El Borbón defiende los toros

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El Borbón defiende los toros
: El rey Felipe VI ha presidido hace unos días la entrega de los Premios Taurinos y Universitarios de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla a un batiburrillo de destinatarios: estudiantes universitarios, toreros, banderilleros, ganaderos y, en el colmo del cinismo premiador, a un toro llamado Aperador, criado por los Domecq para acabar acuchillado en una plaza, y en su intervención, además de subrayar “el inmenso capital de talento y esfuerzo universitario y taurino” que esta institución ha dado a conocer, ha destacado que con la extensión de la enseñanza y la formación “una nación se hace más competitiva en lo económico y en lo tecnológico” y “más capaz de superar dificultades y más respetada y admirada en el mundo”. Y en un guiño al tendido, dice Felipe que “la educación y la tauromaquia contribuyen a dar cohesión a la sociedad.”

Felipe de Borbón no solo hizo con la entrega de esos premios una implícita apología de la tortura animal, sino que en su discurso de tan siniestra ceremonia faltó lisa y llanamente a la verdad, algo que un jefe de Estado no debe permitirse; al menos, no de manera tan descarada, con luz y taquígrafos. Dijo el monarca que “la educación y la tauromaquia contribuyen a dar cohesión a la sociedad”, obviando que la conciencia antitaurina es en España una larga y extendida tradición, y que, más allá del problema ético que comporta, la tauromaquia constituye un problema político, dado que supone la vulneración de derechos animales fundamentales (derecho a la vida y derecho a no ser torturado) y enfrenta a sus defensores y a sus detractores. Si algo, precisamente, no genera la tauromaquia es cohesión, como se ha demostrado a lo largo de la historia. Intelectuales y artistas, personajes políticos, representantes de la iglesia católica y hasta reyes han mostrado su repugnancia por la sangrienta crueldad de la tortura taurina. La tauromaquia no cohesiona, sino que nos sigue dividiendo en las dos Españas, de ahí que un referéndum sobre las corridas de toros en nuestro país debería ser algo tan urgente como necesario es hacerlo para elegir entre monarquía o república.

Es lo que me faltaba saber de esta monarquía. ¿Quién le ha escrito estas declaraciones? Lamentable, mírese como se quiera mirar. Porque uno, en su ingenuidad, se pregunta qué demonios tendrá que ver la tauromaquia, una fiesta que consiste en matar a puyazos a un animal indefenso, con la cultura, el progreso, el conocimiento, la tecnología y el avance científico. Si nos fijamos en las potencias mundiales comprobamos que los americanos tienen la NASA; los chinos el 5G de Huawei; y los alemanes el motor Volkswagen. Nosotros los españoles, por el contrario, seguimos aferrándonos a las corridas de toros no solo como hecho diferencial aberrante sino como factor de PIB y de crecimiento económico, según se deduce de las palabras de Felipe VI.

Felipe VI, antes de hacer esas declaraciones que algún sabiondo taurino o palaciego le escribió, debería saber que la llamada fiesta nacional es una mala costumbre, una adicción colectiva a la sangre y al sufrimiento del animal convenientemente escenificada (dulcificada) por pasodobles, botas de vino que corren por el tendido, un público por lo general poco cultivado, o sí, y entregado a la violencia de la espada, la lanza y las banderillas y una explosión de guirnaldas, banderitas nacionales, trajes de luces y música que produce el efecto anestesiante y ceremonial en la parroquia. El toreo, desde todo punto de vista lógico y filosófico, es una parafernalia criminal que no se sostiene, una expresión social metafórica de la “barbarie civilizada”.

Al pronunciarse de manera falaz y apologética sobre la tauromaquia, Felipe de Borbón se salta, sin miramientos por la verdad ni respeto por todos los españoles, los amplios límites que le permite su heredada posición. Tal comportamiento deslegitima aún más su poder. Y más aún cuando viene a defender que lo que une a los españoles es la violencia extrema, llevada hasta la muerte, sobre individuos que sienten y padecen y que querrían huir porque quieren vivir y no ser impunemente maltratados. No solo debiera callarse el jefe del Estado sobre tal injusticia (ya que no clama contra ella, lo que sería nobleza real), sino que debería evitar la tomadura de pelo que supone mezclar universidad y enseñanza con barbarie. Educación y tauromaquia es el rey del oxímoron.


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