
Arturo del Villar
Presidente del colectivo republicano tercer milenio.
Hace ahora 500 años se produjo la rebelión de Castilla contra el rey
Carlos I, continuada después en Valencia y Mallorca, dos territorios
pertenecientes a la Corona de Aragón. Los dos reinos peninsulares más
importantes se habían aunado en las personas de Isabel I de Castilla y
Fernando II de Aragón, unidos en matrimonio en 1469 gracias una bula del
papa Paulo II, porque eran primos: la endogamia practicada por los
monarcas españoles ha sido la causa de su progresiva degeneración física
y mental, lo mismo con la Casa de Austria que con su sucesora de
Borbón. En este caso se trató de una unión personal, no política, puesto
que cada reino conservó sus fueros y costumbres.
Aunque los historiadores monárquicos ponen a Isabel y Fernando como
autores de la unidad de España, y la dictadura fascista los exaltó hasta
la más ridícula exageración, lo cierto es que ellos no tuvieron en
mente esa posibilidad. Se trata de una de esas falacias repetidas con
intención de presentar a los sucesivos monarcas como personas dotadas de
gran inteligencia y sapiencia, puestas al servicio del engrandecimiento
de la patria, cuando la verdad es que únicamente persiguieron todos
ellos el medro personal, sin importarles nada ni la patria ni sus
habitantes.
La unidad de España se produjo por casualidad. Los esposos deseaban
ser reyes absolutos de la península, y para ello primero combatieron a
la nobleza, privándola de su poder feudal, y declararon después la
guerra al reino musulmán de Granada, conquistado en 1492. Ese mismo año
decretaron la expulsión de los judíos de sus tierras, para que todos sus
vasallos siguieran la misma religión. Por ese motivo el inmundo papa
Alejandro VI les concedió en 1496 el título de Reyes Católicos, a ellos y
sus sucesores. Ya en 1482 se había autorizado la implantación del
terrorífico Consejo de la Suprema Inquisición en Castilla y León, para
quemar vivos a los disidentes. En eso debe de consistir el catolicismo
para el papado.
La reina Juana
Al morir la reina Isabel I en 1504 designó heredera de Castilla y sus
posesiones a su hija Juana, que reinaría poco tiempo como Juana I, y es
conocida como Juana la Loca. La habían casado en 1496 con su primo
Felipe, archiduque de Austria, apodado El Hermoso. Llegaron a España en
1506 desde su residencia en Bruselas, y fueron reconocidos ambos como
reyes de Castilla, con lo que Felipe I inauguró la Casa de Austria.
Falleció ese mismo año, se dijo que envenenado, en una extraña
conjura, lo que obligó a Fernando a ocupar la regencia, ante los signos
de desequilibrio mental advertidos en Juana. Ordenó en 1509 que la
encerraran en Tordesillas, entre discrepancias por parte de los
vasallos, que no estaban de acuerdo con esa apreciación particular, sin
un dictamen médico fiable. La literatura primero, la pintura después y
el cine finalmente han encontrado un filón en la historia de Juana y
Felipe.
Por su parte el viudo Fernando II de Aragón quiso tener un heredero
para su reino, por lo que desposó a su sobrina nieta Germana de Foix, de
18 años, con quien tuvo un hijo efectivamente en 1509, pero murió al
nacer. Se dice que el empeño por volver a procrear le impulsó a consumir
abundantes afrodisíacos, que le produjeron la muerte en 1516. Por ello
no tenía otra heredera legítima que Juana, ya que sus numerosos
bastardos no contaban. Está claro que no pensó nunca en unificar a
España en un solo reino, sino en repartir las coronas entre sus hijos.
La unificación se produjo por una casualidad histórica.
Carlos I, un rey impopular
Conforme a las costumbres monárquicas le correspondió heredar los
tronos de Castilla y Aragón con todas sus vastas posesiones al hijo de
Juana la Loca y Felipe el Hermoso, llamado Carlos. Nacido en Gante, fue
educado por flamencos, que no le enseñaron ni una palabra castellana ni
le facilitaron la menor noticia sobre la historia, la geografía y las
tradiciones de los reinos heredados. Se incorporó a ellos en 1516 con
una corte de consejeros, asesores y servidores flamencos, ávidos de
adueñaron del poder civil y eclesiástico, según costumbre de los
políticos, lo que disgustó a los castellanos. Ordenó mantener el
encierro de su madre en Tordesillas.
Debe tenerse en cuenta que Juana nunca fue depuesta por las Cortes,
sino que figuró hasta su muerte en 1555 como reina de Castilla, con el
mismo rango que su hijo Carlos. Fue siempre más querida que su hijo.
El rey Carlos I, por lo tanto, no se entendía con sus vasallos,
porque ni siquiera hablaba el mismo idioma que ellos. La incomprensión
alcanzó el tono más álgido a la muerte de su abuelo Maximiliano de
Austria, porque quiso convertirse en cabeza del Sacro Imperio Romano
Germánico. El cargo era electivo, de modo que necesitaba una gran
fortuna para sobornar a los príncipes y obispos germanos electores en su
favor. Además debía viajar a Ratisbona para estar presente en todos los
cambalaches previsibles, con su séquito digno de un futuro emperador.
Necesitaba mucho dinero, y la única manera de conseguirlo consistía en
quitárselo a sus vasallos.
Las Cortes castellanas en la época estaban formadas por procuradores
representantes de 18 ciudades, dos por cada ciudad. La nobleza y el
clero no tenían cabida en ellas. En sí mismas las Cortes carecían de
poder efectivo, se limitaban a votar favorablemente las propuestas
presentadas por el monarca, y a proponer algunas cuestiones de su
interés. Aprobaban los impuestos directos a pagar por los vasallos,
aunque existían otros indirectos de los que se aprovechaban los reyes.
La economía castellana se hallaba en crisis, a consecuencia de las
guerras mantenidas por los Reyes Católicos. Y como siempre los obligados
a resolver la situación eran los trabajadores con sus impuestos. Cundía
el malestar social de manera imparable. Además a los castellanos les
tenían sin cuidado los afanes imperiales de su rey, puesto que nada
positivo podía deducirse para ellos en el caso de alcanzar la corona,
sino que más bien podían preverse nuevas cargas impositivas.
Carlos I convocó Cortes con la intención de obtener fondos para
realizar sus planes imperiales. Pero los ciudadanos castellanos estaban
muy hartos de soportar a los flamencos detentadores de todos los poderes
públicos, de modo que la idea de subvencionar la aventura germánica de
su rey les resultó escandalosa, y anunciadora de males mayores para el
futuro.
Rebelión contra el rey
Hace 500 años, el 16 de abril de 1520, los toledanos se opusieron a
que sus procuradores se trasladasen hasta A Coruña, en donde estaban
convocadas las Cortes. Fue un acto de rebeldía, que dio origen a las
Comunidades de Castilla, y a una guerra civil entre los partidarios de
someterse al poder real y quienes lo rechazaban.
Debe tenerse en cuenta que los comuneros en ningún caso pretendieron
implantar una República, algo impensable en aquella España en aquel
tiempo, sino que deseaban mantenerse fieles a la reina Juana I. Lo que
rechazaban era el arte despótico de reinar manifestado por su hijo
Carlos I. Las arengas lanzadas por los jefes militares siempre
terminaban dando vivas a la reina Juana, reconocida como única soberana,
aunque legalmente compartía el trono con su hijo.
La revuelta toledana se extendió ampliamente por Castilla, hasta
Murcia, y fue adquiriendo carácter de ejército popular. El 5 de julio
fue designado capitán general de la Comunidad de Toledo Juan de Padilla,
que desde 1517 era capitán general del reino.
Padilla se entrevistó en Tordesillas con la encerrada reina Juana,
para proponerle que reconociese a las Comunidades mediante un documento
firmado por ella, pero se negó a tomar ninguna medida de ningún tipo.
Era lógico que su salud mental se hallase verdaderamente deteriorada
después de tan largo confinamiento, y aunque pareció seguir atentamente
las explicaciones dadas por Padilla, no quiso aceptar su propuesta.
El 1 de agosto las ciudades pronunciadas constituyeron en Ávila la
llamada Santa Junta, para que dirigiese las operaciones, aunque de hecho
fue Valladolid la capital de los comuneros.
El movimiento de las Comunidades era estrictamente popular, de modo
que los llamados nobles y los clérigos se oponían firmemente a él.
Rechazaban dialogar nada con los revoltosos sino que deseaban
destruirlos totalmente, para reforzar el poder real. Siempre las dos
españas tienen oportunidad de enfrentarse a muerte, y una ha de ser
aniquilada. Debe de ser una constante del carácter español.
El 25 de febrero de 1521 los comuneros tomaron la villa de
Torrelobatón, y se hicieron fuertes en ella. Pero surgieron, como de
costumbre, disensiones entre los mismos conjurados, respecto a las
decisiones preferibles para continuar la guerra. Por su parte los
realistas montaron un campamento en Peñaflor de Hornija, con la idea de
asaltar y aniquilar a los rebeldes contra su rey. El 23 de abril los
dos ejércitos se enfrentaron en Villalar entre sí, bajo una lluvia
torrencial que dificultó las operaciones. Es cierto que llovía sobre los
dos ejércitos, pero los realistas estaban más disciplinados, en tanto
los comuneros actuaban por su cuenta, una característica habitual a lo
largo de nuestra historia.
Al día siguiente los jefes de la revuelta, Juan de Padilla, Juan
Bravo y Francisco Maldonado fuero decapitados, con lo que empezó su
gloria, por ser los héroes que se atrevieron a oponerse al despotismo
del rey Carlos I, además titular del Sacro Imperio Romano Germánico como
Carlos V, el hombre más poderoso de Occidente. Su aventura había durado
un año exactamente.
Fuente → radiorebelderepublicana.org
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