El rey y Valentina


Si Felipe pretendía conectar aplicando épica, no lo consiguió. Si pretendía que fuese su particular discurso del 23F, sólo lo consiguió por la parte de la impostura que aquel otro discurso tuvo

El rey y Valentina
En solo unas horas, el “quédate en casa” había desbancado al, durante siglos, líder absoluto de la salud preventiva española: “No te bañes hasta dentro de dos horas”. El domingo por la tarde, en cada casa del país, ya se había tomado plena conciencia de la importancia de proteger a los mayores frente al virus. Mientras, en un palacio situado en un bosque a las afueras de Madrid, a esas horas la problemática iba justo en dirección opuesta: cómo hacer para proteger a los jóvenes de las actividades infecciosas de un anciano. Monarquía y pueblo nunca van de la mano.

Ocho de la tarde de un domingo histórico e histérico. Con todo el mundo encerrado en casa. Con estado de alarma. A pocos minutos de la esperada rueda de prensa en la que el comité de crisis del Gobierno nos debía explicar medidas drásticas para luchar contra una pandemia. Ese fue, tras años de silencio, el momento elegido por la Casa Real de Felipe VI y su mano derecha, Jaime Alfonsín, para intentar salvar a la monarquía de su pandemia particular. Llamarlo oportunismo es quedarse corto. Un comunicado directo. Sin lugar a la interpretación. Renuncia a la herencia y retirada de dotación económica. Un castigo público con ensañamiento. Un comunicado que le cortaba socialmente la cabeza al emérito, que dictaba sentencia firme: pueblo, mi padre es, efectivamente, lo que parecía. Un ajuste de cuentas en el seno de una familia, como todas las de la realeza, desestructurada. A Felipe VI no lo llaman el preparado por gusto, sino por conocer bien el manejo de conceptos fundamentales para la vida política, como el sentido de la oportunidad: españoles, ¿qué es la corrupción del pasado en comparación con este fin del mundo que estamos sufriendo?

Los grandes medios, acostumbrados a disimular los escándalos reales en segundos, terceros o cuartos planos informativos, daban la noticia del comunicado-bomba descolocados por la contundencia. La mala noticia para la salud pública del periodismo es que la contundencia no llegó de la mano de medios responsables, sino de la propia corona tratando de sobrevivir.

A rey muerto, rey puesto. Con el rey Juan Carlos muerto socialmente desde el pasado domingo, el marketing monárquico pedía que Felipe VI saliera en aparición estelar a conectar con el sufrimiento del pueblo. Para decirnos que este difícil partido, que a él le sirvió para limpiar su casa, pum, pum, lo vamos a ganar. Oé. Si el rey Felipe pretendía conectar aplicando épica, no lo consiguió. Si el rey Felipe pretendía que hoy fuese su particular discurso del 23F, sólo lo consiguió por la parte de la impostura que aquel otro discurso tuvo. Sed buenos. Somos una gran nación. Todos juntos saldremos. Os voy dejando, que voy a hacer footing por palacio. Momentos duros y monarquía tampoco suelen ir de la mano. Mientras el rey hablaba, una cacerolada en los balcones, inaudible desde palacio, dejó claro que si la monarquía sirve para unirnos a todos, la monarquía hace tiempo que caducó en este país. Un país que, encerrado en casa, aplaude unánimemente a la ujier Valentina que limpia la tribuna del Congreso para evitar más contagios. Los momentos difíciles, le faltó decir al rey en su discurso, nos enseñan quiénes son los imprescindibles y quiénes sobran.


Fuente → ctxt.es

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