La esperanza en la espera
 
La esperanza en la espera 
José Manuel Mariscal Cifuentes

Dificultar hasta anular, si es posible, la conciencia crítica del demos forma parte conocida de la estrategia de reproducción del bloque histórico dominante. El capitalismo siempre aprende de sus crisis. De ahí el riesgo que afronta con ésta: que el propio demos se haga demasiadas preguntas y llegue a reconocerse como portador de las respuestas, como protagonista activo de esta Historia. Las costuras se rompen por demasiados sitios a la vez. Por eso les resulta necesario, y útil, aplicar la “doctrina del shock”: lo primero que el shock desactiva es nuestra capacidad de soñar despiertos, hay que hacer que caminemos deambulando y que lo máximo a lo que aspiremos es a sorprendernos con la realidad de lo “natural”.

Las costuras se rompen por demasiados sitios: La sociedad del conocimiento se asienta sobre el trabajo precario de los pobres y la acumulación de los recursos del común en pocas manos; la economía digital no puede al fin ser tal sin repartidoras, transportistas, teleoperadoras, falsos autónomos, reponedores, limpiadoras, cajeras, y fábricas, ya sean de teléfonos móviles, de respiradores o de sueños. El Estado del bienestar es el maquillaje del mercadeo con la vida.

“Le saquean al pueblo su lenguaje. Y falsifican las palabras del pueblo”, escribió Ernesto Cardenal. La construcción de los significados refleja las posiciones hegemónicas en y de cada estrato social en cada momento histórico. Con las crisis hay palabras que cobran nuevos significado o se recuperan viejas semánticas. Cuando ahora escuchemos la palabra “seguridad”, no pensaremos tanto en el armamento de un país o en instalarnos una alarma en nuestra casa, como en tener las condiciones para vivir, para sobrevivir, para que ser y existir, como humanos, sean la misma cosa. “Soberanía” podrá interpretarse desde la capacidad del Estado de tomar las decisiones estratégicas necesarias, sin interferencias, para atender el interés de las mayorías. Lo “público” ya no podrá contener a aquellos sectores que ofrecen servicios para todos (los que pueden pagarse un seguro médico, un plan de pensiones, una residencia privada) sino que deberá estar unido a “lo común”. La “geopolítica” ya no va a ser algo de lo que hablan militares expertos en programas televisivos de madrugada sino una disciplina democrática y democratizada, del y para el demos. “Europa”, ¿qué va a ser de “Europa”? Dudo que se pueda seguir utilizando de coartada para seguir domeñando al pueblo. Esto lo entienden los que mandan, por eso tratan de canalizar nuestros sentimientos dando una nueva vuelta de tuerca a la carga semántica de palabras importantes. El banco Santander dice “Queremos volver a besarnos, queremos volver a trabajar, juntos”; Mapfre habla de la “heroicidad” y Yoigo se atreve a resignificar el “Día de la liberación”. Los mercaderes del templo se las saben todas.

Todo lo sólido se desvanece en el aire, dijo el joven Marx, y así es en momentos de crisis orgánicas. La incertidumbre mella la moral del pueblo si los gobernantes no son capaces de encontrar una salida que no sea corrupta en el sentido de Maquiavelo o Aristóteles, es decir, que atienda al interés general, que sea susceptible de ser entonada con sus gobernados. Hay que salir de la parálisis y entonces se mira atrás, a ver si haciendo arqueología se encuentra alguna clave que permita dar certidumbre en la espera. De ahí que se hable del Plan Marshall o de los Pactos de la Moncloa. El Plan Marshall no se puede desligar de la intención explícita del imperio de evitar la propagación del comunismo en Europa occidental y de su necesidad de tener alguien a quien vender sus manufacturas, de crear un mercado dependiente. El que paga manda.

Los Pactos de la Moncloa se gestaron sin Constitución y concedieron a partidos y sindicatos una representatividad que, siendo por definición más amplia que en la dictadura, estuviera, sin embargo, bajo control. Ahí estaban los medios de comunicación del régimen o los fomentados y financiados con el objetivo de ir laminando el sentido común contrahegemónico; al emergente movimiento obrero que se fortalecía en la movilización con la mayor crisis del capitalismo desde el 29 y, sobre todo, con el objetivo de dar legitimidad y potencia simbólica representativa a partidos que, como el PSOE, venían de ser testimoniales pero podían resultar tremendamente útiles para cercar la fuerza del PCE y de la izquierda anticapitalista. Algo que Adolfo Suárez vio con claridad desde el primer momento y de lo que se habla poco: su campaña electoral del 77 fue un magnífico ejercicio de marketing político. Desde la difusión de masas de la imagen de Suarez o la invención de un partido de “centro”, hasta el hallazgo de expresiones aglutinadoras que han pasado a la historia como el “habla pueblo habla” y el “puedo prometer y prometo”.

Esa legislatura devino constituyente sin que fuesen las elecciones de junio convocadas bajo ese epígrafe. Los Pactos de la Moncloa se firmaron apenas cuatro meses después de la cita electoral y con el verano de por medio. Se ha analizado el papel que estos Pactos jugaron, más allá de la exitosa propaganda oficial del “consenso”, “sacrificio”, “unidad” o “diálogo”, palabras que entonces se comenzaron a esculpir en la fachada de un edificio aún por construir. La democracia española comenzó por la fachada antes que por los cimientos. Es sabido que aquellos pactos sirvieron para legitimar las duras políticas de ajuste y para desmovilizar a un movimiento obrero que cumplió ingenuamente con su parte mientras asistía atónito al incumplimiento soterrado por parte del poder empresarial.

El remake de los Pactos de la Moncloa no sólo es una muestra de falta de imaginación, como las productoras cinematográficas que se empeñan en versionar éxitos ochenteros, sino un intento de dejar al pueblo al margen apelando al relato hegemónico de la Transición, el que va de Victoria Prego a “Cuéntame”. Frente a la narrativa demiúrgica del consenso hay que contraponer la narrativa taumatúrgica del conflicto, la capacidad de que surjan hechos extraordinarios impulsados por las mayorías conscientes de su poder sobre-natural, por encima de “lo natural”. Pero esta crisis nos da la oportunidad de apelar a acuerdos y consensos, sí, pero por abajo, no a pactos por arriba. El confinamiento ha visto emerger el potencial creativo y de articulación de la participación ciudadana, la capacidad de transformación de la vida cotidiana desde la implicación en lo común, nos está diciendo el nombre de nuestros vecinos y vecinas: la condición de posibilidad de un Proceso Constituyente. “Moncloa II” es conceder a las élites políticas, mediáticas y económicas la posibilidad de que hablen por nosotros y nos terminen ofreciendo un “lo tomas o lo dejas”. Un proceso constituyente, ahora, es dar la palabra al demos para que sea éste el que se haga las preguntas y trate de responderlas. ¿Debe una constitución blindar los servicios públicos? ¿Deben los sectores estratégicos como la energía, el transporte, las telecomunicaciones o la seguridad ser propiedad del Estado? ¿Hay que pagar entre todas las deudas de unos pocos? ¿Es posible reindustrializar un país o nos conformamos con ser los camareros de Europa? ¿Cómo debemos relacionarnos con otras naciones soberanas en un mundo multipolar?, ¿En qué consiste un “Estado fuerte para un trabajo compartido”?; al fin, ¿aquí quien manda?

Ernst Bloch nos puso sobre aviso, la esperanza forma parte de la estructura pulsional y afectiva del ser humano, la revolución se asienta en la distancia entre la realidad que nos rodea y lo que soñamos despiertos al mirarla. La ontología de la posibilidad, del no-ser-todavía, la ampliación del horizonte hacia el deber-ser, en palabras de J.J. Tamayo “una anticipación que hace irreal el presente, desbordándolo hacia delante”. No nos dejemos domeñar convirtiendo la esperanza en mera espera, porque va a ser necesario recuperar la tensión utópica frente a la desesperación. Enfrentemos el idealismo burgués que convierte las cosas en conceptos con un idealismo plebeyo que convierta los conceptos en cosas. Bernard Shaw se imaginó la conversación de la serpiente con Adán y Eva: “Vosotros veis las cosas como son y os preguntáis por qué. Pero yo sueño con cosas que nunca han existido y me pregunto: por qué no”.
 
 [1]   Acrónimo de “There Is No Alternative” (no hay alternativa), expresión popularizada por Margaret Thatcher.


Fuente → elviejotopo.com

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