La revolución improbable: una ucronia ficticia sobre la llegada de la III República desde 2035 / 
"No avanza la acción conforme a un plan"
Q, Luther Blisset.
Q, Luther Blisset.
Odiaba las efemérides. Como si en la celebración de un hecho pasado 
se borraran las aristas de lo que había sido la potencia de ese hecho y 
quedaran reducidas a imágenes que ya no eran símbolos, sino simplemente 
imágenes que no dialogaban con nada. Sabía mucho de eso porque lo veía 
cada día en la mente despojada de memoria de su padre, que deambulaba 
por su casa sin saber bien dónde o con quién estaba. Llevaba ya seis 
meses cuidándole en la que era la antigua casa familiar, sabiendo que no
 habría mejoría.
Cuando le llamaron del Ministerio para preparar un pequeño reportaje a
 modo de dossier sobre lo sucedido 15 años atrás se sintió, primero, 
estafado, y luego conmovido por la posibilidad de mirar a los años en 
los que su madre y su padre habían atravesado acontecimientos tan 
importantes para la historia de nuestro país.
Habían pasado 15 años desde la instauración de la III República y 
aquel 14 de abril de 2035 era importante, sobre todo, para el Gobierno 
de concentración que mandaba en España... Y para poca gente más. El 
Centro de Investigaciones Sociológicas seguía negándose a preguntar por 
la satisfacción de la ciudadanía con la República, igual que antaño se 
había negado a preguntar por la satisfacción de la ciudadanía con la 
monarquía. La sospecha era que para los menores de 18, la República 
significaba ya muy poco.
Los mensajes navideños de la presidenta de la República, de tendencia
 conservadora, tenían cada vez menos audiencia y los datos decían que el 70% de los menores de 18 años no sabían quién era.
 Salir una vez al año a hablar por la televisión y contar que todo iba a
 bien, con las mismas palabras vacías de sentido de siempre, no servía 
para mantener su popularidad. Aquel "Nuestra autoridad sólo puede 
existir con vuestro apoyo. Seguid unidos sin alborotos en las calles y 
respetad el derecho de todos; pero vigilad, pues sois la guardia 
nacional del Gobierno que acompaña al pueblo. Procurad que en vuestra 
conducta no haya nunca la menor protesta que sirva de pretexto para una 
reacción contraria y, si ella surgiere, quede ahogada" con el que 
iniciaba sus discursos cada año, en honor a Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la II República, sonaba cada vez más hueco y rimbombante.
Decidió que si aceptaba el trabajo (cosa que iba a hacer pues no 
estaba en condiciones materiales de decirle que no a nada) sería para 
aprovechar el anonimato del encargo (que saldría con el sello del 
ministerio y sin más rastro de su trabajo) para poner en su sitio al festín de oportunistas que uno tras otro habían preparado montañas editoriales de narcisismo
 y literatura de "lo que yo hice aquellas noches clave". Pero sobre todo
 para dialogar con la memoria de sus padres. La de su madre, 
anestesista, muerta por covid-19 en el segundo brote fuera de la pandemia
 y cuyo luto no terminaba de concluir. Y para su padre, con quien nunca 
se había llevado del todo bien y sólo ahora, en el cuidado cotidiano, 
empezaba a mirar de otra manera.
Tiraba de él, también, la curiosidad por entender un momento clave de
 la historia que se iba apagando en una maraña de nuevos acontecimientos
 y, sobre todo, de nuevos problemas. Las temperaturas eran más extremas,
 casi no se podía estar en la calle desde mediados de mayo, los 
incendios primero y las tormentas después, echaban al traste los 
esfuerzos de zonas enteras por recuperar cierto tejido industrial y, de 
pronto, las redes volvían a hablar de "industrialización verde" con 15 años de retraso.
Le habían asegurado que tendría libertad para escribir lo que 
quisiera siempre y cuando lo sostuvieran fuentes documentales; y estaba 
dispuesto y deshacer, si quiera mínimamente, el relato del fabuloso "Plan de salvación nacional"
 que se había impuesto a fuerza de horas de televisión, un cuidadoso 
cribado de las fuentes autorizadas para contar la historia y trending 
topics pagados.
Lo que él conocía era lo que le había contado su madre, que lo vivió 
desde un lugar tan aparentemente anómalo para un cambio de régimen 
político, como clave a la postre: un hospital. Y la 
historia que él conocía era más bien una mezcla de casualidades, 
improvisaciones, errores, y la determinación más o menos inconsciente de
 millones de personas.
Así que decidió iniciar su investigación a partir de una lista de 
fuentes que consideraba anómalas por distintos motivos. Y presentó el 
proyecto con esa pretensión, construir un mosaico con las voces que, 
normalmente, no se oyen. Nadie le puso pegas, probablemente por el 
carácter meramente decorativo del encargo cultural. Debido al cuidado de
 su padre tuvo que desarrollar el proyecto a base de videollamadas, sin moverse de casa, lo cual le pareció una curiosa llamada al momento del confinamiento.
La primera conversación que mantuvo para pensar sobre qué historia 
debía contar este memorial, fue con Gonzalo Lago Cortés, periodista y 
cronista de la época. Gonzalo llevaba ya diez años jubilado viviendo en 
una casa en Santander cargada de recuerdos de una vida dedicada al 
periodismo. Estaba triste, desencantado con todo y con todos, pero mantenía un recuerdo muy vivo de lo que se cocía en el poder aquellos días. Especialmente en Madrid.
"El primer gesto audaz fue evitar que la República acabara con la República.
 Durante los primeros días de confinamiento, salieron una serie de 
informaciones que vinculaban a la Corona española con diversos casos de 
corrupción y hubo una llamada por redes a protestar para que ese dinero 
se recuperara y se usara para curar a la gente que estaba afectada por 
el covid-19. Pero esas cacerolas fueron… republicanas"
Hablaba con desprecio en la voz, sin reconocimiento. La razón es que 
al inicio de la III República hubo un conflicto bastante intenso con lo 
que desde el gobierno se llamaba "republicanos de la memoria" y "republicanos de la Tercera" o, de forma más coloquial, "terceros".
Lago Cortés lo explicó así: "Quiero decir, de gente que estaba más 
por la memoria de la Segunda República que preocupada por la corrupción 
del rey. No niego que no abrieran la puerta a la III República, pero 
afortunadamente no fueron los que la cuidaron, no sé si me explico. Así 
lo pienso y así lo dije. Y así me costó, claro".
Se refería a algunos de los pasajes más polémicos de su libro sobre 
el momento y que le condenó prácticamente al ostracismo, y por qué no 
decirlo, a acercarse a los sectores más conservadores del país.
"El primer efecto fue activar lo que yo luego llamé 'la partidización de los balcones'.
 La derecha protestaba por sus cosas, la izquierda por las suyas y al 
que le gustaba el fútbol, pues por el fútbol también… Y hubo una 
reacción, que fue la de la cuestión sanitaria, claro, que fue la 
importante. La gente no quería una República, ni una monarquía, quería no morir… y que no se murieran sus padres y sus abuelos"
Sentía que necesitaba una voz que complementara aquella, tan cargada 
de resentimiento, para entender mejor lo que estaba pasando, así que 
dedicó su segunda entrevista a charlar con la exministra de Cultura, 
Deportes y Desarrollo local, Margarita Mendieta. El Ministerio le había 
ayudado a conseguir su contacto y la encontró perfectamente dispuesta a 
charlar sobre todo lo que fuera necesario.
Mendieta había ejercido su cargo durante el primer Gobierno progresista. "Breve pero intenso",
 según sus propia palabras. Fue una firme defensora, aún fuera de un 
cargo que se negó a ejercer por más de cuatro años, de que hubiera un 
gobierno de unidad nacional. Una República de unidad. 
Margarita no estaba tan dolida con los acontecimientos, más bien al 
contrario. Quizás por la edad, más joven, o por la forma en la que se 
había situado ante los mismos.
"Es verdad que hubo una disputa, sobre todo por la cuestión de la 
bandera… Pero más a posteriori. Esta cosa de si la bandera de España 
debía ser la tricolor tradicional, mantener la que había o que fuera la seña de la sanidad, con la bandera blanca…
 Pues si, hubo ese debate, pero yo creo que se le da mucho peso a la 
pelea con los 'republicanos de la memoria'. Sé que ahora parece un 
término peyorativo, pero para mi no tiene ninguna connotación negativa, 
al contrario, fue una política que impulsamos intensamente desde el 
ministerio. La memoria republicana no es una anomalía en nuestro país.
 No se entiende el siglo XX sin ella ni se entiende el presente, claro. 
Fíjese, la forma de nuestras instituciones es imposible entenderla sin 
la memoria republicana. Y sobre la bandera al final quedó bien porque 
recogió el consenso de todas las fuerzas políticas, que era lo 
necesario".
Bandera de la III República en el relato de ficción: 'La revolución improbable', 
de Guillermo Zapata Romero
A su madre le gustaba que la bandera de su país hubiera añadido una franja blanca en homenaje a la lucha de aquellos años.
 Le parecía un gesto que decía muchas cosas y que marcaba, de alguna 
manera, las prioridades. Decía que le daba "cualidad" a la República, 
que no era meramente la forma del estado, sino fundamentalmente los 
derechos sociales. Esa idea era la que, probablemente, resonaba en ese 
momento en tantas y tantas cabezas.
Siguiendo el punto de vista de su madre, decidió que su tercera 
conversación sería con los profesionales de la salud, con las personas 
que esos días arriesgaron sus vidas sin esperar absolutamente nada más 
que cuidar a sus semejantes. También, con la idea de buscar voces 
anómalas y poco conocidas, se puso en contacto con la responsable de la Red de Casas de Salud Comunitaria, una de las instituciones más fascinantes y desconocidas de la historia de la III República.
Con 35 años, Evelyn Marquez, llevaba desde los 20 construyendo el 
movimiento, que en los primeros años de la República tuvo una enorme 
importancia.
"¿Cómo nos lo íbamos a imaginar? Nosotras estábamos intentando que 
nuestras vecinas mayores, que no podían salir de casa y estaban solas, 
pudieran hacer la compra o ir a la farmacia. Eso se cruzó con una cosa 
que yo no sé como la pensaron o por qué, pero que de pronto… No sé. Es 
que no lo sé. ¡Es que sacaron al rey del país! Es que 
eso nadie lo entendió. Con la cosa de ir a por materiales sanitarios y 
supongo que por darle como… yo qué se, que se le viera, pues lo mandaron
 para fuera. Y se hacía videos, streamings y así. Y es que era muy 
cómico. Entonces por un lado era como si el rey fuera menos real y más 
normal, pero a la vez era una guasa. La gente le hacía memes…"
El humor circulaba mucho más que la información seria,
 eso lo recordaba aún cuando todo aquello le pilló de bastante joven. 
Casi sólo recordaba las risas, lo cual es extraño y angustiante en un 
contexto tan duro. Tenía 12 años y sus padres hicieron lo posible por 
hacérselo pasar bien. Al menos su madre, su padre no venía equipado para
 el cuidado, sino para el orden y cuando su madre murió no fue capaz de 
afrontar todo aquello y se encerró totalmente. Ahora, de pronto, con la 
enfermedad, tenía momento de un cariño inconcebible en aquellos 
momentos. Como una noche que le estaba haciendo una tortilla y se acercó
 y le dio un beso, sin decir nada. Casi se le estropea la cena del 
impacto.
Aquella salida del rey del país iba a resultar fundamental,
 especialmente debido a que, en un afán de impulsar su figura pública, 
apareció como responsable de la compra de diversos materiales 
sanitarios, mascarillas, pruebas PCR, etc. que resultaron ser defectuosos. Era evidente que el rey no había hecho las gestiones,
 pero comunicativamente se generó esa imagen. Con lo que, de pronto, ya 
no había sólo una imagen de corrupción o inmovilismo, sino también de falta de liderazgo.
 Y en medio de eso llegó la orden que le obligó a mantenerse fuera de 
España. La investigación Suiza de las cuentas de su padre dijo que si 
volvía a España no podrían desarrollar la investigación y pidió una orden para mantenerle confinado en el exterior del país,
 donde ya estaba haciendo esas maniobras de imagen pública. Que se 
aceptara semejante petición sólo es creíble en el contexto de un conflicto interno de la extinta Unión Europea
 por el que los países del norte decidieron castigar a España 
convirtiendo una crisis general del continente en un problema local.
En cualquier caso, el asunto fue objeto de disputa entonces y ahora.
La hemeroteca nacional era accesible desde internet. Allí encontró 
dos artículos que explican bien cómo se ha construido la memoria de 
aquellos días.
En un columna de opinión escrita apenas cinco años después de la 
proclamación de la III, cuando se inició el movimiento para exonerar a 
la familia real de responsabilidades penales a través de una ley de punto final
 y en medio de todo aquel debate sobre la gestión del patrimonio de la 
monarquía, la catedrática de Derecho Constitucional Gloria Rodríguez 
Montiú escribía en el diario digital Ahora, lo siguiente: "Es 
evidente que en aquel momento no se tuvieron en cuenta tres elementos. 
El primero la reacción de la fiscalía suiza. El segundo, la respuesta 
europea totalmente desproporcionada… Pero también la relación entre su 
ausencia y la propuesta de Pactos de la Moncloa. Unos nuevos pactos de 
ese calibre, requerían una serie de modificaciones en la constitución 
que no se podían aplicar en ausencia del rey. No se podía reformar la 
Constitución sin entrar a la cuestión monárquica, y no se podía 
redistribuir la riqueza del país en serio sin la reforma. No se podía 
mantener el orden social con la gente todas las noches reivindicando 
Sanidad pública desde los balcones sin redistribución. Eso lo entendió 
la izquierda, pero también una parte de la derecha, sobre todo la ahora 
presidenta de la República y el grupo de los 36, que dejó de pensar en lo que tenía detrás y empezó a mirar a lo que tenía por delante".
Ese artículo dejaba ver la posición que, digamos, se fue volviendo la
 oficial. Pero no era la única. Encontró otro artículo, fechado también 
en torno al 5ª aniversario, de Jose Antonio Castaño, hoy líder de la 
derecha radical en la cámara, y entonces responsable de las juventudes 
de "Patria en Marcha". Castaño escribió en el periódico Frontera
 lo siguiente: "Seguimos sin saber con qué propósito se difundió desde 
las cuentas oficiales del Ministerio de trabajo el mensaje para la gran 
balconada de abril. La historia lamentable de que se trata de un error y
 que el mensaje iba destinado a la cuenta privada de la community manager ya no se la cree nadie. Fue un autogolpe y hasta que no se restaure la legalidad monárquica
 no se podrá reconocer la autoridad emanada de los pactos de la 
vergüenza. El Gobierno, por supuesto, se niega a desclasificar los 
documentos de aquellos días y, lo más importante, la responsable está en
 paradero desconocido muy conveniente".
Una de las asignaturas favoritas de nuestro protagonista en la Universidad de Periodismo había sido "conspiración y narratología"
 y su profesora en la materia, la activista trans, Mariana Porta, había 
hecho un trabajo enorme intentando identificar la relación histórica 
entre los movimientos de extrema derecha y la teoría de la conspiración.
 Lo que ella llamaba la "latencia de la sospecha". El 
peso de la sospecha del pasado sobre el presente para construir, a 
través de una ficción, una brecha, una separación y, de ahí, un 
antagonismo y una desconfianza institucional, que se acompañaba siempre 
de un orden, que era siempre el orden anterior y que aparecía como sereno, inmutable y, por tanto, seguro y justo.
La extrema derecha había cometido también errores en
 aquellos días que afectaron a la defensa cerrada de la institución 
monárquica. A la vez que defendían la figura del rey y le pedían un 
Gobierno de concentración dirigido por él, iniciaron un movimiento para 
romper la cuarentena y el confinamiento que dio como resultado que una 
parte importante de sus cargos públicos terminaran contagiados de coronavirus y, de facto, fuera de la vida pública de el país durante un par de semanas absolutamente claves.
Era relativamente fácil identificar quién y cómo había lanzado aquel sospechoso tuit, se trataba de Elena Vera, una funcionaria del Ministerio de trabajo
 que estaba encargada de las redes sociales y que se equivocó de cuenta,
 convocando una movilización a favor de la República desde una cuenta 
oficial en vez de, como pretendía, desde la suya.
Mucha gente conocía la historia del error, pero no tanta recordaba que Elena había sido juzgada por llamamiento a la insurrección
 años después de proclamarse la República. Uno de los pagos que se 
aceptaron para la construcción del primer Gobierno de unidad nacional de
 la Tercera.
No necesitaba, sin embargo, ninguna entrevista para recordar lo que 
había sucedido tras ese tuit y el correspondiente revuelo posterior, 
porque con 12 años de edad, lo había vivido.
El 13 de abril a las 20 horas empezó un aplauso. 
Aparentemente, el mismo aplauso de siempre. Pero en vez de terminar 
cinco minutos después, se mantuvo. A sus doce años no entendía lo que 
estaba pasando, pero si la emoción eléctrica que brotaba de los balcones
 y se transmitía como una sacudida de ida y vuelta que flotaba y 
flotaba. ¿Era una respuesta a ese tuit oficial que en realidad no lo 
era? ¿Era una catarsis colectiva? Era imposible saberlo porque el aplauso era mudo. Sólo los rompían gritos de "ánimo", de "vamos vecinas... ".
Y seguían y seguían y seguían. Recuerda a su madre cogiéndole en 
brazos, con lágrimas en los ojos y él preguntando si estaba bien, y ella
 diciendo que sí, y él preguntando porque lloraba y ella respondiendo 
"por todo".
Por todo.
A veces las cosas suceden cuando todo se entrecruza y ya no hay forma de distinguir el Rey de la salud, del luto, de la angustia, del reconocerse con los demás, de… todo.
Pero en un confinamiento, un aplauso, si quiera una aplauso largo, 
incluso un momento de unidad tan evidente, tan claro, tan lleno de 
alegría y emoción, no tiene por qué tener un efecto político claro. Así que lo pasó después fue, si cabe, más increíble.
Nació entonces de manera muy espontánea "El Estado de Alarma Ciudadano"al terminar el aplauso. Era una cadena de WhatsApp que decía "¿El rey de Rositas? Lo llaman confinamiento y la corona Trabajando. 26A. Encierro Ciudadano. Pásalo".
Para entender las consecuencias de esa última fase, que jamás llegó a concretarse, consiguió hablar con Valentina Cepeda,
 una de las personas encargadas de la limpieza del Congreso de los 
Diputados durante aquellos días. Valentina, de 73 años, ya jubilada, 
recordaba con intensidad lo sucedido.
"Con el revuelo que se montó por lo del WhatsApp, los partidos se 
reunieron en el Congreso al día siguiente, el 14. Nosotras estábamos de 
turno y no nos dejaban salir, así que nos quedamos. A ver, ninguna 
estábamos en las reuniones, claro, pero en los pasillos sí se entendía 
que algo pasaba. Lo primero que unos se acusaban a los otros de haber 
mandado el mensaje, con lo que nadie sabía muy bien de quién era. Luego,
 claro, no es lo mismo que el gobierno diga "no se sale" que que la gente diga "no salimos". Y claro, como los médicos ya decían que iba a haber que estar más días, pues claro, ¿quién mandaba ahí?"
El acuerdo parlamentario para poner en marcha la III República se inició con cuatro acuerdos:
El primero, agotar la legislatura del Gobierno progresista vigente y,
 posteriormente, convocar elecciones y declarar un Gobierno de unidad 
nacional. El segundo, blindar los derechos sociales y desarrollar los elementos de la Constitución que los protegen. En tercer lugar avanzar hacia un modelo federal y en cuarto lugar, claro, la convocatoria del referéndum para la nueva forma del Estado.
El "bloque de la investidura" de noviembre de 2019 aportó sus 
números, pero no eran suficientes para la reforma constitucional 
correspondiente. Ciudadanos se sumó al acuerdo con la propuesta del 
Gobierno de unidad nacional, pero seguían sin ser suficientes. Hacía 
falta el voto afirmativo de, al menos 36 diputados más 
en la cámara que tenían que venir o bien del PP o bien de Vox. Ninguno 
de los dos parecían estar dispuestos a dar su brazo a torcer, pero un movimiento de placas tectónicas en la derecha modificó las cosas.
La derecha se partió por abajo. Los presidentes de 
Comunidades Autónomas y muchos alcaldes del Partido Popular intentaron 
convencer a su dirección de que se unieran al pacto. ¿El motivo? 
Fundamentalmente dos: La financiación local que era 
clave para mantener sus gobiernos funcionando y, en segundo lugar, una 
lectura propia del asunto federal. Al fin y al cabo, si lograban imponer
 en el interior de ese sistema federal una autonomía tributaria total de
 los territorios, podrían seguir gestionando los impuestos a su manera. 
Era una forma de mantener su control territorial. Los líderes locales 
primaron su propia reproducción a la del partido y lo rompieron por 
abajo.
"Fue como ver caer un castillo de naipes" —le 
explicó la exdiputada popular Sofia Rodriguez de Hoyo— "la dirección 
nacional iba a hundir con su estrategia de bloqueo a las direcciones 
autonómicas y locales. En ese momento, el bloque de Colón estaba roto.
 Se rompió primero por las elecciones de noviembre y luego por la 
apuesta de Ciudadanos por los pactos. La paradoja es que, si hubo una 
ruptura en el sentido profundo, fue de las derechas"
La noche del 14 de abril los aplausos fueron más intensos, muchas personas sacaron banderas blancas en sus balcones,
 otras banderas repúblicanas y algunas, la bandera que terminó por ser 
la constitucional, una bandera de España con la franja inferior de color
 blanco.
Terminó de escribir su reportaje el domingo 12 de abril, en plena 
Semana Santa. Esa noche estaba repasando documento que le habían 
encargado cuando vio que su padre se levantaba del sillón en el que 
pasaba las horas y se ponía en pie, con una determinación extraña, poco 
habitual. Le vio irse hacia una habitación y abrir la ventana. Sintió 
una angustia, como si su padre, de pronto, en la oscuridad de su mente 
hubiera tenido un destello suicida. Pero no. Simplemente abrió la 
ventana y empezó a aplaudir.
– Papá… Papá, ¿qué haces?
Su padre le miró, y pareció reconocerle. Tenía el inicio de una barba
 dura, blanca ya, y los ojos azules con una bruma lechosa encima. Al 
verle, algo debió activar su cerebro, porque le acarició y sonrió.
– Son las ocho – dijo.
– Papá, pero… Espera un momento.
Seguía aplaudiendo.
– Hay que aplaudir, porque nos están salvando.
– Papá, pero eso ya se ha terminado. Ya ha terminado.
Su padre le miró confundido.
– Hace muchos años ya de eso, papá. Ha terminado.
Y su padre, mirando a la nada, confundido, entre las brumas del 
presente y del pasado, sin saber dónde o cuando estaba y sólo atado como
 una cuerda frágil a las emociones más primarias de su vida, le dijo.
– No ha terminado.
Fuente → blogs.publico.es


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