Para Ramón Cuesta el fútbol fue su perdición y su salvación. Pasó de la ilusión de ir a jugar las Olimpiadas Populares de Barcelona a acabar preso en Mauthausen. Afortunadamente el balón le sirvió para sobrevivir y rehacer su vida. Del campo de fútbol al campo de concentración.
El albañil que regateó a los nazis
Luis Fando Laviña
Ramón preparaba su equipaje para marcharse a Barcelona entusiasmado porque iba a formar parte de un combinado de futbolistas amateurs en la Olimpiada Popular. Por unos días, durante aquel mes de julio de 1936, haría un paréntesis en su complicada vida en Zaragoza. A sus 23 años subsistía a base de la albañilería y vibraba gracias a su pasión por el fútbol en el Discóbolo FC, un club integrado por trabajadores. Antes de partir se despidió de su madre Josefina, una heroína que sacaba adelante un hogar de 11 hijos con un pequeño sueldo y sin la figura de su marido, fallecido dos años atrás. “Volveré en una semana, mami”, le dijo. Ramón no volvió a verla jamás después de convertirse en el preso 3934 de Mauthausen.
Se trataba de una ‘Contra Olimpiada’ que pretendía opacar al evento olímpico en la ciudad de Berlín organizado por el Tercer Reich de Adolf Hitler. Por lo que era aún más especial para la familia Cuesta Aina, por su fuerte vinculación con la izquierda, siendo afiliados del sindicato anarquista de la CNT. Sin embargo, todo el esfuerzo que se destinó para crear un evento deportivo de gran magnitud quedó ahogado por el golpe de Estado que estallaría justo antes de la ceremonia de inauguración. La guerra había comenzado y muchos deportistas, sorprendidos, estaban dentro de ella. Su vida ya no sería igual. Tras unirse a grupos de izquierdas para hacer frente a los militares sublevados en la capital catalana Ramón no tuvo más remedio que escapar a Francia en una de esas caravanas de exiliados que cruzaban el Pirineo. Huyeron del paredón y muchos acabaron presos en un campo de concentración del sur francés.
La guerra había comenzado y muchos deportistas, sorprendidos, estaban dentro de ella. Su vida ya no sería igual. Tras unirse a grupos de izquierdas para hacer frente a los militares sublevados en la capital catalana Ramón no tuvo más remedio que escapar a Francia en una de esas caravanas de exiliados que cruzaban el Pirineo
Sin darse cuenta pasaron de un conflicto bélico a otro, ya que el Ministerio de Guerra obligaba a la mayoría de prisioneros a alistarse en el ejército francés, en concreto a una Compañía de Trabajadores Extranjeros que combatían a los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Ramón corrió la mayor de las fortunas entre trincheras. No morir. “Fue capturado por el ejército alemán en la región de los Vosgos cuando se hundieron los frentes de Francia, al noreste, casi en la frontera con Alemania”, describe Juan Manuel Calvo Gascón, investigador de la historia de los supervivientes aragoneses en los campos nazis. Tras pasar por diversos lugares entró el 8 de agosto de 1941 en Mauthausen junto a otros miles de españoles republicanos.
“Fue capturado por el ejército alemán en la región de los Vosgos cuando se hundieron los frentes de Francia, al noreste, casi en la frontera con Alemania”, describe Juan Manuel Calvo Gascón, investigador de la historia de los supervivientes aragoneses en los campos nazis
MAUTHAUSEN
Arriba (en la foto en encabeza el artículo, Cuesta es el tercero por la izquierda entre los agachados). Aquí, los presos españoles saludan la liberación por parte del ejército soviético.Comenzaba su lucha por una supervivencia diaria que se endulzó después de que idearan un balón a base de trapos y vendas. La presencia de los españoles en los barracones del campo cada vez era más numerosa. Muchos de ellos compartían su desdichado destino además de una loca pasión por el fútbol. Entre ellos Saturnino Navazo, exjugador que iba a fichar por el Real Betis justo antes de estallar la guerra, o Julio Casabona, estudiante de veterinaria aragonés. Jugaban en una explanada. Sin nada. Un día, el general de las SS Georg Bachmayer, al ver su alto nivel futbolístico, y el entretenimiento que brindaban a los guardas, optó por permitir ese pequeño atisbo de libertad. Así comenzaron a organizarse equipos de presos según su nacionalidad. Durante unas horas se despojaban de ese humillante uniforme a rayas para vestir una equipación especial, confeccionada por los presos que trabajaban como sastres.
Lucían camiseta rojiblanca y pantalones azules. Incluso disponían de un balón de cuero y de porterías casi reglamentarias. Se jugaba los domingos, el día de descanso, en la Apellplatz sobre las tres de la tarde
Fuente → revistalibero.com
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