Preparación para la República
 

Preparación para la República
Arturo del Villar
 
La descomposición de la dinastía borbónica ha alcanzado tal magnitud que resulta insostenible. El rey decrépito Juan Carlos I no puede aparecer en público, porque las habituales pitadas con las que era acogida su presen-cia hasta hace poco en acontecimientos públicos se convertirían si lo hicie-ra en sinfonías tricolores, después de las publicaciones en medios de comu-nicación internacionales de sus trapicheos como comisionista, aderezados con unos sobornos millonarios. 
 
Lo sabíamos sus resignados vasallos, lo mismo que hemos sobornado nosotros a sus barraganas para que no conta-ran sus aventuras sexuales, pero ahora el escándalo internacional ha adqui-rido un tamaño tal que la dignidad del pueblo español no puede consentir su continuidad.

El otro rey, su hijo Felipe VI, se ha visto forzado publicar un comunicado en el que se desvincula de los trapicheos paternos, y renuncia por él y por su hija y presunta heredera a la herencia que pudiera corresponderles de ese dinero dolosamente obtenido. Lo incomprensible es que no estuviera al tan-to de los negocios sucios de su padre, cuando los medios de comunicación nazionales informaban sobre ellos, y sobre la fortuna de 1.800 millones de euros amasada por su progenitor, antes de los últimos regalos de los reyes de Oriente por ser tan bueno con ellos.

Al haber dos reyes hay también dos reinas, que no se toleran, hasta el punto de llegar a las manos en público, como dos verduleras en el mercado, a las puertas de la catedral de Palma de Mallorca, por un quítame allá esas fotos. El espectáculo que protagonizaron fue muy real, tanto como para de-jar a la realeza en pésimo lugar. Lo que unido a las aventuras de la reina joven con sus compis yoguis motivan que el pueblo español se tome a ca-chondeo a la familia irreal.

A ello hay que sumar el hecho de que el cuñado del rey, el tristemente célebre Urdangarin, está en la cárcel, con un tratamiento especial debido precisamente a su condición de cuñado real, pero condenado por ser tan venal como su suegro el rey decrepito, sin tener los beneficios constitucio-nales reconocidos al monarca en su calidad de irresponsable.

A LA TERCERA

La dinastía borbónica fue expulsada ya en dos ocasiones anteriores por el pueblo español, en 1868 y en 1931, a causa de la conducta escandalosa de Isabel II y de Alfonso XIII, a pesar de no serlo tanto como la protagonizada por sus actuales sucesores. El aguante de los españoles ha tocado fondo. No podemos continuar siendo el asombro de los restantes pueblos, por tolerar a estos reyes corruptos, que han demostrado cumplidamente su ineptitud para reinar y su capacidad para escandalizar. 

La proclamación de la I República al filo de la media noche del 11 de fe-brero de 1873 fue un acontecimiento inesperado. Nadie, ni siquiera el Par-tido Republicano Federal, el mejor organizado de los grupos antidinásticos, esperaba que el rey Amadeo I abdicase de una manera tan perentoria. Le anunció su propósito al presidente del Gobierno, y dos días después envió la carta de renuncia después de preparar el viaje de regreso a su país, harto del español.

Hubo que improvisar una solución al vacío de poder, que fracasó en bue-na parte debido a la falta de una estructura republicana, capaz de poner en marcha oportunamente el nuevo régimen. Hubo otras causas externas aña-didas a esa principal, aunque sin duda fue la urgencia por ordenar un siste-ma absolutamente caótico el motivo que más contribuyó a su descrédito. Lo que fue aprovechado por los militares monárquicos para intervenir a es-padazos una vez más en la evolución de la historia de España, modificán-dola a su gusto, según es costumbre.

En cambio, la II República estaba prevenida para tomar el poder con éxi-to el mismo 14 de abril de 1931, desde que el rey huyó a toda prisa a Car-tagena para embarcar con destino a Francia, temeroso de que el pueblo se vengara de su corrupción. Abandonó a la familia legal en palacio, enco-mendada al cuidado del pueblo, y proveyó lo necesario para que la familia ilegal, no se puede decir secreta porque todos la conocían, quedara bien provista con el dinero que había robado a base de sobornos reales, colocado en bancos extranjeros, conforme a la tradición borbónica.

LA REPÚBLICA PREPARADA

No se produjo ningún vacío de poder, ya que las principales fuerzas re-publicanas se habían reunido previsoramente el 17 de agosto de 1930 en San Sebastián, para acordar las acciones pacíficas encauzadas a derrocar la dinastía corrompida. Se designó un Comité Ejecutivo que las coordinase, formado por Niceto Alcalá—Zamora como presidente, y los vocales Ma-nuel Azaña, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos y Miguel Maura. Inmediatamente se pusieron a traba-jar y designaron al Gobierno provisional de la futura República. Se hizo público un manifiesto en el que decididamente se declaraba el propósito de fulminar a la dinastía borbónica por segunda vez en su historia:

Venimos a derribar la fortaleza en que se ha encastillado el Poder personal, a meter la Monarquía en los archivos de la Historia, y a establecer la República sobe la base de la soberanía nacional representada en una Asamblea Constitu-yente. De ella saldrá la España del porvenir y un nuevo Estatuto inspirado en la conciencia universal, que pide para todos los pueblos un Derecho nuevo, ungi-do de aspiraciones a la igualdad económica y a la justicia social.

El 28 de setiembre se celebró en la plaza de toros de Madrid un gran mi-tin republicano, que hubiera podido poner en taquilla la declaración de “No hay billetes”, porque además de estar ocupadas todas las localidades habi-tuales se llenó el ruedo de sillas. Animados con este éxito popular, el Go-bierno provisional preparó con los partidos políticos y los sindicatos de cla-se un movimiento revolucionario, en coincidencia con una huelga general. Se fijó la fecha del lunes 15 de diciembre, pero una serie de torpezas absur-das hizo que fracasara, y que la mayor parte del Gobierno provisional aca-base en la Cárcel Modelo de Madrid.

El 20 de marzo de 1931 el Consejo Supremo de Guerra y Marina comen-zó el juicio contra los integrantes del Gobierno provisional detenidos, en medio de una expectación popular impresionante. El tribunal pudo consta-tar fehacientemente que el pueblo de Madrid estaba a favor de la Repúbli-ca. El 23 se dio a conocer la sentencia, en la que se consideraba a los en-causados culpables de incitar a la rebelión militar, con atenuantes muy significadas, y se los condenaba a la pena de seis meses y un día de reclu-sión, pero aplicándoles una condena condicional, por lo cual quedaron en libertad inmediata.

Por consiguiente, pudieron participar en la campaña electoral del 12 de abril, salieron elegidos en las circunscripciones por las que se presentaban, y el día 14 asumieron el poder tras la fuga del monarca, constituyendo el Gobierno provisional efectivo de la República. Inmediatamente los minis-tros se pusieron al trabajo, y al día siguiente, miércoles 15 de abril, la Ga-ceta de Madrid insertaba los primeros decretos con los nombramientos, otro fijando el Estatuto jurídico del Gobierno, otro más “concediendo am-nistía a todos los delitos políticos, sociales y de imprenta “, con la declara-ción de fiesta nacional en lo sucesivo para el 14 de abril, y la creación del Ministerio de Comunicaciones.

TENEMOS EL MODELO, FALTA APLICARLO

Todo ello fue posible como consecuencia del pacto de San Sebastián fir-mado el 17 de agosto del año anterior. A partir de esa fecha, y a pesar de la reclusión en la cárcel, la maquinaria republicana se pudo en marcha, en pa-ralelo con la actuación monárquica, lo que permitió la existencia de dos gobiernos españoles, el monárquico y el republicano. Llegado el momento histórico se hizo la transición con absoluta legalidad y la mayor calma. El Ejército observó la aplicación del deseo popular en la renovación de las instituciones, y la aceptó. No hubo necesidad de disparar ni un tiro.

El reino estaba preparado para realizar el paso del régimen autoritario monárquico al popular republicano. Esta coyuntura debe servirnos de ejemplo para disponer ya el cambio de las corruptas estructuras dinásticas por las democráticas republicanas. Para ello es urgente convocar un pacto semejante al de San Sebastián, que ponga en marcha el mecanismo provi-sional del futuro Gobierno.

El borbonismo se ha suicidado por su afición tradicional a los negocios opacos y la lujuria desenfrenada. Ha llegado el momento del cambio. Para ello es preciso que los grupos republicanos ahora dispersos nos unamos pa-ra integrar un partido fuerte. Fue el consejo facilitado por la Alianza Repu-blicana en la nota circular difundida en marzo de 1931, recogida en los principales medios de comunicación, los de izquierdas, como es lógico:

Para triunfar no basta el número; es preciso que no falte la disciplina, la or-ganización, la satisfacción interior y la voluntad de conseguir la victoria.

Iniciadores, promotores y leales mantenedores del frente único de las iz-quierdas, recomendamos ante todo la compenetración cordial de todos los re-publicanos entre sí, para que descanse sobre una base firme, de seguridad y re-ciprocidad, la inteligencia con las organizaciones socialistas y obreras.

Está escrito para nosotros. Si conseguimos la unidad lograremos prever las urgencias precisas cuando se produzca el final de la dinastía borbónica, tan corrompida que los medios de comunicación internacionales describen su asombro de que continúe reinando. Pero se ha llegado al límite, y ahora se levanta una vez más la España con honra para cambiar la historia. ¡Salud y República!

ARTURO DEL VILLAR
PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO


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