La revolución de los claveles provocó la caída del Gobierno y restauró la democracia en Portugal casi cincuenta años después de que se instaurara la dictadura salazarista
46 años de la ‘Revolução dos Cravos’
José Ramón Villanueva Herrero
Fundación Bernardo Aladrén
Hoy se recuerda la revolución portuguesa del 25 de abril de 1974, la también llamada Revolución de los Claveles, aquel estallido de una primavera de libertad y esperanza democrática en nuestro país hermano. Evocamos ahora los acontecimientos que durante aquellos días históricos tuvieron lugar en Portugal, en unos momentos que coincidían, además, con el tramo final, y también biológico, de la dictadura franquista en España y del general superlativo que la encarnó durante cuatro décadas. Pero para que la primavera llegara, hubo primero que acabar con la dictadura que atenazaba a Portugal desde hacía ya casi medio siglo.
El Portugal salazarista
Derrocada la monarquía portuguesa en 1910, y tras unos años de agitación política y crisis económica, en 1926 se hizo con el poder el general António Óscar de Fragoso Carmona, que instauró una dictadura «de base nacional y fuerte», el llamado Estado Novo, del cual será elegido su presidente en 1928. En ese mismo año, el general Carmona nombró ministro de Hacienda a António de Oliveira Salazar (1889-1970), un oscuro profesor de Derecho y Economía, cuya trayectoria política marcará la historia de Portugal durante buena parte del siglo XX.
Por aquel entonces eran los años del ascenso de los movimientos totalitarios en Europa y Salazar, que en 1932 fue nombrado presidente del Consejo de Ministros, influido por el modelo del fascismo corporativo, estableció en Portugal su propia versión del mismo. Así, la nueva Constitución de 1933 configuraba el Estado Novo, el modelo de fascismo portugués, mediante la cual se reforzaba el poder ejecutivo; se creaba una Cámara Corporativa, en sustitución de la Asamblea Nacional; se articulaba un sindicalismo vertical estructurado en corporaciones; se disolvían todos los partidos políticos, excepción hecha de la Unión Nacional (UN), el partido único del régimen, a la vez que se restringían todos los derechos y libertades. Surgía así la dictadura salazarista, la de más larga duración de las surgidas en la Europa de entreguerras, que se prolongaría hasta la Revolución del 25 de abril de 1974.
El ideario del Estado Novo lo sintetizó Salazar en su libro Una revolución para la paz (1937), en el que se perfilaba el Estado corporativo fascista portugués, el cual alguien lo definió como «un fascismo gris y chato, sin primavera ni canción», un régimen que, se decía, tenía como señas de identidad «las tres efes»: fado, fútbol y Fátima.
La dictadura salazarista contaba con un importante aparato represivo y, en este sentido, hay que mencionar a la siniestra Policía Internacional para la Defensa del Estado (PIDE). Articulada por el agente de la Gestapo nazi Kramer en 1941, estaba formada por 22.800 miembros adscritos entre inspectores, subinspectores, jefes de brigada, agentes funcionarios e informantes. Por ello, en tiempos de la dictadura salazarista se solía decir que «ni las hojas se mueven sin que lo sepa la PIDE», dado que esta se hallaba infiltrada en todos los sectores y grupos de la sociedad portuguesa: desde las fuerzas armadas hasta los sindicatos corporativos, pasando por la Iglesia y hasta en el Partido Comunista. Además, el régimen contaba con diversas fuerzas paramilitares tales como la Legión Portuguesa, la Brigada Naval, la Policía de Seguridad Pública (PSP) y la Guardia Nacional Republicana (GNR). A todo ello habría que añadir la existencia de una férrea censura de prensa, tarea esta encomendada a la llamada Comisión de Examen Previo.
La lánguida y autárquica dictadura portuguesa se prolongó tras la retirada del poder de Salazar por motivos de salud en 1968, siendo continuada en la figura de Marcelo Caetano. No obstante, por entonces estaba claro, como señalaba Vicente Talón en su libro Portugal, ¿golpe o revolución? (1974) que «el régimen es un gran parásito instalado sobre el país, al que consume. Un parásito sordo, ciego y voraz al que no queda más solución que eliminar».
A esta situación se había llegado no solo por la absoluta carencia de libertades públicas propia de una dictadura, sino también por una desastrosa situación económica. Así, a la altura de 1973, Portugal soportaba una inflación superior al 20%, los ingresos per cápita eran los más bajos de la OCDE y la sangría migratoria había supuesto la pérdida del 30% de su población activa y, por ello, en 1974, tan solo en Francia se contabilizaban casi 500.000 portugueses viviendo en los barrios obreros de las ciudades galas.
A todo ello hay que sumar la agudización de las guerras por la independencia de las colonias portuguesas de Angola, Mozambique y Guinea-Bissau, iniciadas en 1961, que hicieron que la dictadura destinase el 40% del presupuesto estatal a gastos militares para así hacer frente a estos conflictos y mantener un ejército de 220.000 efectivos, de los cuales 147.000 estaban destinados en ultramar. Hay que tener igualmente presente que la dictadura estableció para los jóvenes portugueses un servicio militar obligatorio de cuatro años, de los cuales dos eran en destinos de la metrópoli y los dos restantes, en las colonias. Esta situación explicaría el profundo rechazo existente en las fuerzas armadas portuguesas hacia el régimen y, consecuentemente, el que estas fueran el detonante de la Revolución del 25 de Abril de 1974 que puso fin a medio siglo de dictadura salazar-caetanista y que, en palabras de Miller Guerra, supuso «el fin de la dictadura conservadora más antigua del mundo, el fin del último de los imperios coloniales y el fin del aislamiento de Portugal», de aquella autarquía, de aquel falso orgullo patrio del cual se vanagloriaba Salazar con su lema de Orgullosamente solos.
El golpe del 25 de abril
Eran las 0.30 horas del 25 de abril cuando en Radio Renascença sonaron las célebres estrofas cantadas por José Afonso: «Grándola, vila morena / Terra da fraternidade / O povo é quem mais ordena / Dentro de ti, ó cidade». Se desencadenaba a partir de ese momento un amplio movimiento militar, muy bien coordinado por el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), sobre todo en Lisboa, que se apodera de los puntos neurálgicos de la capital. A su vez, el MFA emite un comunicado por medio de la emisora Rádio Clube Português con un texto histórico: «Se informa al país de que las Fuerzas Armadas han desencadenado en la madrugada de hoy una serie de acciones con vistas a la liberación del país del régimen que desde hace ya largo tiempo lo domina».
La resistencia encontrada fue mínima, tan sólo se produjeron unos tiroteos en torno a la sede de la Dirección General de Seguridad y de la PIDE que produjeron cuatro muertos y medio centenar de heridos. También hubo leves incidentes frente a los reductos salazaristas del diario Época, de la sede de la Legión Portuguesa y de las oficinas de la Comisión de Examen Previo, encargada de la censura. No obstante, quedó patente el civismo de los portugueses dado que no hubo ajustes de cuentas, ni paseos, ni violencias contra los salazaristas, los cuales, una vez identificados, fueron entregados a las tropas afines al MFA. Finalmente, a las 17.45 horas de aquel histórico día se produce la rendición del primer ministro Marcelo Caetano, y poco después lo harían el presidente de la República, el almirante Americo Thomas, que se hallaba junto algunos exministros salazaristas refugiados en cuarteles que estaban cercados por las tropas del MFA.
La Revolución de los Claveles
Mientras todos estos hechos sucedían, quedará para la historia la imagen de los ciudadanos portugueses colocando claveles en las bocas de los fusiles de los soldados del MFA que los han liberado de la dictadura, la Revolución de los Claveles había triunfado.
El 26 de abril se constituye la Junta de Salvación Nacional (JSN) como máximo estamento del MFA cuando los sublevados ya habían asumido el control de todo el país, la cual se fijó como objetivos garantizar la libertad de expresión y de pensamiento, el establecimiento de una Asamblea Nacional Constituyente y la devolución del poder a las instituciones democráticas surgidas de la Revolución de los Claveles. Además, la JSN, presidida por el general Antonio Spínola, que tiene el poder de facto, impulsó la formación de un Gobierno Provisional en el que, bajo la presidencia del profesor Palma Carlos, formarán parte políticos retornados del exilio como el socialista Mario Soares o el comunista Alvaro Cunhal, junto al liberal Sá Carneiro, todos los cuales desempeñarían posteriormente un importante papel en la nueva etapa que se abría para el Portugal democrático. Además, la JSN cedió a los partidos democráticos las sedes de antiguos edificios del régimen, hasta entonces ocupados por la Legión Portuguesa, la Acción Nacional Popular, el partido único del régimen, continuador de la Unión Nacional salazarista o de Mocidade Portuguesa.
El mismo 26 de abril, además de la liberación de todos los presos políticos, una gran manifestación, una enorme explosión de alegría democrática, inundaba la Plaça del Rossío. Como dijo Mario Soares, las fuerzas armadas «han restituido la voz y la alegría al pueblo portugués» y «su gloria consiste en haberle devuelto la libertad al pueblo y acto seguido haberse quitado de en medio», esto es, haber devuelto el poder a las nuevas instituciones democráticas.
Entre las primeras medidas adoptadas tuvo una especial significación el desmantelamiento el 28 de abril del aparato represor de la dictadura, de la PIDE, la Dirección General de Seguridad y demás fuerzas paramilitares. Al día siguiente, la escoba revolucionaria seguía barriendo por doquier el solar de Portugal: se destituye a todos los rectores universitarios afines al salazarismo, así como a los responsables de hospitales, organismos excorporativos y profesionales de la Emisora Nacional, todos ellos afectos a la dictadura; se suprime la censura, se ordena la disolución de Acción Nacional Popular (ANP), nuevo nombre de la UN, el partido único de la dictadura, y se exonera de sus cargos al presidente de la República (Americo Thomas), al presidente del Consejo de Ministros (Marcelo Caetano), así como a los gobernadores civiles y a los gobernadores generales de las colonias de ultramar. Finalmente, el 30 de abril un decreto retira del mando a los principales jefes militares salazaristas, entre ellos, cinco almirantes, doce generales del Ejército y cinco de la Fuerza Aérea. Por el contrario, se reintegran en sus funciones todos aquellos portugueses que habían sido separados de sus cargos por razones políticas.
A todo ello, hay que añadir que desde diversas fuentes se reclamó la dimisión de todos los obispos portugueses por su connivencia con la dictadura caída. De este modo, un manifiesto hecho público en estas fechas denunciaba que el episcopado luso, «lejos de hacerse eco de las injusticias sociales, de los abusos de poder y del horror de la guerra colonial, apoyaron al Salazar-caetanismo por medio de declaraciones públicas, de homilías y de pastorales».
Finalmente, el Primero de Mayo tuvo lugar un gran acto político y sindical en el Estadio Lisboeta. Con tan emblemática fecha en la historia del movimiento obrero, se cerraba la semana más transcendente de la historia del Portugal moderno, la semana que puso fin a una dictadura que no sólo había arrebatado a nuestro pueblo hermano la libertad, sino, también, el pan y la sonrisa. A partir de aquel momento, el Portugal democrático acometió de forma gradual los tres enormes retos que se le planteaban en el horizonte, las «tres D», como eran conocidos: la democracia, la descolonización y el desarrollo. Consolidada la democracia tras las elecciones de 1975 y la aprobación de una nueva Constitución (1976), se logró un proceso de descolonización que desembocó en la independencia de las antiguas colonias de Guinea-Bissau, Angola y Mozambique, así como de las islas de Cabo Verde y Santo Tomé y Príncipe, y el desarrollo económico y social recibió un fuerte impulso tras la entrada de Portugal en la entonces llamada Comunidad Económica Europea (CEE) en el año 1985.
Desde España, la revolución portuguesa fue seguida con especial atención. Para el régimen franquista fue un tema inquietante que dinamitaba el caduco Pacto Ibérico firmado en 1942 entre ambas dictaduras, por lo que el ministro Laureano López Rodó manifestó su temor de que la Revolución del 25 de abril derivase hacia «una situación frentepopulista o incluso marxista» y, por su parte, el general Franco, con una salud ya tan decrépita como su régimen, llegó no obstante a plantear la posibilidad de invadir Portugal. En cambio, para la oposición antifranquista española lo ocurrido en nuestro país hermano fue todo un rayo de esperanza. De este modo, Enrique Tierno Galván ensalzó el papel desempeñado por el Movimiento de las Fuerzas Armadas portugués que, a diferencia de lo que ocurría en España, donde el Ejército seguía siendo un firme puntal de la dictadura, en Portugal fue quien abrió el camino a la libertad y a la democracia, dignificado por el hecho de «haber devuelto el poder político a quien realmente lo debe tener, es decir, al pueblo».
Si el poeta Luis de Camoens decía que «Portugal ha dado mundos al mundo», lo cierto es que la Revolución del 25 de abril de 1974 dio al mundo un ejemplo de dignidad y democracia ya que, juntos, las fuerzas armadas y el pueblo al que se deben, acabaron con la dictadura Salazar-caetanista, la más larga y anacrónica del continente europeo. Por eso, hoy, aniversario de la Revolución del 25 de abril, la Revolución de los Claveles, merece nuestro recuerdo y homenaje.
Fuente → elperiodicoextremadura.com
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