
Observamos con cierto estupor un uso cada vez más frecuente del término libertad por parte de la extrema derecha, si es que hoy cabe esta distinción. En las manifestaciones que estos días se están produciendo en diferentes puntos de la de España se escucha el grito libertad.
¿Qué quieren decir? ¿Qué significado tiene para ellos esa palabra?
Detrás de este grito que se acompaña en estos días de golpes de cacerola
y tintineo de joyas se oculta la esencia del credo neoliberal: el rechazo de cualquier proyecto colectivo, de cualquier acción solidaria, de toda forma de comunidad. No debe sorprendernos el uso del término por parte de los ricos, su apropiación para justificar la revolución de los pijos. Se trata, nada más y nada menos, que del ejercicio descarnado del individualismo más feroz, llaman libertad a impedir una salida de la crisis en la que, como repite Pedro Sánchez, no quede nadie atrás. Libertad es, para ellos, libertad de comercio. Libertad
significa que cada cual se las componga. La rebelión de los ricos se
corresponde con las propuestas neoliberales, cada vez más frecuentes, de
supresión del Estado de Bienestar, de los servicios públicos,
de las prestaciones sociales, no es otra cosa que el intento de
convertir el trabajo en una mercancía más, de someterlo a la oferta y la
demanda sin protección alguna porque perciben la protección como una
amenaza para la sociedad de mercado.
La reacción ciudadana a la crisis sanitaria y social en la que
estamos inmersos ha encendido las alarmas de la derecha: se han
producido inmensas olas de cooperación, de ayuda, trabajadores
sanitarios y otros muchos que no han atendido a horarios ni contratos,
aplausos que han hecho encontrarse a desconocidos hasta ese momento a
través de los balcones, apoyo mutuo, defensa de lo público… se han
puesto en evidencia tras la dificultad en obtener mascarillas, material
sanitario, respiradores… se han puesto de manifiesto los riesgos de la
políticas privatizadoras, las debilidades de la sociedad de mercado, la
necesidad de la planificación y el aseguramiento de ciertos bienes
imprescindibles para la supervivencia de las personas, la salud, la
alimentación, la educación, la vivienda. La derecha neoliberal, toda la
derecha en este momento, ha constatado que se hacía evidente para todos
la falsedad de sus dogmas, su reacción no es otra que la reacción
rabiosa del fracaso. Pueden (y de hecho necesitan para evitar sinergias
solidarias) negar la pobreza o el cambio climático, amenazas que se
sentían por muchos como lejanas pero la pandemia ha sido demasiado
evidente, demasiado presente vida a vida de cada uno de nosotros como
para negarla, contribuyendo, a su vez, a poner más de manifiesto las
otras amenazas y han visto, también, que se hacía evidente la necesidad
de fortalecer las relaciones comunitarias, la previsión de contingencias
futuras, el encuentro entre personas frente a las relaciones ciegas e impersonales del mercado. Decía Hayek, su divino profeta:
Nos espera una batalla de verdad de las que hacen historia porque no es cierto que la realidad impuesta por las últimas décadas de neoliberalismo sea el fin de la historia. No puede haber fin de la historia porque el fin de la historia sería el fin del mundo
“Fue la sumisión de los hombres a las fuerzas impersonales del
mercado lo que en el pasado hizo posible el desarrollo de una
civilización que de otra forma no se habría alcanzado. Sometiéndonos
así, hemos contribuido día tras día a construir algo que es más grande
de lo que cualquiera de nosotros puede comprender plenamente.”
Pero resulta que ahora, en momentos de gran dureza como los vividos,
se corre el riesgo, de que queramos comprender plenamente, de que
queramos sacudirnos la alienación, por emplear el término del joven Marx,
y alcanzar el conocimiento de nuestro propio ser social; se corre el
riesgo de que se despierten las conciencias y no queramos vernos
sometidos a fuerzas impersonales de ningún tipo. Temen un
arrebato de consciencia colectiva que nos impulse a constituirnos como
una verdadera comunidad, que prefiramos la convivencia a la hobbesiana
lucha de todos contra todos, temen que se derrumbe su trabajo de
destrucción social y ambiental de los últimos cuarenta años. En
definitiva, tienen miedo y el miedo es el peor de los consejeros. Llaman
libertad precisamente a ese sometimiento a las fuerzas impersonales del mercado que produce el espejismo de actuar libremente, de comprar o vender por decisión propia cuando
lo cierto es que llevamos la deriva inevitable de los guijarros
arrastrados por el torrente, que la ausencia de libertad es, para la
mayoría, absoluta. Temen que nos plantemos, que digamos basta y temen,
sobre todo, que reconstruyamos los ya muy perdidos tejidos de relaciones
entre personas, que reconstruyamos las relaciones comunitarias que nos
están siendo robadas, que recuperemos el terreno perdido.
Y este uso espurio de la libertad es el que permite, al mismo tiempo, suprimir el sentido concreto, práctico, realmente existente, de otros términos, como son democracia o Constitución, manoseados continuamente por derecha, íntegramente convertida en extrema.
Este uso mixtificado de la libertad se asocia al de democracia y el recurso a la Constitución como justificación de la falsificación conceptual que pretenden imponer. Se refieren a la democracia
como una abstracción sin contenidos concretos, de tal modo que pueden
considerar que las decisiones tomadas mediante mecanismos democráticos y
constitucionales no son democráticas en nombre de un concepto vacío de todo contenido real y efectivo: la libertad, su libertad. Esta referencia a la democracia vacía
está sirviendo para perpetrar o apoyar golpes de estado contra
gobiernos legítimos, establecidos conforme a derecho, por ejemplo en
América Latina: en nombre de la democracia vacía se
suprime la democracia efectiva y real. Puede deslegitimarse lo aprobado
por el Congreso deslegitimando a quienes lo aprueban: el estado de
alarma es una dictadura sencillamente porque ellos no lo han votado, han sido los catalanes o los vascos o los rojos…. Con el uso de la palabra constitución o constitucional
ocurre exactamente lo mismo la acusación de no respetar la Constitución
se lleva a cabo abusivamente sin referencia alguna a la textualidad
constitucional. El resultado de estos usos espurios de los términos a
que nos estamos refiriendo es que quedan vacíos de contenido efectivo: democracia vacía y constitución vacía son cáscaras sin almendra, comodines políticos para su utilización a conveniencia.
La justificación teórica de esta liquidación de la democracia real y
su sustitución por una idea de democracia sin contenidos adaptable a
cualquier fin, fuera de la historia y de las situaciones particulares,
procede del concepto de libertad que la derecha neoliberal –o extrema derecha– maneja.
El nuevo fascismo, el nuevo pensamiento de la derecha, viene rodeado de referencias a la libertad, la democracia, la Constitución.
Referencias tramposas que pretenden ser el papel de celofán que de
brillo al envoltorio del un nuevo autoritarismo, de un nuevo
totalitarismo. Se trata de suprimir cualquier objetivo común en aras de los objetivos individuales. De nuevo Hayek:
“… la libertad individual no se puede conciliar con la supremacía
de un solo objetivo al cual debe subordinarse completa y
permanentemente la sociedad entera.”
Hay que cuidarse de estas trampas que la izquierda, huérfana de
teoría, se ha tragado con anzuelo y plomada en demasiadas ocasiones. La
izquierda se ha dejado demasiadas plumas aceptando las premisas
liberales como verdades de fe: la economía como ciencia, la psicología
como práctica ideológica, el ser humano convertido en hardware y software. En el nuevo totalitarismo el individuo despersonalizado lo es todo: la dictadura del hombre-máquina de La Mettrie, del autómata cartesiano, del lobo de Hobbes. Se reivindica como sujeto de la libertad un individuo que no es otra cosa que el reflejo ideológico de las relaciones de explotación, de amo a esclavo.
Nuestra lucha, la lucha de la izquierda, no puede ser otra
que la lucha por la recuperación de la comunidad, el apoyo mutuo, el
proyecto colectivo. Lucha que pasa necesariamente por el fortalecimiento
de las instituciones democráticas y la recuperación de los valores
constitucionales, hoy en gran medida vaciados.
Nuestra idea de libertad no puede hacer referencia a mi libertad, mucho menos a mi libertad contrapuesta a la tuya (ese absurdo tópico de mi libertad termina donde empieza la de los demás). La libertad es posibilidad de hacer
y, por ello, la verdadera libertad es la que extiende mis posibilidades
de hacer. Y esa extensión de mis posibilidades de hacer solo es
posible, por mi propia condición humana, haciendo con otros. Soy un ser social y por ello soy tanto más yo mismo cuanto soy contigo.
Hay mucho por hacer, esperemos que no sea demasiado tarde, y tenemos
que hacerlo juntos… a ello se opone la derecha, el nuevo fascismo y hay
que combatirlos. Nos espera una batalla de verdad de las que hacen historia porque no es cierto que la realidad impuesta por las últimas décadas de neoliberalismo sea el fin de la historia. No puede haber fin de la historia porque el fin de la historia sería el fin del mundo.
Fuente → nuevatribuna.es
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