¡Popeye antifascista!

En la España que luchaba contra el fascismo el forzudo Popeye se convirtió en todo un símbolo. Sus puños de acero no tenían rival y su pecho era capaz de parar cualquier bala. Con su imagen se abrieron bares y hasta una escuadrilla combatió con su figura pintada en los aviones de combate

¡Popeye antifascista!: 

«—¡Pero tú eres pequeño! ¿Acaso no te gustaría recibir libros y juguetes?» —preguntaba el reportero del valenciano La Hora en su edición del 11 de enero de 1938.

—Sí, claro; libros, sí... Pero tendrían que ser de Popeye; son los que más me gustan. Si no, prefiero la escopeta».

Hacía unos días que acababa de concluir en Valencia el encuentro internacional de los Pioneros, una organización infantil antifascista formada por «instructores y dirigentes de la gran Federación Infantil», que agrupaba bajo sus banderas a miles de niños españoles, «dignos hijos de los padres, que en el frente de lucha defienden su porvenir con las armas en la mano», continuaba diciendo.

«—¿Qué juguetes prefieres?» —interroga a otro niño.

—Pues me gusta la Rosario, ¿sabes? La mujer de Popeye», contesta.

Varias imágenes del encuentro de Pioneros (Valencia, 1938)
En la España antifascista, que buscaba símbolos e iconos culturales que animasen a la retaguardia, generalmente acosada por los bombardeos, Popeye se convirtió en el incansable y forzudo luchador que combatía sin descanso al fascismo. En nuestro país había aparecido en 1935, en historietas que pronto cautivaron a los niños y niñas españoles y que eran traducciones de los originales de King Feature Syndicate Inc. Sus poderosos bíceps parecían no tener rival. Su pecho era el escudo de España. Así aparecía en el cuarto número de El Pionero, semanario infantil en tiempos de guerra. Popeye, que se proclama ¡mexicano!, marcha junto al niño «mascota» del tebeo, Pionero. Al llegar a España Popeye se declara voluntario internacionalista: «Pionero y Popeye, mexicanos, antifascistas de los de verdad, deciden ayudar al Gobierno de la república», se lee. Entonces llega el gran momento: Popeye le pregunta a Pionero qué es un «gudari», pero este decide que lo mejor es verlo en persona, así que se echan a la mar a bordo del barco Tiburón y ponen rumbo a Euskadi para «luchar por la libertad».

Viñeta de la primera aparición de Popeye en España (1935)
También para los militantes adultos antifascistas el popular personaje de historietas era todo un referente. La 4ª Escuadrilla de Moscas del Grupo 21, la aviación republicana, tenía como logo la imagen de Popeye, que pintaron fuera de sus aviones de combate y que Emiliano Peinado Balacín, uno de sus pilotos, propuso en una reunión. Francisco Meroño Pellicer, otro de ellos, lo lucía en su chaqueta marrón de cuero de piloto.

1938, aviador republicano miembro de 4ª Escuadrilla de Moscas del Grupo 21 conocida como «Popeye». Posiblemente se trate de Francisco Meroño Pellicer. Foto David Seymour. Archivo ICP. Coloreada por Tina Paterson

Uno de los aviones republicanos de la 4ª Escuadrilla de Moscas del Grupo 21 con la imagen de Popeye. Museo del Aire.

Bar Cervecería Popeye de Barcelona (Mi Revista, 1 de abril de 1937)

«Popeye es una especie de Quijote y es, a la vez, un humorista, cualidades ambas consustanciales con el espíritu español. Además, es un temerario»

El periódico barcelonés Mi Revista, el 1 de abril de 1937, publicó un reportaje sobre la influencia de Popeye en el mundo antifascista, que incluía imágenes del bar-cervecería Popeye, en pleno centro de Barcelona (situado en Balmes número 171. Popeye abrió días antes de la contienda, el 11 de julio de 1936, y se mantuvo abierto hasta el 2004).

«Popeye el Marinero: He aquí al héroe del día. Su popularidad abarca todos los estamentos sociales. Grandes y chicos se arraciman a las puertas de los salones donde Popeye, Brutus y la delgadísima Olivia viven sus fantásticas aventuras. Las casas de juguetes lo reproducen en mil formas distintas que se venden en el mercado como panecillos calientes en esta época de falta de pan; las editoriales lanzan libros magníficos, cuyas ediciones se agotan a los pocos días de ser puestos a la venta; algunos establecimientos comerciales abren sus puertas bajo el nombre de Popeye y hasta los luchadores de las trincheras lo toman como mascota.

En el frente de Aragón, los tanques libertadores llevan en su frontis una gran silueta del famoso muñeco de Max Fleischer, cuya celebridad no ha igualado estrella alguna de carne y hueso. Todos los soldados de la libertad se imaginan ser unos Popeyes, con arrestos sobrados para destrozar de un manotazo a la bestia fascista, simbolizada por el innoble Brutus. Difícilmente habrá logrado Popeye en ningún país el arraigo que ha conseguido entre nosotros; y esta admiración de los españoles por el genial muñeco se explica muy fácilmente: Popeye es una especie de Quijote y es, a la vez, un humorista, cualidades ambas consustanciales con el espíritu español. Además, es un temerario... que siempre vence: otra de nuestras distintivas raciales más características.

Cajita con historieta sorpresa de Popeye (circa 1930)

«Es el hombre que todo lo puede, como quisiéramos serlo cada uno de nosotros»

Popeye, deshacedor de entuertos, vengador de agravios, paladín de toda causa justa, como el español, no piensa, cuando ha de luchar, en el poder o la calidad del enemigo, sino en luchar, en vencer, y lo consigue siempre porque le ampara la razón, le asiste el coraje y le impulsa el afán de vencer: antes morir con honra que vivir sin honor. ¿Qué de particular tiene que, dado el común denominador de afinidades existentes entre la idiosincrasia de Popeye y nuestro espíritu quijotesco, lo hayamos erigido en ídolo popular?

Pero hay algo más. Con todas estas circunstancias que concurren en el carácter de Popeye el Marinero, este hubiera sido adoptado por nosotros como una mascota pasajera. Su triunfo, inigualado en el mundo del espectáculo, tiene también otra razón de ser. Y es que Popeye, dentro del mundillo de los dibujos animados, constituye una cosa aparte, debida únicamente a la genial intuición de su creador, el insigne dibujante Max Fleischer. Popeye no es un gato, ni un cerdo, ni un escarabajo o cualquiera otro de esos animales sabios que los autores de dibujos han lanzado a la pantalla siguiendo el camino iniciado por los autores de fábulas. Popeye es una figura humana y sus acciones corresponden por entero con las nuestras; sus pasiones son las del individuo normal y todas sus aventuras caen dentro del marco más estrictamente humano. De aquí que nos emocionen sus actos como nunca lo consiguiera ninguna otra figura del dibujo animado y nos encontremos tan identificados con sus aventuras.

Además, como para su fuerza no existe límite, ni su audacia reconoce valla, hace todo aquello que quisiera realizar nuestro subconsciente y no podemos llevar a cabo por falta de poder material o por impedírnoslo consideraciones sociales de orden moral. Popeye puede pulverizar un tren a puñetazos, derribar un puente, apagar un incendio de un soplo, vencer al bailarín más consumado, dejar tamañito al alpinista más célebre y avergonzar —huelga decirlo— al marinero más audaz. Es el hombre que todo lo puede, como quisiéramos serlo cada uno de nosotros. Todos los afanes que llevamos dentro, en potencia, son para Popeye cuestión de coser y cantar. Encarna la realización de aquello con que soñamos la mayoría de los mortales; convierte nuestros anhelos en hechos palpables. ¿Quién no ha deseado in mente, al ver un sujeto antipático, darle un puntapié donde la espalda pierde su honesto nombre? Popeye no lo sueña, se lo da sin reparos. Y asienta dos sonoros bofetones sobre los grandes carrillos de ese señor estúpido que todos hemos deseado abofetear, pero nos hemos quedado con el deseo; y Popeye no, porque si le place..., ¡arrea! Es la concreción de lo que quisiéramos hacer y no hacemos; es como una especie de nuestro yo no revelado. Y como los humanos, fatuos por naturaleza, a nadie solemos admirar tanto como a nosotros mismos, de aquí que admiremos tanto al celebérrimo hijo predilecto de Max Fleischer. He aquí explicado por qué todos, grandes y chicos, fuertes y débiles, vayamos en tropel a ver y a aplaudir a Popeye, cuyo éxito será eterno mientras continúe siendo, como es, tan profundamente humano, pese a lo primario de su apariencia y de sus reacciones fulminantes».


banner distribuidora