Borbones, cuernos, amantes y millones

Si damos un repaso a la historia vemos, sin sorpresa, que los Borbones siempre han tenido una querencia a los cuernos

Borbones, cuernos, amantes y millones
Rafa Esteve-Casanova 

Hace unas semanas Felipe VI de Borbón y Grecia, rey de España, acudió a Sevilla para presidir la entrega de unos premios otorgados por la Real Maestranza de Sevilla, y allá, rodeado de toreros, de los próceres de la entidad otorgante de los galardones y de la aristocracia de la intelectualidad taurina además de los dirigentes de la Junta de Andalucía tuvo la osadía de atreverse a calificar la fiesta de los toros como uno de los nexos de unión de la sociedad española. No sé quien se encarga de escribirle los discursos, porque la verdad es que en los últimos tiempos suelen ser bastantes desafortunados. 

 
Se equivocó el 3-O apoyando aquel grito de “a por ellos” con el que consiguió que más de dos millones de catalanes decidieran que el segundo sucesor del dictador Franco no podía ser su rey. Ahora, tres años más tarde, se vuelve a poner del lado de los torturadores, en este caso de todos aquellos que amparados en la excusa del arte y la gallardía de la llamada fiesta nacional, están a favor de torturar los animales. Y todo para escuchar los oles embravecidos de una multitud ávida de sangre, sol y moscas.

Si damos un repaso a la historia vemos, sin sorpresa, que los Borbones siempre han tenido una querencia a los cuernos. A unos les encantaba y les encanta acudir a las plazas de toros para darse un baño de multitudes, y a otros les ha encantado adornar las coronadas testas de sus parejas con las armas, en este caso, metafóricas, de los astados. La cosa viene de lejos, y por no remontarnos más atrás nos quedaremos en los tiempos de Isabel II, que reinó en España entre el 1833 y 1868, hija de Fernando VII y madre de Alfonso XII, casó a los 16 años con su primo Francisco de Asís de España y ya la noche de bodas descubrió que su primo y esposo llevaba más adornos y puntillas en el camisón que ella misma. Y como la vida hay que vivirla, la reina “coronó” a su noble esposo echando mano de cualquier varón que le apeteciera. La paternidad de Alfonso XII fue atribuida a un valenciano, el capitán de ingenieros Enric Puigmoltó i Mayans, natural d’Ontinyent.

Y a pesar de que en el escudo nobiliario de los Borbones no aparece ningún icono en forma de asta, los cuernos matrimoniales siguieron siendo una sana costumbre entre algunos miembros de esta saga. Se ha escrito y hablado mucho de las correrías nocturnas de Alfonso XIII, poseedor de una colección de películas pornográficas de lo mejor de la época, también con el paso del tiempo salieron a la luz algunos de los hijos que tuvo fuera del matrimonio, algunos, incluso, reconocidos por la justicia, como los dos que tuvo con la actriz Carmen Ruiz de Moragas, que, ya en democracia, fueron autorizados a usar el apellido Borbón por ser hijos de Alfonso XIII. Juan de Borbón, el eterno Príncipe de Asturias, más conocido como el “Rey que nunca reinó”, también tuvo sus escarceos con una conocida folklórica española. Como buen marino debió seguir el lema de “un amor en cada puerto”, amoríos alternados con su estima a los buenos martinis, como un James Bond cualquiera.

Y qué decir del sucesor de Franco, Juan Carlos I, el rey emérito. La lista de sus amantes incluye desde una conocida vedette a la conocida Corinna, princesa consorte, pasando por cantantes, presentadoras de televisión y alguna dama de la alta sociedad. Todo esto, que antes se decía sotto voce, e incluso se aplaudía por algunos admiradores de la monarquía, ahora ha llegado al gran público, una parte del cual también perdonaba estos “pecadillos” del monarca, un rey campechano y que siempre intentaba aparecer simpático ante sus súbditos. Pero llegó un día en que estos escarceos reales comenzaron a ser molestos en las altas esferas. Y Juan Carlos I tuvo que abdicar en un intento de mejorar la deteriorada imagen que de la institución monárquica iban teniendo los españoles.

Y, mientras el pueblo estaba distraído con las hazañas de bragueta y los safaris en busca de elefantes del Jefe del Estado, los Borbones iban haciendo caja y guardando millones en Suiza. Ya son tres generaciones Borbón los que han ido pasando por los bancos helvéticos para dejar a buen recaudo lo que iban amasando desde el Palacio de Oriente, Estoril o Zarzuela. Primero fue Alfonso XIII que marchó camino del exilio con el riñón bien forrado con algunos millones de pesetas, después Juan de Borbón también tenía sus caudales a buen recaudo en un banco suizo, como se supo cuando se conoció su testamento en el que en una entidad bancaria suiza dejó a Juan Carlos I 375 millones de pesetas, caudal que hasta aquel momento nunca había tributado en España, y todavía se desconoce si al saberse su existencia el rey lo declaró ante el fisco español, como todo buen español debe hacer.

La verdad es que cerca de 400 millones de las antiguas pesetas ahora nos parece una miseria comparado con el montante que en estos momentos está investigando la Fiscalía suiza, que intenta averiguar, como sospecha por indicios, que Juan Carlos I recibió unos ingresos de 100 millones de dólares por parte del Gobierno de Arabia Saudí de los que 65 millones acabaron en una cuenta corriente a nombre de su amante Corinna, no sabemos en concepto de qué.

El escándalo ha estallado. El Jefe del Estado haciendo de viajante de comercio cobrando comisiones por sus servicios, esta manera de actuar es propia de la prepotencia con la que los Borbones han tratado siempre a España, considerando el país como su cortijo particular. Al fin y al cabo Franco también lo consideraba así y Juan Carlos, no lo olvidemos, fue su sucesor, y fue educado entre franquistas y por franquistas.

Cuando Juan Carlos I abdicó faltó tiempo para que desde el Consejo General del Poder Judicial se le blindara y se ampliara la inviolabilidad que tenía concedida por la Constitución mientras era rey de España. Se nos vendió aquella ampliación como una manera de proteger al abdicado rey y a la Monarquía contra las demandas de posibles hijos naturales que pudieran aparecer. Pero a la vista de lo que acabamos de conocer queda claro que alguien de las más altas instancias del Estado conocía que estos cambalaches económicos se conocerían algún día y desde la Brigada Aranzadi se tomaron las medidas precisas para que nadie nunca pudiera sentar en el banquillo al sucesor de Franco acusándole de corrupción, fraude fiscal y blanqueo de dinero.

La vergüenza es que un partido que nació republicano y de izquierdas, el PSOE, se niegue a que en el Parlamento se constituya una Comisión Investigadora para intentar averiguar qué hay de cierto en las averiguaciones que está haciendo la Fiscalía suiza. A las bases socialistas las supongo deseosas de conocer la verdad de esta, posible, negra historia, una más en la historia de España, pero los dirigentes socialistas no quieren ni oír hablar de esta Comisión y esconden su negativa entre los artículos de la Constitución. Muchos expertos en Derecho estiman que Juan Carlos I, según la Constitución, esa que dicen “nos dimos entre todos”, es inviolable en su quehacer como rey. No creo que el cobro de comisiones, y más de manos de una dictadura como la saudí, sea una terea digna de la realeza. Por tanto inviolabilidad sí, lo dice una Constitución obsoleta y gastada redactada, en algunos artículos, bajo amenaza de los militares todavía franquistas. Pero impunidad, que es lo que ahora tiene Juan Carlos I, nunca jamás, ni para él ni para ninguno de sus sucesores, ni para nadie. ¿O la Justicia no es igual para todos? Perdón, es una pregunta retórica.
 

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