

El capitalismo agoniza; y la izquierda con él
Agustín Velloso
Acabo de leer un artículo publicado en el Grup Antimilitarista Tortuga sobre la crítica a la izquierda, en el que algunas de las reflexiones expuestas me han animado a compartir las mías sobre esta cuestión.
En cuanto a la primera, el reconocimiento del triunfo del sistema capitalista, creo que muchos coincidiremos en que tanto es así que su ultimísima crisis, la del Coronavirus, inclina a pensar que por fin se va a extinguir, pero no gracias a un triunfo de la izquierda, sino de las previsibles oleadas del Covid-19 que nos esperan.
Utilizaré el punto de vista de Laurence J. Peter para señalar que el capitalismo ha llegado a su nivel de incompetencia, es decir, que a estas alturas ya no le queda otro margen de maniobra que pisar el freno a fondo o la autodestrucción.
El planeta está tan esquilmado que ya ni se puede salir de casa -según donde vivas- sin que te afecte la guerra, el hambre, la miseria, la explotación, los desastres naturales, la omnipresente contaminación...
Junto con destrozar el planeta, el mayor éxito del capitalismo salvaje no es haber hecho a los ricos más ricos y al resto más pobre, como se puede comprobar en la evolución del Índice Gini sobre la desigualdad de los ingresos en diferentes países del mundo (http://knoema.es/), sino haber conseguido mantener bajo control a toda la población tanto con gobiernos de derecha como de izquierda.
Los que se consideran clase media, sea cual sea el significado de esto, están entretenidos con las migajas del pastel, mientras que los pobres de solemnidad bastante tienen con mantener la cabeza por encima del agua.
La izquierda es una versión de la fábula El rey desnudo trasladada a la realidad: todo el mundo sabe hasta dónde llega en cuanto a sanidad y educación públicas, nacionalización de los medios de producción, impuestos progresivos, explotación de los recursos naturales, guerras de agresión y el resto del andamiaje de las sociedades modernas.
Todo lo demás, la constitución, las alocuciones del rey, el presidente, el Congreso, etc., es el traje.
Queda entonces un reducto de izquierdistas ajenos a los tejemanejes de la “Gauche divine”, que son más necesarios que nunca precisamente por la gravedad de la situación, pero ¿hasta dónde pueden llegar?
Diré para terminar –a riesgo de anatema- que el drama de esos izquierdistas no está en los diferentes tipos de derecha más o menos cavernícola (PP y VOX) o ilustrada (PSOE y UP), sino en lo que se conoce como el pueblo; sí, el pueblo objeto de sus desvelos.
Creo que una parte (¿cuánta?) de ese pueblo ni siquiera muestra un modicum de interés por ese reducto izquierdista, mucho menos por un gobierno de esa izquierda. La mayoría no quiere escuchar sus propuestas porque temen –con razón- que llevan consigo la negación de su estilo de vida por chusco que sea.
Sé que esta visión es pesimista, pero es claro que el cáncer ideológico de la propaganda y la represión neoliberal y globalizadora aplicada sobre ese pueblo durante los últimos cuarenta años no tiene remedio fácil.
Se ha promovido por todos los medios desde comienzos de los años ochenta del siglo pasado una campaña a base de palo y zanahoria y el pueblo machacado ha acabado por doblar la rodilla y aceptar el panem et circenses, con más circo que pan.
Tendrá que venir otra generación que no se vea afectada por ese cáncer y que perciba claramente el peligro en el que le ha tocado vivir y por tanto comprenda la urgencia de acabar con el sistema de inmediato y sin rodeos.
Esto sí detendría la autodestrucción del capitalismo, que es la de todos.
La izquierda al uso ya no sirve, llegó tarde y mal, toca el relevo, no mediante una nueva política más o menos izquierdista, sino mediante la lucha por la supervivencia.
Al fin y al cabo el ser humano ha demostrado que sólo abandona su modo de vida cuando el precio que paga por éste es superior al beneficio que recibe.
En cuanto a la primera, el reconocimiento del triunfo del sistema capitalista, creo que muchos coincidiremos en que tanto es así que su ultimísima crisis, la del Coronavirus, inclina a pensar que por fin se va a extinguir, pero no gracias a un triunfo de la izquierda, sino de las previsibles oleadas del Covid-19 que nos esperan.
Utilizaré el punto de vista de Laurence J. Peter para señalar que el capitalismo ha llegado a su nivel de incompetencia, es decir, que a estas alturas ya no le queda otro margen de maniobra que pisar el freno a fondo o la autodestrucción.
El planeta está tan esquilmado que ya ni se puede salir de casa -según donde vivas- sin que te afecte la guerra, el hambre, la miseria, la explotación, los desastres naturales, la omnipresente contaminación...
Junto con destrozar el planeta, el mayor éxito del capitalismo salvaje no es haber hecho a los ricos más ricos y al resto más pobre, como se puede comprobar en la evolución del Índice Gini sobre la desigualdad de los ingresos en diferentes países del mundo (http://knoema.es/), sino haber conseguido mantener bajo control a toda la población tanto con gobiernos de derecha como de izquierda.
Los que se consideran clase media, sea cual sea el significado de esto, están entretenidos con las migajas del pastel, mientras que los pobres de solemnidad bastante tienen con mantener la cabeza por encima del agua.
La izquierda es una versión de la fábula El rey desnudo trasladada a la realidad: todo el mundo sabe hasta dónde llega en cuanto a sanidad y educación públicas, nacionalización de los medios de producción, impuestos progresivos, explotación de los recursos naturales, guerras de agresión y el resto del andamiaje de las sociedades modernas.
Todo lo demás, la constitución, las alocuciones del rey, el presidente, el Congreso, etc., es el traje.
Queda entonces un reducto de izquierdistas ajenos a los tejemanejes de la “Gauche divine”, que son más necesarios que nunca precisamente por la gravedad de la situación, pero ¿hasta dónde pueden llegar?
Diré para terminar –a riesgo de anatema- que el drama de esos izquierdistas no está en los diferentes tipos de derecha más o menos cavernícola (PP y VOX) o ilustrada (PSOE y UP), sino en lo que se conoce como el pueblo; sí, el pueblo objeto de sus desvelos.
Creo que una parte (¿cuánta?) de ese pueblo ni siquiera muestra un modicum de interés por ese reducto izquierdista, mucho menos por un gobierno de esa izquierda. La mayoría no quiere escuchar sus propuestas porque temen –con razón- que llevan consigo la negación de su estilo de vida por chusco que sea.
Sé que esta visión es pesimista, pero es claro que el cáncer ideológico de la propaganda y la represión neoliberal y globalizadora aplicada sobre ese pueblo durante los últimos cuarenta años no tiene remedio fácil.
Se ha promovido por todos los medios desde comienzos de los años ochenta del siglo pasado una campaña a base de palo y zanahoria y el pueblo machacado ha acabado por doblar la rodilla y aceptar el panem et circenses, con más circo que pan.
Tendrá que venir otra generación que no se vea afectada por ese cáncer y que perciba claramente el peligro en el que le ha tocado vivir y por tanto comprenda la urgencia de acabar con el sistema de inmediato y sin rodeos.
Esto sí detendría la autodestrucción del capitalismo, que es la de todos.
La izquierda al uso ya no sirve, llegó tarde y mal, toca el relevo, no mediante una nueva política más o menos izquierdista, sino mediante la lucha por la supervivencia.
Al fin y al cabo el ser humano ha demostrado que sólo abandona su modo de vida cuando el precio que paga por éste es superior al beneficio que recibe.

Fuente → grupotortuga.com
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