¿Qué Estado queremos?
 
¿Qué Estado queremos?
Enrique Medina

El Oculto
Tengo que aprender a ocultarme
de mis perseguidores
y empeñado en ello
me acecha un doble peligro
Quizás no esté
suficientemente escondido de ellos
pero demasiado ya de mi mismo.

Erich Fried (Cien poemas apátridas)


Esta crisis pandémica nos ha hecho conscientes, de forma súbita y colectiva, que el modelo neoliberal que ha dominado la política y la economía mundial desde la década de los 80 del pasado siglo, ha fracasado. Que las políticas de privatización dejaron maltrechas la educación y la sanidad pública, el mercado de trabajo y la protección social, en beneficio del interés privado, enriqueciendo a unos pocos y agrandando la brecha de la desigualdad social.

En estos momentos críticos, entre otras paradojas, se ha hecho evidente que aquellos que se empeñaron en reducir el Estado a un mínimo que se limitara a garantizar la seguridad de las transacciones económicas, y que criticaban, por excesiva, la carga fiscal que permite sostenerlo; lo primero que reclamaron fue que el Estado se ocupase de ellos.

Es cierto que tanto defensores como detractores del Estado Social, esperamos que el Estado se ocupe de nosotros, de nuestra salud y seguridad, de la educación de nuestros hijos, del cuidado de nuestros mayores, de garantizar el disfrute de prestaciones sociales y económicas dignas, especialmente en situaciones de necesidad como las que estamos viviendo.

Una demanda justa, ante la que el Estado democrático no puede quedarse mudo e inmóvil. No puede seguir ignorando la función social que define el art. 1.1 CE. No puede ignorar a los que han perdido su trabajo, su vivienda, sus ingresos. No puede ocultar la carencia de medios de la sanidad pública y el deterioro de la educación. No puede permitir la precariedad laboral, la crisis habitacional ni la pobreza infantil. No puede mirar hacia otro lado ante la precariedad de un sistema judicial estructuralmente carente de medios personales y materiales, en el que es necesaria una urgente inversión económica para hacer posible la adaptación tecnológica a una nueva oficina judicial acorde con el nivel tecnológico que ha alcanzado nuestra sociedad, para posibilitar masivamente el teletrabajo y dar respuesta, en tiempos razonables, al incremento exponencial de litigios que se va a producir fruto de la hemorragia normativa que hemos vivido durante el Estado de Alarma.

De no ser así, con un sistema que estaba ya colapsado antes del inicio de esta Pandemia, va a ser imposible.

Hay que invertir prioritariamente, y de forma generosa, en salud, en protección social, en educación y en justicia. Hay que implantar una política fiscal que haga tributar a las grandes corporaciones financieras y multinacionales cómodamente instaladas en nuestro espacio sin contribuir al erario público como sería necesario.

Hay que expulsar de la vida política la corrupción, reconstruyendo éticamente la dimensión de “lo público”.

Si no se actúa así, nos amenaza el riesgo de que se produzca una gran insatisfacción social y una progresiva desafección hacia la democracia, por parte de grandes sectores de la población, objetivamente justificada por la pérdida de legitimidad de un Estado que incumple los fines constitucionales que le son propios (Democrático, Social y de Derecho), y puede ocurrir que ese vacío de poder sea ocupado por fanatismos irracionales o, directamente, por grupos delictivos fuertemente organizados.

Un ejemplo actual de los riesgos a los que nos enfrentamos era advertido hace unos días por Roberto Saviano, el autor de «Gomorra» manifestando que si el Estado Italiano no tomaba las riendas de la situación socio-económica tras superar la crisis sanitaria, inyectando ingentes cantidades de dinero público, ese espacio lo ocuparía la Mafia. Algo parecido está ocurriendo en México, donde la hija del “Chapo Guzman”, sembrando las semillas emocionales del futuro asalto al Estado democrático mejicano, distribuye entre la población más pobre, mascarillas y cajas de alimentos con la cara de su padre a través de una Fundación que ella preside.

En Europa, y mas concretamente en España, Francia e Italia, corremos el riesgo de que ese papel lo ocupe la extrema derecha, ese nuevo fascismo que con un discurso rancio, retrogrado, arcaico, pero con un gran dominio de las tecnologías de la información para utilizarlas en fomentar el odio a la democracia mediante la proliferación de falsedades emitidas en formato de lectura rápida (whatsapp, twitter, facebook,…), consiga que penetre profundamente en un público acrítico, desinformado e irreflexivo, al que se le promete una “Arcadia patriótica” en la que la seguridad gremial se trasmuta en felicidad. Un discurso reaccionario, xenófobo, antifeminista y homofobo, que identifica a los culpables de sus males con “los diferentes” y a los que pretende excluir de la sociedad.

De ahí, que el Estado democrático futuro, si no quiere sucumbir ante esa ola de “irracionalismo patriótico” que lo amenaza, debe erigirse en la razón ética que oriente a los individuos hacia un comportamiento colaborativo, de solidaridad, de ayuda mutua. Debe comprometerse en procurar el sustento vital de todos los ciudadanos, el desarrollo de una economía respetuosa con el medio ambiente, un mercado de trabajo que permita estabilidad del empleo y salarios dignos, el cuidado de los mayores…, y garantizando prestaciones sociales y de seguridad social dignas. Un Estado en el que la libertad y la solidaridad sean el horizonte para evitar esos comportamientos irracionales motivados por el individualismo más agresivo.

En esa tarea, el Estado podrá contar con el apoyo decidido del sentimiento de colaboración, de solidaridad, que ha brotado en la mayor parte de la ciudadanía durante el confinamiento, expresado en multitud de iniciativas y redes vecinales, locales,… que no se sienten representados por un modelo socio-económico que genera inseguridad vital, prima el despilfarro, la destrucción del medio ambiente, la insolidaridad y el individualismo.

No es posible la libertad individual si no existe la libertad y seguridad colectiva. Corresponde a Europa reconocer que “el neoliberalismo” no es la solución.


Fuente → rebelion.org

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