de oro” (p. 3), cuando se produce la Revolución de 1917. Se publicó por entregas semanales, iniciando en marzo de 1934, en la revista Estampa. Es, en pocas palabras como dice un profesor de bachillerato en su blog Me sé cosicas, “un libro que cuenta cosas y las cuenta muy bien”.

Tal vez el texto más conocido de Chaves Nogales sea Juan Belmonte, matador de toros, quizás porque fue la única de sus obras que circuló durante y sobrevivió al franquismo. Asiduo de algunas tertulias del Madrid de la época, en una de ellas conoció al torero sevillano. Sin ser aficionado a esa fiesta, dicen que nunca fue a una corrida, escribió un relato “ameno y profundo” sobre cómo era la España precaria e inestable de la primera mitad del siglo XX a partir de las notas que tomaba e interpretando lo que Belmonte le decía para relatar una especie de “falsa autobiografía”. La obra, presentada en su momento como “biografía novelada”, como “novela de la realidad” y como “novela vivida”, ha tenido interés tanto para aficionados como para detractores de la mal llamada “fiesta”.

“Me mandaron a la escuela, como castigo. Era, de verdad, un castigo aquel caserón triste, con aquellas cuadras húmedas y penumbrosas y aquellos maestros malhumorados, en los que no suponíamos ningún humano sentimiento. Se decía que el edificio de la escuela había sido en tiempos una de las prisiones de la Inquisición, y había corrido la voz entre los niños de que en los sótanos se conservaban los aparatos de tortura que usaron los inquisidores. Todo aquello daba a la escuela un aire siniestro. Lo temíamos todo, y cuando traspasábamos aquel portalón sombrío, era como si nos metiésemos en la boca del lobo. Frente al maestro teníamos una actitud hostil y desesperada de alimañas cautivas. El miedo real a la palmeta y un terror difuso a no sé qué terribles torturas inquisitoriales que nos imaginábamos, nos acorralaban ordenadamente en los duros bancos de la escuela. Una vez un maestro se entusiasmó golpeando a un niño. Le tiramos un tintero a la cabeza y nos fuimos” (pp. 12-13).

Portada y solapa de la edición de A sangre y fuego publicada por LIbros del Asteroide

Pero creo que la más sorprendente de sus obras es A sangre y fuego. Un compendio de relatos sobre la guerra civil y los héroes, bestias y mártires que dejó a su paso. Una crónica apartidista que muestra el carácter “Antifascista y antirrevolucionario por temperamento” del autor. En ella se presentan las acciones sin sentido y los sinsentidos de muchas acciones que tiñeron de sangre el mapa de un país que siguió estando, por todos los años venideros de dictadura, atrasado, oprimido y desconectado del mundo. Escritos en 1937, cuando todavía no se sabía qué bando sería el “vencedor”, si es que ese papel existe en una guerra, los textos son un ejemplo de la mirada crítica del periodista sobre un país enfrentado en el que fue la gente corriente, como siempre, quien puso los muertos y fueron la ira, el odio y el irrespeto por lo distinto las que provocaron el asesinato de las libertades y el fallecimiento de la esperanza. El libro recoge el empeño que puso en luchar por sacar adelante su trabajo, “su verdad de intelectual liberal”, que no era otra que “un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad” en un país que creía que estaba sembrado por las semillas de esos dos pecados.

En el relato titulado “Massacre, massacre” (sí, con dos “s”) describe el comportamiento de la población de Madrid, “la gran ciudad más insensata y heroica del mundo”, narrando de la manera más hermosa que se puede contar lo absurdo y violento de una guerra como si estuvieran jugando a la lotería: “¡No nos ha tocado!, parece que dicen con alborozo. Y se ponen a vivir ansiosamente sabiendo que al otro día habrá un nuevo sorteo en el que tendrán que tomar parte de modo inexorable. Pero ¡es tan remota la posibilidad de que le toque a uno la lotería! Esta de las bombas toca, sin embargo, con impresionante prodigalidad, y los madrileños que juegan despreocupadamente al azar del bombardeo han tenido que ir aprendiendo a protegerse” (pp. 16-17).

El prólogo de A sangre y fuego publicado en el número 29 de la revista cubana Bohemia el 18 de julio de 1937

Durante su estancia en Londres, donde moriría el 8 de mayo de 1944, fue “representante” (corresponsal) para el periódico bogotano El Tiempo. Una colaboración que comenzó en septiembre de 1941 con un artículo en el que, “aprovechando el ancho margen de libertad de opinión que aún es posible disfrutar en la Gran Bretaña, voy a intentar una exposición lo más objetiva y desapasionada posible del curso de la guerra, tal y como desde este observatorio de Londres puede verse”, llevaba a cabo “un resumen lo más claro y sucinto posible” de la situación de la guerra y que tituló, dando muestras de su confianza en el triunfo aliado, “La fe en la victoria”.

Fue enterrado en el cementerio británico de Fulham el día 11 de mayo de 1944, en la tumba CR19, en un espacio vacío entre otras dos, como se sintió él entre dos Españas que, como a Machado, le helaron el corazón y le condenaron a un largo e injustificado ostracismo. Tres piedras, cada una con uno de los colores de la bandera republicana, tienen escrito su nombre y sus dos apellidos para dejar constancia de que ahí reposan sus restos y de su fidelidad a una causa.

En estos tiempos de pandemia, es un modelo a seguir para pensar con criterio, sin colores de partido, sino con los colores de los seres humanos, para evitar que la infodemia que la acompaña nos haga perder la ilusión, la esperanza, la visión crítica y las ganas de luchar por los derechos y las libertades tanta veces denegados, tan fáciles de perder y tan costosos de conseguir.

Manuel Chaves Nogales, un ciudadano que estaba en contra de los totalitarismos, del signo que fueran, y que se situaba dentro de lo que se ha denominado “la tercera España. Los que apelaban a la cordura y al diálogo”. Tal vez ha sido, como afirma Martínez Reverte, “el mejor periodista español del siglo XX”. Puede que, como afirmaba Kapuscinski, fuera un buen periodista porque era una buena persona.

Según Andrés Trapiello, y así lo leyó en el homenaje que el Instituto Cervantes de Londres rindió al periodista ante su tumba en noviembre de 2019, “ningún escritor español ha sido más víctima de ambos lados de la España dividida que Manuel Chaves Nogales. Perdió la guerra y se perdió para los manuales de literatura al mismo tiempo”. Sin embargo, “hoy es quizás la resurrección literaria más incontestable y feliz de la historia reciente de la literatura”.

La tumba de Chaves Nogales en el cementerio londinense de Fulham 

Para María Isabel Cintas, autora de Chaves Nogales, el oficio de contar, premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías en 2011 y la persona que más ha investigado sobre su vida y su obra, “lo suyo fue un periodismo de acción, analítico, culto, cosmopolita, que compaginaba con su aprecio por el periodismo cultural y literario”. Ella pondría a Chaves Nogales en el Olimpo de la profesión, porque era un periodista que se realizaba en la calle; no en la redacción, sino en contacto directo con los acontecimientos y sus protagonistas, con la intrahistoria de los acontecimientos.

Un periodista autor de grandes escritos que fue, es y será, como decía J.R. Jiménez, “actual; es decir, clásico; es decir, eterno”.


Fuente → nuevatribuna.es

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